domingo, 6 de junio de 2010

Physical Attraction… Chemical Reaction



Physical Attraction… Chemical Reaction




“The skin you're in makes choices for you.”
Tom Morello
“Maximum Firepower”


"Mientras exista el deseo no estamos a salvo."
Tony Hoagland





Es el cuerpo nuestro más auténtico “lugar de veridicción”?

Y qué es un cuerpo?  Qué puede un cuerpo? Es acaso “libre”nuestro cuerpo?

El cuerpo es poder, o más bien, poderes.
Primera enfática afirmación: un cuerpo puede. Puede, a tal punto que incluso no sabríamos  cuantificar la potencia de un cuerpo singular, si seguimos a Spinoza.

Y como el poder no es una sustancia sino una potencia reticularmente distribuida y sin una centralidad determinada, los puntos desde los que un cuerpo expresará su potencia serán innúmeros. Cartografía que parte de ningún lado pero puede llegar dondequiera. Capilaridad microfísica del poder corporal…


Me detengo ahora en el poder del deseo.
Aimanter. Poder magnético de imantar y ser imantado.
Somos atractores y somos atraídos.
Somos cuerpo, somos electricidad y perpetua marejadaquímica.




Tempo I
: ser y estar “atraído”


Sucede. Acontece, así,  sin prolegómenos y casi sin justificaciones. Algo deviene y ese algo trae consigo el aroma difuso que preanuncia que estamos ante las messis de Afrodita.
Un ser es atraído por otro ser. Asunto simple… y con destellos brumosos.
Las percepciones de activan vigorosamente, el espíritu podría decirse que “se enciende”. Alerta de los sentidos. Afinación de la entera sensorialidad.
Dos corrientes de estímulos diversos que provienen de dos seres diferentes –ahora intersectados por la inocencia del puro devenir- se entrecruzan pasionalmente buscando mezclarse sin una precisa meta inicial común. 

La atracción es un choque jovial de fuerzas simbólicas y bio-físicas en donde se exalta la potencia y se afirma la vida.

Flujos de neuroquímicos invaden y desinvaden nuestro torrente sanguíneo. Cuando nos sentimos atraídos por alguien, poco suele haber para explicar, excepto que continuemos alimentando el malacostumbrado hábito de pretender “comprender” los misterios que nos imantan a determimadas personas súbitamente desde la ilusión de la conciencia.

En principio podría decirse que respondemos a estímulos de lo que nos resulta “bello” (esa “promesa de felicidad” tal como llama Stendhal a la belleza) y a partir de allí el combustible químico se encarga sin nuestro mayor consentimiento de hacer el resto. Puede que un intenso proceso bioquímico se desencadene , o no.

Digámoslo con total honestidad: en asuntos del deseo y la atracción el Yo se encarga de una minúscula porción inicial del asunto. Su rol es anzuelar (y dejarse anzuelar) a quien nos atrae a través de los jugueteos narcisistas. Pero en el resto del proceso de la pasión, los controles yoicos junto con nuestro sensato “principio de realidad” pierden cada vez más terreno si la voluntad de intersección avanza. Si esto último sucede, estamos entonces casi totalmente en manos de la reacción química.





Tempo II: ser y estar “químicamente  poseso”


La química cerebral del deseo se estructura en torno a estímulos, señales, gatillaje glandular, hormonas desatadas y alteración de todos los sistemas vitales. “Fall in love” es casi casi un estado de dichosa enfermedad. Consideremos nomás como ejemplo que el rash del enamoramiento conduce a tal alteración  que quedan implicadas en ella sistemas vitales de  un organismo: el hipotálamo envía corrientes eléctricas a las glándulas, las suprarrenales aumentan la producción de adrenalina y noradrenalina, nos sube el ritmo cardíaco poniéndonos algo taquicárdicos, sube la presión arterial, liberamos  grasas y azúcares, y exigimos una más activa producción de glóbulos rojos. Enamorarse es desequilibrarse. Altas dosis de hormonas y neurotransmisores se lanzan a dejarnos en estado exaltado, alertas, insomnes, despiertos, ensoñados.

Estar en esta etapa es verdaderamente experimentar un high on life...

