martes, 9 de diciembre de 2008

Entre lo efimero y lo eterno



Entre lo efimero y lo eterno




Yo quisiera decirle otra frase a la orquídea;
esa frase sería una frase lapídea;
mas tengo ya las manos tan silvestres que en vano
saldrían las palabras perfectas de mi mano.

De “Discurso por las flores”
(Fragmento)
Carlos Pellicer




Creo en la vida eterna en este mundo,
hay momentos
en que el tiempo se detiene de repente
para dar lugar a la eternidad.

Fiodor Dostoievski



Poco antes de partir de Tailandia un amigo me envio un mail. El mail reproducia un intercambio de palabras, sentires y decires entre él y una persona a quien hacia poco tiempo le habia obsequiado una orquidea. La persona a quien él le habia obsequiado la bella flor le transmitia que la orquidea se habia secado, hecho que describia con esta mas que bella frase: "Quería contarte que recién ayer se apagó la orquídea". La frase me pego fuerte en su simpleza y desnudez. Creo que fue el verbo "apagar" lo que me inundo de sensaciones y representaciones acerca de la "in-durabilidad", lo breve, lo incontinuable. Y no podia dejar de pensar en tan nimio asunto (el fenecimiento de una flor obsequiada, en este caso) pero a la vez, tan gatillante para en pensar. Y ahi quede, sumida en mis pensares, con los dedos tratando de volver teclas lo que me inspiraba esa orquidea ya muerta, ya eterna, ya brevisima, ya hecha palabra y recuerdo. Porque cuantas orquideas se nos "apagan" a lo largo de nuestras travesias por esta vida..?

Reproduzco aca lo que respondi a mi amigo en torno a este asunto.

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Bangkok, Tailandia
(en medio de una tormenta monzónica de Septiembre)

Querido "-":

Inspirante.
Esa, y no otra palabra resume lo que me despierta la breve historia de la orquídea que diera inicio a estas reflexiones a las que generosamente me invitas.

Quería contarte que recién ayer se apagó la orquídea.

Infinitamente más viejas que el hombre, las orquídeas existen en esta tierra desde hace unos 80 millones de años, al menos ya hay restos de ellas datados en dichas pretéritas éépocas en el monte Volca de Verona. Sin embargo, y dado que la reflexión que motiva estos pensares apunta por un lado a analizar el asunto de la génesis de los símbolos, es bueno recordar que quienes primero denominaron a esta extensa variedad de flores bajo el nombre genérico de "orchis" (ορχις) fueron los griegos. Mas precisamente fue un discípulo de Aristóteles llamado Teofrasto -considerado el fundador de la botánica- quien así las llamaría por vez primera en su libro “De Historia Plantarum” (Historia natural de las plantas). Curioso nombre “orchis” que ya devela una interesante simbología asociada a esta flor, dado que el significado de la expresión “orchis” en griego significa “testículo” (aparentemente Teofrasto trataba de aludir con este nombre a las formas bulbares que presentan visualmente las flores y su semejanza con los sacos contenedores de esperma). Siguiendo este derrotero que ya la mismísima palabra nos obsequia en su oculto origen, lo orquidáceo se halla anudado de alguna manera a la materia seminal de da vida, que perpetúa vida, a la semilla que intentará procreativamente desmentir la inexorable muerte de un Ser a través de la creación de otro nuevo Ser que lo suceda, lo continúe, lo eternice desafiando las leyes de finitud de la materia.

Pero estiremos un poco mas este hilo etimológico zurciendo ideas, ahora, por el revés del mismo sendero. Así como la orquídea se encontrará asociada a la dación de vida por esa carga simbológica que la liga en su nombre mismo a las semillas reproductivas masculinas en la fluidez de su sustancia, “semen”, me permito recordar aquí que -si la memoria no me hace afirmar una equivocación- en la antigua raíz “sem” está adherida la noción de “muerte”. Por lo que la orquídea es, en sí, una síntesis de vida y muerte. Belleza y fenecimiento. Esplendor de color y palidez mortecina. El vigor de la potencia vital y la decadencia depotenciadora que preanuncia naturalmente la inminencia de la finitud.

Todo y nada anida en cada orquídea.
Opuestos
Puentes.
Conjugaciones.
Lógicas inclusivas.
Sentidos inconcluídos.

Sin saberlo ella misma, la flor, es dadora de esperanza que se yergue altiva, y a la vez portadora de la una tal fragilidad en su cuerpo de carnepétalo que torna más fatalmente trágica la insoportable idea de la fin de lo bello.


Quería contarte que recién ayer se apagó la orquídea.



