El poema “Invictus” de William Henley
(letras para atravesar tormentas…)
“…soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.”
William Henley
(Gloucester, 1849-1903)
soy el capitán de mi alma.”
William Henley
(Gloucester, 1849-1903)
Muchas veces, desde la vasta y próspera tierra de la literatura –particularmente desde cierta bien plantada poesía- las palabras nos obsequian un atajo complejo pero posible para seguir en marcha por el largo camino que exige construirse a sí mismo.
Darse forma, estetizar la existencia, repujar quien se es y se va siendo es trabajar intensamente sobre los avatares de la propia vida. En este caso, he quedado impresionada con un poema de William Henley en el que queda desplegada magnamente la insoslayable tarea de adquirir una autonomía basada en la propia fortaleza mientras se transita la temible opacidad de ciertas tormentas vitales.
Se trata del poema “Invictus”.
Pero antes me detendré unos instantes en repasar la vida del británico poeta Henley y el origen de su póstuma relación con el líder sudafricano Nelson Mandela.
En 1849, en Gloucester nacía William Ernest Henley, el escritor que más de un siglo después inspiraría con sus sentidos versos a Mandela a soportar física y espiritualmente los veintisiete años de cárcel que este último padeció mayormente confinado dentro de los muros de Robben Island durante el régimen segregacionista del Apartheid sudafricano.
Henley y Mandela han pasado por vivencias terribles, situaciones devastadoras en las que debieron sobrellevar sufrimientos, dolor, tristeza, desapegos. Ambos convalecieron, y lograron salir con la mirada en alto de esos lúgubres túneles esquirlados en que se les transformó la existencia. Los golpes que la vida propinó a estos dos hombres -que nunca llegaron a conocerse personalmente- habrían puesto de rodillas a cualquier avechucha humana débil e implorona de consuelo.
Pero Henley y Mandela estaban hechos de madera noble.
Ellos ejemplifican el valor de la soberanía espiritual, y nos legan un modelo de subjetividad capaz de fortalecerse pese a todo horror, pese a la enorme vulnerabilidad en que nos sumergen las arbitrariedades trágicas, pese a la amargura de las pérdidas... pese a todo. Ambos pudieron amparar y proteger dentro de sí mismos una cierta zona intocable. Esa zona interior, ese minimísimo punto de luz abriéndose paso en la cerrazón del desamparo, ese "algo" fue el oasis que lograron sustraerle al poder de las circunstancias adversas y fue lo que jamás entregaron al dominio de nada ni de nadie. Siguieron siendo soberanos de sí pese a padecer los atenazantes modos trágicos de un destino que se ensañaba con ellos duramente. Como si se tratara de "pequeñosgrandes Ulises" flotando entre los agitados y dispersos despojos de una nave abatida bajo la furia de Poseidón, ellos también hallaron heroicidad conectados con ese "algo" inconquistable que seguía respirando libertad y firmeza dentro de su espíritu. Ese "algo" libre y sereno ha sido lo que justamente los volvió "Invictus".
Ahondando en la poco conocida biografía del inglés William Ernest Henley, sabemos que éste había nacido en 1849 en Gloucester (Inglaterra) y fue educado en Crypt Grammar School. El desdichado William supo desde muy jovencito lidiar con el sufrimiento, la minusvalía, la dureza de la enfermedad y la voluntad de recuperación. Debió sobreponerse a una severa tuberculosis artrítica cuyas secuelas lo mantuvieron durante un año recuperándose en Edinburgh. Entre esas secuelas debió pasar, a los 16 años, por la experiencia terrible de la amputación de una de sus piernas. Mientras Henley trataba de salir adelante de su enfermedad y consecuencias físicas irreversibles fue que comenzó a escribir poemas. Para esa misma época se hizo amigo íntimo de Stevenson, al que su ausencia de pierna inspiró la puesta en escena de John Silver “El largo”. Incluso ambos -Henley y Stevenson- llegaron a escribir en dueto varias obras de teatro. Fue editor, crítico literario y escritor. William Ernest Henley ha pasado a la historia de la literatura como poeta, particularmente por un relevantísimo y tremendo poema que estaba incluido en el que fue su último libro, “In Hospital”. “In Hospital” reúne una serie de poemas que fueron publicados en el mismo año de su muerte, la cual ocurrió cerca de Londres en 1903. En este último poemario (cuya temática está basada en su propia experiencia como paciente internado durante veinte meses entre 1873 y 1875 en el Old Infirmary de Edinburgh) se encuentra “Invictus”, el cual había sido escrito por el propio Henley en 1875.
