miércoles, 2 de junio de 2010

El viajero, su montaña y su sombra


El viajero, su montaña y su sombra




 (En memoria de mi primer inmenso amigo Sergio Makarczuk,
su montaña
y su sombra.)



“La vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo,
el intento de un camino,
el esbozo de un sendero.”


Hermann Hesse





El viajero siempre lleva su sombra como equipaje.
Incluso contra su voluntad y hasta pretendiendo ignorarla, la sombra es. Está allí. Silenciosa. Terca.
Y todos tenemos algo de viajeros, dado que estar vivos es situarse en el flujo de una indeterminada travesía. Por esta misma razón, todos nos la tenemos que ver con nuestras sombras...

Sombras. Las hay más livianas, más pesadas, más conocidas y hasta existen las notablemente negadas.
Sí, hay quienes ignoran que aún solos, parten en sus viajes acompañados de sus zonas sombrías. Los más sabios aprenden a danzar con ella... Dionisos viajeros ebrios de horizonte...

La sombra es nuestro estado identitario clandestino. Opacidad de sí. Espectro en donde sabemos –pero no nos place- anidan nuestras máculas vitales.
Proyección adherida a nuestro andar de todo aquello que no es lumínico en nosotros mismos.
Somos haces de luz, y de oscuridad.

Nietzsche titula “El viajero y su sombra” a la segunda parte de ese maravilloso libro dedicado a los free spirits que es “Más allá del bien y del mal”. Nos recuerda, desde el inicio de aquel texto, que la belleza misma requiere igualmente de la luz y de la sombra para contornearse como tal.

Los humanos tenemos algo de “sombrafóbicos”. Evitamos nuestro mundo umbrío. Y si tomamos contacto con él suele ser a nuestro pesar, y hasta sin siquiera tomar conciencia de que lo hemos hecho.  No queremos saber de la sombra. Y no queremos el "saber de la sombra". Es que, como resalta Nietzsche, somos “discípulos de la luz”, seguidores obstinados de lo que nos permita ver,  o “creer” que vemos. Compramos luces, a cualquier precio, incluso a sabiendas de que son artificiales. Tememos a la nocturnidad tanto como a la ceguera, o a las paletas de tonos oscuros.


Este es un fragmento que, a mi parecer,  hilvana la conexión entre alma  viajera, la sombra y la construcción de sí mismo. Estamos en el aforismo 237 de “El viajero y su sombra” y se titula “El viajero por la montaña habla consigo mismo”. Dice así:

“Hay indicios ciertos en los que reconocerás  que has caminado mucho y que has subido más alto: el espacio es ahora más libre en torno a tí, y tu vista abarca un horizonte más vasto que el que veías antes; el aire es más puro, y también más dulce (pues no cometerás la locura de confundir la dulzura con el calor); tu paso se ha hecho más vivo y más firme,  el valor y la circunspección se han fundido. Por todas estas razones tu camino será tal vez más solitario y sin duda más peligroso que antes, pero no ciertamente en la medida que imaginan los que te han visto subir, a tí, el viajero, desde el valle brumoso
hasta las montañas.”



Qué pretende Nietzsche transmitir  desde esta altura textual?

En primer lugar pareciera querer decirnos que es necesario practicar una indipensable disposición a amistarse con la propia sombra, esa viajera que constantemente se mueve en y a través de nosotros. Amistarse es aquí plantear la necesidad de establecer un diálogo fecundo con lo sombrío que nos habita. Capacidad de estrecharse en una fusionada conversación con la propia piel, y luego con lo que no es ella aún siéndolo en su contorno oscuro. Se trata de un silencioso diálogo con la sombra de sí y sus epitelios. Y luego retornar, también como parte del viaje.  En cierto sentido esto de aprender a tramar un juego comunicacional con la propia oscuridad es, de alguna forma, amar la sombra que nos pertenece. Se trata de un acto de amor a sí mismo (no de ahogarse en la petulancia arrogante de la philautía, ni regodearse con las propias miserias y mezquindades)  sino de conciliarse en una aceptación superadora con lo-que-se-es. "Llegar a ser lo que se es" consiste en abrazar el juego de luces y espectros que nos vertebra la subjetividad. Mirada comprensiva ante el arcón de nuestros bienes, y males. Narrativa blanquinegra.

El viajero solitario se encuentra en posición privilegiada para establecer este diálogo consigo mismo  puesto que dispone de un tiempo para el trabajo intenso, ese que sólo deviene en la soledad y a través del cual han de reconocerse las formas y contenidos que ha adoptado cada zona sombría configurada  en su ser.

