Antibiografía
La relevancia invisible de lo no-vivido
Gabi Romano
(dedicado a la memoria de Roberto Cebrelli)
“Una vida no examinada
no vale la pena ser vivida”
Sócrates
Cuando hacemos el balance de la existencia de un
individuo, diríamos que “bio-grafiamos”. Biografiar implica hilvanar devenires
significativos en torno a los que esa vida fue singularmente vivida, puntuando
dos claros momentos dentro de los cuales esa historia quedó contenida: su
nacimiento y su muerte. En medio ubicamos los eventos determinantes que dieron
sentido a ese existir: dónde habitó este mundo, qué acciones marcaron sus días,
con quienes estableció relaciones estables (o inestables), a quienes conoció y
quienes lo conocieron. Tratamos de rememorar en una apretada síntesis en qué
empleó esta temporal estancia terrena: trabajo, estudios, hábitos, mudanzas,
enfermedades, viajes, amores.
Pero esta grafía vital sólo constituye la parte
visible de la narrativa existencial, lo que hemos podido ver, lo que nos
resulta alcanzable como información fáctica sobre ese individuo. En el revés de
la colorida imagen que nos obsequia la biografía hay algo más, un resto: la
“antibiografia”.
Antibiografíate a tí mismo
Una “antibiografía” no es lo no revelado de una vida.
No se trata de los secretos que no saldrán a la luz, ni la trama de
semiverdades con que se suele revestir la imagen social conveniente de algunos
personajes. No es lo oculto ni lo inaccesible. Tampoco es la histora de
nuestras fallas o fracasos. No es un nido interior donde alimentar el
resentimiento. Nada de eso.
La “antibiografía” es lo que se configura a
partir de todo lo que en una vida no fue vivido, y sin embargo a pesar de esto
mismo, ha determinado de manera estructural quién se ha sido y quién finalmente
se termina siendo.
Deseos no realizados, pero intensamente
anhelados.
Fuertes desencuentros con sueños que alguna fueron
activamente acariciados.
Fantasías que rompieron la muralla de la
ensoñación, pero cuya fuerza en lo real no alcanzó a realizarse.
Trayectos que, por su importancia, pudimos haber
tomado y habrían puesto nuestro destino en un camino muy diferente al que
finalmente hemos transitado.
La antibiografía establece una relación, respecto de
la biografía, análoga a la que relaciona la sombra con la luz.
Por momentos la antibiografía se presenta como un
ensombrecimiento, un chiaroscuro en la boscosidad de decisiones y acciones concretas
que fuimos tomando hasta dar una “forma” a nuestra vida.
Vamos,
apolíneamente, dando forma al vivir bajo la exigencia de optar por esto o por
aquello, de negociar aquello por esto otro, de dejar en suspenso lo otro para
concretar esto. ¿Qué sucede con todo ese material “residual” que queda
suspendido en el aire cuando resolvemos dilemáticamente muchos de nuestros
asuntos? Pues dependiendo de cuán significativo sea el asunto sobre el que
hemos tomado esa decisión, lo que hemos dejado a un lado va arquitecturizando
una contrafigura informe cuyos elementos “hablan”, “dicen” acerca de quién
podríamos haber sido de haber escogido esa alternativa que ahora semiolvidamos
en el cono de sombra de lo no-vivido. Esa informidad dionisíaca, desordenadora
e inquietante, pone en jaque las zonas de comfort y mueve problemáticamente las
celdillas organizadas del minimundo cuadriculado dentro de cuyo perímetro
intentamos contener la mareas inestables del vivir.
Claridades, sombras y trasluces
Nietzsche intitula la segunda parte de su ensayo
“Humano, demasiado humano” como “El viajero y su sombra”, aludiendo así que somos seres que nos movemos dentro de un constante diálogo tácito
entre lo que tenemos de lumínico y de umbríos.
Probablemente nadie sea del todo su biografía como
nadie es del todo su antibiografía. Tal vez seamos algo en medio, una bisagra,
algo “entre” lo explicitado y esa madeja inconfesa de residuos deseantes que se translucen de tanto en tanto... a pesar nuestro. No
pertenecemos ni al país de lo realizado ni a la franja periférica de lo que
no-hemos-vivido. En ese sentido podría decirse que somos un poco anarquistas al
no reconocernos definitivamente ciudadanos plenos del territorio de las
realizaciones ni del antiterritorio de lo no-realizado, no formamos parte del
dominio de lo hecho como tampoco quedamos completamente a expensas esas
penumbras tan nuestras sobre las que mora lo no-hecho .
Cuando, eventualmente, algo abre esa zona claroscura
de la existencia y nos deja desnudos con los ojos fijos ante esos riesgos que no corrimos o frente
a las puertas que resolvimos no abrir, nos desorientamos, conmovidos. En esos instantes, el
ensombrecimiento de lo que no-hemos-sido nos recuerda que los hechos (lo que se
ve) están también formateados por lo que lo contrafáctico (lo que no se ve).
Nos sentimos entonces como verdaderos parias existenciales: autoexiliados de la
realización de ciertos deseos parecemos inmigrantes indocumentados intentando
sobrevivir dentro de nuestra propia muralla inmovilizante. Lógicamente, la sensación no es en absoluto cómoda. Por esta razón cerramos cuanto más rápido podamos esos portales
indiscretos que nos recuerdan lo que pudimos haber sido, haber hecho, haber
decidido, haber vivido.
Aprendemos así a habitar un “enmedio”, en algún lugar
impreciso entre lo vivido y lo que no.
