Los días no debieran ser sólo rutina. Sin embargo, hay abundantes
personas que prefieren sucumbir, ahogar toda expectativa y no esperar
nada deslumbrante para el día, la semana o el año siguiente. Eso los
suele tranquilizar. En esa rutina, la repetición de cada acto adquiere
un carácter ritual y hasta otorga felicidad y complacencia. Cada pequeño
acto cotidiano va adquiriendo en su repetición un profundo significado.
Nada debiera enturbiar esa delicia de hacer algo que a nadie más le
importa, como beber un té negro con un par de rebanadas con mantequilla
antes de las ocho de la mañana, luego lavar la taza y mirar por la
ventana la intensificación del color de las plantas y el cielo.
Esperar demasiadas cosas genera una rabia acumulativa, el inconformismo
extremo lleva al enceguecimiento y al autoexterminio. Pensar que otras
personas tienen alguna obligación contigo es un despropósito. Nadie te
debe nada, nadie tiene por qué acompañarte ni aceptar pertenecerte.
Adueñarte del tiempo y la voluntad de otras almas es un crimen, una
torcedura infame de la imaginación. Debes aceptar que estamos solos, que
los ritos revolotean a nuestro alrededor confiriendo pinceladas
fantasmagóricas a nuestros pasos, que los otros ven los ritos pero no a
nosotros, como nosotros no los vemos a ellos. Estamos solos,
desgarradoramente solos y muertos. Y cuando ya entiendas que estás
muerto quizás puedas mirar nuevamente por la ventana para ver la
intensificación de los colores de la vida.
Sé que porfiarás en tu postura. Eso está bien. Tienes motivaciones muy
personales. ¿Pero qué es lo que realmente quieres hacer con tus días?
¿Quieres cambiar las cosas?¿Crees que con la sola iluminación justiciera
de tu conciencia podrás desenhebrar otros destinos? Vaya arrogancia.
Lenin y Rockefeller juegan amigablemente a las cartas, cuentan chistes
sucios y se ríen de tu estupidez. Lo mejor es esperar hasta el punto en
que nos debamos matar los unos a los otros y en lo posible no quede
nadie ni nada que pueda volver a reproducirse.
Jorge Muzam
Escritor chileno
Más escritos del autor en: "Cuadernos de la Ira" http://cuadernosdelaira.blogspot.com/2010/06/nadie-te-debe-nada.html
Cada uno arriesgaba algo, ha ido
lo más lejos posible en este riesgo, y extrae de ahí un derecho imprescriptible.
¿Qué le queda al pensador abstracto cuando da consejos de sensatez y
distinción? ¿Hablar siempre de la herida de Bousquet, del alcoholismo de
Fitzgerald y de Lowry, de la locura de Nietzsche y de Artaud, permaneciendo en
la orilla? ¿Convertirse en el
profesional de estas habladurías? ¿Desear solamente que los que recibieron
estos golpes no se hundan demasiado? ¿Hacer investigaciones y números
especiales? ¿O bien ir uno mismo para ver un poquito, ser un poco alcohólico, un
poco loco, un poco suicida, un poco guerrillero, lo justo para alargar la
grieta, pero no demasiado para no profundizarla irremediablemente? Dondequiera
que se mire, todo parece triste. En verdad, ¿cómo permanecer en la superficie
sinquedarse en la orilla? ¿Cómo salvarse salvando la superficie, y toda la
organización de superficie, incluidos el lenguaje y la vida? ¿Cómo alcanzar esta
política, esta guerrilla completa?
(todavía cuántas lecciones por recibir del estoicismo...)
“Cumplí con mi cometido. Terminé con Sócrates.
Hace falta, como profesor de filosofía, dictar al menos una vez en la
vida un curso sobre Sócrates y su muerte. Ya lo llevé a cabo. Salvate
animam meam”.
Palabras de Michel Foucault en la clase del 22 de febrero de 1984. Fue el último curso dado por él en el College de France, meses antes de morir el 25 de junio de ese mismo año.
