La precoz insurrección de Alexandra David-Néel
(Especialmente dedicado a mi hermosa vikinga, Malena Cebrelli)
“La obediencia es la muerte.
Cada instante en que el hombre se somete a una voluntad extraña
es un instante arrancado a su propia vida.”
Alexandra David-Néel
Las semillas de la filosofía anarco-individualista sólo pudieron germinar como tales en el suelo fértil del
cuestionamiento a la autoridad. La aspiración y la realización de formas de
vida alternativas respecto de las que estrechamente ofrecía el orden social vigente a las
mujeres, fueron una fuente de inspiración para muchas pensadoras de fines del siglo
XIX. Alexandra David-Néel fue una de ellas. No una más, sino una que abandonó
la comodidad que imponían las discusiones de salón y subvirtió los asfixiantes
parámetros de definición de “lo femenino” lanzándose a travesías en las
montañas del Tibet sobreviviendo en una cueva a 4000 metros de altura.
Literalmente, Alexandra abandonó las seguridades y armazones de prejuicios que ceñían desde la infancia el
derrotero de expectativas que se proyectaba imperativamente sobre las
mujeres de su tiempo.
Sus ideas y sus cuestionamientos, sus escritos y sus
reflexiones son indiscernibles de los avatares de su existencia. Las osadas
acciones emprendidas como curiosa viajera constituyeron el magma de lo que
volcaría posteriorrmente en su obras. La atmósfera tácitamente libertaria (en
el sentido más simple y auténtico que nos evoca este preciado adjetivo) que
envuelve su estilo de vida es la misma que direccionará su pluma crítica.
Estrictamente hablando, los textos de “revuelta” de Alexandra David-Néel han
dejado su mayor impronta en la crítica de la autoridad, a toda autoridad, todo
Amo, todo gesto que exija reverencia arbitraria y violente la soberanía indiscutible del individuo. Este deseo de tornarse libre
de coacciones externas es un punto en común que encontraremos en muchas de las
primeras anarquistas desobedientes del siglo XIX y XX. Siendo Alexandra -seudónimo de Louise
Eugénie Alexandrine Marie David- una de ellas, deberíamos ubicarla como una
figura femenina insoslayable a la hora de analizar los antecedentes de lo que
luego serán las corrientes del individualismo feminista, y del universo
genealógico disperso y fragmentario en el que abrevarán las futuras
libertarias. Rémy Ricardeu efectúa esta pertinente puntualización respecto de
esto último: "Sucede con Alexandra David-Néel lo que a menudo acontece a
aquellos autores cuya obra es rica y múltiple: no son conocidos ni leídos más
que a través del estrecho y reductor prisma de la especialización, en la cual
por facilidad, o por necedad, demasiadas veces se lo encierra".
Nació un 24 de octubre de 1868 en Saint-Mandé. Creció
como hija única en un prolijo ambiente familiar en el cual su madre -una mujer
católica tradicional- y su padre poco parecían comprender hasta que punto esa
niña anhelaba vivir un mundo de reales aventuras. Mucho más tarde, refiriéndose
a su infancia y el tedio desesperante que le producía tener que matar el tiempo
con distracciones ociosas a las que detestaba con toda su alma, se referiría a
las rutinas infanto-puberales como “el sinsentido de esa masacre”. ¿Era Alexandra una niña exagerada que
amplificaba dramáticamente el benéfico semiencierro en un prolijo hogar
aumentando quejosamente las sensaciones “normales” que se suelen vivenciar bajo
la forma de aburrimiento infantil? No. Para la pequeña Alexandra la casa era un
suplicio per ser.
Las paredes la agobiaban. Las cercas le generaban deseos de transpaso. Los
cubículos hogareños le resultaban una jaula autoritaria. Y no porque
particulamente sus padres hayan sido celosos cancerberos de los límites
estrictos, sino porque simplemente todo en su naturaleza tendía al
des-encierro. A los dos años había pasado la verja de la casa y el jardín,
saliendo peligrosamente a la calle por sí misma. A los cinco años, huye con
idéntico método hacia el bosque de Vincennes, en las afueras de París. En esta
última ocasión la terminan encontrando de noche con ayuda de la policía local.
¿La reacción de la niña? No sólo no manifestaba ningún signo de miedo, sino todo lo contrario: estaba
furiosa porque la habían hallado. Y se juró a sí misma volver a intentarlo otra
vez. Escribe sobre aquellos tiempos de infancia y adolescencia en que su
libertad de “diminuta águila obsesionada con volar” se veía restringida por los
cuidados paternos:
"A veces lloraba lágrimas
amargas, con el profundo sentimiento de que la vida se me escapaba de las manos,
que los días de mi juventud se esfumaban, vacíos, sin interés, sin alegría.
