Otra vida, no otro mundo
Tomás Abraham
En su último curso, El coraje de la verdad, catorce años después del
primero, Foucault le encontrará un compañero de ruta al expulsado
sofista: el cínico. No serán la "mántica" del profeta, ni el retiro
silencioso del sabio, ni la tékné del educador especializado, las
figuras conceptuales de quien camine por el mismo sendero en este
periplo final, sino la actitud del desprestigiado cínico. Lo llama
"parresiastés", porque la parresía se define por el hablar directo, sin
ornamentos, y se produce en una situación en la que quien habla lo hace
ante un hombre con poder e investidura que pone en peligro su misma
vida. El cínico es el irreverente, el insolente, aquel que le dice a
Alejandro que sólo le reconoce el valor de ser opaco, por taparle el
sol. El cínico no es el que no cree en nada sino el único que cree. Pero
cree en la nada, cree que la vida hay que inventarla desde la nada y no
desde un saber, ni desde un idolatrar, ni desde un poder. El poder de
la nada, el del rey loco, el Ubú sempiterno que muestra con su risotada
la impostura del monarca solemne legitimado por el relato oficial.
El cinismo es la irrupción de lo
elemental, del pensamiento crudo, de la palabra gesto. Es aquel que
hace de la filosofía un modo de vida, la del caracol, no la de la
lechuza que ve de noche cuando todos duermen, sino la del que se
arrastra por la tierra con su casa a cuestas.
La existencia misma como
problema, el llamado arte de vivir, no es una estética de salón, sino un
modo de relacionarse con el prójimo. No es el acto masturbatorio de un
Diógenes exhibicionista en la plaza pública, sino el del filósofo que
interpela a sus semejantes, aquel que pone en tela de juicio sus
pretensiones de saber, quien cuestiona las credenciales del poder.
¿Nihilista? No hay por qué
espantarse ante esta palabra dostoievskiana. No se trata de terroristas
románticos. No brota de la decadencia de Occidente ni de que el Padre ya
no manda en la mesa familiar. Dice Foucault que la inquietud que
provoca el nihilismo, como el escepticismo moderno y el cinismo, no es
la de que si Dios no existiera todo estaría permitido, sino la de una
ética de la verdad. ¿Cuál es la vida que se necesita una vez que la
verdad no es necesaria? Si debemos enfrentarnos al “nada es verdadero”,
¿cómo vivir?
Foucault agrega que lo que el
cinismo muestra es que para vivir con autenticidad no hace falta mucha
verdad, y que cuando nos preocupamos verdaderamente por la verdad, pocas
lecciones de vida son necesarias.
En forma paralela a una historia
de la filosofía que tiene preocupaciones metafísicas y epistémicas, hay
otra que se ocupa de la vida filosófica, de la constitución ética de sí
mismo. Otra vida y no otro mundo.
Foucault no nos dejó todo lo que
podía decir al respecto del tema de la existencia ya no desde la
condición humana como lo habían hecho Kierkegaard, Camus y Sartre, sino
desde las tecnologías del yo elaboradas por culturas históricas. Los
puntos suspensivos son las huellas de la vida que se va, y el silencio
que la muerte produce, esta vez, no está vacío de palabras. Nos dejó los
cursos, los artículos y las entrevistas, los seminarios y las
relecturas que podemos hacer de sus textos ya clásicos.
En una entrevista en la
Universidad de Lovaina en el año 1982, Michel Foucault decía que cuando
terminara su historia de la sexualidad, que se había iniciado en la
modernidad y que para sorpresa suya lo conducía al mundo griego, le
gustaría escribir sobre la guerra. Una genealogía que diera cuenta de la
razón por la que una nación les exige a los hombres que mueran por
ella.
Esa preocupación, por si a alguien le interesa, ahora puede ser nuestra…
Tomás Abraham
Fragmento de "
La parábola de Michel Foucault"
Publicado originalmente en La Nación - 14/10/2011
http://www.lanacion.com.ar/1414402-la-parabola-de-michel-foucault
Imagen:
Henry Matisse
L´escargot
1952/53
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