En
tiempos juveniles me causaba una indescriptible sensación placentera
irme a la Costanera Norte, ese raro borde urbano del barroso Río de la
Plata, y sentarme cerca de las piedras con un libro amable a mano simplemente a
mirar el río correr.
Hoy
estoy lejos de ese río, muy lejos, pero llevo grabadas bajo la piel
aquellas juveniles sensaciones contemplativas. Allí leía, estudiaba
incluso, o simplemente miraba el horizonte mezclarse en agua, cielo y
destellos. Digamos que técnicamente hablando lo que tenía era más bien
una "sensación de horizonte". Y en esto la geografía ayudaba: aquellas
aguas no me mostraban jamás su otra orilla puesto que estaba sentada
mirando al río más ancho del mundo. Esa sensación de horizonte
intermediada por el rioplatense elemento líquido no tenía nada de
experiencia mística pero sí de práctica contemplativa. Me serenaba, me
extasiaba, me inducía a imaginar futuros sin forma pero lumínicos, me
esperanzaba, me ponía en contacto con cierta indescifrable voluntad de
poder.
Hoy no soy esa ni estoy allí, aprecio las siluetas de otro río: el Hennops me regala la visión de su calma o me intimida con su caudaloso torrente violento en la estación lluviosa en este sur de Africa. Pero los ríos
siguen fluyendo en mis adentros. Soy, de algún modo ese mismo río porteño, y este otro sudafricano, y el larguísimo Chao Phraya que baja desde las montañas hasta el golfo de Tailandia... y muchos otros más.
Heracliteanamente diría, soy a la vez ese mismo y no-mismo río una y otra vez.
Tantos
años después de aquel hábito meditativo a orillas de aquellas aguas, -generalmente mansas y a veces algo locas- que dibujaron buena parte de mi identidad, sigo
sintiendo/pensando que las metáforas de lo líquido son extraordinarias
para describir no sólo los estados de ánimo sino incluso las
subjetividades mismas.
Quizá la cualidad de fluir sea
la que más me atrapa, la que mejor me sienta, la que más me gusta
indagar. Al agua me acerco con preguntas calladas y nunca me defrauda
en sus también calladas respuestas. El agua me resulta oracular.
Las cuestiones líquidas y su devenires explican bellamente ciertos estados
generales de la materia, y particularmente algunos claves para
comprender nuestra humana materia. Por poner un básico y
sencillo ejemplo, es curioso que sólo el agua que fluye se mantenga clara mientras
que la estancada se enturbia e incluso se pudre, procesos estos en que a veces veo reflejadas la salud o enfermedad de muchas personas. Nada más enfermizo que sentirse detenido, nada más enfervecedor que moverse en o hacia planos que nos gratifican. Pensemos del mismo modo en la
versatilidad del agua: sólida, fluyente, nubosa. Asimismo deberíamos
considerar, desde este punto de vista, que nuestro propio cuerpo es 70%
líquido. Si además tenemos en cuenta que del agua ha surgido esta vida,
que en medio de flujos los gametos de los que procedemos se dieron
encuentro, y que como inacabados cachorros de la especie humana emergemos a este bizarro mundo unguentados en fluídos
varios creo que no hace falta demasiado más para afirmar el rol crucial
de la liquidez y sus sinuosidades en nuestras existencias.
En
cierta medida nosotros mismos somos, metafóricamente, esos ríos que
corren.
Vemos el río y a la vez éste nos permite mirarnos dentro de esa misma y nuestra mirada que lo contempla. Y no se trata de asuntos de Narcisos
suicidas cautivados por su propia imagen, puesto que no estoy pensando en
mirar hechizantemente el propio reflejo en el espejo que ofrecen las
aguas, sino en el efecto contemplativo que dispara la percepción de lo
acuático en sí. Quizá, fuera del mito de narciso, haya alguna otra humana
razón por la que nos place tanto "ver" un horizonte de agua. Si no se
trata entonces del regocijo narcisista de vernos duplicados en su
espejo, qué es lo que nos produce esa sosegante sensación anímica al
contemplar mares o ríos o lagos? Tal vez ocurra que en esas visiones líquidas y
silentes simplemente sintamos por unos minutos que rompemos la distancia
con aquel elemento del que provenimos y del que estamos
predominantemente hechos, volviendo a él a través de nuestros ojos bien abiertos. Volvemos a ser Uno con lo que nos dió origen.
