All hallows eve: paganos temblores
(Del souling y a la oportunidad de pensar entre fantasmas)
Pero donde está el peligro, crece… también lo que salva.
Hölderlin
Cercana aun la noche de Halloween, no me importa demasiado ahondar en las contaminaciones de la cultura capitalista y sus circuitos impositivos de consumo, lo cual sería una de una liviana estupidez rica en saborear espejismos criticos. Me interesa la oportunidad de pensar. Aunque la invitación llegue con una tarjeta anaranjada, imagen de calabazas, dulces solicitados por niñitos/as disfrazados de seres risiblemente temibles, películas de muertos que no se dejan enterran, y fundamentalmente, una fuerte atmósfera de… fantasmas.
Me gustan los fantasmas, convivo con ellos. A algunos les temo. Con otros hago el amor.
Los riego, a veces. Otras los arranco del camino torpemente.
Me dejo conocer por ellos en mis ignorancias y desvisto ante sus caras pendulantes mis inciertos aciertos.
Creo que mas los amo que lo que los odio. Es con ellos, el “ni” es regla y ley.
Los cuido.
Y los abandono.
Los sueño y me sueñan.
Los fantasmas. Lo espectral.
Yo misma me siento algo irreal, algo fantasmática. Un poco extranjera de lo real. (Será que he vuelto a mi tierra? Será que aún me quedan escamas de ese océano inconmensurable de sensibilidad que ha sido vivir en Oriente? Será que aún tengo mis valijas en los pisos de mi "tienda" nómade actual?)
Irreal no menos ni más que real. Fantasmas me anidan. Y por eso mismo tal hospedaje de espectros me hace sentirme espectral también. Un poco habitante de lo imaginado. Aún siendo cuerpo, materia, sinapsis, electricidad, líquido, mareas, también siento una dimensión no menos constitutiva que no responde más que a la… “intangibilidad” sería la palabra? Y no estoy hablando de alma ni espíritus ni limbos ni interioridades inhallables ni inconcientes inlocalizables. Me refiero a lo espectral que somos y nos constituye. Me refiero a lo que llamo nuestra “dimensión intangible” como asunto irrenunciable al pensar cuando se trata de abrir una analítica sobre las configuraciones de la subjetividad.
Noche de todos los Santos. Traduciendo Halloween… hacia dónde me lleva el barquero del Leteo está noche? Santos… una palabra infrecuente en mi ateo vocabulario. Sin embargo existe Rudolf Otto (quien escribió, justamente un texto llamado Lo santo). Otto dice entre sus páginas que lo “santo” es casi sinonimizable con lo sagrado. Santo sería aquello que contiene un cierto “excedente de significación”. Pienso que todos contenemos ese “excendente”, ese algo que no se deja terminar de significar ni para nosotros mismos ni para otros, y que nos torna un enigma ante quien busque descifrarnos. Nietzsche en “Las tres transformaciones” también resalta este asunto de la sacralidad y la santidad. Y lo hace tanto en el “sagrado decir No” del león como luego en el “santo decir Sí” del niño, siendo lo sagrado y la santidad parte indisoluble de las imágenes alternativas al resentido camello cargado de deberes, pesos y tradiciones mutilantes de la libertad.
Por lo que la Noche de todos los Santos, o Halloween no es más que… una noche para pensar en lo humano, lo demasiado humano pese a que en la superficie se trate de tonterías acerca del ultramundo y sus acechanzas?
Se trata de los fantasmas.
De mis años de anclamiento en los Seminarios y Escritos de Lacan, recuerdo que éste toma la palabra fantasma para designar a través de ella a la fantasía ("fantasme" en francés) y también para introducir una serie de nociones nuevas en el psicoanálisis (nuestro deseo posee un soporte a través del “fantasma”, siendo éste a su vez la respuesta que el sujeto construye ante el enigma que implica preguntarse acerca de qué es lo que desea el Otro). Pero será Derrida quien dará una marca extraordinariamente singular al asunto del "fantôme" como espectro, espectros a los que sugiere “hay que amar” y entre los que nos movemos constantemente pues según el filósofo argelino, todas nuestras relaciones poseen el elemento de la espectralidad. Sea que amemos, odiemos, nos amistemos, trabajemos, imploremos, construyamos, estudiemos, roguemos, matemos o demos a luz, siempre estaremos entre cierto tipo de espectros.
Pienso. Entre fantasmas, pienso.
No hay modo de vivir sino entre ellos, “entre” fantasmas. Pues quién puede decir que no tiene muertos con los que suele toparse en su camino por la vida? Quién acaso no se ha citado con sus espectros en sus más acallados sueños? Quién puede decir que no ha temblado ante lo inclasificable, ante lo enigmático, ante lo que alguna vez ha desarmado la segura luminosidad de sus seguridades? Quién no ha empalidecido ante lo que no admitiendo ser olvido nos ronda y merodea calladamente?
Quién no ha amado a un fantasma?
Quién no ha temido a mirar el rostro deforme que también mora en lo más bello?
