domingo, 20 de noviembre de 2011

Efectos no elementales = seres muy particulares



Efectos no elementales = seres muy particulares




"Y a pesar de todo ciertos seres, digan lo que digan,
tienen un papel fundamental en la vida de uno,
le dan un nuevo giro;
la cortan limpiamente en dos."




Michel Houellebecq
"Las partículas elementales"

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jueves, 10 de noviembre de 2011

Desnudez


 Desnudez






“Bien mirados, todos nos ocultamos, completamente desnudos, en los vestidos que usamos.”
Heinrich Heine


“Y, para quien sabe ver, la desnudez
ofrece la significación más rica.”
Auguste Rodin

“Desnudo, sobre un caballo desnudo bajo la lluvia torrencial.”
Kobayashi Issa






Mi bisabuela -nacida bajo el reinado de Francisco José I- era una croata católica, pudorosa y obediente... y calladamente pícara. En los plenilunios de verano se juntaba con sus amigas a orillas del Adriático, en las playas de Dalmacia, se quitaban todas sus largas ropas negras y nadaban desnudas en las aguas balcánicas de aquel océano bajo la luz que les regalaba el cielo. Si Jean-León Géróme las hubiera visto de pasada no dudo de que las habría eternizado en un cuadro. 

Probablemente de ella habré heredado un gusto placentero por andar desnuda.
Me gusta el estado de plácida desnudez.
Lógicamente no siempre. Ni frente a cualquiera.
Pero encuentro la experiencia de mi propia desnudez particularmente placentera. De hecho la asocio a otros placeres no menos erógenos para mí. Me place pintar desnuda. Cocinar desnuda. Cenar desnuda. Obviamente dormir desnuda. Escribir desnuda. Sí, escribir desnuda... algo indisociable de pensar, desnuda.




-Pensamiento desnudo

Cuántas “cosas” son objeto de la desnudez? En cuántos dominios se intersecta lo desnudo?
El cuerpo se manifiesta desnudo y también todo desnudo es una manifestación de un cuerpo. Incluso la desnudez banalizada está manifestando algo, aunque no nos guste su mensaje barato y de mal gusto.

Varios registros coexisten en esas manifestaciones en las se juega la desnudez: la palabra es uno de ellos. La palabra desnuda de un parrhesiasta no es acaso aquella que revela una verdad sin rodeos, tajantemente, directamente? En su afán por denunciar la mentira y sus hipócritas practicantes un Diógenes desnudo masturbándose en la plaza pública sume en el horror a los atenienses. Diógenes y su cinismo irreverente constituirá un claro ejemplo de conjunción del desnudo en que se indiscierne palabra y acto, cuerpo e idea, honestidad y crudeza, acto natural y desinhibición.
También tenemos el campo de los hechos desnudos: esos eventos en que los extremos de la vida y la muerte junto con sus bemoles e intermedios se nos muestra desenmascarada de todo discurso edulcorado o narrativa envolvente.

Explorar las formas de la desnudez es ir y venir por los cuerpos.
Pasar por las cuerdas de las palabras que nacen de esos cuerpos.
Repasar hechos que sellan a esos cuerpos son las decisiones que se tomaron despojadas de sombras justificatorias.
Luego volver otra vez, al puro cuerpo. Cuerpo que se desnuda.

No quiero plantear la desnudez como una “problemática” (cuán lejos deberían quedar los problemas/problematizaciones de la palabra “desnudez”!) sino como un territorio a explorar de modo sensiblemente inteligente.

Pensar la desnudez. Sintiendo ese pensar en lo propio desnudo. Pensando ese sentir en lo desnudamos.

Para intentar incursionar en ese pensar sensible no queda otra que desnudarse.

Pensar la desnudez es casi como entrar en un laberinto femenino: para entenderla, disfrutarla y conocerla hay que estar dispuesto a abrir sutiles compartimentos dentro de ella, reconocerla laberíntica, querer perder el hilo ahí dentro por un rato, entrar y salir de ella con apasionada delicadeza. Quizá porque a la desnudez se la debe tratar como lo que es: una dama guardiana de lo verdadero.