Lógicamente se trata de una ilusión efímera, pero su caracter
transitorio no le quita efectividad: mirando el agua nos recordamos
hechos de agua. Si entre tantas etiquetas inútiles que nos colgamos (y nos cuelgan) del cuello, pusiéramos más atención a esta etiqueta de origen creo que nos resultaría un recordatorio inteligente y veraz: made in water.
Recordar nuestro estado líquido es a
la vez serenante y potenciante.
En el agua nos imaginamos fluir, o tal vez darnos a
flotar, o entregarnos a corrientes sin mapa olvidando la tiranía de la
voluntad y las exigencias de tener que tomar rutas sólidas. Si de
agua somos, el deseo es líquido. Al mismo tiempo el agua calma, mece,
pero también tiene la fuerza suficiente para derribar lo que sea. El
agua, esa femenina serpiente calladita, lograr infiltrarse suavemente
casi por cualquier parte. Ella también es tormenta inundante que todo lo
empapa, todo lo desborda. El agua refresca, calma al errante en el
desierto, permite que la simiente se olvide de sí y se vuelva raíz,
tallo, surgencia de vida. El agua puede erosionar los bordes ásperos,
puede volver romo cualquier ángulo. También el agua es gota salina que
rueda, conmoviendo al hombre y despertando al poeta. El agua es
mutabilísima, y hábil: hace del viento su cómplice y excusa para
volverse furia en la ola impiadosa. Metidos en ella nos alivianamos,
sobre ella perdemos gravedad, nos olvidamos que somos sujetos de la ley, nos mantenemos a flote. Pero ella es
asimismo potencialmente capaz de ahogarnos, hundirnos, sacudirnos hacia
la zozobra. Dependiendo de los caprichos de las temperaturas en ella
hervimos las crudezas, entibiamos los pies o nos congelamos los huesos.
Hielo, témpano, granizo. Pero también deshielo, neblina, cascada. Ella es Hybris, remolino y correntada ciega. Ella es Sophrosyne: fuente
y oasis. De allí que la deseemos y le temamos, la invoquemos y la
maldigamos, la necesitemos y a la vez tengamos esa sensación de extraño
respeto ante su elemento en extremo soberano.
Nuestros
regocijos sexuales están marcados por la mezcla de fluencias líquidas varias:
besamos amadas bocas ensalivadas, tocamos pieles que se deshacen en
sudores, nos mojamos de deseo para hacer saber al otro que el juego de
los sentidos marcha de maravillas, nos desamarramos de nuestro propio puerto
físico con un estallido seminal por el que transitoriamente nos nacen alas. El placer es líquido....
Por
último, más cerca del campo de lo sutil, los orientales sugieren que
ocasionalmente "dejemos las cosas fluir", o más bien, que fluyamos con
las cosas. Con menos oposición cartesiana, más disposición deviniente,
menos remos y más satisfacción flotando sobre el curso inesperado de los
días. A veces uno casi que "debe" dejar que el río vaya corriendo, que
la vida siga su propio y extraño flujo. Cierto es que no estamos muy
entrenados para este tipo de existir, casi nada en la cotidianeidad gris insta a practicar tal indecente acto de flotación. Sería imposible andar "fluyendo" y pretender correr el subte que se nos escapa, planificar la compra en el supermercado, aguantar la fila en el banco, presentarse a rendir un exámen, entregarle el trabajo just in time al jefe, aprontar a los hijos para que estén a horario en la escuela, llegar a una clase previamente agendada, etcetc. La productividad es cualquier cosa menos fluencia. Pero por suerte en toda vida hay intersticios no productivos donde hacemos nuestro parate, respiramos hondo y nos desalienamos por un rato. Y afortunadamente también la voluntad es educable (o
re-educable) sobre todo cuando lo que insiste posee una solidez tal que
nos impide ponernos en circulación en una dirección más placentera. Se
persiste muchas veces en algo autoinstalando una idea fijista acerca de
cumplir determinado objetivo o llegar a alguna meta, lo cual no es ni
malo ni bueno en sí. Pero si esa voluntad insistente fuerza puntos
imaginarios de llegada que nos cuestan el alto precio de vivir
irritados, tensos, frustrados, enojosos, belicosos, enolerizados... qué
estamos haciendo? Probablemente olvidarnos de lo líquido, olvidarnos de nuestro propio elemento. O peor aún, en consecuencia con lo antedicho, estancarnos. Pudrirnos. Echarnos a perder. Detenernos en el mismo estúpido punto,
aún cansados de empujar con los remos en las manos.
