jueves, 29 de noviembre de 2007

Sobre una posible ética aristocrática

Bueno, ya había anunciado el asunto nada simple de resemantizar la noción de aristocracia a fin de ponerla al servicio del proyecto que llamaríamos "la construcción de sí". Pero resemantizar, implica una actitud inicial eminentemente deconstructiva, un vaciar la palabra aristocracia misma de sus sentidos viciados, de sus retorceduras ideológicas, amputarle sus referencias ajadas a fin de desterrar el baño de resentimiento que acompaña a la resonancia de sentidos que se asocia a tal expresión. Aristocracia no es “la realeza”, ese decadente parásito que aún larva en diversos estadíos en diversos rincones del planeta. Tampoco es aristocracia entendida como la entiende el catecismo marxista, o sea, como parte de la “clase dominante”. Mucho menos es sinónimo de tirano.

Aristocracia, sí o sólo sí es tomada en el antiquísimo sentido homérico que se da a esa palabra dentro del Canto VI de La Ilíada:


αἰὲν ριστεειν κα περοχον μμεναι λλων

“Siempre ser mejor y superior a los demás.” Esta expresión es puesta en boca de Hipóloco, padre de Glauco, el aliado lisio de los troyanos. Idéntica frase puede hallarse nuevamente en el canto XI. En esa ocasión será Peleo quien dirigirá dichas palabras al héroe Aquiles. Por lo que desde aquí mismo trazaría ya una línea imprecisa pero genealogizable de la noción de aristocracia como expresión que convoca a la excelencia noble a la que debe aspirar la construcción de sí. Lejos del resentimiento, cerca de la potencia que aspira a lo perfecto. Lejos de la lógica del rebaño y cerca de la nobleza de ser Amo de sí. Lejos del arrodillamiento, cerca del vivir y morir heroicamente de pie.

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