jueves, 10 de enero de 2008

Gracias, abuela Castor


Querida Simone:

Este 9 de enero habrías cumplido tus 100 años. Y a pesar de no estar, sigues teniendo la magia que pocos poseen de persistir más allá de la propia muerte. Me gusta tanto rememorar la fecha de nacimiento de seres recordablemente bellos como tú casi tanto como deploro a aquellos que insisten en memorizarnos las fechas de muerte de entes ya idos. Y sin más, así como así, fue surgiendo esta sencilla escritura en estado de misiva -que dedico modestamente hoy a ti, justamente a ti, que hiciste del género epistolar un manuscrito único a través del cual avistar tu vida bordada con el mismísimo hilo de tu obra, tu pensar, tus devaneos, tus rincones, tus miedos, tus destellos, tus pasiones. Querida “abuela castor” (siempre te viví como una antepasada electiva que hubiera de mil amores escogido como abuela…) qué vida que viviste! Qué cojones, qué locura, qué audacias, qué brebajes, qué abismos, qué voluptuosidades son posibles recorrer recorriéndote a través de tus pródigos pensares. Con qué curiosidad epistémico-emocional devoré tus cartas con Don Jean Paul, cómo sufrí cuando te hacías lágrimas contra la almohada mientras advertías el dolor que también trae consigo vivir en estado de “amores múltiples”, cómo iba viéndote salir de entre el pesado telón pseudoprotectivo de la familia y los destinos precocidos para la feminidad hacia ese extraño horizonte abierto en que transformaste tu vida, una que fue "filosóficamente bien vivida" y digna de una pensadora sincera, radical y parresiasta como solo tú lo fuiste. Con cuánta intensa emoción aún hoy recuerdo la crudeza realista y atea de tu “ceremonia del adiós”, esa que brindaste como último tributo a tu gran y mejor compañero hasta el final. Fuiste una pensadora de la vida, lo que equivale a decir de la muerte también. Y a ésta te atreviste a retratarla nada menos que en un real final de vida -el del hombre al que llamaste tu "amor necesario" contra los que aún incluso también siendo amor, fueron vastamente contingentes- y con tu pluma en carne viva diste testimonio sabiamente cruel de un morir, uno particular, el más cercano a tu sentir. Escritora filosofante, era natural que no ibas a quitarle el cuerpo ni la garra pensante a la llegada definitiva de la inconsolable condición de finitud. Repujaste las batallas que hay que librar en esa dura andanza última a la que llaman "envejecer", con sus decaeres, sus despedidas, pero desde la compañía, desde compartir con el otro hasta configurar un común co-desexistir. Pero mucho años antes, querida abuela, debo admitir con serena felicidad, que fuiste un ejemplo temprano del que asirme durante mis tempestades puberales, fuiste un amparo intelectual que me desaislada en mis rarezas pensantes, y entre tus libros vitales me logré imaginar más acompañada en las angustias y exuberancias que me iban deparando las errancias de mi primera juventud (digo “primera” pues la juventud no es una sino varias, yo misma ahora debo andar por la cuarta o quinta juventud de mi biografía y, tal como me veo, afortunadamente no distingo su numero clausus). De tu legado... cuánto más para decir... qué inmensidad abriste con tu insistencia en trascender aquí y ahora desde un proyecto para cada singular existencia. Por no hablar de la nada sencilla pero necesaria exigencia que me heredaste en eso de entrenarse en desaprendizajes varios para reaprender lo que es devenir de lo inauténtico hacia la autenticidad. Cuánto me abalizó el camino comprender que el abstracto "libertad" que tantos aún hoy vociferan en cualquier lado sólo era complejamente practicable desde un concreto ser libre "en situación", y esta tensión entre quererse libre y serlo es un ars combinatoria que sólo cada quien puede bocetar entre pinceladas borrosas de intentos, incorregibles manchones de fracasos y lumínicos colores en los que logramos ser-en-libertad. Con cuántas mujeres he hablado de tí y por tí, apartándonos afirmativa y constructivamente de las imbéciles rencillas y las toscas competencias basadas en el simulacro. Pero también he conocido un racimo de hombres curiosos e intrépidos que te han leído, en ellos también abriste una grieta desde la que pudieron atreverse a tactar la entrepierna simbólica de la condición femenina con más finura, con mejores matices, con otras tonalidades que los arrancó del claro-oscuro habitual con el que se nos suele interpretar a las habitantes del "continente oscuro". No tengo mucho más para decir que este largo párrafo espontáneo, sin puntos aparte, a través del que fui tallando tu cálido recuerdo, pues no me interesa hacer “ensayo” con tus decires o tus callares. Sólo me resta decirte un hasta siempre, abuela filósofa, faro de muchas, sendero ejemplar de algunas, y para mí, nada más y nada menos que llama solar donde forjé el filo iniciático de mis ideas y exorcicé el sabor a soledad que suele acompañar al juego real de la libertad. A 100 años de tu nacer, gracias Simone. Siempre. Una nieta de la vida, Gabi Romano.



Cambia tu vida hoy.

No apuestes al futuro. Actúa ahora. Sin demora.


Simone de Beauvoir
(Francia, 1908-1986)



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