-La desnudez y “El desnudo”

Nuestro idioma utiliza al adjetivo “desnudo” para referirse a la propia desnudez (“estar desnudo”) y no diferencia entre ese adjetivo y el sustantivo “desnudo”, palabra con la que en español se designa al hecho artístico que muestra un cuerpo descubierto de vestiduras.
En inglés, sin embargo sí opera la distinción entre el estado de desvestido y el campo del arte. Como mencionara allá por fines de los años '50 Kenneth Clark en su ensayo “The nude”, la lengua inglesa posee una expresión específica para el desnudo en el arte (“the nude”) y otra palabra para referirse al hecho de andar/estarse desnudo (“be naked”). El desnudo artístico no parece presentar grandes controversias (excepto que estemos hablando de una vacua desnudez provocativa, retorcida, perversa, pero entonces deberíamos usar otra expresión que podría ser “pornodesnudez”).
Capillas, catedrales, e infinita cantidad de murales, frescos o estatuas ofrecen desnudos en toda la anchura de la historia del arte y nadie parece realizar observaciones morales censurantes al respecto. Probablemente el desnudo artístico, al ser una representación fijista de un desnudo real, pone al cuerpo en un cierto estado de inmovilidad. Un cuadro, un bajorrelieve o una estatua es un signo pétreo intemporal que -si bien transmite sentidos y gatilla eventualmente la imaginación del espectador de la obra- se halla en un plano no real. No hay aquí y ahora. Hay allí lejos, altri tempi. Ver una imagen de un desnudo podrá poner al observador en estado de fantasía erótica, pero no deja de ser la quietud de un signo alejado de la real carnada de la carnalidad.

Pero cuando se trata de la común desnudez, o digamos de igual modo, de la desnudez pulsante de un hombre/mujer reales que se nos presenta delante de los ojos la cuestión toma otro tono. Ya no estamos en el dominio de las imágenes estáticas sino en los resbaladizos y fluidificados territorios de la carne viviente. Aquí y ahora, todo: olores, movimientos, texturas, curvaturas, feromonas. La oferencia potencial de un cuerpo real (o al menos la sugerente fantasía de tal posible oferencia). La vista de la desnudez de un cuerpo que se nos encapricha deseable nos captura como una peligrosa y exquisita red tejida con sutiles hilos eróticos. La desnudez es un anzuelo suave que se hunde en impredecibles aguas lúbricas.

Si se trata de significaciones y sentidos, el español nos presenta una pista interesante para evaluar ciertas diferenciaciones placenteras en torno a la desnudez: remarcando la diferencia entre el verbo ser y el verbo estar. Estar desnudo es resolver (decidir, elegir, optar, querer, desear) desnudarse. Quien “está desnudo” ha querido concientemente desnudarse. Mientras que que aquel que “es desnudado” no ha querido verse en tal estado, sino que ha sido objeto de la desnudez.
Una vez más pareciera que la cuestión pasa por dilemas muy semejantes a los que atravesaban las aphrodisias griegas: el asunto ético pasa por ser amo o esclavo de la acción. Ser sujeto de la acción de la desnudez (diríamos con otras palabras "Sé amo de tu desnudez") bastaría para establecer que la desnudez sea vivida como placentera. Por el contrario quien es objeto del desnudo ("Eres esclavo de tu desnudo", planteo en el cual el desnudo ha tomado como su objeto al sujeto desnudado) experimentaría un displacer en ello. El asunto, así desplegado, se reduciría a las respectivas posiciones subjetivas dilemáticas de sujeto/objeto (o amo/esclavo) en base de las cuales habría consecuentemente una "buena desnudez (disfrutada, placentera, activa) o un "mal desnudo" (padecido, indeseado, pasivo).

Si bien lo anterior aporta elementos interesantes al asunto, está lejos de agotarlo, e incluso podría ser relativamente invalidado. Por qué? Veamos. En principio digamos que "ser desnudado" bien puede ser vivido con gran gozo aún en la supuesta pasividad que connota. Hombres y mujeres podemos ser desnudados placenteramente. Por otro lado cabe acotar que no siempre la desnudez que se autoconsentida activamente (el "yo me desnudo") termina garantizando placer. Alguien puede desnudarse voluntariamente y pasar regio papelón. O ser rechazado. O violentar al otro en ese acto y generar en el otro/a un deseo de huída muy lejano al deseo de contemplar o abrazar o aceptar. No todos tienen la suerte de Lady Godiva para acercar medios a fines en este terreno puesto que la mirada del otro siempre se reserva el derecho a ofrecernos una interpretacion/significacion inesperada que bien puede pinchar rápidamente el frágil globo narcisista. La sinceridad física puede tener sus escollos en el camino hacia la satisfacción siendo que el que decide aceptar la afrenda de la propia desnudez es el otro y no uno.




