Aprendiendo de las pasiones
“La única libertad posible se realiza a través
del conocimiento de las propias pasiones”
Baruch Spinoza
Filósofo holandés
(1632-1677)
Tal vez el mayor maestro en el campo de la pasionalidad haya sido el holandés Baruch Spinoza.
O al menos es por lejos, mi predilecto cuando se trata de tomar por los caminos -y precipicios- a que nos conducen las pasiones.
Entrar en los textos de Spinoza conmueve, decía Deleuze. Y cuán cierto!
El conmovido no es sino aquel que se ha otorgado el permiso de ser-movido-de-lugar por una fuerza que sabe que lo excede, que lo puede, que lo toma transitoriamente como delicado rehén. Los conmovidos participan, por decirlo de alguna manera, de una consternación que los modifica.
A veces hay seres que nos conmueven.
A veces hay situaciones que nos conmueven.
A veces hay imágenes que nos conmueven.
A veces hay sentimientos que nos conmueven.
A veces hay filósofos cuyo pensar nos conmueve. Este último es el caso de Spinoza.
Y Spinoza conmueve porque, literalmente, nos mueve de lugar.
-Cuando se quiere ser el mago, y se termina siendo el penoso conejo
Los textos de Spinoza ofrecen respuestas para un mejor vivir, cosa algo infrecuente en estas épocas invadidas por el hiperderecho a la pregunta e inversamente yermas en los terrenos en que debería existir cierta obligación de dar respuestas precisas. La filosofía, cuando escapa en determinados temas a aquello de "dar respuesta" se pierde en una atmósfera de vaguedades de la que no se logra sacar nada en limpio. No se trata de que la filosofía sea útil (eso se lo pueden pedir a un BlackBerry), ni precisa (para eso está el rigor de la ciencia) ni práctica (eso lo esperamos del funcionamiento de la canilla de la cocina) ni cómoda (para eso están las zapatillas viejas). Pero nada de esto impide que la filosofía ofrezca algunas pistas para vivir diferente, después de todo es la crítica audaz del filósofo la que se encuentra en mejor posición para destituir del universo de lo humano la mala siembra, la mentira, los absurdos bajo los cuales se sufre y/o se perece.
La lectura de Spinoza invita, de cierto modo, a preguntarnos sobre ese inasible e inmemorial objetivo de la filosofía que ha sido y es tratar de “saber sobre sí mismo” con el fin de alcanzar un devenir intensamente mejorado. En su invitación, nos ofrece elucidantes respuestas en torno a qué consiste la pasión.
Y, admitámoslo, tal vez la lluvia incesante de libros de autoayuda y la proliferación de toda una cultura de soporte del Yo no estén dando cuenta sino de lo perdidos que estamos respecto de la construcción de ese sí mismo que se escabulle con frecuencia bajo los falsos ropajes del narcisismo.
Nos hemos sacado los dogmas de la sujeción a un modelo de existencia monocorde... inmenso logro de las subjetividades libertarias. Pero resulta que quedamos desnudos y tiritando ante las coordenadas alteradas que implica que todas las opciones estén abiertas. Si hasta hace casi un siglo atrás "se era quien se debía ser" (o sea, un sujeto sujetadamente homogéneo cuya radical libertad para vivir como quiera era considerada una exigencia sacrílega que atentaba contra el buen funcionamiento de la comunidad) hoy estamos ante el desconcierto del “puedes ser cualquier cosa”. De ahí a la sensación de ligero desamparo identitario no hay más que un paso.
Nadie sabe casi nada de sí mismo. Incluso, aunque se afirme lo contrario.
No avanzamos mucho en este punto desde los griegos en adelante. Y al menos con respecto a la preocupación por saber quién y cómo ser, los presocráticos nos siguen llevando grandes ventajas pese a más de 2500 años de distancia entre ellos y nosotros.
Si corremos un par de cortinas de humo discursivas, aquello que alguien cree saber de sí es puro invento: nos hemos vuelto expertos en discursear frente al espejo un relato de sí convincente para justificar neurosis, escapismos, mediocridades, cobardías, inlucidez, apatía, estupidez. Los relatos con que nuestro tramposo narcisismo se mantiene de pie frente a ese espejo vanidoso son eso mismo, efectos de un espejismo. De hecho lo más interesante y a la vez trágico es que se puede funcionar desde esos insensatos espejismos!