Sensibilidad en negativo
Esa invisibilidad que irrumpe la contabilidad
positiva del “haber” interrogándonos desde el “debe” que reclaman deseos
olvidados, sueños postergados, travesías renunciadas, resulta trascendente para
entender quienes somos. Lo que no-ha-sido-posible configura con lo que sí-fue-posible la historia completa de nuestra vida. No hay autenticidad posible sin
el revés de la fotografía. No hay revelado sin negativo de
la imagen, ni hay revelación de sí sin capacidad de sensibilizarnos con el revés de la película.
A veces esas residualidades deseantes nos persiguen
como fantasmas, tortuosamente, como si se tratara de un castigo por haber
decidido erróneamente (no es inhabitual observar que este mecanismo autopunitivo decante en una trágica enfermedad con un desenlace fatal). Otras veces, esos sueños enterrados por opciones más
convenientes, resucitan del país de las sepulturas y nos marcan paradójicamente
un camino que retomar para hacernos renacer ciertos anhelos que dábamos por
muertos. En otros casos, los cabos sueltos de potencias irrealizadas nos hacen rememorar aquello que alguna vez quedó arrasado por
cotidianeidades, necesidades, corduras, coyunturas que de alguna forma
obligaron a esas “potencias” a menguar hasta disolverse en la correntada del
devenir.
¿Qué ha de hacerse con esta brasa quemante? Podemos sentir el revés de la foto como amenazante.
Pero también podemos tomarlo como oportunidad para recordarnos, cordialmente, que lo que somos es parte de lo que
fuimos tanto como de lo que resolvimos no ser o dejar de ser. Podemos combatir
a esa extraña tiniebla como si se tratara de una externalidad que viene a
desajustar las clavijas de nuestras temporales armonías, y hasta morir en la batalla, claro, con las botas puestas. O podemos desbeligerar el asunto y abrazarnos a nuestra
sombra comprendiendo que ella forma parte indiscernible de quien vamos siendo.
La “antibiografía” puede contener, desde ya, algunas
esquirlas de antiguos sacrificios. Pero esta dimensión dolorosa que surge de haber hecho
a un lado algunas cosas en pos de otras, no debería llegar a convertirse en
resentimiento si es que se supone que optamos por lo que nos resultaba más
sensato, más sano, más apropiado, más adecuado. Lo que sucede es que aún
habiendo evaluado racional y emocionalmente una decisión (y haber escogido así
lo mejor para nosotros mismos en ese contexto y circunstancia particular) esto
no quiere decir que no hayamos tenido que hacer a un lado algo que asimismo nos
resultaba también altamente preferible. No siempre aquello por lo que optamos se
hallaba nítidamente entre lo que estaba “bien” y lo que estaba “mal”. La mayor
parte de las veces nuestras alternativas no son tan contrastantes y debemos
elegir entre preferencias diferenciadas por algunos grados o matices, lo cual
torna la decisión más difícil aún.
Un cuidadoso (y examinado) Mandala
En suma, aquello que no experimentamos, lo que hemos
resuelto no hacer, los caminos que decidimos no tomar, las elecciones a partir
de las cuales dejamos a un lado capítulos que jamás escribimos en nuestra vida,
son parte insoslayable de quien somos.
No es posible concebir el trazo fuerte
de una vida vivida sin su correspondiente dibujo invisible donde se configuran
las imágenes difuminadas de nuestra vida no vivida.
Los budistas tibetanos realizan puntillosos y detallistas diseños llamados "Mandalas de Arena", empleando para tal fin granos coloreados con los que cuidadosamente van dando forma a bellas geometrías complejas, únicas, cada vez. Trabajosamente los Mandalas insumen días y semanas hasta terminarse. Cuando el diseño toma la forma final que se procuraba alcanzar, se lo contempla, y a continuación.... se lo barre. Sí, desaparece. O mejor dicho, se lo des-hace voluntariamente para tener presente que somos seres transitorios, sujetos a la impermanencia. El "Mandala de Arena" requiere de una gran habilidad constructiva, capacidad de examinación, precisión, sentido de la forma, etc. Pero el Mandala mismo es impensable sin esa contraparte que es la no-forma a la que vuelve todo una vez que la arena es barrida del piso. Desapegados de la forma los granitos multicolores transitan circularmente hacia una nueva forma, y desde ella nuevamente a la no-forma y así sucesivamente.
A la hora de los balances, parciales o finales,
cuenta tanto la manera en que procedimos al administrar la arena de lo vivido
como el modo en que la tinta invisible de nuestras páginas en blanco se derramó
en cada capítulo decisorio de nuestro efímero existir.
El producto que precipita de todo ello es una intersección compleja de lo biografiable y lo antibiografiado, de la forma y de lo in-forme, de aquellos a los que nos apegamos y aquellos de quienes supimos/tuvimos que desapegarnos, de las geometrías coloridas y cierta vacuidad sin la cual los círculos no cerrarían en el esquema más amplio de los ciclos.
El producto que precipita de todo ello es una intersección compleja de lo biografiable y lo antibiografiado, de la forma y de lo in-forme, de aquellos a los que nos apegamos y aquellos de quienes supimos/tuvimos que desapegarnos, de las geometrías coloridas y cierta vacuidad sin la cual los círculos no cerrarían en el esquema más amplio de los ciclos.
Somos un "Mandala de Arena", laboriosamente examinable en su totalidad con una mirada sensible que sin dejar de ser compasiva no cae en autocomplacencias. En esa resultante auténtica e integral en la que mezclamos al
viajero y su sombra nos volvemos tan indiscernibles de nuestros anhelos
realizados como amistados con aquellas potencias que quedaron pendientes. Y esto último parece ser uno de los mayores secretos de la serena aceptación de sí mismo, de la altura apacible desde la que contemplamos nuestras vivencias, y de la templanza con que nos despedimos de esta estancia temporal cuando nos sabemos cercanos a nuestro final.
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