-Desvestidos o desnudados?

Los humanos tenemos la exclusiva capacidad de darnos cuenta de los estados por los que transitamos. Y nombrarlos.

Decir “desnudo” es nombrar desde una percepción conciente un estado de carencia de ropa. De des-cubrimiento. Nada nos cubre en lo desnudo. Asimismo existen distintas categorías del desvestimiento y no todas las culturas consideran por igual donde empieza la línea de la desnudez: tribus cuyos individuos permanecen apenas cubiertos la mayor parte del tiempo también poseen un “modo de desnudez” a la que llaman tal.

En nuestra época probablemente la más aceptable sea la desnudez casera: andar como bebe recién llegado al mundo cuando se está solo de entrecasa, o frente a la pareja si se tiene establecida una cierta confianza. En ese territorio la mirada ajena está ligeramente suavizada por el conocimiento recíproco constante que se da en otros planos y quizá se encuentra algo borroneada ya la palabralátigo que otrora podía sumir a uno en la desgracia narcisista súbita que provoca el juicio negativo que el otro podía emitir. Mínimas ventajas de la confianza que se construye a través de rutinas afectivas...

Por otra parte tenemos la desnudez social, menos practicada voluntariamente pero involuntariamente casi siempre avergonzante: a nadie le gusta quedarse al descubierto cuando ese “descubierto” no estaba en los planes.
En cuanto a la desnudez social voluntaria, es aquella que se practica normalmente en sitios acordados -también socialmente- para practicarla. Las playas nudistas son el ejemplo más acabado de ello. Aunque también habría que incluir en las últimas décadas como desnudo social femenino parcial la muy gratificante posibilidad de quita del soutien (topless) o las más recientes creaciones de moda transparentes que exponen a la vista de desnudez de los senos.

Indudablemente cuando pienso en la desnudez no me estoy refiriendo al mero acto repetitivo en nuestras vidas de despojarnos de las propias ropas. Desvestirse no es desnudarse. Nos desvestimos a diario sin por ello quedar cada estricta vez cautivos erógenamente en ese acto. En todo caso hay que diferenciar el ritualista y casi automático acto de des-vestirse para darse una ducha y cambiar la ropa del “sentirse placenteramente desnudo”. Desvestirse es quedarse desnudo, pero quedarse al desnudo no necesariamente es equivalente a sentirse a gusto en pura piel al igual que no todo desvestirse es un ponerse al desnudo.

Desnudarse frente a otro, o poner a la vista de alguien nuestra desnudez (e incluso la fantasía de determinada desnudez) activa nuestras “papilas” eróticas. De hecho decimos que alguien desnudo nos "gusta" o no nos gusta, utilizando el mismo verbo que usamos para señalar deleites o desagrados con sabores. La desnudez autoerotiza y/o erotiza. No indefectiblemente, claro está.A nos todos nos deleitan los mismos perceptos. 


Pero no todo es mera cuestión de arbitrarios gustos o descartes individuales.
Demasiadas sombras se ciernen aún sobre la desnudez gozosa, sombras que exceden el comprensible menú que posee cada humano para delimitar su singularidad de gustos. Algunas de esas sombras vienen proyectadas desde varios siglos atrás...




-Vulnerables al desnudo

Desnudos... desprovistos?
Desnudos... desarmados?
Desnudos... a la intemperie de nuestras habituales protecciones?

El que se siente desnudo (o lo está, y no metafóricamente hablando) se sabe más vulnerable. A qué? Ya iremos viendo los modos que asume la vulnerabilidad. Por ahora examinemos los estragos a que nos someten los censores morales.
El tribunal de juicio contra la desnudez asume distintas formas a lo largo de la historia. Los parámetros morales sociales varían en una sociedad u otra, e incluso cambian en un mismo país dependiendo de los antojos estratégicos del biopoder. También la propia psique, en tanto reservorio de temores y mandatos a obedecer, se encarga de por sí de administrar las significaciones represivas y limitantes con respecto a vivir la propia desnudez gozosamente. La Alemania nazi limitó profundamente las expresiones de desnudez públicas, siendo que allí mismo en 1906 Richard Ungewitter había publicado el libertario ensayo "Die Nacktheit" ("La desnudez") en donde compilaba las investigaciones arqueológicas que evidenciaban que el nudismo bajo la forma de baños de sol era una práctica habitual naturalizada en la antigüedad entre babilonios, asirios, griegos y romanos. Asimismo, y lamentablemente, la institución del cristianismo y la confiscación de la carne bajo el imperio del pecado hizo ubicar al desnudo como un acto impuro (probablemente ligado a la idea -no del todo desacertada- de que un cuerpo desnudo es sinónimo de tentación). La desnudez compuso durante largo tiempo un todo indistinto con el peligro del extravío lujurioso y el signo de la impureza de almas bajas.