“Invictus” es un poema desgarradoramente sensible. Durísimo por momentos, impresionantemente claroscuro.
Su intensidad parece, por instantes, querer manifestar la tension ambivalente de un puño cerrado que golpea, y a la vez clama esperanzadamente a los gritos por un porvenir mejor, abierto, extendido en lo alto. Pero por sobre todo es un indiscutible poema que combina la aflicción y la voluntad, un poema dramático, sí, pero “en lucha”, activo, y que recuerda el valor fundamental que posee no perder la fuerza cuando la fuerza misma parece que nos va abandonando. Henley canta a la potencia de ser. Y por encima de todo, reinvindica que pese a toda pérdida, hay algo último y primero que jamás debemos perder: el timón de sí mismo. Ser el amo de nuestra barca siempre, aún en medio de la más arreciante de las tempestades.
Un poema para atravesar tormentas… y trascender tormentos.
Sus versos cargados de dignidad invocan a la voluntad firme que debe hallar un espíritu que se encuentra “tomado” por alguna situación vital cuya aspereza nos impacta de una manera desoladora. Henley esculpe con letras mojadas en tinta de sangre y lágrimas, el sentir de un alma dolorida y por momentos absolutamente aplastada por circunstancias que no logra manejar ni controlar en modo alguno, pero que sin embargo debe ponerse de pie como sea y enfrentar la reconstrucción de su desbaratado destino. En sus versos, Henley junta (como si se tratara de palabras-esferas de mercurio) sus propios pedazos de sufrimiento, sus jirones biográficos, las piezas de sí a las que golpeadamente ha quedado minimizada su identidad. Y se recuerda -como quien enuncia un juramento ante el espejo invisible de su más íntimo sí mismo- que ninguna circunstancia lo doblegará y que, finalmente, podrá imponer su erguida voluntad soberana derrotando los dolores, dominando todo miedo, enfrentando como un nobilísimo guerrero toda garra de soledad que hiera en medio del desnudo pecho, elevándose ante todo ese inenarrable espanto de sentir que el horizonte se ha vuelto terca oscuridad sin salida.
“Invictus”.
Vaya título…
Henley hace germinar en su poema el destello de saberse poseedor de una potencia salvífica propia, intrapersonal, individual y única la cual ha de mantener despiertas cada día el ansia de libertad y la capacidad de resistencia. Amar la libertad y templar la resistencia, esos dos son los hilos de oro a los que el alma debe aferrarse en los momentos más desoladores y terribles donde la existencia entera parece ponernos descarnadamente a prueba. Y con esos hilos de oro se ha de salir del laberinto de Creta habiendo batido los multiformes rostros tanatológicos que asumen nuestros singulares Minotauros deseosos de tomar nuestro pulso hasta extinguirnos...
No es de extrañar que el poema “Invictus” fuera encontrado por Mandela.
Los orientales dicen que no encontramos a los objetos, sino que los objetos son los que nos encuentran a nosotros. Este juego de palabras no es en absoluto animista ni banalmente supersticioso, es un modo más de recordarnos que es bien poco lo que surge por acción de nuestra planificación y mucho más lo que sucede desde la lógica del devenir espontáneo de los hechos. Podría ser este un caso ilustrativo en que esa interpretación orientalista cobre plena dimensión, haciéndonos reflexionar acerca de otros circuitos para comprender la dinámica de las búsquedas y los hallazgos. Siendo así, no podría tanto afirmar que Nelson Mandela haya encontrado el poema de Henley como sí me inclino a creer que el poema de Henley encontró la manos de legendario líder sudafricano. Los poemas son cosas tan raras, como suaves "dientes de león" soltados al viento: uno nunca sabe a ciencia cierta adonde pueden ir a parar las pequeñas palabras que vuelan en ellos, y menos aún. qué resultará si llegan a sembrarse en la mirada de aquellos que los lean... los poemas son semillas tan inciertas!
