Besar
esa poesía química...
“Déjate besar y si te queda nostalgia
besa de nuevo, que la vida es escasa.”
Joan Salvat-Papasseit
Poeta español
(Barcelona, 1894-1924)
Los besos no se cuentan. Son incontables porque escapan a las medidas y a la despótica voluntad contabilizadora que pretende mesurarlo todo. Pero también son incontables porque escapan al relato, se sustraen a la palabra a punto tal de reducir a ésta a una mera y lejana representación de lo que cada beso es, ha sido, será.
Será así que los besos, viscosos ellos, se resbalan de toda reconstrucción discursiva.
Un beso no se dice ni se cuenta. No se narra. Es, literalmente, in-descriptible.
Besar es un puro hacer, un tiempo pleno del presente en el que la boca propia destierra a la palabra para enmadejarse en otra boca a la que vuelve su signo favorito mientras el beso dure.
Hay besos de todos los colores, formas, modos, estilos. Sería imposible combinar para cada sustantivo “beso” una sensación o conjunto de adjetivos que lo reseñen justa y acabadamente.
Los besos son una categoría de contacto corporal troquelada desde una diversidad casi infinita. Si en los besos las lenguas se combinan, los dialectos que de esos idiomas nacen son infinitos.
Hay tantos besos...
besos robados
besos olvidables
besos interminables
besos de despedida
besos oceánicos
besos pendientes
besos rutinarios
besos furtivos
besos temidos
besos traidores
besos transgresores
besos tiernos
besos infantiles
besos tibios
besos helados
besos cosechados
besos arrancados
besos tormentosos
besos sosegantes
besos primeros
besos finales
besos únicos
besos infinitos.
Y está también el beso deseado, que es beso soñado tanto como beso esperado. Ideal de beso.
Están los besos del pasado
los besos del ahora
y los enigmáticos besos que nos abrigarán del desamparo en días y noche futuras.
Siendo atravesadores de toda la línea del tiempo, los besos -en sus ausencias y presencias- evocan lo que hemos sido, lo que hoy somos, lo que iremos a ser.
-Te saboreo, luego existes.
“...confusa adición de estos exquisitos placeres:
sorbo de vino y beso de amante.”
Ibn AlZaqqaq
Como ya veremos más adelante, no han sido muchos los autores que conectaron la perspectiva materialista del beso, las reflexiones sobre las prácticas del besar, y la rica sensorialidad que une a los besantes no sólo con los goces sexuales sino con la exaltación misma de los sentidos.
Un cuadro de magnífica sensibilidad se ofrece en cada buen beso que hemos dado y nos han dado.
Nuestra boca es un extraordinario aparato sensorial. Boca táctil que nos permite ir tocando en un beso, mientras nos olemos, nos palpamos, nos oímos pequeños sonidos, nos temperaturizamos en dueto. Todo un saboreo.
Y todo un gusto donde se entraman lo que nos gusta, quien nos da gusto, y ser un gusto para el otro.
Los besos gustan o no gustan. Curioso verbo “gustar” que aplicamos no sólo para aquello que nos place o no nos place, sino fundamentalmente para seleccionar sabores, trxturas, untuosidades, comidas, bebidas, alimentos que hacen estallar a nuestras papilas en fiestas de colores... o las matan de dis-gusto.
Los grados de sensorialidad de cada beso nos hacen ubicarlos en una escala que va del máximo de placer al placer casi nulo, o incluso, llano displacer. Hay besos inolvidables -los que “nos gustan”- que nos ponen al borde de la feliz hiperestesia. Los otros, los besos olvidables por completo, son aquellos que “no nos gustan” puesto que hemos sentido un grado bajo -o cero- de sensorialidad al experimentarlos. Los malos besos nos anestesian: nada sentimos en ellos. Estos besos constituyen la imagen sensible de la insipidez gustativa. Besos que ya dijimos, son la encarnación oral del dis-gusto.
El placer interno que nuestras lenguas sienten en un regio beso bien besado es un deleite para todos los demás sentidos. La boca aquí opera como una verdadera caja de resonancia de la sensibilidad. La indiferenciación de los sentidos que se convocan en el besar forman un nudo denso que contrasta completamente con la débil y precaria posición en que queda el sujeto sintiente. Besar nos evapora, fundiéndonos con el otro transitoriamente. Mientras dura el juego del beso nos transmutamos uno al otro sensualmente. Un beso nos devuelve a la efervescencia de un existir en estado de plenilunio sensorial, pero para llegar a ese estado de ebullición de la epidermis debemos ceder nada menos que nuestro Yo controlador, al menos por un rato. No hay beso sin entrega. No hay beso sin dimitir la razón. No hay beso sin una turbación temporal de la conciencia.
Aquel/la que nos atrae se transforma en “lo gustado” y pasa a tomar existencia placentera porque lo hemos saboreado desde nuestro paladar, con nuestros labios, envuelto con nuestra lengua, desenrrollado y arrullado suave y lentamente con el teclado de nuestros dientes, empapado oralmente con nuestra saliva.
“Te saboreo, luego existes”, podríase decir profanando con exquisita alegría la máxima cartesiana.
Un beso es una entrega que “gusta” desenvolver intensidades múltiples.
Con nuestra boca comemos.
Bebemos.
Hablamos.
Cantamos.
Besamos.
Todas estas “operaciones” de la oralidad se originan en un mismo lugar primario y fundamental de nuestro cuerpo. Para cada una de estas operaciones mutricio-placenteras podemos pensar diferentes y específicas prácticas que han ido modificándose histórico-socialmente. Cada una de esas mismas operaciones orales pueden ser celebradas como "Bellas Artes". Habrá así un arte del comer. Un arte del beber. Un arte del discurso. Un arte del canto. Un arte del besar.
