“Caperucita Roja”
O la lucidez desengañada
"Hemos medido el valor del mundo de acuerdo con categorías
que refieren a un mundo puramente ficticio.”
Friedrich Nietzsche
“Aurora”
“No lloréis, bichos, que hasa los astros sufren desengañados.”
Kobayashi Issa
Hay desengaño en la lucidez. Vaya si lo hay..!
Caperucita es el personaje que supo más temprana y rápidamente de este asunto de la seducción, la mentira, el engaño, los peligros de la ingenuidad.
Y del lobo, qué decir del lobo que siempre es loboferoz, así, todo junto, todo malignidad, todo embuste malicioso, todoélpendientehaciaelabismo.
Hace un tiempo, en mi mundo hogareño poblado por muchas hijas y tantísimas películas infantiles, pude ver una maravillosa versión recomendable de “Caperucita Roja”, con una abuelita que es de lo más increíble y fantástica, un leñador de diván, y un lobo que se las trae como ninguno. Una trama rica en matices, aleccionadora, contravalórica, rompedora de modelo tradicionales y mitos ingenuides. Recomiendo esta peli para cualquier edad a pesar de ser de dibujos animados (es de los mismos realizadores de Shreck). El título completo de la peli es "La verdadera historia de Caperucita Roja - Hoodwinked".
Caperucita finalmente logra alcanzar su propia lucidez.
Y ser una desobediente también (acaso se puede ser lúcida sin acceso a la desobediencia?)
Su lucidez la des-engaña. O es el desengaño lo que la vuelve lúcida, lo que la aparta de lo-que-no-es-verdad? Pero antes de llegar a responder estos asuntos hay que dejar correr algo de agua debajo del puente.
Pero ya sabemos que todo esto se trata de un cuento. Un cuento que, como todos los cuentos, nos ha sido contado para que luego, a su vez, nos lo contemos a nosotros mismos. Los cuentos son contados para después contar con ellos y que ellos nos cuenten, nos relaten en su relato.
Quién es realmente Caperucita? Es ciertamente el lobo un loboferoz?
Le creyó realmente alguna vez Caperucita al lobo? Y el lobo, realmente creyó que Caperucita le creía?
Qué mito los devora a ambos en la historia?
Vale en este “cuento” poner bajo sospecha la fuerza con que se imponen las apariencias?
1-El desengaño de la lucidez
Los cuentos son engañadores. Los cuentos cuentan cuentos.
Con un agravante: estamos rodeados de múltiples “cuentos”, todos ellos de índole diferente.
Los cuentos nos embaucan bellamente. Hasta que tiramos de una hilacha pequeña, un fin de semana cualquiera, en un momento repentino, y... zas! La tela de lo que creíamos era nuestro mundito ilusorio de verdades autoinducidas se deshace sin más, hilacha tras hilacha ante la petrificada palidez de nuestra bocabiertamalllll y nuestros sentidos congelados. Ni Cenicienta fue al baile en calabaza, ni los Tres Chanchitos sobrevivieron en la casa de ladrillos, ni la Bella Durmiente se despertó, ni el Príncipe dió ningún beso necrofílico a Blancanieves.
Si el engaño del cuento es susurrante y persuasivo, la lucidez nos desengaña brutalmente. Nunca es suave. Ni linda. Ni siquiera buena. Maldita lucidez?
La lucidez del desengaño tal vez nos vuelva más verdaderos, pero definitivamente no nos vuelve más felices (al menos en lo inmediato).
A veces adquirir lucidez simplemente sucede. No lo buscamos. Y cuando sucede se produce una caída estrepitosa de la fantasía sosegante por el tobogán implacable de lo real. Una reducción notoria del campo de lo ilusorio nos deja en tales casos -al menos transitoriamente- con los sentidos congelados. En la lucidez repentina, en ese “darnos cuenta”, un abanico de colores brillantes repentinamente se nos cierra, todo se oscurece y sin embargo vemos todo como nunca lo hemos visto. Con nuestra mejor cara de idiotas quedamos atrapados entre las varillas rotas de ese abanico multicolor sobre el que flotaban nuestros sueños.