Este poema fue guía, bálsamo y soporte espiritual de Nelson Mandela mientras pasaba por el encierro, la humillación y el cautiverio que conformaron el castigo “blanco” que se le impuso por casi tres décadas de defender sus posiciones antisegregacionistas y haber sido consecuente con su proyecto de lucha inclaudicable contra el racismo y a favor de la libertad. Mandela se leía a sí mismo este poema de Henley cada vez que su alma decaía, cada vez que una nueva circunstancia lo vulneraba inclinándolo hacia la desesperación y la desesperanza. Poesía que amarra la fragilidad de la vida al puerto de la resistencia cuando llega la brutalidad de la tormenta o la inhumanidad de la tortura.
El nombre mismo de este poemazo fue utilizado para titular la última película del gran Clint Eastwood, en la cual se narra la victoria de la selección sudafricana de rugby –los Springboks -durante el mundial de 1995. La historia del film está basada a su vez en el libro de John Carlin “Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game that Made a Nation”.
Este es el poema original de William Henley en inglés y su traducción al español.
Un poema digno de ser enmarcado y releído cuando arrecian épocas de mares agitados, cuando se siente la cercanía fría del “horror de la sombra”, cuando nos parece inminente el riesgo de la zozobra.
Darse forma, estetizar la existencia, repujar quien se es y se va siendo es trabajar intensamente sobre los avatares de la propia vida. En este caso, he quedado impresionada con un poema de William Henley en el que queda desplegada magnamente la insoslayable tarea de adquirir una autonomía basada en la propia fortaleza mientras se transita la temible opacidad de ciertas tormentas vitales.
Se trata del poema “Invictus”.
Pero antes me detendré unos instantes en repasar la vida del británico poeta Henley y el origen de su póstuma relación con el líder sudafricano Nelson Mandela.
En 1849, en Gloucester nacía William Ernest Henley, el escritor que más de un siglo después inspiraría con sus sentidos versos a Mandela a soportar física y espiritualmente los veintisiete años de cárcel que este último padeció mayormente confinado dentro de los muros de Robben Island durante el régimen segregacionista del Apartheid sudafricano.
Henley y Mandela han pasado por vivencias terribles, situaciones devastadoras en las que debieron sobrellevar sufrimientos, dolor, tristeza, desapegos. Ambos convalecieron, y lograron salir con la mirada en alto de esos lúgubres túneles esquirlados en que se les transformó la existencia. Los golpes que la vida propinó a estos dos hombres -que nunca llegaron a conocerse personalmente- habrían puesto de rodillas a cualquier avechucha humana débil e implorona de consuelo.
Pero Henley y Mandela estaban hechos de madera noble.
Ellos ejemplifican el valor de la soberanía espiritual, y nos legan un modelo de subjetividad capaz de fortalecerse pese a todo horror, pese a la enorme vulnerabilidad en que nos sumergen las arbitrariedades trágicas, pese a la amargura de las pérdidas... pese a todo. Ambos pudieron amparar y proteger dentro de sí mismos una cierta zona intocable. Esa zona interior, ese minimísimo punto de luz abriéndose paso en la cerrazón del desamparo, ese "algo" fue el oasis que lograron sustraerle al poder de las circunstancias adversas y fue lo que jamás entregaron al dominio de nada ni de nadie. Siguieron siendo soberanos de sí pese a padecer los atenazantes modos trágicos de un destino que se ensañaba con ellos duramente. Como si se tratara de "pequeñosgrandes Ulises" flotando entre los agitados y dispersos despojos de una nave abatida bajo la furia de Poseidón, ellos también hallaron heroicidad conectados con ese "algo" inconquistable que seguía respirando libertad y firmeza dentro de su espíritu. Ese "algo" libre y sereno ha sido lo que justamente los volvió "Invictus".