Los
objetivos son transitorios. Siempre. Y si bien son ellos los que
justifican el hilván de nuestro tránsito hacia algo que nos trascienda
como proyecto, no es nada bueno olvidarnos de que tanto esos objetivos
como su -probablemente loable- proyecto del que surgen son también
transitorios. Nosotros mismos somos un raro tránsito. Entonces, como
sea, mirar el río correr...
Quiere decir todo lo hasta aquí expuesto que es mejor no hacer nada? Que es preferible sobrevolar los días en una suerte de debilitamiento inútil y sin sentido? Definitivamente no. Supongo que nuestra faceta procrastinadora bien puede intentar utilizar esto de la fluencia como modo de ser, como estado desafiante a la alienación (del trabajo, de las responsabilidades, de las tradiciones, del sistema productivo, de la moral hipócrita, blablabla). Pero pensar la fluencia como ociocidad ilimitada sinónima de "no-hacer" no sólo sería empobrecer el concepto sino degradarlo. Los antiguos griegos aristócratas no trabajaban, tenían enteras horas diarias de vigilia a su disposición, razón que nos sólo les permitía razonar mejor que nosotros las soluciones a sus problemas en la polis sino desarrollar ideas, técnicas, pensares de tan vasto alcance en tantas áreas que aún hoy seguimos mirándolos en busca de pistas para un mejor vivir.
Fluir es posibilitarse condiciones para un hacer mejor.
La potencia de una acertada fluencia nada tiene de fatiga ni de holgazanería ni de inestabilidad y mucho sí de revitalizante juego placentero. Se fluye para estar en mejor contacto con lo que nos place, para poder detectar primeramente eso que nos place, y para entonces hacer mejor lo que nos da placer. Es fundamental así darse un tiempo para "ver el río correr" y hallar en esa temporalidad sosegada un punto de retorno a sí mismo tal que permita encontrar quehaceres desalienantes.
Se contempla, se flota para re-encauzar sin cauce preciso aquello por lo que nuestro deseo vibra.
Fluir no es un no-hacer, es un seguir haciendo mejor.
O en otras palabras, reconstruir aquella juvenil "sensación de horizonte" de la que hablaba al principio del post.
Dejar
ir. Dejarse ir.
Estarse y amarse y cuidarse con quien a uno le plazca, estarse y amar y cuidar lo que a uno le plazca hacer... pero cuidando de no aferrarse a nadie ni a nada. La única real espada de Damocles que pende sobre nuestra cabeza es la de la transitoriedad radical de todo. Fluir es consecuencia de un cierto grado de benéfico desapego.
Dejar partir. Saber partir.
Hacer lugar a que aquello
que se nos escurre de las manos sin voluntad de aferramiento, dejar ir
lo que ya se esta yendo permitiendo que seres, aconteceres y objetos
rompan la línea recta de las expectativas rigidizantes y sencillamente sigan el curso de la vida sin intervenir
demasiado arduamente en ello.
Dar movimiento. Moverse.
Fluir es no forzar la direccion del viento. El viento es viento y va para donde quiere, mal que les pese a los meteorológos. Ser mejores navegantes: contemplar la
dirección de nuestros vientos particulares, modificar la posición de nuestras velas, o quizá resolver parar por un tiempo en algún puerto. "Desensillar hasta que
aclare", como decía el sabio gaucho de a caballo que reservaba para otros embates las vanas pretensiones de desafiar
temporales imparables. Toda soberbia cae por alguna ladera suicida. En suma, no acceder al piloto
automático maníaco y perverso que nos empuja fatalmente a querer cambiar
de manera omnipotente el curso que de forma inmanejable a veces toma
el flujo de nuestras existencias.