Y todas esas operaciones y sus correspondientes bellas artes son igualmente territorio de Eros.
Comer, beber, hablar, cantar, besar: múltiples modos en que las series del deseo fluyen y se reterriotorializan a fin de llevarnos la mirada, los tactos y las pisadas hacia la complejidad de habitar este mundo en forma más plena, más intensa, más responsablemente ética.
El beso es una confluencia en la que resuenan todas esas Bellas Artes orales: las lenguas rozando cavidades desencadenan verbos (con los que trataremos a posteriori de intentar relatar lo acontecido), oralidades primarias (el placer de satisfacernos con y por la boca), gustos (seleccionando papilarmente lo que nos atrae y haciendo de ese goce una huella retransitable en la memoria de los placeres ) y erotismo. Entrelazando las bocas los besantes intercambian hedónicas calidades de satisfacción que los apartarán y tenderán a fusionarlos en nuevos planos.
-Etimología e historia de los besos
“Dame mil besos, luego cien mil;
luego otros mil, luego otros cien mil;
luego hasta otros mil, luego cien mil.
Después, hechos ya muchísimos miles,
revolvámoslos, para que no lo sepamos nosotros,
ni ningún malvado pueda mirarnos con malos ojos,
cuando sepa cuántos besos nos dimos.”
Catulo (Carmina - V)
Ya los textos de literatura védica escritos en antiquísimo Sánscrito -particularmente desde la épica primitiva que emana del “Mahabharata”, el inmenso poema de la India- aluden al acto en que dos personas se encuentran besándose en los labios, dando a ese comportamiento un valor afectivo. Otros textos religiosos, como el "Vatsyayana Kamasutram" o el propio "Kamasutra" revelaban ya la antigua y bella fenomenología del besar como inquietud propia de la educación erótica de los antiguos en Oriente. En la misma línea encontramos besos esculpidos ya en el 2500 aC. en las paredes del templo de Chitragupta en Khajuraho, India. Algunos antropólogos sugieren que el conquistador Alejandro Magno, en su contacto con la cultura India, fue quien trajo a Grecia y occidente el hábito del beso en los labios.
Abramos ahora un parétesis y hurguemos en la etimología por un rato: el sustantivo “beso” provendría de la raíz indoeuropea “bu”. La palabra “beso” en nuestro idioma deriva del latín “basiare”, y ésta a su vez del sánscrito “bhadd” que significa “abrir la boca”.
Fueron los romanos quienes se encargaron de usar bajo tres términos diferentes la palabra “beso”: “savium” era el beso erótico, profundo y labio-lingual; “osculum” refería en su origen profundo al beso dado entre amigos (el beso dado en la mejilla) y también aludía al beso de carácter religioso (el beso dado por Judas a Jesús es llamado “osculum”por Jerónimo, por ejemplo); “basium” era el beso de afecto dado en los labios, y también el beso de saludo. Pareciera que el criterio de agrupación a que responden estos tres sustantivos diferenciadores del besar alude, por un lado, al tipo de fenomenología física que el beso posea, y por otra parte, al tipo de relación/lazo entre los besantes.
Si tomamos la abundante literatura latina tanto en prosa como en poesía, domina la expresión “osculum” en muchos textos, ubicando esta palabra sea para besos “oficiales” (en Tácito), para besos románticos (en Ovidio) o para besos eróticos (en Lucrecio). Estos autores junto con Cicerón, Catulo, Virgilio, Horacio, y Suetonio multiplican sus referencias a los besos estilo “osculum”. Ovidio, en su libro III de “La metamorfosis” muestra al autocontemplativo Narciso intentando besar su propio reflejo en el agua:
“inrita fallaci quotiens dedit oscula fonti”
(cuántas veces, inútiles, dio besos al falaz manantial)
Un poco después, en el mismo libro III, aparece una nueva referencia a los besos dados a las ninfas utilizando la misma expresión “oscula”:
“nam quotiens liquidis porreximus oscula lymphis”
(pues cuántas veces, fluentes, hemos acercado besos a las ninfas)
Sin embargo es en Plauto en quien encontramos numerosas y más antiguas referencias latinas literarias a los besos. En su comedia "Pseudolus" (o El enredón, o El trompicón) hallamos expresiones en la cual la palabra “savia” es forma antigua de “sauvium” (beso erótico):
“savia super savia ”
(beso sobre beso)
Dentro del mismo significado, en su obra “Truculentus” la cortesana Fronesio se queja amargamente respecto de que su amante no le da ya ningún “savium”. En otra comedia plautiana titulada Amphitruo (Anfitrión) el personaje de Alcmena toma la acepción “osculum” y le dice a su esposo Anfitrión que el día anterior lo ha besado bajo la forma de Júpiter:
“-manum prehendi et osculum tetuli tibi”
(tomé su mano y le dí un beso)
El predominio de la palabra “osculum” para referirse a beso es roto por Catulo. Resulta inevitable no citar al adorable y desparpajado poeta nacido en la Galia transpadana quien en “Carmina” V utiliza “basia” y “basiorum” para referirse a los besos sexuales pero también a los románticos. Hay quienes sostienen que fue él quien introdujo verdaderamente la voz etrusca “bacium” para referirse a los besos. Veamos como aparecen tales expresiones del besar entre amantes cuando el poeta se dirige a su amada -la licenciosa Clodia, en el poema llamada “Lesbia”- en uno de los pasajes más intensos y bellos de Carmina:
“Vivamus mea Lesbia, atque amemus,
rumoresque senum seueriorum
omnes unius aestimemus assis!
soles occidere et redire possunt:
nobis cum semel occidit breuis lux,
nox est perpetua una dormienda.
da mi basia mille, deinde centum,
dein mille altera, dein secunda centum,
deinde usque altera mille, deinde centum.
dein, cum milia multa fecerimus,
conturbabimus illa, ne sciamus,
aut ne quis malus inuidere possit,
cum tantum sciat esse basiorum.”