Entendía que estaba desperdiciando un tiempo que nunca recuperaría, que estaban
pasando de largo horas y horas que podían haber sido hermosas. Mis padres -como
la mayoría de los padres que han criado, si no una gran águila, al menos una
diminuta águila obsesionada con volar a través del espacio- no podían
comprender esto y, aunque no eran peores que otros, lo cierto es que llegaron a
hacerme más daño que el más incansable de los enemigos"
Un dato curioso y relevante para su futuro se
desprende de esos mismos años: fue en el contexto de la casa familiar paterna
que Alexandra conoce a Élisée Reclus, un geógrafo francés anarquista que
marcaría su primer contacto real con esta corriente de ideas. Por otra parte,
sus lecturas formativas autodidactas de aquellos tiempos fueron influenciadas
por las ideas del filósofo alemán Max Stirner y su pasión por los antiguos
estoicos. Evidentemente estas lecturas
terminarían de dar vuelo a su imaginación y ofrecieron a la vez
fundamentos a su carácter rebelde. En la biografía que de ella traza Ruth
Middleton, esta misma voluntad vital autónoma e insurrecta de Alexandra
reaparecen como una rasgo de su personalidad que terminará de imponerse en la
adolescencia con su primer fuga viajando a recorrer Europa: "A los 15 años
Alexandra se separa de la familia y, del hogar... un buen día Alexandra no se
presentó a desayunar. La doncella enviada a llamarla, regresó con este breve
comentario: "la señorita se ha marchado". ¿Pero cómo? ¿Y adónde?
Había montado en su bicicleta y partido hacia el sur. Regresó de recorrer
Francia de norte a sur y explorar parte de España. Cuando llegó a casa, por su
cuenta, no dio muchas explicaciones sobre lo ocurrido en el intervalo. Se había
marchado. Punto. No resultaba nada fácil castigar a aquella niña ¿de qué podían
privarla? Tenía gustos austeros, su estilo de vida se inspiraba en los
estoicos. Comía poco y no le interesaban las diversiones propias de las jóvenes
de su edad. Y en cuanto a caprichos como trajes y joyas, más bien tenían que
imponérselos. Sus padres se limitaron a encogerse de hombros, resignados,
actitud que adoptarían a partir de entonces." A los 17 volvería a partir,
con su querido manual de Epicteto como parte de su reducido equipaje, cruzando a
Suiza. Llega a los lagos italianos... y debe volver por falta de dinero. Un año
más tarde persevera en su vocación de trotamundos: se iría a España en bicicleta. A los 21 años resuelve instalarse sola
en París.
Ya en Francia comienza a estudiar con mayor atención
las filosofías orientales y a la vez despunta definitivamente su inclinación
anarquista. En ese tiempo escribe un tratado sobre anarquismo cuya publicación
termina financiando con su propio escaso dinero en una autoedición para la que contará con la ayuda de su compañero de entonces, el músico Jean Haustont. Aquel ensayo no
había querido ser publicado por ninguna editorial debido al subido tono con que
Alexandra atacaba sin titubeos los abusos del Estado, la autoridad arbitraria
del ejército, la doble moral de la Iglesia. Obviamente el libro no fue un éxito
masivo ni mucho menos, pero sin embargo a través de éste, se ganó el interés de
los círculos anarquistas que celebraron su pluma vigorosa y frontal.
Contra la autoridad, contra la guerra, contra los
dioses, esas eran sus batallas y fueron los postulados básicos de sus golpes al
status quo.
Afirmando su pasión por la libertad, su respeto rotundo por el individuo y su
derecho a rechazar legítimamente
cualquier credo/idea/exigencia que tienda a imponerle la obligación y/o el
sacrificio como metas que contrarían el valor de la existencia personal, nos
dice así:
El ser humano no necesita buscar su
meta fuera de él ni colocarla en nada exterior, ya sean hombres o ideas. No se
trata de reemplazar una obligación por otra obligación, sino de dejar que cada
individuo ocupe en el universo el lugar que le corresponde y dé vía libre a la
actividad propia de los elementos que lo componen. Dado que la existencia individual
es la única razón conocida, la única finalidad del hombre, éste debe preservarla
y defenderla contra todo y contra todos, sin permitir jamás que se le imponga el
sacrificio de la menor parte de esta vida, única cosa que le pertenece de verdad.