Estar lúcido es casi como un abismo desde el que nos mira la incerteza súbita de otra lógica que no advertíamos hasta que la desalmada comprensión nos atrapara con sus tenazas desilusionadoras. Digamos que repentinamente trocamos la hiperabundancia anestésica de nuestras ficciones por la indigencia estrecha y amarga del inesperado realismo.
Cambiar blandos sueños por duras verdades es mal trueque, sin dudas. Uno muy malo.
Visto desde esta perspectiva parece comprensible y hasta razonable que no queramos así nomás soltar completamente la mano del ilusionismo que nos mantenía atados a nuestras amadas fábulas. Los humanos somos voraces bichos siempre algo hambrientos de creencias.
Todo este desbarranque de nuestras falsas solideces a cambio de... de apenas la nublada intermitencia de lo despojadamente cierto.
Frente al lobo Caperucita se da cuenta de que algo se ha roto dentro de sus antiguos ojos ciegos.
Desengañarse es un sentimiento, o es un modo del intelecto que acompaña al acto sensible del desencantamiento emocional?
Como sea, el espejo se rompe. Está roto, sin remedio ni remedo.
Salimos al medio del bosque del desencanto y atrás va quedando -cada vez más y más y más chiquita- nuestra hasta ahora cálida y confortable casita de los dulces sueños. Atrás queda nuestra madre y sus consejos desoídos, los cuidados de la infancia, y tooooodos los cuentos que nos contaron...
Roto el espejo se rompe el espejismo. Llega el inmenso trabajo inacabable de forjarse algún sentido nuevo, algo que nos re-ligue con esta incierta y telúrica existencia sobre la que posamos nuestros titubeantes pasos cotidianos. Pero incluso con los pies lastimados sobre los pedazos del reciente espejo quebrado, no nos resulta nada simple tirar al inodoro las últimas cerillas mágicas, ni quemar las cortinas del teatro. No queremos. No podemos. No sabemos.
Persistimos entonces.
Caperucita insiste en hablar con el lobo. (Poor thing...)
Todavía queremos un acto más del ilusionista. Una tirada más del dardo diabólico de la inautenticidad (puesto que ya “sabemos” pero aún nos resistimos a sumergirnos en las consecuencias reales de aceptar plenamente ese “saber”). Queremos robarnos la moneda mágica, tragárnosla para que nadie nos la vuelva a quitar, aunque nos indigeste.
Caperucita tropieza con el lobopiedra una vez. Y otra. Y otra.
Casi podría decirse que algo de sí busca tropezar con el lobo, la piedra, el error, la seducción, la mentira.
Caperucita sabe de Freud, de la compulsión a repetir, de la terquedad neurótica y similares yerbas. Pero por más que sepa, no puede con su inclinación a repetir.
3- Cuando el lobo es mucho más que apenas un lobo
Caperucita pone su zapato en la piedra, su cara cerca del lobo.
Insistencia neurótica? Sí, desde ya. Pero hay algo más ahi. El lobo es mucho más que el lobo.
La piedralobo es la única reminiscencia que Caperucita tiene de la ingenuidad que perdió. El lobo es la prueba de que alguna vez fue ingenua y creyó. Ha perdido la ingenuidad y la creencia, y sabe perfectamente en el fondo de ella misma que esa pérdida es indefectible. Por eso se aferra al lobo, permanece cerca de él, no se marcha, lo pone a prueba incluso a sabiendas de que e-fec-ti-va-men-te-es-el-lo-bo!
El lobo es la piedra con la que Caperucita insiste en tropezarse pues él le recuerda lo que ya no tiene pero tuvo: su ingenuidad. Y él es a la vez, la causa de su lucidez adquirida. El lobo es la ingenuidad que ya no tiene y la lucidez que acaba de adquirir. El lobo es una bisagra. Un rito de pasaje entre la inocencia crédula y el saber escéptico.
La ingenuidad, como “modo del creer”, se ha perdido en medio de la bruma del bosque. Qué le queda a Caperucita del relato de su creencia? Pues el lobo.