(“Vivamos, Lesbia mía, y amemos,
y a las maledicencias de los viejos severos
démosle menos valor que a una peseta .
Los astros pueden morir y volver;
pero nosotros, una vez que muera nuestra breve luz,
deberemos dormir una última noche perpetua.
Dame mil besos, luego cien mil;
luego otros mil, luego otros cien mil;
luego hasta otros mil, luego cien mil.
Después, hechos ya muchísimos miles,
revolvámoslos, para que no lo sepamos nosotros,
ni ningún malvado pueda mirarnos con malos ojos,
cuando sepa cuántos besos nos dimos.” )
Probablemente debamos al querido Catulo esa primera mezcla de sentidos para hacer confluir bajo una misma palabra distintos tipos de besares. De Catulo en adelante sabemos que, muchas veces, es imposible separar en duras categorías el besar pues besamos en modos distintos, incluso, a un mismo ser. Cuántas veces acaso no besamos a quien amamos con los besos inconfundibles de la pasión, con besos de ardor, luego mezclamos besos tiernos, y besos románticos, volviendo a todos esos besos nuestros paganos “besos sagrados”!
Hay besos diferentes, parecen habernos querido legar los latinos con su besar tripartito.
Pero Catulo nos induce a pensar en dirección reversa: a veces todos los besos se vuelven uno. Privilegio éste, tal vez, sólo reservado entre buenos amantes...
-Adorables besos antes del beso mismo
“Y la razón se hace añicos,
y los cuerpos se rozan,
el valor pide asilo”
Javier Franco
Los besos vienen siempre precedidos por una especie de aura: es la sensación de que el beso está por suceder. Un microinstante en que nos sentimos ya besados sin que el beso físico haya irrumpido sobre la boca.
Los besos besan antes de besar.
Se anticipan.
La fantasía del beso, la idea de ser besado/besar a alguien deseado, o la sola atmósfera de instantes que inminentemente anuncian desde el idioma del cuerpo que el beso está próximo a llegar aluden a esta “aura” del besar.
Algo envuelve a los besantes con el beso que ha de llegar, y los arremolina en ese besar inllegado antes que el beso mismo se realice. Un aire particular? Una brisa de neuroquímicos flotando entre ambos? Un campo de electricidades mutuamente atraídas hacia la boca del otro? La irradiación multiforme que el deseo entre dos dibuja en la boca de los magnetizados?
El beso se anuncia sin perder la espontaneidad de lo inesperado pues su “anuncio” no corre por cuenta de los cálculos de la razonabilidad sino de los modos de decodificación silenciosos (y muchos de ellos atávicos) que llevamos a cabo en nuestra -felizmente- erogenizada cabeza.
Esperamos “ese” beso no sólo por desearlo, sino porque de alguna manera sabemos que antes de que el otro o uno/a lo ejecute, las condiciones del beso ya están ahí, disponibles para que las anzuelen los labios de los atraídos. El diferimiento, en este sentido, sólo confirma que la voluntad de espera no es más que la ratificación de que el beso finalmente llegará tornasolado con los colores primarios que derrama sobre él el deseo, el hambre del deseo. Por esto mismo podría afirmarse que hay quienes, aún sin jamás haber rozado nunca los labios del otro, ya están empapados en la marea de besarse.
Qué anticipa un beso?
Por qué besamos como besamos?
Existe un arte del beso?
Besan todas las culturas y humanas criaturas de la misma manera?
Existen bases biológicas (innatas) del besar o se trata de un acto adquirido sujeto, por ende, a las variaciones culturales y sociales?
Comprender el beso, entender desde su desencadenamiento a sus formas y su arte no ha sido una gran preocupación de la filosofía. Sin embargo algunos pensadores renacentistas iniciaron un camino hacia la intelección del beso. Tal es el caso del profesor de filosofía platónica Francesco Patrizi Da Cherso. Nacido en 1529 en Cres (en la costa de Dalmacia) Patrizi intentó hallar una explicación naturalista sobre beso. Su libro “L'amorossa filosofia” (1577), y particularmente el diálogo filosófico “Il Delfino overo del baccio”, buscan hallar explicaciones para el besar. Patrizi focalizará su análisis del beso en la cuestión física del gusto. Así afirmará que el beso no se trata de algo “espiritual” sino de algo de orden fisiológico, sosteniendo sin titubeos que “esto ciertamente no sucede por encantamiento o hechizo, sino por causa de fuerzas naturales”. La ciencia de besarse que intentaba perfilar Patrizi distinguía entre cuatro tipos de besos: el beso por succión, el beso en la punta de los labios, el mordisco en los labios, y el beso con la lengua. Mal que les pese a los románticos e idealistas, Patrizi revela ya en tiempos renacentistas que cuando besamos nuestras razones son enteramente fisiológicas, no espirituales (aunque defendamos el espiritualismo del beso como parte de nuestras más caras ilusiones).
-Bienbesados: mezclados en un beso
“Un beso es un húmedo desamarre,
el potente principio imborrable
e indiscernible
de un viaje posible
entre dos cuerpos alquimizados.”
(de un poemeta que alguna vez he escrito por ahí...)
“Nos” besamos.
