domingo, 5 de septiembre de 2010

Irreversibles flechas lanzadas al brumoso destino


Irreversibles flechas lanzadas al brumoso destino



“En la verdad y en el error, en el gozo y en el malestar, sé tu propio ser.”

Fernando Pessoa
“El libro del desasosiego”



 
“Hay tres cosas que nunca vuelven  atrás:
la palabra pronunciada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida.”


Proverbio chino







-Inciertas flechas, como dados en el aire…

Cuando los dados están en el aire, qué otra cosa puede hacerse sino esperar a que caigan? 

Dados girando aleatoriamente en el aire… o flecha soltada desde el arco de las decisiones hacia la garganta incierta de un destino en cuyo centro se teje a sí misma una invisible diana…

Mientras dura esa usualmente incalma espera (tiempo en que ya nada depende del yo y sus ilusorias manías de planeamiento y/o anticipación controladora) pierde todo sentido práctico volver a revisar si hubo la correcta tensión en el arco, o si nuestra voluntad de hacer blanco fue lo suficientemente efectiva.  De nada vale repasar lo que se ha hecho cuando ya -y aún…- la flecha está describiendo su puntuado hilván transparente, su trayectoria certera pero irrevelada, su interrogativo dibujo en el aire del devenir.


Punta, dardo, seta.
Vértice  que, como un ángulo de nuestra propia vida, amanece  suelto y dirigido al horizonte entre  ráfagas de vientos inmóviles.

Dados pintando piruetas en el azar aéreo.

La jugada está hecha.

Pero el movimiento sigue, irresuelto. Lo cual, inquieta.

O es quizá que inquieta más saber que es irreversible el proceso mismo del que ha partido la jugada?



-La inquietud de una jugada vital

Luego de haber resuelto mover nuestras piezas decisionales y haber lanzado así una jugada vital, qué es lo que nos inquieta realmente?  No poder volver atrás? Que nuestras indisimuladas ansias resultadistas queden insatisfechas con lo que advenga luego de la movida? La tensión que tal vez esto genere en nuestro entorno vincular? Haber podido hacer las cosas de un modo más acertado? Nos da miedo el resultado, o la certeza  de que una vez “jugada la jugada” poco y nada ha de poderse hacer para revertir lo que advendrá?


Veámoslo más de cerca.
Puesto que aún no ha dado en el blanco, la flecha se mueve sin todavía  alcanzar a decirnos dónde habrá de caer. Ella, en su callado trayecto guarda su mensaje final… y nos fuerza a aguardar. La flecha surca. Nosotros, entrepensamos.

Y si consideramos en la metáfora no ya la imagen de las flechas, sino girantes dados, la espera se nos presenta como ese paréntesis en el que todavía nada ha caído sobre el paño de la superficie. Nada es definitivo aún pero, paradójicamente, algo ya se ha definido.  Nos sentimos como estirados en una  irremediable tensión entre lo indefinido y lo ya definitivo. El resultado ya casi "es", pero aún baila en el aire dejándonos como atrapados en una cámara lenta casi hiriente, casi soberbia. El tiempo que media entre haber arrojado los dados y su detenimiento sobre una superficie que nos muestre cuales caras mirarán hacia arriba nos parece inhumanamente eterno. Sabemos perfectamente que en algún momento los dados han de detenerse sobre la superficie lisa del paño, sabemos que los dados caerán  (vaya que sí lo sabemos!) pero el aguardamiento de esa caída semeja una gran boca de incertidumbre queriendo tragarnos…

Me pregunto como atravesar lo que acontece cerca de ese territorio semioscuro que se oculta en la expresión “lo he decidido”, o “lo hice”, o “acabo de decirlo”.

Qué ocurre luego de ciertos enunciados, o luego de ciertos hechos discursivos que expresan decisión –y como una irrefrenable saeta- cortan la vida, casi como si la tajearan al medio? 

Luego del “punto” que se impone producto de lo que ya se ha hecho-dicho-terminado, llegan tres puntos suspensivos que nos dejan literalmente "en suspenso". Momento breve si se lo piensa objetivamente, pero alargado ad nauseam desde la perspectiva del sujeto que espera.  Aceptar la demora, el “paréntesis”, el aguardamiento es aceptarse a sí mismo como demorado, como suspendido, como aguardante.