Pero en este punto amanece la esperanza de lo eternitario. Pues lo eterno, lejos de ser sinónimo de durabilidad, es más bien el esfuerzo que cada mortal se autoimpone por desmentir la naturaleza perecedera de su Ser y su microcosmos de seres, afectos, vidas, biografías, imágenes, amores, intensidades que algún día desaparecerán junto, luego, alrededor de él. Y el símbolo es el resultado de esa “voluntad de inmortalidad” que procura desesperadamente detener la llegada de la muerte. Eternizamos a través de nuestros símbolos, incluso aunque estos varíen y nunca se repliquen clonadamente, los símbolos nos permiten religarnos con lo que ya no es pero pugna por seguir siendo. Y no me refiero a los símbolos colectivos precocinados para ser digeridos por las mayorías que disgustan del inmenso trabajo de deshacerse de los “símbolos legitimados” para lanzarse a la aventura de inventar-crear-poetizar otras nuevas narrativas simbológicas más libertarias, más altas y singulares, más voluptuosamente éticas, pues eso ya sabemos, implica un gran trabajo interior en cada uno y la humanidad es acomodaticia y holgazana como para enfrentar la tarea de invencionar sentidos nuevos, más plenos y desrebañizantes. Por eso los humanos engullen simbologías solo aptas para el microondas de sus cerebros adormilados con solo accionar el control remoto de sus TVs. Pero acá estamos pensando en otra dimensión en la génesis del símbolo. Esa dimensión que se abre cada tanto cuando algún caballero andante o alguna dama lanzan una trama en el aire y esa delgada fibra conectiva se hace tejido de un encuentro singular e irrepetible por su libertad y entrega. Allí, y solo allí nace una orquídea eterna.


Quería contarte que recién ayer se apagó la orquídea.



Querido "_", ya no se trata de la orquídea fáctica que enviaras. Se trata de poder asistir al nacimiento de un símbolo personal, un símbolo de aquella orquídea real que ahora ha transmutado en orquídea de viento, de aire, de invisibilidad, y sin embargo se hace y se hará siempre más presente que aquella real que no pertenece ya a la existencia.

Lo que dura en el símbolo de la orquídea eterna hecha potencia invisible, es esa voluntad magnánima de desafiar la muerte a través de una perdurabilidad intangible, y probablemente el sentido de ese símbolo es sólo inteligible entre aquel que dio y quien recibió la orquídea enviada.


Quería contarte que recién ayer se apagó la orquídea.


Pienso en estas breves palabras que son ya una narrativa de la génesis entre lo real y lo intangible. Y siento, incluso con más claridad aún, que la orquídea lejos de morir, se ha vuelto invencible en la memoria, en un particular lugar de la memoria, allí donde se calientan las brasas de los símbolos personales.

Y esta pequeña historia que se me ocurre, ahora, para imaginar un cierre imposible a este hermosa convocatoria a pensar a que me invitaste, querido "_":


Desde una tierra indómita un hombre tomó su arco cuya misteriosa cualidad era describir trayectos circulares. Con su arco singular, lanzó una orquídea disparada como una flecha. En su trayecto de perfecta circunferencia la orquídea-flecha fue percibida, por aquella mujer a la que estaba destinado el envío de la irrepetible flor, como un inestable punto fijo. En el aire mismo, la mujer vio a la orquídea llegar, permanecer, partir, decaer y fenecer. Pero el círculo aún estaba lejos de haberse completado, nada podía darse por cerrado incluso hasta que finalmente la orquídea-flecha desapareció del mundo de lo tangible.
Una vez que la blanca muerte
cargó para siempre
en sus huesudos brazos

el descolor de la frágil flor

al arco circular del lanzador le devolvió

un vacío.

Y el círculo hubo de encontrar en esa Nada
en esa ausencia en la que la flor había mutado su otrora perfumada presencia
en ese cruel vaciamiento de vida
un nuevo fin y un signo inconfundible de reinicio.
Y asi también lo entendió el arquero.
El hombre primero hizo silencio
acomodando su mortaja de palabras sordas
como un tributo último a la flor que ya no era.
Pero luego
cuando el arquero que habitaba en el hombre habló
se dirigió a ese vacío que le había devuelto su lanzamiento diciéndole:
“Mujer
ahora tendrás para siempre éste vacío lleno de orquídea eterna”.
Y lanzo su flechavacío hacia la mujer
reiniciando el círculo inmortalmente retornante una vez más.
Del resto de la historia nada sé.
O apenas poco.
Sólo me ha constado que el arquero y la dama poseen
desde entonces
la pluma para continuar el vuelo de una escritura
sobre flores que llegan y se van,
sobre el poder de conjurar distancias
combinando pétalos y dianas
y por encima de todo ello,
ellos poseen el tesoro de una memoria sin tiempo
a la que llaman “la orquídea eterna” .



Desde este babélico sudeste asiático.
Gabi Romano
(Estoy regresando a Argentina en unos días, por lo que espero verte pronto. Mientras este abrazo con efecto, hecho con la materia de algunos pensamientos philopoéticos que me surgieron en una mis ultimas noches en Oriente).


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