Lo desnudo escandaliza, aún hoy.
Particularmente encuentro más interesante analizar las retículas microfísicas de la desnudez y no su conexión particular con la mediatización actual de cuerpos mercantilizados. No obstante es de destacar que las polémicas actuales van desde las consabidas sanciones puritanas hacia la carne a las más modernas críticas (de corte marxista) referidas al cuerpo alienado que se muestra ante un número de anónimos espectadores. También podríamos ver algunas cosas en otra dirección menos convencional. Por ejemplo, acaso un striptease no es sino la exposición visual sensualizada del -banal y trivial- acto de desvestirse? No podría pensarse al striptease como un acto de estetización que recrea en reverso un hecho cotidiano y casi anodino en sí mismo como lo es el cubrirse con ropas?
Hay quienes plantean un nuevo estadio en la banalización de los cuerpos, junto con un triste cuadro de cosificación y vaciamiento de sentido de la corporalidad individual, incluso se habla de una convencionalización del desnudo. Probablemente sí quepa una observación decisiva en torno a la estereotipia del desnudo y al riesgo de que a través de esa repetición trivializada del desnudarse surjan formas de enajenación corporal. Cuando la desnudez se juega en territorios que achican los márgenes a la libertad personal empezamos a hablar de otra. De todas formas esta es una discusión que debe efectuarse en el campo de los estudios culturales del entretenimiento, porque con igual criterio los habitantes del renacimiento podrían haber elevado sus quejas ante los infinitos cuadros de mujeres desnudas que hoy millones de visitantes admiran en en los principales museos del mundo. Lo cual plantea controversialmente que no toda exposición masiva de imagos de cuerpos desnudos es sinónimo de degradación cultural.

En cuanto a que lo desnudo tienta, sí... si es que lo que vemos nos apetece, valga la aclaración. No todo lo que se ve se desea. Ver un cadáver desnudo no despierta el deseo erótico excepto que estemos ante el caso de un necrofílico declarado.

En la historia oscura de la desnudez también se encuentra la asociación con el poder de humillar.
La desnudez ha debido pasar por la fenomenología de la humillación, y aún hoy podemos ver recreado este mecanismo en el trato a los presos que son desnudados con un plus de goce que proviene de esa vulnerabilidad del cuerpo sin ropa como sinónimo de castigo. Junto con los presidiarios, los locos, los vagabundos, los pobres desarropados, los moribundos, los “anormales”, y los esclavos se configuró un conjunto lastimoso categorizado prácticamente como sub-humano por los poderes dominantes de turno. A través de esos cuerpos deprivados de ropa (y de entidad existencial) la desnudez quedaba asociada con la ruptura de la norma, la ausencia de bienestar, la pérdida de cordura, la falta de libertad, la carencia. Algunos de estos estigmas lamentablemente aún perviven en la medida en que persiste la pobreza extrema y su inhumana criminalización, la locura y sus dispositivos cuasicarcelarios de encierro despojantes de toda dignidad y derecho a la salud. La desnudez aún no ha salido de esas zonas en que se enlaza con tristes sombras humanas.




-La incómoda vergüenza

Si el cuerpo cubierto bajo más o menos capas de ropas puede ser objeto de incomodidad e insatisfación... qué queda entonces para el cuerpo al descubierto?!