Aguardamiento  sí, pero de qué?
Qué esperamos?
Deseamos lo que provocamos? Peor aún, desearemos lo que finalmente resultará?
Fuimos completamente libres al momento de soltar la flecha o de arrojar los dados?

Nos detenemos, trás haber hecho nuestra movida, intuyendo con certeza que luego sigue un manojo de consecuencias de las que, a su vez, nacerán nuevas otras consecuencias y así, el ciclo enrulará su rulo de hechos una y otra vez. Tal vez no sea la dureza irrevocable de los hechos seguramente venideros lo que nos angustie, sino la indefensión de sentir que no podemos volver el tiempo atrás y rehacer lo hecho, desdecir lo dicho, desactuar lo actuado.

Tememos menos a los hechos futuros que a los “des-hechos” que, como posible triste lastre, acompañarán a los primeros.



-Lo irreversible

Espirales de puntos y suspensos, esperas y definiciones.

Un camino de palabras por-venir, de gestos, de aconteceres que ignoramos, se irá desmadejando y enredando alternativamente junto con el hilo incierto que se enhebra desde lo irreversible.

La sensación ante lo irreversible refuerza la inquietud y acentúa la angustia que acompaña a  esa espera. Nuestra espera se encuentra originalmente atada al movimiento del cual ya no depende nuestra acción. Saber de la imposibilidad que es autoconciencia de no poder volver la página hacia atrás.

Vuelvo al ejemplo de la arquería, un arte que me resulta particularmente didáctico para pensar el trayecto que termina configurándose a partir de ciertas decisiones, palabras y acciones.  Considero que el tiro con arco es un arte pleno en sabidurías guerreras, necesarias y pedagógicas a la hora de hallar metáforas de la espera, de la precision, del dominio de sí.  Será que a la luz de las metáforas que ofrecen esas flechas, encendidas con rigor pasional desde la tension del arco, es posible ofrecer alguna meditación reflexiva acerca de lo irreversible?



-La espera: entrenarse para habitar "enmedio

Entre el punto de partida en que la flecha fue soltada y el punto final cuando ésta llega a la diana, medimos una determinada duración del movimiento. Si lo graficáramos en forma simple, hay tiempo que transcurre y un cierto “llenado” de puntos en el espacio. Algo acude como relleno “entre” esos dos puntos de partida y llegada. Ese algo está hecho de una sustancia temporal y es experimentado subjetivamente como un aguardamiento, un estado en que se debe aprender a esperar.
No solemos ser buenos expertos en eso de manejar adecuadamente las técnicas de la expectación máxime cuando en casi todos nuestros comportamientos cotidianos estamos compelidos a responder desde el marco acotado de la prisa, el aceleramiento,  la velocidad,  las demandas de apresuramiento.

Tolerar ese tiempo “enmedio” entre una acción y su resultado constituye un entrenamiento en la paciencia alerta. Entreacto donde, en contrapartida, la impaciencia termina siendo un inútil corrosivo anímico.

Por otro lado deberíamos recordar, para nuestra tranquilidad, que toda flecha que parte es flecha que llega. 

Podrá llegar a un punto errado, en cuyo caso asumiremos que “no hemos dado en el blanco” para transitoria desgracia de nuestra autoestima.
O bien puede dar en el blanco, para nuestro inmenso regocijo narcisista.
Pero cualquier buen ballestero sabe que el arte del tiro con arco implica numerosísimos lanzamientos que fallan, incluso flechas que se destrozan antes de ser lanzadas, cuerdas de arco que se rompen por causa de la extrema tensión, dianas que se desplazan súbitamente más allá de nuestros ojos hasta casi desvanecerse visualmente trás las brumas inesperadas de cambiantes paisajes. 



-El arte del dominio de sí

Efectivamente en estos asuntos de lanzamientos y de intenciones de dar en el blanco, se trata de dominar una técnica y cultivar un arte.

Una técnica,  la de arrojar eficazmente las flechas.
Un arte, el del dominio de sí.