Ese “nos” empuja inexorablemente al campo de la indistinción.
Hay dos que se besan, pero el beso es uno.
Borramiento lujurioso de sujeto y objeto. Ni erastes ni erómeno. Fusión indistinta.
La semiótica del beso es pura conjugación sin gramática que divida a las partes intervinientes.
Habiendo puro verbo, puro acto, sin embargo el besar no admite sujeto del verbo.
“Nos” besamos. Ni el otro ni yo. “Nos”.
Probablemente besar constituya el único acto auténticamente reciproco en el amor. Todo lo que en el beso no sea adueñado por la reciprocidad deja de ser beso. Es beso en menos. Menos beso. Casi se trata de un no-beso. Simulacro de beso. Símil. Baratijas linguales del artificio.
El beso sólo se consuma como tal, enteramente como tal, si en ese besar hay un acto recíproco que diluya al sujeto que besa y al objeto besado volviendo indistintamente al objeto sujeto y al sujeto objeto. Logic of fuzzy sets. La dación del besar (de hecho conjugamos el verbo “dar” para marcar la acción del besar) inmediatamente deja al dador en estado de receptor y al receptor lo torna automáticamente en dador. Dación paradójica del beso que es dado sólo cuando “nos lo damos”, cuando no es mío ni del otro. Beso que es de ninguno y de ambos, pues sólo es beso cuando es despojado de la propiedad posesiva de cada quien y emerge como algo nuevo, hecho entre dos dadores que se extravían como tales para reinventarse en algo que los excede.
Besar es la primer práctica corporal a que se entregan dos somas desconocidos.
Disolverse en una zona de zona de indiscernibilidad es perderse dentro de una boca que se desboca en nuestra boca, y hacer perder al otro desde su boca precipitándolo desbocadamente en nuestro interior.
Embeberse en dueto.
Transitorio banquete de los labios, las lenguas, las humedades.
-Física y química del beso
“Un beso es poesía, poesía química.”
En esa suerte de meditación sensualizada con otro que es un beso, abandonamos la conciencia. Por un rato. Sobrevolándonos a nosotros mismos, besamos (y si besamos bien y somos bienbesados) sentimos que fluimos.
Pero, qué es un beso?
Técnicamente hablando un beso está hecho predominantemente de agua (tal vez por eso, la metáfora de “fluir en un beso” debe permitirse y aceptarse por estar muy acertada químicamente hablando). El beso se compone en un 60 por ciento por agua; un 0,7 por ciento de grasa; un 0,4 por ciento de sal; un 0,7 por ciento de proteínas en medio de todo lo cual nadan cómodamente millones de bacterias y micro organismos. Anatómica y fisiológicamente, cuando damos un beso, movemos 36 músculos faciales, intervienen una centena de músculos posturales, se produce una subida de la presión sanguínea, nuestro pulso se acelera pudiendo llegar hasta 150 pulsaciones como consecuencia de la liberación de adrenalina, el organismo recibe más oxígeno, reducimos los niveles de cortisol (hormona del stress), intercambiamos alrededor de dos millones de bacterias con la boca del otro al tiempo que activamos potentes químicos antibacteriales, 40.000 microorganismos cambian de dueño, nuestro sistema inmune se fortalece, se producen neuropéptidos (unas sustancias químicas que evitan las infecciones), y además -si el beso es fogoso-quemamos unas 6.4 calorías por minuto.
Los besos van a parar directamente a nuestro maravilloso cerebro: un beso genera una gran cantidad de información que es enviada y procesada por nuestras divinas neuronas. De allí que podamos hablar de una verdadera neurofisiología del beso, ahora mejor armados que Fabrizi en el Renacimiento. De hecho hemos estrenado un área de conocimientos en torno a la ciencia del beso llamada “Filematología”.
Pese a los esfuerzos de antropólogos y biólogos evolucionistas no existe un acuerdo fuerte ni definido en torno al origen de los besos. La hipótesis más difundida sugiere que entre nuestros ancestros, las madres (y padres) alimentaban a sus hijos “mouth-to-mouth”. Premasticar los alimentos y regurgitarlos en las bocas de sus pequeños bebes habría sido la base práctica sobre la que emergió algo así como un antecedente de lo que hoy entendemos y practicamos como besar. El “kiss feeding” sería así el antecedente del beso de nuestros días. Algunos investigadores han extendido esta hipótesis (que, insisto, no es universalmente aceptada como explicación de la práctica del besar pero ha sido de las hipótesis más diseminadas sobre este asunto) sugiriendo que los primeros hombres aplicaban este proceso de masticación y regurgitación del alimento en las bocas de sus mujeres (courtship feeding) siendo éste un comportamiento que ha sido observado en numerosos mamíferos.
Cuando besamos apasionadamente liberamos un regio número de hormonas. Tal es el “shock” hormonal producido por un beso “profundo” que algunos bioquímicos consideran que darse un beso apasionado es como recibir una oleada de anfetaminas en el cerebro y el organismo. A good kiss is a powerful drug...
Cuáles son estas poderosas hormonas que se lanzan en las acuosas bocas de los besantes? De qué se trata esta bomba química? Veamos:
-Endorfinas: sustancias generadoras de la sensación de bienestar, y que además tienen un efecto analgésico. Los celtas atribuían a los besos un efecto curativo y terapéutico, algo que hoy la neurociencia del beso ha confirmado con precisión.
-Oxitocina: relacionada con la excitación sexual, con el apego, y responsable de hacernos sentir como “volando” sobre la realidad.
-Testosterona: involucrada en un gran número de procesos fisiológicos incluidos los relacionados con el deseo sexual.