La vergüenza de ver exhibida una parte del cuerpo desnuda involuntariamente o el negarse a mostrarse parcialmente desnudo incluso delante de aquellos con quienes se comparte una fuerte intimidad en otros planos puede llegar incluso al extremo enfermizo de repudiar toda desnudez. En otro extremo se encuentran quienes se muestran dispuestos a ser flexibles y/o no demostrar ni un atisbo de vergüenza mostrando su propio cuerpo o aceptando la desnudez eventual ajena. Pero lo cierto es que más allá de los grados variables de aceptación de la desnudez propia y ajena lo que queda claro es que para “estar desnudo” hay que estarlo cómodamente. No hay medias tintas. En la desnudez no hay lugar para sentirse a medias. Nadie está “medio cómodo” desnudo. O se está bien. O no se está. O se siente uno a gusto en estado de pleno cuerpo, o no se siente a gusto.

Sucede que el cuerpo desnudo se muestra tal como es. Se exhibe. Se revela.
Es lo que es. Sede última, primera y primaria de sí mismo.
No hay vueltas. Ni acertijos. Ni disfraz.
Perdemos los espejismos al desnudo, puesto que en el latido se complican algunos tipos de embustes.
En lo desnudo el mito de sí mismo empieza a desvanecerse (y ahí entra aquella frase de Séneca “Si quieres formarte un juicio exacto sobre un hombre y saber cómo es verdaderamente, míralo desnudo”). El cuerpo muestra lo que es mostrándose.

La mirada del otro parece ser aquí el rotundo punto en que anida la indefensión.
Se encuentran los verdaderos problemas de la desnudez en la mirada del espectador de la misma? Es el interpretante del desnudo quien en última instancia arbitra lo aceptable de lo que no lo es?
La desnudez censurable y censurada sería en el fondo un problema con respecto al “modo de ver” del apreciador de la misma? El problema de la desnudez radicaría más en el otro como agente enjuiciador que en las inhibiciones que establece uno mismo para con el propio cuerpo desnudado?

El cuerpo en la desnudez casera, íntima, solitaria no está sometido al escrutinio juzgador del otro (y potencialmente reprochante, rechazante). Por esta razón nadie muere de vergüenza dándose un baño bajo la ducha ni cambiándose de ropa en las mañanas) porque el desnudo-de-sí-y-para-sí está exento de juicios cruelmente descalificantes: si lo no bello es parte del propio cuerpo no está en juego que alguien nos acepte o no cuando nos hallamos a solas con nuestra piel completamente descubierta.

La aceptación gozosa de sí (o su contrario, la des-aceptación sufrida de lo que se es bajo la sombra siniestra de quien se querría ser) resultan un factor clave para sentir mayor o menos confort ante la mirada ajena. Si las disarmonías físicas existen, éstas se tamizan por los caminos del asfixiante Ideal. Con menor o mayor capacidad negociadora consigo mismo uno puede aceptar lo que se es y se tiene (e incluso trazar tal vez algún plan realista para dar ciertos mejoramientos posibles -dieta, un poco de ejercicio físico, etc.) y esa afirmación benevolente hacia el cuerpo es una firme base para caminar desnudo ante la mirada de los otros con mayor seguridad y autoconfianza.

Si el otro es siempre una primera barrera para superar la vergüenza, uno mismo no lo es menos.

El cuerpo despojado de cubiertas protectivas experimenta una indefensión que puede hacernos encoger el alma queriendo huir bajo la primer tela que encontremos... o puede transmutar esa inexorable sensación desprotectiva en una experiencia de sincera libertad. Desnudarse es finalmente un pequeño acto libertario, cada vez. Y lo es sí o sólo si se puede afirmar desde esa autenticidad física una firmeza -que no es la de la caducidad de la carne justamente- sino la de la incaducidad del buen amor a sí mismo.

La desnudez que se encuentra atrapada en la idealización física nos puede hacer esconder, achicar, insignificar, vulnerar, hacernos sentir blanco de todo juicio.
La desnudez que traspasa la idealidad nos puede expandir la seguridad personal, y de alguna manera, elevarnos placenteramente. Se trata allí de apostar a la tranquilidad de aceptar esa vulnerabilidad de la realidad física a fin de superarla y andar por la vida como se debe ir: con la frente alta puesto que todos somos más o menos asintóticos respecto de la perfección... y aunque el tiempo a las carnes decaiga sin miramientos.




-De los pudores

En cuanto al pudor, creo que éste es natural en algún aspecto. Este emerge cuando el desnudo quiebra la barrera de lo privado -cuerpos que se exponen a otros cuerpos- pero sin embargo se preserva algo en lo íntimo de sí. Algo queda sin revelar ante la mirada del otro. Algo queda íntimamente protegido.