Ahondando en la poco conocida biografía del inglés William Ernest Henley, sabemos que éste había nacido en 1849 en Gloucester (Inglaterra) y fue educado en Crypt Grammar School. El desdichado William supo desde muy jovencito lidiar con el sufrimiento, la minusvalía, la dureza de la enfermedad y la voluntad de recuperación. Debió sobreponerse a una severa tuberculosis artrítica cuyas secuelas lo mantuvieron durante un año recuperándose en Edinburgh. Entre esas secuelas debió pasar, a los 16 años, por la experiencia terrible de la amputación de una de sus piernas. Mientras Henley trataba de salir adelante de su enfermedad y consecuencias físicas irreversibles fue que comenzó a escribir poemas. Para esa misma época se hizo amigo íntimo de Stevenson, al que su ausencia de pierna inspiró la puesta en escena de John Silver “El largo”. Incluso ambos -Henley y Stevenson- llegaron a escribir en dueto varias obras de teatro. Fue editor, crítico literario y escritor. William Ernest Henley ha pasado a la historia de la literatura como poeta, particularmente por un relevantísimo y tremendo poema que estaba incluido en el que fue su último libro, “In Hospital”. “In Hospital” reúne una serie de poemas que fueron publicados en el mismo año de su muerte, la cual ocurrió cerca de Londres en 1903. En este último poemario (cuya temática está basada en su propia experiencia como paciente internado durante veinte meses entre 1873 y 1875 en el Old Infirmary de Edinburgh) se encuentra “Invictus”, el cual había sido escrito por el propio Henley en 1875.
“Invictus” es un poema desgarradoramente sensible. Durísimo por momentos, impresionantemente claroscuro.
Su intensidad parece, por instantes, querer manifestar la tension ambivalente de un puño cerrado que golpea, y a la vez clama esperanzadamente a los gritos por un porvenir mejor, abierto, extendido en lo alto. Pero por sobre todo es un indiscutible poema que combina la aflicción y la voluntad, un poema dramático, sí, pero “en lucha”, activo, y que recuerda el valor fundamental que posee no perder la fuerza cuando la fuerza misma parece que nos va abandonando. Henley canta a la potencia de ser. Y por encima de todo, reinvindica que pese a toda pérdida, hay algo último y primero que jamás debemos perder: el timón de sí mismo. Ser el amo de nuestra barca siempre, aún en medio de la más arreciante de las tempestades.
Un poema para atravesar tormentas… y trascender tormentos.
Sus versos cargados de dignidad invocan a la voluntad firme que debe hallar un espíritu que se encuentra “tomado” por alguna situación vital cuya aspereza nos impacta de una manera desoladora. Henley esculpe con letras mojadas en tinta de sangre y lágrimas, el sentir de un alma dolorida y por momentos absolutamente aplastada por circunstancias que no logra manejar ni controlar en modo alguno, pero que sin embargo debe ponerse de pie como sea y enfrentar la reconstrucción de su desbaratado destino. En sus versos, Henley junta (como si se tratara de palabras-esferas de mercurio) sus propios pedazos de sufrimiento, sus jirones biográficos, las piezas de sí a las que golpeadamente ha quedado minimizada su identidad. Y se recuerda -como quien enuncia un juramento ante el espejo invisible de su más íntimo sí mismo- que ninguna circunstancia lo doblegará y que, finalmente, podrá imponer su erguida voluntad soberana derrotando los dolores, dominando todo miedo, enfrentando como un nobilísimo guerrero toda garra de soledad que hiera en medio del desnudo pecho, elevándose ante todo ese inenarrable espanto de sentir que el horizonte se ha vuelto terca oscuridad sin salida.
“Invictus”.