-Adrenalina y noradrenalina: responsables de elevar la tensión arterial y aumentar los latidos del corazón
La antropóloga Helen Fisher, de la Universidad Rutgers de Nueva Jersey, considera que el beso es una herramienta adaptativa fundamental que ha evolucionado en los seres humanos a fin de “evaluar” la potencialidad de una pareja. Cuando uno besa, no sólo besa: toca, ve, siente, gusta, “prueba” a alguien. Una importante parte de nuestro cerebro se pone en “off”, se enciende.
Los poetas románticos consideraban al beso como una “prueba de amor”. Menos poética pero igualmente pragmática a la hora de buscar garantías y “sentidos” para nuestros comportamientos pasionales, la biología antropológica se pregunta por qué un beso es una “prueba” irreductible?
Porque la saliva de hombres y mujeres detecta condiciones evolutivas importantes en el posible apareamiento con ese partenaire. No dejamos nunca de ser animales, mamíferos instintuales en busca de reproducir nuestra especie. Poco importa que no lo hagamos y que el beso muera en el beso mismo: nuestros sensores evolutivos no pueden evitar entrar en estado de atención ante el acercamiento e intercambio de información erógena y evolutiva que implica besarse. Los hombres tienen un "cóctel de químicos" en sus bocas y lenguas que les dan indicios de la fertilidad y de las condiciones evolutivas de las mujeres que besan. De hecho los hombres -en forma no conciente- transfieren su testosterona a través de la saliva para provocar el “apetito sexual” en las mujeres que besan (sucias segundas intenciones que tendría hasta el más idealista de los besadores...) y estimularlas a ser sexualmente más receptivas, o asimismo para recoger rastros del ciclo de estrógenos femenino y “calcular” el grado de fertilidad o la cercanía del período de ovulación. Por su parte, a las mujeres, los sloppy kisses les servirían para evaluar (también no concientemente) el sistema inmune del hombre. A través de la saliva ellas detectarían ciertas proteínas inmunológicas presentes en la boca del partenaire a quien besan. Este “test rápido de compatibilidad inmunológica” las llevaría a considerar como “mejores” o “preferibles” o “elegibles” a aquellos besadores con quienes tienen un sistema inmune cuyas proteínas son distintas a las suyas (esa diferencia inmunológica favorecería la salud de la descendencia potencial con esa pareja). Todo esto sucede sin que lo sepamos! Pero sucede!!!
Los besos son mucho más que besos.
Tal vez los besos, para nuestros ancestros, hallan sido mero instrumento de cortejo, pero hoy son medio placentero de espionaje bioquímico. Un tester oral sumamente jubiloso que ofrece gran disponibilidad de datos químicos sobre el otro.. Y aunque los poetas le hallan cantado a las delicias celestiales de la boca amada, a la suavidad de los labios deseados, a la espera sublime del beso que se hace rogar, los besos son química.. O en el mejor de los casos, como ya he dicho, poesía química.
-Morir sobre su lengua: kiss or kill
“Temo tus besos, dulce dama.
Tú no necesitas temer los míos.”
Percy Shelley
Que los besos excitan otras zonas erógenas, también lo sabemos. Ya advertía Voltaire en su “Diccionario Filosófico” del siglo XVIII acerca de las “conexiones” impúdicas entre un beso prologado y otras humedades más... bajas:
“El peligro de besarse consiste en que hay un nervio del quinto par que va desde la boca al corazón, y desde allí más abajo, pues la Naturaleza todo lo dispuso con la más delicada industria. Las pequeñas glándulas de los labios, su tissue esponjoso, su piel fina, dan una sensación exquisita y voluptuosa, que tiene analogía con una parte más oculta y todavía más sensible. El pudor puede perderse en un prolongado beso.”
Un beso en la boca, un descomunal y guerrero beso en la boca, ciertamente “gatilla” otras voluptuosidades.
Los antiguos supieron incluir entre su universo de prácticas sexuales -con meridiana claridad conceptual- expresiones referidas a “otros” besares. Lo Duca en su “Historia del erotismo” destaca que entre los “cunnilinges” se ubicaban a aquellos/as que “ofrendan sacrificios a Venus con la lengua lambendo lingua genitalia”. También en el mismo texto hallamos referencias al verbo “irrumer” cuya acepción particular en el mundo de prácticas erótico-orales refiere a “acariciar el sexo del hombre por vía oral”. Lo Duca señala que cualquiera que ejecute ese acto es un “felador” (o una felatriz). Ya no se trata propiamente de besar sino de un acto que incluye el contacto de la boca con la zona genital masculina. Según este autor se atribuye a las lesbianas y a los fenicios la invención de esa variante oral, encontrándose los dos sustantivos y sus correspondientes verbos (lesbianizar y fenicianizar.) frecuentemente ya en Aristófanes y en Luciano de Samosata.
Todas estas variantes y resonancias carnales del beso sugieren que el besar representa de alguna manera aceptar una invitación al “dejarse abierto”. De allí el “riesgo” que advirtiera Voltaire respecto de abrir paso desde la llave del beso a otros temblores y pulsos húmedos. En la boca que se deja besar y que besa nos abrimos por primera vez a un otro, o al menos le indicamos que estamos dispuestos a darle entrada al túnel de sensaciones e inquietudes que conforma nuestro cuerpo, nuestros deseos, nuestro sí mismo. Giorgio Agamben refleja asimismo esas otras aperturas a las que parece llamar el beso:
“En cuanto se abre al beso, la boca se vuelve realmente boca,
las partes más íntimas y privadas se vuelven el lugar de un uso y un placer compartidos”.