Quienquiera que dificulte la vida de un hombre impidiéndole vivir plenamente con
todas sus facultades y todas sus necesidades atenta contra su existencia, pues si
bien no la suprime de golpe con la muerte, al menos la limita al quitarle todos
los instantes durante los cuales el individuo cede a las imposiciones y actúa o
se abstiene de actuar contrariando su propio impulso; en una palabra, deja de vivir
su vida para convertirse en un instrumento en manos de otro. Si comprende que para
él su existencia personal es la única razón de ser, la finalidad última y la única
meta que debe perseguir, el hombre consciente la defenderá contra cualquier obstáculo,
ya sean hombres o cosas que intenten atacarla, y empleará para ello todos los medios
en su poder, pues se sentirá fuerte en el derecho que le da el ejemplo de la naturaleza
y las aspiraciones de todo su ser que se esfuerza sin interrupciones para alcanzar
la vida.
Mientras practicaba canto y estudiaba música,
Alexandra se acercó también en esos días de joven adulta al feminismo. Pero se
apartó de aquellas "amables aves de precioso plumaje" que eran a su juicio las damas de
la alta sociedad pues consideraba que no veían como un horizonte de
transformación imprescindible la emancipación económica de todas las mujeres
(un asunto que para Alexandra debía encabezar cualquier agenda feminista que se
preciara como tal).
Durante una estancia en Tunez conoce a quien sería su
esposo, Philippe Née. Permaneció casada apenas unos 7 años con él, pero
claramente su espíritu no estaba moldeado para los menesteres del matrimonio o
la familia. La casa y las obligaciones rutinarias como esposa la enfermaban, y
no en sentido metafórico: migrañas, "neurastenia", angustia, crisis de nervios. Las cuatro
paredes de un hogar le resultaban un estrangulamiento a sus instintos. Escribe
por aquella época:
Sólo me quedan dos opciones: marcharme o marchitarme.
Resolvió recuperarse a sí misma. No cabía la opción
del marchitamiento en una fibra vitalista como la de Alexandra. Se marchó a
recontactarse con el placer de ser una viajera solitaria. El aire libre y la
experimentación eran su mayor anhelo, y trás ellos fue. Viajó por India, China,
Tibet. En medio de esta existencia de nómade curiosa e insurrecta, y atraída ya
definitivamente por las prácticas budistas, se volcó al misticismo oriental. A
los 52 años le escribe a Philippe (con quien mantendrá, más allá del divorcio,
una relación de amistad hasta la muerte de éste) estas palabras en una carta desde la India
donde el tono de sereno estoicismo griego parece haberse instalado
definitivamente en su modo de apreciar el ciclo indefectible de la vida y la
muerte:
"Sólo siento indiferencia ante lo
que pueda ocurrir, ya sean dificultades, sufrimiento, vida y muerte. En
realidad, caemos en la inquietud y el temor porque nos importa demasiado
nuestra vida y nuestro confort. La sabiduría consiste, pues, en no permitir que
me invada la agitación. Si el final está cerca, no tiene la menor
importancia".
Incansable exploradora, cantante de ópera, pianista,
fotógrafa antropológica, periodista, escritora... Alexandra fue muchas en una.
Nos dejó, entre otros testimonios, un maravilloso texto llamado "Elogio a la vida". Y es que, de hecho, ella escogió
tener la vida intensa que había anhelado desde pequeña, siguió su sueño
infantil de aventuras dándole forma a través de viajes y raras aventuras
místicas través de territorios áridos poco aptos para una mujer de su tiempo.
Murió a los 101 años, un 8 de septiembre de 1969 en
Digne-les-Bains, en la Provenza francesa. Con la mochila a la espera en un
rincón de su sencilla casa, el siguiente detalle nos revela la fuerza de
aventurera que aún conservaba intacta pese al paso de los años: unos días antes
de su muerte había renovado su pasaporte "por las dudas", dijo. Seguía celebrando la vida hasta el final.
Su obra sobreviviría mucho más tarde como inspiración
para poetas de la generación beat como Allen Ginsberg y Jack Kerouak. Sus pensares sobre los lamas y la cultura tibetana fueron clave en el desarrollo de las ideas filosóficas orientalistas del
británico Alan Watts. Su cuestionamiento a la autoridad, su defensa del individuo y sus estudios sobre la
génesis del poder arbitrario que aquélla impone bajo la forma de ideas reverenciables o dogmas colectivos son descubiertos y valorados hasta
hoy entre los anarquistas del siglo XXI. Pero es sobre todo su espíritu de eterna
aprendiz, su coraje irreverente de los mandatos, su temple de mujer capaz de
alcanzar sus anhelos a fuerza de travesías inciertas por las geografías de la
existencia lo que constituye, sin dudas, su mayor legado.
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