Vaya título…
Henley hace germinar en su poema el destello de saberse poseedor de una potencia salvífica propia, intrapersonal, individual y única la cual ha de mantener despiertas cada día el ansia de libertad y la capacidad de resistencia. Amar la libertad y templar la resistencia, esos dos son los hilos de oro a los que el alma debe aferrarse en los momentos más desoladores y terribles donde la existencia entera parece ponernos descarnadamente a prueba. Y con esos hilos de oro se ha de salir del laberinto de Creta habiendo batido los multiformes rostros tanatológicos que asumen nuestros singulares Minotauros deseosos de tomar nuestro pulso hasta extinguirnos...
No es de extrañar que el poema “Invictus” fuera encontrado por Mandela.
Los orientales dicen que no encontramos a los objetos, sino que los objetos son los que nos encuentran a nosotros. Este juego de palabras no es en absoluto animista ni banalmente supersticioso, es un modo más de recordarnos que es bien poco lo que surge por acción de nuestra planificación y mucho más lo que sucede desde la lógica del devenir espontáneo de los hechos. Podría ser este un caso ilustrativo en que esa interpretación orientalista cobre plena dimensión, haciéndonos reflexionar acerca de otros circuitos para comprender la dinámica de las búsquedas y los hallazgos. Siendo así, no podría tanto afirmar que Nelson Mandela haya encontrado el poema de Henley como sí me inclino a creer que el poema de Henley encontró la manos de legendario líder sudafricano. Los poemas son cosas tan raras, como suaves "dientes de león" soltados al viento: uno nunca sabe a ciencia cierta adonde pueden ir a parar las pequeñas palabras que vuelan en ellos, y menos aún. qué resultará si llegan a sembrarse en la mirada de aquellos que los lean... los poemas son semillas tan inciertas!
Este poema fue guía, bálsamo y soporte espiritual de Nelson Mandela mientras pasaba por el encierro, la humillación y el cautiverio que conformaron el castigo “blanco” que se le impuso por casi tres décadas de defender sus posiciones antisegregacionistas y haber sido consecuente con su proyecto de lucha inclaudicable contra el racismo y a favor de la libertad. Mandela se leía a sí mismo este poema de Henley cada vez que su alma decaía, cada vez que una nueva circunstancia lo vulneraba inclinándolo hacia la desesperación y la desesperanza. Poesía que amarra la fragilidad de la vida al puerto de la resistencia cuando llega la brutalidad de la tormenta o la inhumanidad de la tortura.
El nombre mismo de este poemazo fue utilizado para titular la última película del gran Clint Eastwood, en la cual se narra la victoria de la selección sudafricana de rugby –los Springboks -durante el mundial de 1995. La historia del film está basada a su vez en el libro de John Carlin “Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game that Made a Nation”.
Este es el poema original de William Henley en inglés y su traducción al español.
Un poema digno de ser enmarcado y releído cuando arrecian épocas de mares agitados, cuando se siente la cercanía fría del “horror de la sombra”, cuando nos parece inminente el riesgo de la zozobra.
“Invictus”
Out of the night that covers me,
black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
for my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
under the bludgeonings of chance
my head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
looms but the horror of the shade,
and yet the menace of the years
finds, and shall find me, unafraid.
It matters not how strait the gate,
how charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate;
I am the captain of my soul.
“Invictus”
Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el horror de la sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.
Out of the night that covers me,
black as the Pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
for my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
under the bludgeonings of chance
my head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
looms but the horror of the shade,
and yet the menace of the years
finds, and shall find me, unafraid.
It matters not how strait the gate,
how charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate;
I am the captain of my soul.
“Invictus”
Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a los dioses que pudieran existir
por mi alma invicta.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he pestañeado.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el horror de la sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecho sea el portal,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.
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4 comentarios:
no se porque pero lo leo y me llega al pecho esas palabras. nunca nada pudo quebrarme en lagrimas...¿porque sera?
Excelente articulo. Me quede impresionada por la calidad de escritura y excelente analysis.
Que genial,un análisis muy claro! 👏valió la pena leerlo.
Que es más impresionante, el poema de Henley o su analisis/ensayo aquí presentado?
Diría que "invictus" ambos. Una delicia!!
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