Como podemos ya ir viendo los besos van desde lo sublime y poético a lo netamente sexual y corpóreo. Pareciera que en el primer grupo caben los besos de la idealización poética, mientras que en el segundo caso se hallan los besos carnales. Un beso poetizado bien puede honestamente admitir su voracidad carnal. Pero si de besos reales hablamos, muchos de éstos suelen ser bastante menos sublimes y alejados de la pureza yámbica.
Veamos un ejemplo actual que es casi un hábito juvenil: besar a muchos partenaires en una misma noche. Esa desbordante práctica multiplicante de salivas-sabores-lenguas-bocas permite a ese/as joven entregarse a una embriaguez oral vastamente exploratoria en apenas unas pocas horas. Energía juvenil que juega una buena parte de sus juegos de satisfacción parcial entre furibundas mojaduras bucales y entusiastas entrecruzamientos linguales. Tal vez en este punto deberíamos recordar que, visto objetivamente, un beso es un asunto que refiere a “meter en la boca”. Cuando besamos nos metemos en otra boca y otra boca se introduce en la nuestra... curiosa metáfora alimentaria. Los besos, como los alimentos, entran por nuestra orificio bucal para satisfacernos. Pero si recordamos las antiguas (pero vigentísimas) premisas del “Cuidado de Sí” que inauguraran allá lejos los griegos, deberíamos cuidar qué nos metemos en la boca. Pues así como no todos los alimentos son buenos, ni todos los multiplicantes excesos de alimentos resultan en una necesaria satisfacción, tal vez deberíamos tener en cuenta que no todos los besos son buenos, ni todo besar nos dejará satisfechos. La vorágine actual de este práctica multioral -ligada como está a una oralidad exacerbada que incluye beber en demasía y besar sin selectividades finas- debería en algún momento virar hacia una pequeña pero imprescindible bisagra reflexiva. No se trata de censurar moralmente este comportamiento de nuestros líberos jóvenes ni mucho menos, sino recordar cada tanto que se puede educar en/para los diversos placeres orales. Libertad no siempre hace buena rima con exceso. Los antiguos no temían a la “educación de los sentidos”, e incluso se daban un tiempo y dispositivos sociales que les permitían grandes excesos (calendarios de festividades, días de culto a ciertos dioses, banquetes dionisíacamente desbordantes, etc.) sin por ello dejar de pensar en los laberintos sórdidos en que los metían esos mismos desbordes. La búsqueda de balances saludables es una meta perdidiza, pero no vana. Los equilibrios se ganan únicamente para poder ser perdidos oportunamente, no para autodefinirse como “persona estable”. No se trata de una observación moral dirigida hacia esa intensa locura juvenil en su versión de “deseo goloso” actual, sino de un recordatorio en torno a la ética de los placeres y el cuidado de sí. No todo lo que llega y entra nuestras disponibles bocas tiene el destino de gratificarnos. Hay intercambios orales que no nos resultan placenteros, ni bellos, ni buenos, ni sanos. Entonces sí a los besos, pero sí también al cuidado de uno mismo por uno mismo.
“por un beso... yo no sé
qué te diera por un beso.”
G. A. Becquer
Hasta aquí hemos estado desmenuzando los modos de realización del beso. Pero resulta apropiado ahora preguntarnos acerca de qué sabemos de su contracara: el diferimiento del deseo de besar, asunto que rozáramos párrafos más arriba.
El beso que quiere ser beso y no alcanza a materializarse.
El beso que espera.
El beso que debe demorarse a sí mismo.
El beso que se reserva, aún, en la potencia arrebatadora de su anhelo.
Qué sucede cuando el beso es deseado y al mismo tiempo demorado?
Qué hacemos con esos besos que “estacionamos” a la espera de la boca real que los consume y sacíe?
Qué caminos encuentran los besos cuando éstos no hallan el sendero de la concreción física?
El beso es un modo de concreción del deseo. Pero el beso es a su vez una forma de configuración del deseo. Por eso tanto se ha cantado al beso soñado, al beso de los sueños, al beso que se ansía casi con desespero pero debe aguardar.
A falta de realizabilidad real del besar, los trovadores se encargaron de elevar a la categoría de sublime el beso de la dama amada y mucho antes que ellos lo hicieron los poetas romanos. Pero mucho antes aún que la poesía, o podríamos decir que más allá de la escritura-literatura del besar, existieron los sueños.
Sueño de besos. Sueño con “su” beso. Con “un” beso en especial.
El deseo de beso se concreta en la estética onírica encontrando durante el soñar una vía de realización de lo profundamente anhelado.
Mientras la conciencia descansa, el beso se despierta.
En nuestro eclipse cognitivo y de conciencia podemos besar y ser besados maravillosamente. Es que ninguna de las propiedades de la razón congenian casi en nada con la sintaxis del juego de los labios. En la boca que besa quedan a la intemperie las razonabilidades y exigencias cartesianas. Soñando un beso se desnuda otra lógica: se duerme el sentido para desperezar al sinsentido del placer.
Sin embargo, esa gula de besar que indómitamente busca su expresión y realización alternativa en el tiempo-espacio del soñar saciando temporalmente un deseo que no se ha consumado en lo real (o que se ha consumado pero desearíamos re-consumar) no sigue siempre la lógica de la satisfacción en la realidad. El beso que se ha soñado bien puede no corresponderse con el beso finalmente realizado con el pleno testimonio de la vigilia. A veces realizar materialmente aquel beso largamente ensoñado nos hace asomar una vez más a los propios espejismos... para terminar enfrentando al único recurso renovable de la carestía: la frustración. Penurias del besar real que atentan contra la melodía perfecta del besar soñado.