Quién no ha retenido-mantenido en la memoria algo ausente y bien querido, pero ya muerto?
Quién no sabe del olor de las cenizas ?
En suma, traduciendo Halloween… quién no vive en su propio y profuso Halloween..?
Pero antes de elucidar los asedios fantasmales que acontecen en toda configuración subjetiva, antes de animarnos a interrogar monstruos y deformidades que habitan en el temido “entre” cuyas orillas conforman la vida y la muerte, antes, recapitulemos un poco de historia halloweenesca…
Para empezar, rememoremos que fueron los inquisidores quienes denominaron a la fiesta antigua del Sanhaim como "Día de Brujas", lo que denota que este asunto de Halloween viene de mucho más atrás que la Revolución Industrial, el consumo capitalista y sus productos diseminables, o la globalización con sus males de desparramo masivo de bienes simbolicos homogeneizadores. Por lo que, para empezar, debemos tener en cuenta que una vez más y, para variar, el cristianismo “metió su cuchara” de cruzada antipagana en este asunto de los muertos entre los vivos. Pero veamos la cosa más hacia atrás aún, pues para mi regocijo, debemos volver una vez más a mi favorito siglo: el siglo V a.C. En esas épocas, los celtas de Irlanda celebraban oficialmente el fin del verano el día 31 de octubre en una festividad justamente llamada Sanhaim o “Fiesta del Sol” (celebración que indicaba el comienzo del año nuevo). Una creencia de entonces afirmaba que los espíritus de quienes habían muerto durante ese año volvían a buscar cuerpos vivientes para encarnarse durante un año más, encarnadura que intentaban los espíritus consumar esa noche de pasaje entre el año viejo y el año nuevo. Como ya se puede ir apreciando hay aquí un entramado más complejo y lejano que nos lleva a la vida de los antiguos pueblos paganos europeos. De hecho, otra de las costumbres que se arremolina en la simbología residual que recibimos acerca de Halloween es la de ahuecar y tallar la famosa calabaza-farol (a la que se llamó Jack-o-lantern en su origen pues recordaba la leyenda de cierto borrachín irredento, y aclaro que en esos tiempos se usaba en realidad un nabo ahuecado y no una calabaza) tiene su origen también en el folklore irlandés, pero esta vez, el de las leyendas relatadas durante el siglo XVIII. En cuanto a los tironeos entre el mundo pagano y los esfuerzos de cristianización europea, la costumbre de pedir dulces golpeando la puerta de los vecinos (trick-or-treating) es un buen ejemplo que describe el clima de creencias y temores durante la Alta Edad Media. Una vez más, no es una costumbre que haya impuesto la producción fílmica de Hollywood, pues eso de andar recorriendo puerta a puerta ya era una práctica europea rastreable en el siglo IX. La práctica se llamaba “Souling”: el 2 de noviembre, día llamado “de los Fieles Difuntos”, los cristianos primitivos mendigaban "pasteles de difuntos" (soul cakes fabricados con pasas y trozos de pan) en la creencia de que cuantos más pasteles recibieran los mendigos solicitadores, mayor sería el número de oraciones que rezarían por el alma de sus parientes muertos para que éstos encuentren descanso final en el ansiado paraíso. Existe, de hecho una Souling Song que sintetiza lo anterior:
A soul, a soul, a soul cake
Please, good missus, a soul cake
An apple, a pear, a plum or a cherry
Any good thing to make us all merry
One for Peter, two for Paul
Three for Him who made us all
Más cerca, hacia fines del siglo XIX, la noche del 31 de octubre devino en tiempo para la diversión, el exceso y la fiesta desproporcionada (tal vez rememorando la llamada "noche traviesa" -Mischief Night- que ya formaba parte de la cultura irlandesa y escocesa), segun Charles Panati. Por lo que de todo este combinado de simbologías, imágenes sincréticas, credos mixturados, restos de paganismo, y llamados al orden cristiano, quedó “eso” que hoy circula bajo el nombre de Halloween. Este resumen no es más que un perímetro histórico-cultural desde el que genealogizar esta fecha que, de otro modo resultaría vacua de sentido, cuando pueden ser perfecta invitación al pensar, aun desde la plataforma “masiva” que ofrecen los sentidos vulgarizados.