Intervienen la feniletilamina inundándonos la corteza cerebral (una sustancia que está presente en el chocolate, al que se suele acudir como antídoto cuando el hechizo se rompe y nuestra cabeza busca desesperadamente formas compensatorias de retornar a ese estado perdido de placer, vía artificial para soportar un poco mejor la “abstinencia” de amor), secretamos oxitocina –o “molécula del amor” que nos ofrece sus servicios relajantes para predisponernos orgásmica-mente y a la vez colaborar de manera muy activa en la contracción muscular genital. En esta orquesta silentemente bulliciosa de hormonas que cortejan a Eros tenemos a su vez a la feliz dopamina (Helen Fisher llama a esta hormona, con gran acierto, “el elixir del amor”), luego niveles bien generosos de liberación de testosterona (sustancia que aumenta en las mujeres durante la ovulación, y que actúa en ambos géneros como la hormona capaz de estimular el deseo sexual), la norepinefrina (que ayuda, a su vez, a mantener alto el nivel de testosterona), y las maravillosas feromonas, esas hormonas atractoras que llevan por el aire su mensaje de provocación invitante a la lujuria copulatoria. Definitivamente “ser cuerpo” es saberse habitado por determinaciones químicas  majestuosas, inmensas, abrumadoras en cierto sentido…

El problema (o no…) es que esta desmesurada y arrebatante química del deseo es inconstante.  Contrariamente a los que defienden la existencia de supuestos prolijos “planes de la naturaleza”, en asuntos de deseo el animal humano estamos ante la carencia de un tal “plan” organizador. La tranquilidad de que las cosas estarán en orden y aquietadas en un sólo objeto de pasión corre por cuenta  más de nuestra creencia idealista que de lo real. La naturaleza no posee un esquema fijado ordenadamente  en lo que hace a la pasión humana. Se podría decir (y con gran cuidado respecto de los malos entendidos que esto pueda traer)  que si hubiera algo parecido a un plan este sólo consistiría en mandatarnos genéticamente para  reproducirnos y para sobrevivir, lo cual no es en absoluto falso, pero ambos objetivos no están “fijados” a objetos constantes ni la natura nos dictará de manera perpetua con quienes llevar adelante  ambas  necesidades de la especie. De hecho podemos resolver no reproducirnos, y hasta decidir volitivamente no sobrevivivir, lo cual demuestra a tal punto el apartamiento  que podemos tener respecto de este  supuesto “dictum” natural.

Así entonces, la volubilidad de las reacciones químicas es bastante alta.
En el mundo natural hay menos orden y constancia que la que quería imaginar en aquél el viejo y  mesurado Aristóteles. 

Las oleadas de neuroquímicos nos anegan el cerebro como una suerte de violentos manipuladores invisibles que reticularmente  se infiltran en todas nuestras emociones. Que nuestro Yo sea considerado el “centro” de nuestra orquesta psico-física da poco menos que risa en medio de esta maraña hormonal inconstante a que estamos sometidos… 




Tempo III: ser-estar “múltiplemente apasionado”

Hay una afirmación fuerte que realiza Helen Fisher a través de sus estudios y comprobaciones científicas: tres circuitos bioquímicos –completamente independientes- forman los respectivos sistemas emocionales . Estamos hablando del deseo sexual, el amor romántico, y el apego afectivo.

Qué quiere decir exactamente que estos circuitos y sus sistemas de emociones son, en efecto, totalmente “independientes”?
Pues que podemos sentir una inmoderada pasión y deseo sexual por alguien con quien jamás estableceríamos  un lazo de amor (dicho en breve, tener sexo sin amor). Del mismo modo podemos sentirnos fuertemente ligados desde el amor romántico por alguien con quien no necesariamente se nos “encenderá ” ni remotamente la quemante llama de Eros. Asimismo, puede suceder también que desarrollemos un apego afectivo por una persona (apego imprescindible, por ejemplo, para sostener entre dos seres el tiempo que insuma la crianza de un bebé) sin que ese apego se vea acompañado de un deseo físico sexual irrefrenable ni mucho menos.

Las combinaciones pueden excluir cualquiera de los circuitos y mantener “activos” –por así decirlo- uno o dos de los restantes. Por ejemplo: puede sentirse deseo sexual y un gran amor por alguien con quien, sin embargo, no experimentamos el suficiente apego afectivo como para tolerar el stress a que conlleva la crianza de un pequeño. O bien, sentir un intenso afecto apegante y amor por alguien,  pero confusamente combinado con un irrefrenable deseo sexual por otra (u otras…) personas a la vez.  La  infidelĭtas tiene ahora y desde este planteo un aire ciertamente estructural que parece rodear a la criatura humana…


Desde el punto de vista lógico y filosófico, estos tres circuitos  (sexo, amor, apego afectivo) parecerían responder bastante acabadamente con aquello que Foucault sostiene al remarcar  que:


“Pour libérer la difference, il nous faut une pensée sans contradiction, sans dialectique, sans négation: une pensée affirmative dont l’instrument est la disjonction; une pensée du multiple”.