Si ambos requerimientos se logran conjugan acertadamente, nos encontraremos más cerca de la posibilidad de dar en ese anhelado centro, y a la vez, cosechar un talento más de entre los talentos que una existencia demanda para construirse a sí mismo. Pero no olvidemos que esta técnica y este arte se pulen incluso fallando en el tiro. De hecho, si no logramos aprender del error, ni podemos gozar del placer de practicar la buena puntería gradualmente, aparece el dolor y la herida narcisista. Fallar desnuda buena parte de nuestra  imperfección. Fallar frustra. Sin embargo no conozco ningún arquero que haya dado en el blanco sin fallar cientos de veces antes. Manejar la frustración es un asunto clave en todo este tipo de procesos decisorios, puesto que podemos decidir equivocadamente aún cuando eran manifiestamente elucuentes nuestras deseosas intenciones de “dar en el blanco” exitosamente. Asimismo también es preciso tolerar el dolor por ciertas flechas perdidas, o manejar la ligera tristeza por otras que bien sabíamos jamás llegarían ni cerca del blanco y aún así invertimos enormes esfuerzos y/o expectativas  lanzándolas. En lo “irreversible” medimos entonces también las pérdidas, como un pasaje lúgubre que nos fuerza a detenernos en una zona incómoda entre lo tenido y lo extraviado. 
Tiempo abrumado por los péndulos. 
Siempre, tiempo irreversible.

E irreversible también es ese vacío  incierto que se produce cuando acabamos de soltar la flecha al aire. Momento que alivia la tensión pero que nos interroga enigmáticamente puesto que lo que resulte del tiro asomará lentamente entre el neblinoso porvenir. 



-Lanzados al vacío

Particularmente  me gusta en este punto resaltar ciertos sentidos que anuda la expresión “dar en el blanco”.

Cuando lanzamos una decisión con forma de flecha nos estamos lanzando a nosotros mismos junto con con ésta.

La flecha es el arquero. El arquero es la flecha. 

Y nos lanzamos hacia un “blanco”, hacia un “vacío”. De allí que decidir y cortar en dos el camino nos genere una inquietante angustia: no lanzamos una flecha al aire... nosotros mismos somos esa flecha!!

"Nos" lanzamos con la flecha porque eso somos: arqueros que son sus flechas, flechas arqueras.

Nuestra flecha es cada vez ni más ni menos que nosotros mismos. He aquí el auténtico porque del vertigo y la angustia.

Vamos por el aire, lanzados por nuestra propia mano, por nuestra propia palabra, por nuestros propios discursos, por nuestras propias acciones.  Incluso, hasta la arco del suicida (del que parte ese último preciso tiro que se dispara desde el territorio de la propia voluntad tanática del individuo) posee un arrojado arquero indiscernible y fundido con su flecha. 
Somos nosotros quienes surcamos el aire cabalgando sobre-en-desde esa flecha arrojada al devenir.

Surcamos así el vacío. Inquietante viaje entre los viajes si lo hay…
Espacio en blanco perfectamente vacuo para que la creación tome entre sus manos la materia dúctil de nuestra existencia y se derrame en ésta.
El espíritu de un buen arquero sabe que debe sortear momentáneamente esa sensación de angustia ante el vacío inevitable con que anuncia su llegada y estadía el principio de  incertidumbre.

Tomar una decisión es dar pasos sobre el aire.

Tirar nuestras flechas al horizonte  es vernos a nosotros mismos atravesar un espacio vacío. La angustia es ineludible. Pero el arquero avezado  no sucumbe ante ella, la atraviesa.
Deberá aprender a permanecer en la incertidumbre cuando ésta se le haga presente. Luego, saber salir de ese estado lo más ileso posible por la vía del cuidado de sí (juego que juega su sentido entre  "sorge" y "souci"). Entonces sí llegará el momento de evaluar con lucidez y racionalidad, con integridad e inteligencia emocional lo hecho, lo no-hecho, lo des-hecho, y lo por-hacer.

Y finalmente, re-apostar (sí, una vez más!) a la intención de llevar a cabo nuevos lanzamientos… otra vez. Reinventar otros puntos de apoyo, quizá. Imaginar, como un boceto hecho con tinta de vapor, el troquelado que tendría la promesa de otra perspectiva.

Siempre buscar en el fiel carcaj que ha de cargarse ligeramente, la siguiente flecha.
Y, como hacian los antiguos, encomendarse a los dones sabios de Artemisa para que sean ellos los que guíen ilusoriamente el derrotero del siguiente tiro…



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