Hacia el laicisismo
La superstición bíblica perjudica a nuestra vida sexual,
y por tanto, en resumidas cuentas, a nuestra vida.
Karlheinz Deschner
La descristianización de la vida no parece ser asunto sencillo de alcanzar ni de trazar a través de una estrategia filo-política. Incluso si esa estrategia filo-política es anudada con el espíritu científico (como sucede con los /las pensadores en torno del proyecto “Edge”) tampoco hay inmediatas garantías de torcerle el brazo al religiosismo social. Pero aún así hay pensadores de una lucidez indomable que dan pelea desde las entrañas mismas de las narrativas-historia-prácticas cristianas. Karlheinz Deschner es uno de ellos. Sin ninguna concesión ni rescate alguno del misticismo, sin apologías de lo “mistérico”, sin conciliación dialéctica entre mito y logos (una conciliación intentada por Mircea Eliade, quien nunca fue de mi agrado, y menos sus seguidores: untando con una mano la escritura filosófica y con la otra acariciando las mentiras del discurso mítico-supersticioso, me caen muy mal en términos neuronales, realmente).
No existe un posible “programa laicisista” porque los parámetros e ideas que perimetra el discurso religioso no son opiniones ni meras creencias. La cristianización -la islamización, la judización, la budización, y todos los procesos de inculcación religiosa sean ellos los que sean- no son simples procesos de adoctrinamiento en determinadas ideas. Las religiones se han vuelto subjetividad, son subjetividad. Y con esto quiero decir que, por ejemplo, la monogamia no es sólo una creencias higienista y politically correct, sino que es un auténtico “piloto automático” corporal (por suerte, en este caso, siempre tenemos boicoteadores deseantes que desafían la dormidera del piloto automático, pero dado que el deseo múltiplemente amatorio es sentido desde la culpa y el remordimiento, “desear” más allá de los límites monógamos es decodificado por el sujeto como un sabotaje al “Bien” en vez de un acto de salud de los instintos y pulsiones indóciles ante los amordazamientos que impone el disciplinamiento social de los cuerpos). Así planteado el reto casi imposible de luchar por una vida laica, y aún sin programa posible, vale la pena meterse en los basurales, iglesias y residuos contaminantes que ha producido y sembrado el cristianismo. Deconstruirlo, ahí mismo, en sus entrañas, patrañas y poderosas bacterias. Y Karlheinz Deschner tiene las agallas, el coraje y la inteligencia para hacerlo.
He dado con parte de su texto de “Historia sexual del cristianismo”. Vale la pena, enormemente, hundirse en las reflexiones del alemán Karlheinz Deschner, uno de los mayores y más lúcidos críticos de la Iglesia (tiene un texto llamado “Historia criminal del cristianismo”). Escritos cuyos pensamientos lo llevan ser considerado un verdadero parrhesiasta intelectual y outsider de las instituciones, las becas, las academias. Su vasta obra incluye los siguientes textos traducidos al castellano:
La Política de los Papas en el siglo XX. Volumen I (1878-1939). Editorial Yalde.
La Política de los Papas en el siglo XX. Volumen II (1939-1995). Editorial Yalde.
Opus Diaboli (Catorce Ensayos Irreconciliables sobre el Trabajo en la Viña del Señor). Editorial Yalde.
Historia Sexual del Cristianismo. Editorial Yalde.
El Anticatecismo. Doscientas Razones en contra de la Iglesia y a favor del Mundo (con Horst Herrmann). Editorial Yalde.
El Credo Falsificado. Editorial Txalaparta.
Historia Criminal del Cristianismo (9 tomos, por ahora)
Un pedacito de sus ideas, para arrancar:
Si bien el cristianismo está hoy al borde de la bancarrota espiritual, aquél sigue impregnando aún decisivamente nuestra moral sexual y las limitaciones formales de nuestra vida erótica siguen siendo básicamente las mismas que en los siglos XV o V, en época de Lutero o San Agustín. Y eso nos afecta a todos en el mundo occidental, incluso a los no cristianos o a los anticristianos. Pues lo que algunos pastores nómadas de cabras pensaron hace dos mil quinientos años sigue determinando los códigos oficiales desde Europa hasta América; subsiste una conexión tangible entre las ideas sobre la sexualidad de los profetas veterotestamentarios o de Pablo y los procesos penales por conducta deshonesta en Roma, París o Nueva York. Y quizá no sea casualidad que uno de los más elocuentes defensores de las relaciones sexuales libres, el francés Rene Guyon, haya sido un jurista que, hasta el mismo día de su muerte, exigió la abolición de todos los tabúes sexuales así como la radical eliminación de todas las ideas que asociaban la actividad sexual con el concepto de inmoralidad.