Es que del sueño al hecho, a veces, el beso ideal queda deshecho.
-El fastuoso acontecimiento de un “buen” beso
“En un beso sabrás todo lo que he callado"
Pablo Neruda
Placer oral, dirán los psicoanalistas.
Información con fines evolutivos, dirán los biólogos.
Arrendamiento labiolingual, diría Kant.
Kant, que pocas veces me cae simpático, definía al amor matrimonial como "el mutuo arrendamiento de los órganos sexuales". Siguiendo la lógica kantiana un beso sería un mutuo arrendamiento de labios, bocas, saliva, hormonas, gérmenes, lenguas, enzimas. Besar sería una especie de transacción oral con fines de satisfacción, o bien con fines pro-reproductivos, o una combinación de ambos. Así, un beso malo sería una especie de mal negocio, una transacción equivocada. Un mal beso sería una mala operación de arrendamiento que ambas partes tratarán de no volver a repetir puesto que los fines de satisfacción no resultan de interés para las partes.
Pero ya he aclarado que Kant (o las derivaciones de aplicar el razonamiento kantiano) no es santo de mi devoción. Dejando a un lado la parcialidad de la explicación “transaccionista” del besar me inclino más a reflexionar acerca del valor (y valor) de ciertos besos, de los buenos besos, en tanto éstos constituyen verdaderos acontecimientos para sus lúbricos involucrados.
Sí, un buen beso es un acontecimiento del placer.
Placer que no enseña nada excepto qué nos place. Y quién. Y cómo... y cuánto!
Cuando un beso intensamete placentero “acontece” se produce una suerte de síntesis de satisfacciones, de sentido de la fusión en el que somos al mismo tiempo objeto de una convergencia (con el otro, pero también con el propio deseo) y sujetos de una divergencia que se mantiene (cada uno besa con/desde su cuerpos, siente con/desde sus afectos, disfruta con/desde sus placeres, gatilla procesos con/desde su organismo).
El beso intensamente sentido es por esto un acontecimiento convergente-divergente.
Pero se trata de un acontecer sin causa determinable.
Hay una cuasi-causa de un beso: habernos sentido atraídos por los múltiples imanes de determinada persona. Capricho de los sentidos, primera causa en la cadena de atracción que no por ello deja de ser irreconstruíble lógicamente.
Desde Deleuze sabemos que los acontecimientos propios de las superficies de los cuerpos y sus mezclas, tienen de alguna forma negada la causalidad. Si el planteo deleuziano fuera acertado, no hay causa de un beso stricto sensu. Habrá, sí, desencadenadores del deseo de besar, seres que nos resultan atractivamente besables por esas sinrazones de tela de araña que se entretejen impersonalmente entre confabulaciones del deseo, fuerzas de la atracción, electricidades epidérmicas, ráfagas bioquímicas y magnetismos subjetivos.
Qué busca el beso?
Hay algún propósito identificable en el beso?
El beso no sabe de su propia finalidad. Acaece. Es. Sucede. Caemos en el beso.
Y caemos en un besar sin un fin determinado, al menos a simple vista (ya vimos que las activaciones de nuestro animal evolutivo están suficientemente despabiladas en cada beso dado).
Por supuesto que hay besadores que, sin poder despegarse de la matemática lógica del cálculo, esperan que el beso termine en un resultado. Ese resultado que esperan los calculadores del beso podrá ser desde la sensación de conquista, la expectativa de establecer un lazo más comprometido a mediano plazo, o sencillamente terminar el asunto en una sudorosa refriega sexual inolvidable.
Tal vez por esto mismo es que los besos “con-sabor-a-adolescencia” son memorables, pues uno podía pasarse tiempos sin tiempo sólo entregado a la finalidad de dar y darse al arte de los besos postergando la entrega definidamente sexual-genital (o al menos entendiendo el sentido de la demora gozosa en ese juego previo jugosamente oral). Oda al contacto.
"Beso que mágicamente
despertó a la Bella Durmiente
e hizo temblar el castillo"
Carmen Gil
Emocionalmente hablando, los besos no siempre son fuente de emisión de respuestas claras.
Allí donde la evolución se vuelve casi certeza de datos, los sentimientos se escabullen en un mar salado que agita emociones sin ratificarlas verbalmente.
Se puede perfectamente besar manteniendo el fantasma del sentir en estado de enigma para el otro.
Siendo que son entidades borrosas (propias del borramiento entre Yo y el otro) los besos no nos dan precisiones sobre los sentimientos de quien besamos.
Hay besos que así como llegan se van.
Y otros que, incluso, nos dejan fecundos en preguntas y oráculos intrigantes.
Cuando besamos la palabra guarda silencio, se disuelve en el agua de esas bocas que libran suaves batallas eróticas entre salivas, dientes, papilas, y comisuras. No es necesario explicar nada cuando uno se entrega a un beso: basta involucrarse físicamente en esa simbiosis de respiraciones empáticas y nada más.
El problema vienen cuando forzamos darle un sentido claro a un beso.
Ahí bien pueden fallar los radares, equivocar el mapa y creer lo que no hay.
Por eso, incluso los besos que nos dan “agua en la boca”, esos que evocamos y re-evocamos por su belleza placentera pueden no seguir necesariamente un “después”. Quisiéramos haber sido besados por la eternidad, pero descubrimos haber sido besados por un sapo (o rana) que se ha ido saltando alegre y liviano/a entre los charcos mientras nosotros quedamos sosteniendo a la intemperie un gran signo de pregunta que -tememos- nadie nos responderá. Son los besos “porquesínomás”.