Lo que sigue es un
blues de los '70 del poeta Bob Dylan. Me gusta esta versión de Joe
Cocker, esa desgajada voz. vagando sobre esta letra, casi como sobrevolando
sin demasiados cuidados ni ornamentos sobre el pentagrama, pero con fuerza, sin apelaciones a lo lánguido.
Simplemente a veces la cosa consite en mirar el río correr...
Watching the River Flow - Bob Dylan
(versión cantada por Joe Cocker)
What's the matter with me, Qué es lo que me pasa,
I don't have much to say, no tengo mucho que decir,
daylight sneakin' through the window la luz del día furtivamente a travás de la ventana
And I'm still in this all-night cafe. y yo todavía en este café nocturno.
Walking to and fro beneath the moon Caminando de un lado a otro a la luz de la luna,
out to where the trucks are rollin' slow, hacia el lugar donde los camiones están rodando lentamente,
to sit down on this bank of sand para sentarme en este banco de arena
and watch the river flow. y ver el río correr.
Wish I was back in the city Me gustaría estar de vuelta en la ciudad
instead of this old bank of sand, en vez de en este viejo banco de arena,
with the sun beating down over the chimney tops con el sol golpeando en lo alto de las chimeneas
and the one I love so close at hand. y a quien amo al alcance de la mano.
If I had wings and I could fly, Si tuviera alas y supiera volar,
I know where I would go. ya sé a dónde iría.
But right now I'll just sit here so contentedly Pero ahora me sentaré aquí gustosamente
and watch the river flow. y miraré el río correr.
People disagreeing on all just about everything, yeah, La gente no está de acuerdo con nada de nada,
makes you stop and all wonder why. te hace detenerte y preguntarte por qué.
Why only yesterday I saw somebody on the street Por qué justo ayer vi en la calle a alguien
who just couldn't help but cry. que no podía evitar llorar.
Oh, this ol' river keeps on rollin', though, Oh, este viejo río sigue corriendo, aunque,
no matter what gets in the way and which way the wind does blow, no importe lo que encuentre a su paso o en que dirección sople el viento
and as long as it does I'll just sit here y mientras lo hace me sentaré aquí
and watch the river flow. y miraré el río correr.
People disagreeing everywhere you look, La gente no está de acuerdo por donde mires,
makes you wanna stop and read a book. te hace sentir ganas de detenerte y leer un libro.
Why only yesterday I saw somebody on the street Por qué justo ayer vi en la calle a alguien
that was really shook. que estaba realmente conmocionado.
But this ol' river keeps on rollin', though, Pero este viejo río sigue corriendo,aunque,
no matter what gets in the way and which way the wind does blow, no importa lo que encuentre a su paso o en que dirección sople el viento,
and as long as it does I'll just sit here y mientras lo hace me sentaré aquí
and watch the river flow. y miraré el río correr.
Dice el incesante Gilles Deleuze en "Lógica del sentido": Los cuerpos y sus mezclas producen el sentido.
Me digo, tirando del hilo del laberinto deleuziano hacia los pasadizos de mis propias encrucijadas, mientras alimento con gotas lentas de aceite la lámpara del tiempo:
"El sentido de lo hecho en el pasado hay que encontrarlo en los cuerpos con los que, hasta ahora, nos hemos mezclado. Así, el sentido de lo que vendrá se construirá con el cuerpo con el que te mezcles de aquí en adelante. En resumidas cuentas, dime con qué cuerpo se mezcla tu cuerpo y te diré quién irás siendo..."