¿Podemos aún ser tan TAN retrógrados? Me pregunto cómo es aún hoy posible que la mayoría de la población aún se deje pastorear por esas “ideas sobre la sexualidad de los profetas veterotestamentarios”..!!! Cómo es posible que aún se sostengan los cortinados de la hipocresía moral ante tanta evidencia de crisis, mala fe y mentiras flagrantes! Pesados cortinados. Malolientes, también. Pero ahí siguen, colgados como fondo de valores en los que proyectan las acciones de los ciudadanos del siglo XXI. Y por las que se juzgan acciones, sentires, prácticas que se escapan complejamente de esta escenografía punitiva que es el universo religioso. Alguien podrá ofrecer las altas cifras de esta penuria creyente que azota a América en estas épocas, continente que posee el avergonzante record de mayor cantidad de cristianos por metro cuadrado. Pero incluso en la más laica Europa las cosas tampoco resultan sencillas en pos de la laicización:
Ahora bien, en otros países europeos la situación es muy parecida; la prohibición eclesiástica del incesto o el aborto, por ejemplo, influye decisivamente en la justicia; el concepto de indecencia se extiende incluso a los matrimonios y caen las peores execraciones sobre cualquier delito de estas características; los hijos engendrados fuera del matrimonio no pueden ser legitimados ni siquiera con una boda posterior; se persigue la publicidad de los medios anticonceptivos con penas monetarias, encarcelamientos o ambas cosas; se vela por la protección del matrimonio en los hoteles y empresas turísticas; y todo ello, y algunas cosas más, en total sintonía de principios con la moral eclesiástica. (…) No es sensato, por consiguiente, creer que el código clerical de los tabúes ha sucumbido, que la hostilidad hacia el placer ha desaparecido y la mujer se ha emancipado. De la misma manera que hoy nos divierte la camisa del monje medieval (infra), las generaciones venideras se reirán de nosotros y nuestro amor libre: una vida sexual que no está permitido mostrar en público, encerrada entre paredes, confinada la mayoría de las veces a la oscuridad de la noche es, como todos los negocios turbios, un climax de alegría y placer acotado por censores, regulado por leyes, amenazado por castigos, rodeado de cuchicheos, pervertido, una particular trastienda oculta durante toda la vida.
Como decía David Lebón en un viejo tema que compuso allá en épocas de Serú Giran: “… cuánto tiempo más llevará…” .
A veces temo que la humanidad duerme un sueño de muerte lenta.
Pero quisiera terminar con palabras del gran Deschner, que aún vive y a quien no quería dejar de humildemente agradecer y homenajear por su honestidad y su brillantez, ya que en su honor me surgió este post:
De San Pablo a San Agustín, de los escolásticos a los dos desacreditados papas de la época fascista, los mayores espíritus del catolicismo han cultivado un permanente miedo a la sexualidad, un síndrome sexual sin precedentes, una singular atmósfera de mojigatería y fariseísmo, de represión, agresiones y complejos de culpa, han envuelto con tabúes morales y exorcismos la totalidad de la vida humana, su alegría de sentir y existir, los mecanismos biológicos del placer y los arrebatos de la pasión, han generado sistemáticamente vergüenza y miedo, un íntimo estado de sitio, y sistemáticamente lo han explotado; por puro afán de poder, o porque ellos mismos fueron víctimas y represores de aquellos instintos, porque ellos mismos, habiendo sido atormentados, han atormentado a otros, en sentido figurado o literal. Corroídos por la envidia y a la vez con premeditación calculada corrompieron en sus fieles lo más inofensivo, lo más alegre: la experiencia del placer, la vivencia del amor. La Iglesia ha pervertido casi todos los valores de la vida sexual, ha llamado al Bien mal y al Mal bien, ha sellado lo honesto como deshonesto, lo positivo como negativo. Ha impedido o dificultado la satisfacción de los deseos naturales y en cambio ha convertido en deber el cumplimiento de mandatos antinaturales, mediante la sanción de la vida eterna y las penitencias más terrenales o más extremadamente bárbaras. Ciertamente, uno puede preguntarse si todas las otras fechorías del cristianismo -la erradicación del paganismo, la matanza de judíos, la quema de herejes y brujas, las Cruzadas, las guerras de religión, el asesinato de indios y negros, así como todas las otras atrocidades (incluyendo los millones y millones de víctimas de la Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial y la larga guerra de Vietnam)-, uno tiene derecho a preguntarse, digo, si verdaderamente esta extraordinaria historia de crímenes no fue menos devastadora que la enorme mutilación moral y la viciosa educación por parte de esa iglesia cultivadora de las abstinencias, las coacciones, el odio a la sexualidad, y sobre todo si la irradiación de la opresión clerical de la sexualidad no se extiende desde la neurosis privada y la vida infeliz del individuo a las masacres de pueblos enteros, e incluso si muchas de las mayores carnicerías del cristianismo no han sido, directa o indirectamente, consecuencia de la moral. Una sociedad enferma de su propia moral sólo puede sanar, en todo caso, prescindiendo de esa moral, esto es, de su religión. Lo cual no significa que un mundo sin cristianismo tenga que estar sano, per se. Pero con el cristianismo, con la Iglesia, tiene que estar enfermo. Dos mil años son prueba más que suficiente de ello. También aquí, en fin, es válida la frase de Lichtenberg: Desde luego yo no puedo decir si mejorará cambiando, pero al menos puedo decir que tiene que cambiar para mejorar.