(“Para liberar la diferencia nos hace falta un pensamiento sin contradicción, sin dialéctica, sin negación: un pensar afirmativo cuyo instrumento sea la disyunción; un pensar de lo múltiple".) 


Esta independencia química del sexo, el amor y el apego afectivo, entra en perfecta correspondencia con las herramientas de pensamiento disyuntivo. El pensamiento disyuntivo permite comprender que no hay contradicción ni negación entre estas experiencias relacionales,  sino inclusión de las diferencias emocionales a las que remite cada una de esas experiencias.

Este enfoque, a medio camino entre la neurobiología y la filosofía logra establecer una mirada honesta sobre el amor y la sexualidad además de fundar una base interdisciplinaria para abordar con vocación veraz los asuntos del amar más allá de la moral y de los tentáculos ponzoñosos de la culpa y sus represivos mandatos.


Desde la plena afirmación de las diferencias propias de cada circuito emocional podemos pensar en un modo múltiple de amar. Pero con ello hay que aceptar el reto de vivir más auténticamente  y no envenenar  a nadie (primeramente, no envenenarse a sí mismo, no enfermar…) con la letalidad de los embustes, las correrías de sostener una doble moral, edificar relaciones basadas en la mentira y proteger el status quo con el uso escenográfico de los discursetes omnirománticos que pretender universalizar los modos del amor bajo la falsa tiranía unificante del vulgar idealismo.   
 
Conclusión demoledora para los que gustan del burdo idealismo romántico. Pero también conclusión inquietante para los que emprendan el proyecto de respirar con valor el peligroso aire de la libertad. Y no se trata de desmentir la existencia del amor o de la ternura. De hecho las tesis de Fisher demuestran que el amor romántico posee un rol fundamental en términos evolutivos para nuestra especie, al igual que la ternura que deviene del apego a largo plazo. El punto a destacar aquí es que el deseo puede –o no- corresponderse con el amor y/o con el anhelo de exclusión-exclusividad que suele reclamarse en los pactos de pareja. Más aún, puede que nos suceda experimentar los tres circuitos simultáneamente…. con persona diferentes!

Evidentemente la biología del cerebro terminará de desbancar a los discursos moralistas del amor y el erotismo, desenmascarando la falsedad de las asociaciones universalistas con que el idealismo revistió a las representaciones sobre el amor y el deseo. Ya había hecho lo suyo el psicoanálisis, poniendo sobre la mesa de discusión en torno a las relaciones de amor el lugar preponderante que tiene la caótica del inconciente, las pulsiones, las fantasías, los personajes edípicos de cada novela familiar, los sueños. Hoy, la neurobiología aporta a la comprensión de ese “caos” que son nuestras emociones erótico-amorosas , el elemento desorganizador (pero definitivamente explicativo) de la química cerebral.


Ahora bien, un último coraje interrogativo me apremia antes de dar por cerrada esta exploración de la tension entre atracción y reacción:

Elegimos, estrictamente hablando, a quién amar?
Somos realmente seres “libres” al momento de dar un paso en dirección sexual con alguien que nos atrae? 
O deberíamos agregar a la lista de sujeciones (psicológicas, neuróticas, sociales, morales) el escaso margen de intervención racional que tenemos para impedir que se desate una olaeada hormonal ante el perfect match que producen ciertas feronomonas ante las que simplemente parecemos nada más que “reaccionar en consecuencia”?
Qué margen de intervención volitiva real tenemos al explicar nuestras decisiones de pareja,  para sostener arrogantes afirmaciones yoicas como “yo lo/la elegí” o “yo sé lo que hago/hice”?
Qué lugar cabe a la tensión  “responsabilidad-irresponsabilidad” dentro de este marco?
Terminará siendo el enfoque neurobiológico  y sus conclusiones la última patada en el trasero al postulado del "libre albedrío"?
Acaso no parecemos ser más naúfragos dentro de nuestro propio y desconocido océano de neuroquímicos que capitanes de eso difuso que configuran las supuestas “libres decisiones” que decimos tomar?


Me quedan aún en el tintero de mis pensares un baile generoso de sentidos por macerar. Creo que deberé dar todavía unas cuantas brazadas en esto de echarme mar adentro a nadar entre los asuntos del amar múltiple.

Dear and beloved friends, to be continued…


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