Entonces el resentimiento -bestia que nos acecha siempre a la vera de nuestra última frustración- nos lleva a creer que ese beso sin después es menos beso y más puñal.
Beso traidor?
Boca que nos ha mentido?
A veces es irremediable despertar de los besos que nos han despertado.
El beso cuyo sentido-significado posterior se aleja de nuestra expectativa es como un beso que se vuelve contra sí mismo. Toda esa magnífica intensidad sensible y voluptuosa que hubieron de darnos esos labios, ahora se desvanece en el aire. El beso se vuelve retazo de memoria inhóspito. El mismo beso que antes nos ataba a la cola de su barrilete de sensaciones y nos hacía sentir expandidos en el horizonte del placer, ahora nos desampara dejándonos exiliados en tierras del desafecto. Es así que un hermoso besar que otrora nos daba potencia vital puede adherirse luego a la representación posterior de un beso penado. Recordar esos besos cuya valencia ha invertido su signo nos produce tristeza, nos apena, nos debilita. Y nos condena a rememorar sus días de gloria bajo la sombra de sufrir recordando todo lo bueno y maravilloso que aquellos besos nos prometían (o más precisamente, nos “creíamos” que nos prometían).
Lo que fue agua a la boca ahora se ha vuelto desértica sed.
Desencantados del encanto sublime de los grandes besos que rememora nuestra boca, seguimos vagando por las dunas, entre oasis en los que fervorosamente quisiéramos ver-experimentar esos besares perfectos en que alguna vez nos enredamos.
Y si, en efecto, hay besos supremos que no volveremos a experimentar, y éstos son inerradicables de la memoria, poco queda por hacer más que recordarlos con una sonrisa que los celebre por haber existido. La memoria es un pergamino interactivo indiscernible del cuerpo.
-Besarse, ese devenir común
"Por tus besos vendería el porvenir"
Chateaubriand
La invención de la intensidad ha tenido una historia tan larga como la humanidad misma, y los besos han sido y son parte de aquella.
Los besos podrían ubicarse dentro de lo que Gilles Deleuze describe como fenómenos del devenir común (idea que retoma desde su particular lectura del ensayo sobre “Materia y memoria” - 1896, de Bergson).
El beso nos “mueve” y es en sí un movimiento. Ese movimiento que es el besar es un traslado (de hormonas, de deseo, de líbido, de otras oralidades) que cambia cualitativamente un todo. Ese “todo” somos nada más y nada menos que nosotros mismos. Siguiendo la secuencia oral-alimentaria vemos que el acto de comer implica que los alimentos no sólo se incorporan al interior de nuestro organismo sino que forman parte de un todo en estado de transformación tal que cambia la condición del que se nutre tanto como la del alimento ingerido. Eso es llamado por Deleuze un “devenir común”, un acontecimiento.
Cuando el beso tiene la fuerza de un acontecimiento intenso, los besantes son “tomados”, arremolinados, arrebatados por el beso mismo... y éste se vuelve un sabor “amable”, bueno, un evento de los sentidos que crea y nos hace bien-estar.
Si el alimento se disuelve en nosotros a los efectos no sólo de nutrirnos sino de satisfacernos en un plano más vigorosamente psico-somático, ese gozar de la comida acontece en un ser que, en ese instante mismo en que está transmutando alimento en placer se ignora a sí mismo. Para Deleuze la sensación es un devenir que capta una unidad de la que no pueden dar cuenta concientemente sus participantes.
Del mismo modo podemos concluir que el beso que se registra como acontecimiento es una maravillosa correspondencia con el otro.
Cuando alguien siente que un beso lo transforma (y en esto los cuentos de hadas han captado brillantemente la metáfora), aquel junto con quien se transmuta se metamorfosea a sí mismo en un mismo devenir. Cuando el beso es divino acontecimiento, el beso y los besantes son un único devenir de fuerzas transformadoras que mutuamente modifican a cada uno de los intervinientes.
En el beso pleno uno deviene otro por afinidad gustativa, erótica, sensual.
Es el devenir beso.
El devenir beso nos pone así en contacto con todas esas “Bellas Artes” que mencionáramos al inicio de este artículo: devenir beso es tomar contacto con el hilado de pluralidades que finamente borda nuestro tapiz de placeres orales. Ese devenir construido “a pura boca” nos anuncia la presencia de un ser especial. Al menos especial para cada uno de nosotros y dentro de nuestras particulares coordenadas de temporalidad hedónica.
Devenir beso es querer alimentarse del otro, darse a beber al otro, desear ser la palabra favorita en boca del otro, cantar para ese otro, ser su música, su nutriente, su agua, su signo preferido. Sí, el beso pleno en cuyo acontecer sentimos que transmutamos, aspira a ser voraz. Y es por eso mismo cautivantemente peligroso.
Demasiado cautivados por ciertos besos, nos volvemos desquiciados cautivos.
El beso especial, que acontece, que nos deviene beso... es un beso trascendente. Justamente porque nos trasciende. Porque nos obliga a quebrar tanto cobardías como desamarrar estúpidas ataduras. Porque resitúa lo vulgar, lo anodino, lo conocido, lo sabido, lo engrisado.
Si ese beso ha sucedido ya, si aún lo esperamos, si ni siquiera sabemos de su posibilidad, poco importa: un beso que se “recorta” en la espesura de su relieve entre todos los besos bien vale la pena de ser esperado, recordado, cobijado, anhelado.
Besar es estar vivo. Mantenerse vivo. Sentirse vivo.
Y finalmente poder decir, con la esperanzada alegría realista del poeta:
“Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas”
(De “La canción desesperada” - Pablo Neruda, 1924)
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