Tantos tipos de sombras hay que hasta sería posible demarcar  territorios en los que se aglutinan y condensan. Sombras las hay de muchos orígenes, todas con un modo muy rizomático de enlazamiento en nuestras penas, nuestras pasiones, nuestras afecciones, nuestros deseos, nuestros temores, nuestros derroteros.
Sombras.
Sombras son nuestras absurdas adoraciones, y nuestras últimas o primeras sacralidades. También forman sombras determinadas memorias (campo minado del pasado…) y por qué no también, ciertos olvidos que pesan en el silencio húmedo de lo que secretamente lloramos o acallamos. Sin pasar por alto que nuestras penumbras están formadas, incluso, por los sonambulismos existenciales que propician tristes decaimientos. 
Sombras más sombrías que otras. 
Sombras nuestros estúpidos e insignificantes desvelos con que intentamos mantener en pie los castillos de naipes de nuestras fachadas. … necia-mente!


Sombra es perderse, y sombra es re-hallarse.
Sombra es el descuido, y es sombra protegerse.
Sombra es la herida, y la sutura.
Sombra es la tristeza, y sombra es la mentira.
Sombra es salvarse, sombra es hundirse.
Sombra es deseo, y peligro.

Amar la propia sombra.
Amar lo que nos es extraño, al punto de ser tan inexcusable y terriblemente propio! 
Luego sí, tomarla delicadamente de la mano, y bailar el destino junto a ella.


La sombra.
Punto crucial si ha de considerarse el venerarse a sí mismo como parte de la construcción de sí. 


Luz y sombra, ambas allí,  intensamente sapientes una de la otra.
Saber de los venenos y sus antidotos.

El viajero,  esa hermosa metáfora de quien vive con toda potencia su propio devenir, se esculpe y cincela a sí mismo sobre cada puente que atraviesa, sobre cada ladera que lo desafía, sobre cada signo del camino que lo interroga y conmueve, sobre cada imagen que captura su desvalimiento estético y logra cristalizar en una fotografía.

Ser viajero  es encarnar  la propia sombra, ir a la deriva en busca del curso por el que serpentea la intensidad de existir.
“Expandirse jovialmente”. Ese y no otro ha de ser el lema primero y último del viajero.
En la mano, no hay casi mapas.
Apenas  despuntan un puñado de rutas.
Al final de la andanza, un eterno retorno. 
Con nuevos ojos más filosos, otros oídos más distinguidos, otra boca más sabia. 


Mi primer mejor amigo fue un viajero, un explorador, un errante solitario.
Leíamos a Hesse hasta la madrugada, robando horas largas de literatura vía teléfono. Desde él y a través de él aprendí el sentido vitalista y crucial que tiene siempre el viaje. Aprendí de montañas. Y de sombras, y de llamaradas de alegría compartida.
Mi primer amigo fue un viajero de montaña a quien aún hoy añoro y recuerdo.  Pero por sobre todas las cosas agradezco que él haya sido el primer joven nobilísimo que la generosidad de la vida  dispuso en el zigzag de mi sendero, en mi propio colorido viaje hacia el saber, el pensar, el sentir.
Y fue él, su inmensidad afectiva, su montaña y su sombra el lugar en que se sembraron mis más grandes derroches de sueños viajeros. Decir "viaje" ha sido siempre, gracias a él,  como correr deprisa  hacia el canasto mágico en el que guardo risas infinitas por-venir y cartas de travesías ya  escurridas de entre mis días, y mis años. Desde ese ser tan poderosamente nómade, precozmente aprendí también la dureza de la ausencia inexorable, el temple para enfrentar los tambaleos que impone el desapego.  Pero esa, esa he decidido que sea otra historia... o en todo caso, una de mis abrazables sombras.


Sombra entre sombras.

 
Cada tanto, en noches como esta, un eco evoca a aquel primer mago mochilero que habitó mi biografía.  Palabrasombra que ronda en la translucidez de mis propias letras...





Ve, amigo viajero!
Ve, y simplemente viaja!
Pierde tu brújula
desahoga de piedras los agujeros de tus bolsillos
junta nidos nuevos en tu viejo morral.
Ve
vuelve sin sed
descalzo
con la misma desnuda altivez de tu anhelada montaña.
Ve, querido viajero
eterno buscador solitario
no hagas demorar más la noble obra incabada de mantenerse nómade
siempre!
Ve, amigo
pero vuelve.
Vuelve siendo otro en el mismo,
otro más tú que el que se ha ido
otro más pleno de otredades.
Vuelve.
Vuelve más transparente
como hecho de agua
y deshielo.
Y más vacío,
vuelve, sí,
para que la vida se derrame en tus aladas palmas
gozosa
celebrando tu postergado regreso.
Vuelve, más noble todavía aún
que ese tú que cobijo
en el recuerdo perenne de su partida.






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