Claro, hasta que un día los espejismos dejan de sernos funcionales y empezamos de a poco, o de repente, a colapsar. Entonces una maldita lluvia de meteoros se cae sobre nuestra cabeza y el show de las preguntas tsunámicas no se hace esperar: -Era esto lo que quiero hacer por el resto de mi vida? -Dónde han quedado mis proyectos personales? -Estoy satisfecho con mi trabajo? -Hacia donde estoy yendo? -Es esta pareja con quien realmente quiero pasar el resto de mi tiempo en este mundo? -Quiero pasar mi día en una oficina sintiéndome el engranaje de una máquina que me está matando lentamente? -Es esto en lo que se han transformado mis sueños? Qué vida de mierda estoy viviendo?
En resumidas cuentas, se quiso ser el mago pero algo le jugó un truco complicado al anhelo y nos descubrimos como un conejo apretado dentro de una galera... mientras, los demás aplauden -con suerte- o encima nos silban por no lucir siempre bien ni hacer las cosas a tiempo. Entonces, como émulos de Michel Douglas, tenemos nuestro "momento falling down" y creemos que estamos al borde de encarnar sin miramientos nuestro propio y demente “Día de Furia”. Ese temor al desgobierno de sí bajo la captura del enojo irascible indica a las claras que no sabemos hasta donde podemos soportar una situación angustiante, ni mucho menos sabemos como poder contrarestarla. En suma, poco sabemos sobre casi nada. Y si supiéramos lo que debemos saber y entender más y mejor, los psicoanalistas habrían dejado de existir como subespecie curadora hace ya largo tiempo, y las editoriales no publicarían para llenar frondosos anaqueles con exitosos manuales para desorientados existenciales.
Qué hacer?
Algunos hacen nada. Casi todos. Tragan saliva y siguen, caminando hacia el calvario de los dromedarios.
Otros estallan. Malamente.
Muchos mandan todo al carajo, sin poder al día siguiente siquiera abrir un ojo de la resaca.
Un pequeño e insignificante número de seres trata de pensar en las causas de su malestar para intentar el arduo y poco garantizado trabajo de remover las razones del desastre.
Por mi parte creo que tal vez un poco de Spinoza básico nos desmarearía, tal vez nos aporte alguna pista para no llegar a perder los estribos a lo William Foster, y hasta quien sabe tal vez nos quite algo de la nausea que se experimenta ante la fascinación por los recetarios, los ritos de los chamanes de la psique, o las ganancias que vamos dejando los fines de semana en manos de nuestros pseudosalvadores dealers.
-La ira de Aquiles
La ira como pasión furiosa es un asunto muy tempranamente abordado por la filosofía.
Aquiles es objeto de Menis, la cólera de los dioses. Decir que el héroe de Troya es movido por la ira, es decir que sus fibras se mueven enfurecidas por los dioses. Aclaremos que en el mundo antiguo no es lo mismo la ira de los dioses que la ira de un mortal. En efecto, los griegos usaban la palabra “thumos” para referirse a la mera agitación enojosa de los humanos, diferenciándola de ese modo de “Menis”, la ira divina.
Aquiles encolerizado tal vez haya sido uno de los ejemplos más citados de iracundo actuando fuera de sí. En su caso, la ira se enciende cuando la esclava Briseida le es arrebatada por Agamenón. Aunque el máximo momento de desborde debe situarse ante la experiencia de la muerte: el héroe descubre que su amado compañero Patroclo había caído muerto en batalla bajo la espada de Héctor y estalla furioso. A los gritos exigirá a Héctor que se presente a luchar cuerpo a cuerpo. Aquiles quiere venganza. Una venganza que no le devolverá el pulso a su querido Patroclo. Venganza siempre inconclusa, haga lo que haga, incluso hasta cuando destruya el cuerpo de Héctor con sus armas y lo arrastre impiadosamente alrededor de los muros troyanos.
La ira perniciosa del héroe de “La Ilíada” ha sido analizada muchas veces por el ojo filosófico, alertando casi siempre sobre lo mal que pueden guiarnos las pasiones en sus arrebatos aunque el elemento racional (justificativo, digamos) también pueda observarse en ese comportamiento violento.
No se trata de deslegitimar los motivos de la ira (de hecho la ira siempre tiene sus “razones” si escarbamos un poco en los hilos de aconteceres encadenados del eventual iracundo) y sobre todo si estamos ante la muerte de quien se ama. En tal caso, la furia es absolutamente justificada por tratarse de una situación emocional extrema.
Por lo tanto no se trata de pensar en la ira en sí y sus siempre posibles disparadores y/o legitimidad, sino de analizar las acciones a las que conduce la furia desatada. Desde allí mismo podríamos también pensar en las infinitas consecuencias de la ira de Poseidón haciendo naufragar a Ulises y creando a partir de allí todo el relato odiseico. O, para no olvidarnos de la relación entre ira y venganza femenina, recordar a la desatada de Medea.
Ivonne Bordelois sostiene que la ira de Aquiles es la primer pasión con que se inaugura nuestra civilización occidental. Pienso que si es así, mal comienzo hemos tenido como cultura civilizada...
Platón hablará de “educar la cólera” pues la considera como una especie de reservorio de enorme energía. Destacará incluso la particular forma de cólera de los jóvenes, aunque no dejará de pensar en las pasiones como enfermedades del alma. Pero pensemos que Platón escribe en tiempos en que la guerra era la norma y la paz una excepción a la que incluso algunos veían como “desvigorizante”. Por eso justificará el uso de la ira en tanto ésta sirve como energía pasional para ser canaliza en la guerra y en la ambición. Curiosamente en una línea similar los escolásticos y, particularmente, el supuesto "santo" de Tomás de Aquino también justifican como pasión peculiar a la ira: si la intención de reparar una injusticia es justificada, la ira es la que desata la necesaria venganza reparatoria (en este sentido me pregunto si habrán leído a Aquino y su ideal vengativo los políticos iracundos arengadores de la eterna punición a sus enemigos... pero eso es otra línea para abrir a futuro en este abanico de las pasiones).
Pasiones para “saber” vivir mejor
Por qué las pasiones, siendo tan volubles e intensas, sin embargo podrían aportarnos un cierto saber indispensable para vivir mejor?
Porque para saber qué nos puede orientar hacia un mejor vivir hay que saber sobre las propias pasiones. Saber qué nos apasiona y qué nos desapasiona.
Saber cuáles son los efectos de esas pasiones sobre uno mismo y sobre los demás.
Saber por qué valdría la pena intentar llevar adelante ciertas pasiones si es que estas nos conducen a una existencia más intensa.
Saber en quien nos podemos transformar cuando hay bella y buena pasión de por medio.
Saber con pasión y desde la pasión, quien se es y se desea ser.
Porque, realmente sabemos quién uno es?
Sabemos en verdad quien somos?
Por momentos parecería que sabemos mejor quien no somos y/o quien no deseamos ser y/o quien hemos dejado de ser. Para variar, la respuesta desde la negativa es más rápida y clara que aquella definición de sí mismo que uno busca elaborar afirmativamente.
Si es que no sabemos exactamente quien somos, por cuál vía podríamos acceder hacia ese saber de sí? Pues Spinoza propone definitivamente la vía de las pasiones como un modo de acceso a ese saber de sí. Conocer nuestra pasionalidad nos ayuda en el dar forma es esa escabullente respuesta sobre nosotros mismos.
La pasión como devenir
Veamos algunas pistas spinozianas:
-Contrario a toda una larga tradición demonizante de las pasiones, Spinoza apuesta a un viraje en la connotación de lo pasional. Spinoza positiviza la pasión. Propone una suerte de colaboración de las pasiones y los afectos a fin de llegar desde ahí a una comprensión racional de sí y de los que nos rodean. La pasión se vuelve positiva mediadora en la libre voluntad de desear conocerse a sí mismo.
-No se trata de condenar las pasiones, ni de acallarlas, ni de atemperarlas bajo la fusta del control, ni de olvidarlas con el somnífero mortal del ascetismo. Se trata de comprender la pasionalidad singular de cada uno, dibujar con la propia mano el mapa de las pasiones personales para hacerlas jugar a favor del desarrollo de todas las potencialidades que haya en un ser. Las pasiones se ponen así, del lado de la sobreabundancia de vida y del habitar esa sobreabundacia a fin de volvernos más y mejores.
-Sólo tirándonos de cabeza en las propias pasiones a fin de entenderlas vívidamente podremos saber cuales de entre ellas son debilitantes pasiones inútiles, cuales son pasiones innecesarias, cuales pasiones venenosas. Sí, porque no se trata de decir que todo lo pasional es bueno para alguien ni mucho menos, sino de tamizar con inteligencia de entre el manojo semi-indistinto de lo pasional qué nos hace bien, qué nos mejora como seres, y darnos cuenta asimismo de qué pasiones nos hacen decaer, empobrecernos, entristecernos, enfermar.
-Se trata de disminuir el efecto que esas “no buenas” pasiones que nos marcan dolorosamente el alma con el ritmo debilitante de la tristeza, y aumentar la expansión y construcción de aquellas pasiones “alegres” a través de las cuales nos sentimos más expandidos, más potentes. Apostar a latir, no a disecarse. Cultivar las pasiones en que tocamos la dicha.
-Transformar las pasiones tristes en pasiones alegres es la constante tarea ética del sujeto. Para qué? Pues para alcanzar un estado de existencia mejor, más satisfactorio. Después de todo nuestras acciones serán equivocadas en la medida que sigamos alimentando el perverso juego de padecer nuestras pasiones decadentes, y al mismo tiempo nuestras acciones serán acertadas en la medida en que empecemos a alimentar el benéfico juego de sembrar ahí donde nacen nuestras pasiones ascendentes.
-Las pasiones “deben” ir de la mano de un mayor despliegue de nuestro potencial. Si no lo hacen estamos en la trampa del pathos, del sufrimiento mórbido, de ese carcinoma lento que se cuece en los recovecos del resentimiento. Enfermamos por causa de permanecer demasiado adheridos a nuestras pasiones tristes. Recobramos la salud cuando nos sacudimos tanto como podemos la tristeza y nos ponemos en mayor contacto con la alegría, con lo que nos produce alegría. Me detengo un instante: qué es lo alegre? No lo que produce risa necesariamente (aunque la risa sincera no es más que la exteriorización de la alegría del alma), tampoco lo que da placer (hay placeres de superficie que no llegan jamás a rozar la plenitud, y recordemos también que hay placeres sumamente retorcidos que se alejan por completo de la alegría). Lo alegre es aquello que intuimos/creemos/sentimos nos permite expandir nuestras potencias hacia un horizonte de realizabilidad concreto. A la luz de la alegría potenciadora cobran dimensión casi perfecta la risa y el placer.
Alegres, potentes, expandidos, poderosos
Para Spinoza, la alegría es la pasión clave, básica, estructural de la que se hace posible derivar otras pasiones también positivas para alcanzar mayores estadios de plenitud existencial. Lo extraordinario de una buena pasión (que por eso llamamos "alegre") es, según su propias palabras, que a través de ella podemos pasar "a un estado de mayor perfección". En este sentido se puede sostener que, por ejemplo, un buen amor nos perfecciona, mientras que un mal amor (y por eso, pasionalmente "triste"), nos im-perfecciona. En la alegría de las buenas pasiones crecemos en mútiples direcciones, nos volvemos existencialmente más ágiles, nos entusiasmamos impetuosamente.
Somos alegres cuando somos más potentes porque hay potencia en aquello que nos alegra.
Somos mejores cuando más podemos y mejor hacemos.
Somos combustible de la propia felicidad cuando sentimos que algo/alguien nos expande.
Somos fuertes bajo el poder de la alegría.
En contraposición, la tristeza es la pasión que nos mata, de a poquito o de un golpazo. Nos aminora, nos arruga, nos comprime, nos retrae, nos detiene, nos paraliza, nos daña. De la tristeza y por ella caemos en nuestras zonas de oscuridad paralizante, perdiendo así preciosas y no muchas oportunidades de ser feliz, de sanar, de amar, de saltar y tirarse por la pendiente de algún imperceptible arcoiris que nuestra opacidad nos impide apreciar en su justeza. En suma, en la tristeza perdemos. Y en todas las pasiones inauténticas que se engarzan al decaimiento y la jodida repetición de lo mismo nos volvemos estúpidos, nos atontamos, nos echamos a perder en el peor de los sentidos. Sólo lo que es benéficamente diferente nos vuelve a la vida gratamente.
Somos tristes cuando perdemos potencia porque perdemos potencia estando tristes.
Somos peores cuando menos podemos y peor hacemos.
Somos infames boicoteadores del propio bienestar cuando dejamos que algo/alguien nos contraiga.
Somos débiles bajo la tiranía de la tristeza.
Spinoza se desembaraza de Platón y su uso de las pasiones iracundas con utilidad belicosa.
Spinoza piensa la libertad desde una política de la alegría
Spinoza conmueve porque, en definitiva, la transparencia de su ética vitalista está más cerca de las formas del buen amor que del enfrentamiento, la guerra, la soledad y el odio.
La aritmética pasional que se desprende de Spinoza definitivamente nos ofrece respuestas cuando creemos haber perdido como Teseo la punta del hilo dentro del propio laberinto de afectos y afecciones.
Más amorosa alegría, menos odiosa tristeza.
Más pasión razonada, menos irracional desapasionamiento.
Más Eros, menos Thanatos.
Más libido, menos bombas.
Más libertad responsable, menos insana cobardía.
Más diferencia, menos repetición de lo mismo.
Más aphrodisia, menos soledad.
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