El fantasma, según Lacan, forma nuestro Grund como sujetos. Y esto es así, por la vía del deseo, pues saber “qué” desea el Otro es siempre enigmático, siempre es lenguaje encriptado, siempre alude a lo extraño. Desear e interrogarse por el deseo nos hunde en las raíces de un enigma, como a Edipo. Y nos muestra el rostro posiblemente trágico de esa trama a la que dirigimos nuestras preguntas. Por eso tragedia, fantasma, enigma y deseo se intersectan en las preguntas capitales de nuestro existir. Derrida nos dirá, directamente, que convivimos con fantasmas. Y el primer fantasma (si es que uno de ellos pudiera ser el imaginado como primero) ni más ni menos es uno mismo. Somos extraños para nosotros mismos. Nos desconocemos, poderosamente. Poco queremos saber de nuestra “comunidad interna”: ese microcosmos de identidades múltiples que somos y que, por lo general “no nos atrevemos a ejercitar”. Un concierto de voces… acalladas por el soberano tribunalito tiránico de nuestras razones de poca monta y mucho “valor”. Callada por el “Yo”, la subjetividad encriptada de “quienes somos” nos merodea a modo de fantasma. Los “modos de ser” que no nos atrevemos a pintar en la tela de nuestra vida, se vuelven espectrales, nos convocan en sueños, se sublevan en nuestras formaciones inconcientes, nos enferman en nuestros síntomas. Sí, Derrida estaba en la ruta acertada: vivimos entre espectros pues, somos una comunidad de otredades, estamos en medio de una fiesta postergada de multiplicidades identitarias.
Somos un entre, al igual que los fantasmas, pues merodeamos entre nuestras luminosidades más vitales y nuestras oscuras pulsiones tanáticas. Somos “entre”, porque nuestra existencia entera es herencia, memoria, genes y pasado muerto entre un futuro impredecible, mutación, olvido, y necesidad vital de desaprendizajes imprescindibles.
El fantasma, está allí, esperando en cualquier rincón. ¿Para qué? A veces para nada, a veces para alertarnos a través de esa última y primitiva reacción que es “temerle”, que podemos ir más allá del límite estrecho de ese corralito infantil al que llamamos “nuestra ordenada realidad”. El fantasma es irrealidad. Pero es la irrealidad que nos hace disponer de un posible poder: el poder de tomar coraje y subvertir realidades solidificadas, aprisionantes, perversas, disciplinantes, e incluso coloridamente… agobiantes. Y pese al susto y el temblor que nos provoquen nuestros fantasmas convivenciales, sencillamente su llegada es un modo de patentizarnos que no todo en la vida está bajo el control de la presencia, que no todo es hipervisibilidad productiva sino que existe una invisible actividad improductiva, un resto de nuestro mundo que no se deja “comer” por la esa bocaza carnívora que es la sujeción a la normalidad. El fantasma, el espectro, es el modo de presentificación de lo que, imprecisamente, aún no es posible de ser dominado en cada uno de nosotros. Lo ingobernable. Lo inasible. Lo vacante. Lo vacío preñado de insabidos pre-aconteceres.
Por eso, amar los espectros. Amarlos tanto como aprender de los fantasmas. Abrojarlos al andar que ansía inusitados caminos. No se trata de cargarlos (como el camello) ni de combatirlos (como lo haría el soldado ante el extraño enemigo). Andar con ellos, hacernos lugar para la amistad con lo espectral porque nosotros mismos somos ciertamente espectralidades que esperan ser desencriptadas por la via del deseo del otro. No importa si hallamos un sentido o no a nuestros espectros. Simplemente hay que estarse allí, “entre” los espectros, en nuestros Halloweens diarios y singularísimos que exceden el 2 de noviembre. Estarse entre los espectros, y saber llevar con una buena risa disponible el disfraz que nos toque vestir en nuestras fiestas con los muertos entre vivos.
Y también el fantasma es asunto de la libertad. El fantasma al lo que puede prescindir de las categorías esclavizantes de la lógica formal: no es cuerpo, no es “cosa”, no es Idea, no es sustancia, no es trascendencia, no es enviado, no es agente, no es causa, no es situable, no es mesurable, no es seguible, no es atrapable, no es capturable, no es dialectizable. El fantasma anuncia que hay que vérselas con el miedo y con los riesgos, y que hay que correr el riesgo de temer para afrontar un auténtico “estarse vivo”. Para arribar a esa “estancia” es condición abandonar, liberarse, en algún momento de las cadenas que imponen las categorías. Nietzsche, en “Humano demasiado humano” también llama fantasmas a los Espíritus Libres. Pues no sólo hay fantasmas que nos corren por la espalda, desde el pasado y lo ya sucedido e irreversible, sino que también los hay como imagen de lo inllegado, de la promesa, de lo imprevisible, de la generosidad de lo sorpresivo que aún, aún, desborda entre las inquietudes que yacen en el horizonte de lo todavía indecidible y futuro. Fantasmas entonces, en todos los puntos del tiempo.
Y nadie puede saber si eso fantasmal que advendrá tendrá la máscara del mysterium tremendum, porque justamente el espectro se sustrae de cualquier previsibilidad. Aunque pienso que, incluso si aquello que ha de llegar nos provocara un pavor y un miedo inmenso por su condición doble de desconocido e inmanejable, siempre se tratará de algo que contendrá su “sí” y su “no”, su llamado a liberarnos serenamente de algún viejo y pesado cascarón podrido, y su ansia igualmente intensa de hacernos bailar "sin cabeza" (decapitados de "razón") experimentando la estética de la ligereza.
Por delante,
así,
también la espectralidad.
(En lo innacido también huelo las alas de amados fantasmas por acunar)
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