No ser indigno de lo que nos sucede Gilles Deleuze
Dudamos a veces en llamar estoica a una manera concreta o poética de
vivir, como si el nombre de una doctrina fuera demasiado libresco, demasiado
abstracto para designar la relación más personal con una herida. Pero ¿de dónde
surgen las doctrinas sino de heridas y aforismos vitales, que son otras tantas
anécdotas especulativas con su carga de provocación ejemplar? Hay que llamar
estoico a Joe Bousquet. La herida que lleva profundamente en su cuerpo, la
aprende sin embargo, y precisamente por ello, en su verdad eterna como
acontecimiento puro. En la medida en que los acontecimientos se efectúan en
nosotros, nos esperan y nos aspiran, nos hacen señas: «Mi herida existía antes
que yo; he nacido para encarnarla.» Llegar a esta voluntad que nos hace el acontecimiento, convertirnos en la casi-causa de lo que se produce en nosotros, el Operador,
producir las superficies y las dobleces en las que el acontecimiento se
refleja, donde se encuentra incorporal y manifiesto en nosotros el esplendor
neutro que posee en sí como impersonal y preindividual, más allá de lo general
y de lo particular, de lo colectivo y lo privado: ciudadano del mundo. «Todo
estaba en su sitio en los acontecimientos de mi vida, antes de que yo los
hiciera míos; y vivirlos, es sentirse tentado de igualarme con ellos, como si
les viniera sólo de mí lo que tienen de mejor y de perfecto.» O bien la moral no
tiene ningún sentido, o bien es esto lo que quiere decir, no tiene otra cosa
que decir: no ser indigno de lo que nos sucede.
(...)
De este gusto a este deseo, en
cierto modo no cambia nada, excepto un cambio de voluntad, una especie de salto
sobre el mismo lugar de todo el cuerpo que cambia su voluntad orgánica contra
una voluntad espiritual que quiere ahora, no exactamente lo que sucede, sino
algo en lo que sucede, algo por venir
conforme a lo que sucede, según las leyes de una oscura conformidad humorística:
el Acontecimiento. Es en este sentido que el Amor fati se alía con el combate de
los hombres libres. Que en todo acontecimiento esté mi desgracia, pero también
un esplendor y un estallido que seca la desgracia, y que hace que, querido, el
acontecimiento se efectúe en su punta más estrecha, en el filo de una operación,
tal es el efecto de la génesis estática o de lainmaculada concepción. El
estallido, el esplendor del acontecimiento es el sentido. El acontecimiento no
es lo que sucede (accidente); está en lo que sucede el puro expresado que nos
hace señas y nos espera. Según las tres determinaciones precedentes, es lo
que debe ser comprendido, lo que debe ser querido, lo que debe ser representado
en lo que sucede. Bousquet añade: «Conviértete en el hombre de tus desgracias,
aprende a encarnar su perfección y su estallido.» No se puede decir nada más,
nunca se ha dicho nada más: ser digno de lo que nos ocurre, esto es, quererlo y
desprender de ahí el acontecimiento, hacerse hijo de sus propios acontecimientos
y, con ello, renacer, volverse a dar un nacimiento, romper con su nacimiento de
carne. Hijo de sus acontecimientos y no de sus obras, porque la misma obra no es
producida sino por el hilo del acontecimiento.
“A aquellas naturalezas que
cuando se encuentran rápidamente
se amalgaman y se determinan mutuamente, las denominamos afines. En los
cuerpos alcalinos y ácidos, que aunque son opuestos, o tal vez justamente por
eso, se buscan y se apoderan mutuamente del modo más decidido, modificándose y
formando juntos un nuevo cuerpo, esta afinidad es muy llamativa. (…) en
realidad los casos complejos son lo más interesantes. Sólo con ellos se pueden
conocer los distintos grados de afinidad y aprender los distintos tipos de
relaciones, próximas, lejanas, débiles o fuertes. Las afinidades sólo empiezan
a ser verdaderamente interesantes cuando provocan separaciones. (…) En efecto, y por cierto que esos
casos son los más interesantes y sorprendentes, aquellos en los que se puede
ver de modo plástico como la atracción, la afinidad, el abandono, y la reunión
se entrecruzan de modo simétrico”
“Las afinidades electivas”
Título original “Die
Wahlverwandtschaften”
Fragmento de la novela del
escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe