Fundamentalismo democrático
Por Salvador Suniaga
En primer lugar, me excuso ante el Dr. Gustavo Bueno por hacer del título de mi artículo un homónimo del título de su más reciente libro, libro que no tenido el honor de leer. Sin embargo, creo necesario tomar tal atrevimiento en vista de que la frase “fundamentalismo democrático” resume en buena medida el núcleo de mi crítica siguiente.
Siempre he estado en contra del dogmatismo por ser éste la herramienta principal de toda ceguera intelectual y de todo estancamiento progresista. Para mi pesar, en el mundo que actualmente nos compete, presencio una atmósfera justamente dogmática referente a lo que son los sistemas democráticos. En el contexto político, se sacraliza la democracia sobre todas las cosas, y si bien reconozco que dicho sistema es una victoria tangible en cuanto al respeto de los individuos, muy bien existe la posibilidad de creer y caer en que no pueda elucubrarse algo mejor.
La democracia se hace valer a sí misma partiendo del hecho de que es la voluntad colectiva la que elige a sus representantes. Esto, que constituye su mayor virtud, como si se tratase de un concepto taoísta, constituye a la vez su mayor defecto. Y ese defecto tiene nombre y apellido: Argumentum ad populum.
El argumentum ad populum es una falacia lógica en la cual se juzga la veracidad de una proposición o de un razonamiento en función de la cantidad de personas que la apoyen o la desacrediten. En pocas palabras, el razonamiento se cree válido no porque sea cierto, sino porque es popular.
En vista de ello, muy bien valdría la pena destacar que para sociedades de pobre nivel educativo, la democracia no constituye la mejor solución. De hecho, son estos ciudadanos los más propensos a las demagogias y populismos por parte de los políticos. Si estos políticos llegan a los cargos anhelados, conocedores (como lo son) de la relación directa entre la ignorancia y el poder, desdeñarán adrede el incentivo por la cultura para que su demagogia y populismo siga cobrando igual o mayor efecto; todo ello para extender lo mayor posible los beneficios que sus cargos les confieren.
Sólo un pueblo ilustrado podría ejercer una democracia que, si bien incurre inevitablemente en el argumentum ad populum, reduciría el margen de error de dicha falacia. Existirían pues más probabilidades de que la verdad de la mayoría sea la verdad de la razón.
En otro aspecto, pareciera que la densidad demográfica influye notoriamente en la estabilidad democrática de un país. Por curioso que luzca la afirmación anterior, ya Voltaire había dicho que “la democracia sólo parece adecuada para países muy pequeños”. Y es que al momento de elegir representantes, siempre habrá una minoría técnica que no se verá complacida con los resultados.
Entonces tenemos, por ejemplo, que una decisión democrática tomada entre 10 personas no es equivalente a una decisión democrática tomada entre 100 millones de personas. En este caso, suponiendo una mayoría del 60% en ambas decisiones, se tendría como resultado un 40% de personas no representadas. El 40% de 10 personas son apenas 4 individuos, pero en una población de 100 millones, son 40 millones lo no representados.
A todas luces se ve que en densidades demográficas altas, la proporción de no representados es alta también, lo cual constituye una probable y potencial fuente de conflictos para el desarrollo democrático. Sin embargo es importante aclarar que toda oposición debe existir para que la democracia tenga efecto. Lo que trato de ilustrar es la dificultad inherente de negociar con la gran variedad de necesidades e ideas que pudiese tener una oposición de alta densidad demográfica.
La democracia, específicamente en el momento de ejercer la elección, toma como axioma el hecho de que “todos somos iguales”. Esto, desde mi punto de vista, incurre en el error típico de las doctrinas igualitarias impregnadas de Cristianismo y de Romanticismo del siglo XIX.
A pesar de que creo necesaria una igualdad de oportunidades, me parece evidente en la praxis, y lejos de toda idealización, que todos los individuos de la naturaleza son únicos, y por ende diferentes. Siendo todos distintos, distintos serán entonces sus talentos y defectos, sus habilidades y limitaciones.
¿Es responsable entonces que todos los individuos de una sociedad tengan el mismo “poder de voto”? El gobierno de un pueblo, me parece, es un asunto demasiado serio como para ser influenciado de igual forma por el común denominador de las personas. Si para que un ingeniero sea reconocido como tal hace falta que el mismo sea evaluado por organismos académicos y profesionales pertinentes y expertos en ingeniería, ¿cómo puede ser posible que para elegir un presidente sólo sea necesario ser mayor de edad?
No se trata, aclaro, de excluir a cierta parte de la población de su derecho a elegir representantes. Se trata en todo caso de mantener ese derecho con una cuota merecida de responsabilidad. El presidente de una nación, que debería reunir una serie de requisitos sociales y habilidades diplomáticas, económicas y políticas, no puede ser visto con el mismo ojo crítico por todas las personas de todas las áreas y todas las edades. Es bastante factible que un joven de 18 años no tenga la pericia analítica de un adulto de 30 años, así como un nutricionista, por ejemplo, no pudiera tener la misma visión que un politólogo, o una persona analfabeta en comparación con una persona ilustrada.
Repito, es de mi anuencia que todos voten. Pero no es de mi simpatía que el voto valga igual para todos. Todos valemos, pero que cada uno sea líder en lo suyo.
Algo relativamente novedoso son los sistemas de neo-totalitarismo. Dichos sistemas se mimetizan hábilmente bajo los esquemas democráticos y bajo el fundamentalismo ciego de éstos últimos. Paulatinamente las personas pierden sus libertades, se les reduce su poder de expresión y de decisión. Bajo la excusa de ser constitucional, un estado neo-totalitarista roza los límites mismos de la legalidad para asirse con el poder de las instituciones, centralizando todo en una élite que gobierna.
Los organismos que velan por la democracia a nivel internacional, supremamente miopes ante la realidad y más apegados, empero, a los dogmas electorales y constitucionales, son prácticamente inútiles ante estas estratagemas totalitarias. La población queda indefensa entonces ante toda injusticia, sólo por culpa de una franca falta de análisis ante el hecho de que las democracias no pueden ser sacralizadas: tienen defectos.
Los antiguos griegos ya sabían de dichas fallas democráticas, e incluso proponían sistemas, a mi saber, mucho mejores, como la noocracia o como la demarquía. Os invito pues al análisis de los mismos como sistemas de gobierno que pueden superar la funcionalidad de la democracia.
Y de ser mejores, no por ello dejarán de ser imperfectos. No a los dogmas.
Artículo publicado el 9 de Julio de 2010
En el blog “Aforismos Clarividentes”
http://lecorvomecanique.blogspot.com/2010/07/fundamentalismo-democratico.html
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