miércoles, 26 de junio de 2013

Nadar... nadar incansablemente contra la peligrosa corriente de la servidumbre






Nadar...
 nadar incansablemente contra la peligrosa corriente de la servidumbre




"El ejercicio de la dominación material 
apareja inevitablemente tanto para el mismo como para su práctica, 
una esclavitud más o menos acentuada"

Herbert Spencer




El síntoma más inequívocamente padecido por un ciudadano respecto del arbitrio de un gobierno que pretende expandirse hasta el paroxismo, es el recorte gradual de sus libertades individuales. Esta condición tan limitante como inaceptable, retrotrae al individuo a la sujeción representada por las antiguas referencias simbólicas propias de la condición de esclavo o de la servidumbre medieval. Un gobierno voraz es la inaudita combinación trinitaria de un Amo al que arrodillarse, un Señor al que tributar y un Dios secular al que se deberá idolatrar fundido en una marea colectiva fascinada con el hechizo del paternalismo dirigista.

El individuo que elija sustraese de esa alienante y enfermizamente océanica sensación masificante sentirá -con la completa certidumbre que aún le brinda una saludable fortaleza singular- que quienes gobiernan están intentando borrar sin contemplaciones su preciada condición ontológica autónoma.

Este síntoma se padece en la medida en que el mismo expresa la pérdida de la libertad individual y el preaviso de condena a todo aquel que manifieste el derecho radical a la diferenciación. En esa inadecuación del espíritu libertario a la imposición del estribillo colectivo encuentra su forma la rebelión contra la exigencia de igualación y la práctica de la desobediencia civil ante la inmoral obligación de rendir pleitesía y culto a las vulgaridades falaces que pregona el estatismo.

¿Qué se encuentra solapado en las tinieblas, en el revés, en el negativo de este síntoma que experimenta el ciudadano insubordinado frente a la prédica impositiva de la religión política? Diremos que si el síntoma es la falta de libertad del individuo, aquél es reflejo de un signo no menos peligroso ni letal: el signo de un poder político que ha activado en forma declarada la semilla del autoritarismo que anida en toda voluntad de control gubernamental.

La visibilidad que adquieren bajo estas condiciones la coerción, la coacción, la corrupción, el fanatismo y el autoritarismo no son más que los modos en que se desenmascara a sí misma la mafiosa ambición de poder de todo gobierno amante de la desproporción cuando se aferra a la posibilidad de autoperpetuar su saqueo a la sociedad al amparo de esa bestia ilimitada que llamamos “Estado”. 




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