Los pudores son a su vez los límites internos que nos dictan hasta dónde, cuándo, cuánto y qué resolvemos mostrar. Y a quién.

Uno no muestra todo ni a todos. Ni todo el tiempo.
Arte combinado de la selección y la sugerencia. Con una pizca de histeria, aclaremos. La desnudez pudorosa llama a ser alcanzada (desde el mirar y/o el tocar) al tiempo que se retrae y se escabulle volviéndose inalcanzable. Dilemas de diván para las Doras...

Los pudores, cuerdas sutiles sin las cuales sería imposible comprender las diferentes desnudeces que nos permitimos y las que no. Porque no todas las desnudeces son iguales. Existen entre ellas similaridades -el cuerpo despojado de ropas- pero conviven en ella también grados y modos. Y en parte las sutilezas del pudor son las que delimitan esas diferentes desnudeces revelando a veces, semiescondiendo otras.

El pudor es selectivo: separa y distingue, privilegia y escoge. Pone criterio en los qués y quiénes.
La desnudez puede ser, en efecto, pudorosa. Definitivamente el desnudo no excluye el pudor.
Estar desnudo/a no es sinónimo necesario de perder toda forma. Por el contrario, el desnudo es siempre un desnudo cualitativo y cuantitativo.

Una mujer puede hacer nudismo en una playa y sin embargo permanecer con las piernas en posiciones tales que no expongan “abiertamente” su vulva a la mirada de los otros. Un hombre desnudo, solo en su casa y caminando con una lata de cerveza en la mano rumbo al sillón a mirar a su equipo de fútbol favorito no está lejos de rascarse los sacos testiculares o eliminar inelegantes flatulencias sin atender a ningún tipo de miramiento inhibitorio (para decirlo con palabras técnicas). En la total soledad los pudores de la desnudez pueden desvancerse a niveles menos que mínimos. Pero en contrapartida es altamente probable que ese mismo sujeto -rascador de cápsulas seminales que eructa gases de cerveza por la boca en la solitariez de su ermita gritando goles como si tratara de victorias de guerra- se cuide de esas u otras similares hiperexpresiones de total naturalidad fisiológica si se encuentra seduciendo en la primera noche de sexo a una deseable señorita. El pudor refina los modales algo rústicos de la desnudez total.

Insisto, el pudor traza una frontera cualitativa y cuantitativa al desnudo.
Por eso uno se desnuda una ante lo amado y jamás lo haría ante un enemigo. Y también por esto mismo existen formas de desnudo que muestran sin mostrarlo todo. Es el pudor un modo de preservar el misterio en lo desnudo? Sí. O no. Desde una visión romántica del desnudo lo es. Pero no creo que sea esa su real función en el desnudo. El pudor más bien refiere casi a un reflejo de conservar algo en el terreno de lo no visible, aunque por lo general esos “recortes” de cuerpo que se sustraen a la mirada del otro son las partes del cuerpo en que se intensifican las significaciones sexuales. Pudor y tabú sexual constituyen una combinación semiótica más que frecuente.

Como sea, la reserva de sí no queda eliminada completamente en todos los casos de desnudez, sino que muchas veces es finamente reubicada al preservar como íntimo e irrevelable algo de sí.




-Biología de la desnudez

Todos nacemos como mamíferos desnudos.
Desmond Morris nos llama, más gráficamente aún, “monos desnudos”.

Qué sucede entre ese estado primordial que da inicio a nuestra existencia con un desnudo total y la vergüenza al desnudo que suelen tener la mayoría de los adultos? Por qué varían nuestros “potenciales de vergüenza” de uno a otro, haciendo que existan personas más desinhibidas hacia la desnudez -como mi bisabuela en un contexto tan puritano- y otras que jamás se sienten totalmente confortables desnudas? Cómo juegan los estigmatizantes estándares de belleza en esa potencial censura que emite el juicio del otro ante lo desnudo? Si lo bello es más aceptable en su desnudez que lo no-bello... no estamos olvidando que la belleza es siempre un constructo histórico-social variable? O acaso existen patrones de belleza básicos estables que condicionan la aceptación de ciertas desnudeces en detrimento de otras desnudeces más “desagradables”?

Millones de años ha tomado a nuestro cableado evolutivo configurar nuestro cerebro y cuerpos en lo que hoy son. Los biólogos evolucionistas sostienen que la desnudez (entendida como la pérdida de nuestros monísimos pelos) fue lo que nos permitió una mejor y necesaria “refrigeración”. Perdimos nuestros pelos cubritivos a fin de ayudar a nuestro cuerpo a perder calor. Nuestros pasados homínidos pudieron entonces acceder a dietas más ricas en energía (obteniendo alimentos más diversos pues podía ahora sí caminar o correr por más tiempo para hallar estos manjares naturales diversificando su nutrición) lo cual influyó en el desarrollo del cerebrote propio de nuestra especie.

Otras cuestiones más de hilado fino fueron asociando a la desnudez con elementos evolutivos no menos importantes. Tomemos un hecho: por qué el desnudo de una mujer en edad reproductiva es infinitamente más aceptado por la mirada -de hombres y mujeres, indistintamente- que el desnudo de una mujer avejentada? No se trata sólo de lo que culturalmente se considera bello. Si la simetría, la tensión de la piel, la dentadura sana, el brillo del cabello, la turgencia de los senos y otra cantidad de marcadores de salud genética indican que una determinada hembra humana es más reproducible como especímen que otro (“buena” genéticamente hablando quiere decir “con altas chances de ser apropiada unidad reproductora”) no estaremos aceptando “mejor” la desnudez de estos ejemplares femeninos por contraste con las que ya han perdido el brillo reproductivo?

Stendhal decía que la belleza nos atrae porque es promesa de felicidad. Habría que agregar que, evolutivamente, la belleza es sinónimo de éxito reproductivo. Lo bello, para la memoria inteligente de nuestros ultrainconcientes genes, es asociado con lo saludable, puesto que lo sano es requisito para la carrera reproductiva ciega que busca ganar nuestro ADN. Así, un cuerpo al que juzguemos bello es un cuerpo al que consideraremos aún más atractivo desnudo porque esa desnudez gatilla de alguna forma nuestra impulsión evolutiva a copular con aquello que creemos nos garantizará la existencia de nuestra futura progenie. Poco importa que ese impulso dure sólo una one night stand! Nuestro arcaico andamiaje evolutivo siempre preferirá, en todos los casos que pueda elegir, aparearse con un cuerpo desnudo al que considere bello (=reproductivo) aunque el asunto no pase de un furor sexual de unas horas o un par de días.

Por suerte también vivimos un poco por fuera de los dictados de la evolución. La cultura y sus imagos arbitrarias, nuestra díscola neurosis, y las arbitrariedades del no menos errático e inexplicable deseo hacen que también contemplemos con deseo entusiasta los cuerpos que ya van escapando a la temporalidad breve de la juventud. Deseamos contemplar la desnudez de lo que nos atrae. Y lo que atrae no sólo es extremadamente diverso sino muchas veces ajeno a los dictados reproductivistas.

El desnudo más apreciado es, finalmente, el desnudo que más deseamos. O aquel al que más le hemos dedicado los fervores de nuestra fantasía e imaginación eróticas.




-Desnudez de la vida, desnudez en la muerte

El cuerpo humano viviente posee al menos dos instancias profundamente significativas que incluyen la rotunda belleza de lo desnudo: sin ir más lejos se nace en ese estado. Y significativamente también, hacemos el amor desnudos.

El cuerpo del recién nacido es visto desde una suerte de “inocencia desnuda”.
Mientras que los cuerpos desnudos de los amantes han sido sublimemente aceptados por la moral reproductiva como símbolo del amor que tal vez prometa procrearse.

Nacer y amar son parte de las prácticas de la luminosa desnudez. Desnudez aceptada, legitimada de algún modo, des-escandalizada. La naturaleza de nuestra “misión reproductiva” sucede al desnudo y su producto -el pequeño cachorrito humano- llega completamente desnudo también.

Pero no menos cierto es que morimos desnudos.
Círculos vitales.

Siempre me ha impresionado que en hospitales, clínicas, cementerios, crematorios, o mesas forenses aparezca la desnudez en su rictus final: son los cuerpos atravesados por la muerte. La muerte desnuda. Y nos devuelve a la nada desnudos. La mortaja no es sino el último intento de la nurtura de desmentir que somos pura natura que viene de la nada y es destinada otra vez a lo inerte. Y esto es también una verdad desnuda que no nos gusta ver. Incómoda desnudez de lo que también es como es.




-Verdades desnudas

Verdades desnudas. Un arrojarse sin reservas
Tiempo en que la palabra se despoja de ropajes convenientes y suelta la lengua en dirección veritativa.
A poca gente le gusta la verdad desnuda.
Por lo general, y a pesar de que hipócritamente muchos digan lo contrario de la boca para afuera, se prefiere el disfraz que cubra la sinceridad a la desnudez que pone sobre la mesa las cosas por su nombre.
El punto que complejiza a la verdad como desnudez es que ahí mismo se deja al descubierto un enunciado y al enunciador. Ambos desnudos, realimentándose. El que desnuda una verdad se desnuda a sí mismo en ella. Con el consiguiente efecto de poder ser no aceptado, censurado o rechazado. Al igual que lo que sucedía con el cuerpo desnudo ante la mirada del otro, la verdad que se dice sin mediaciones también es sometida al órgano sensible juzgador del otro. Si el cuerpo desnudo mostraba al ojo del otro una realidad que podía ser tanto amada-aceptada como repudiada-apartada, el cuerpo de la palabra auténtica expone análogamente al oído del otro una verdad que podrá ser tomada-afirmada tanto como desmentida-rechazada.

La verdad discursiva no se encuentra tan lejos como pensamos de la lógica de los cuerpos.
Una verdad desnuda bien puede mostrar lo imperfecto de una realidad. Por esta razón la verdad -aunque le pese a Platón- no es sinónimo de ideales formas bellas, sino de reales configuraciones imperfectas. Y hay que tener gran capacidad para mostrar con coraje la desnudez de lo que se piensa para enunciar algunas realidades no tan bellas.




La desnudez, ese gesto vital

Cuando alguien se desnuda lo que se desnuda es siempre una rotunda singularidad: pliegues originales, curvas propias, llanos serenamente propios, vellos inimitables, formas únicas.
Un ser desnudo es un signo complejo que habla, nos dice, se comunica a través de su manifestación radical. El desnudarse es ese gesto en que se resume corporalmente la voluntad de manifestación de un ser irrepetible.

La desnudez es el abrazo de cada sí mismo con su “tal cual soy”. Lo que se es es dado al tacto, ofrecido al ver, potencialmente dado al tocar.
Y el deseo de ver desnudo al otro también toma la misma raíz: deseamos desnudo a quien nos atrae “tal cual es”.

La química subterránea de la desnudez de-a-dos reposa en la belleza de la aceptación que afirma al otro o a sí mismo en lo que es. El que se acepta a sí mismo desnudo, o quien acepta al otro en su ofrenda de desnudez no espera modificaciones alterantes que “perfeccionen las formas”. Toma ese todo en su móvil y prometiente aquíyahora. Y esa aceptación es lo que da forma a la perfección de la desnudez, no el desnudo en sí mismo. Lo perfecto no es el desnudo sino la ebullición de potencialidades que promete ese advenimiento de un cuerpo real sincerado ante los ojos de uno. Y si el desnudo es ante sí mismo, desnudarse es de algún modo dejarse colmar con el contacto total con la vida en su vastedad.

Cuando alguien se desnuda lo que desnuda allí es una particular organización de formas físicas, tonalidades, texturas, recorridos visuales. Desnudarse es moverse hacia una vitalidad que se muestra para sí, o hacia otro a través de una expresividad física que no omite casi nada. Las marcas del cuerpo que se desocultan el desnudarse relatan rastros biográficos: una cicatriz, los vestigios suturados de un herida, los recuerdos de alguna caída infanto-juvenil inolvidable, e incluso alguna mal-forma o “cosa inestética” que las ropas siempre tapan y tornan indescubrible a los ojos sociales pero se tornan mostrables en determinados contextos electivos. Porque la buena desnudez es siempre la que se elige.

Estar desnudo refiere a la propia corporalidad como manifestación plena y radical de sí.
Estar desnudo es conjugarse en un tiempo de propio placer con el cuerpo que coincide con el despojamiento de ropas pero a la vez lo excede.
Estarse desnudo es habitar la comodidad de andar tan sólo en piel. Mera piel. Plena piel consigo mismo, o ante otro ser.

Y por supuesto, he escrito todo lo anterior desnuda.
Cuestión de coherencia.







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