Caperucita no tolera muy bien esa pérdida. Le duele. Al menos está claro que no acepta haber perdido la ya perdida ingenuidad de sus sueños del todo. El lobo no la seduce a repetir errores, lo que la seduce es seguir-siendo-en-reminiscencia, seguir evocando la que era, la que creía.
Caperucita desea rememorar rememorándose en lo rememorando.
Por eso es que repite, persiste en permanecer con el lobo más se la cuenta. Aún le queda la ilusión de que en la reminiscencia tal vez recupere algo de lo que ella ha sido antes, incluyendo todo lo que ha sido o pudo ser: sus errores, sus horizontes perdidos, sus cuentos de hadas incinerados, su biografía trunca, sus decisiones abandonadas, sus trayectos no tomados, sus decepciones acumuladas.
Caperucita se busca en la repetición. Busca la que ya no es. Y por esta razón se pone en peligro. Fracasa, y camina por la cornisa del riesgo inútilmente.
Los deseos de (re)ilusión tal vez sean así de inconcebiblemente poco inteligentes porque no es nada fácil tramitar emocionalmente eso de que lo real nos deja desnudos en medio de una calle desolada, recordándonos inermidades tan pasadas como reeditables. Cómo no correr hacia la huída del ensueño? Cómo no aferrarse -como Caperucita- a los destellos moribundos de la infancia perdida?
4- Dosis de mentiras para garantizar la supervivencia
La película Hoodwinked presenta magistralmente la figura de la abuela. Una abuela que hornea pastelitos pero que también practica deportes, se mueve, salta, indisciplina a Caperucita. Curiosamente es la abuela, y no la madre, quien resulta clave para arrancar a Caperucita de sus desaciertos y tonteras neuróticas, romper con las repeticiones y alejarla de las pasiones tristes. El dolor del desengaño es, con la intermediación de la abuelita, un pasaporte a la vida como aventura.
La abuela la ayuda a crecer ofreciéndole un modelo femenino que transgrede las imposiciones a fin de vivir una vida más plena y autenticamente. La abuela encarna el rechazo a todo modelo de identidad impuesto. Y con esto destraba en buena medida la opresión del “deber ser” reactivando una nueva ilusión: lo que se puede llegar a ser. Pizarnik decía “cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste”.
Pero como Caperucita aún tiene mucho que aprender, antes de hallar la salida de su espejo roto hacia la "salud", quiere repetir. Desea repetir. Y repite.
Es que duele desengañarse de ese "fabuloso" mundito en el que soñar no se distancia demasiado de la vigilia, aunque en esa borrosidad haya probables infecundidades, parálisis, e improductividades varias. Necesitamos de una abuelita persistente que nos recuerde que se nos ama sin muchas condiciones, necesitamos estúpidamente del amor, de la pasión, de una oleada bioquímica que inunde nuestro cerebro de feniletilaminas, de un tóxico natural y paradojalmente benigno, necesitamos de una alucinación que ponga en producción al deseo.
La otra opción -siempre a mano- es apelar a sacar de nuevo entrada para el espectáculo de las obediencias pre-establecidas, del fraude que desgana, buscarse una pantalla donde proyectar alguna patética parodia de la felicidad, montar una escenografía de vida parecida a los fuegos artificiales de año nuevo. Luego, nos queda un regusto a humo mezclado con hastío. Lógicamente hay muchísima gente que vive de este modo. Todos necesitan algo que los sostenga, incluso un falso sostén cuenta. Todo necesitan algo antidotal que contrarreste la angustia de nadeidad que acompaña al desencanto.
Recordemos que las mentiras y los montajes de nuestros ilusiones nos poisonean la existencia, pero también hay que reconocer que ciertas dosis -incluso bajas dosis- de verdad pueden resultar letales para ciertos espíritus no muy preparados para roer el hueso duro de "vivir en la verdad". No todos pueden lidiar con el coraje de la parrhesia.
Por eso la mentira (por más que esto duela a los defensores acérrimos del discurso sincericida) también tiene un rostro aliado con la supervivencia. Me he preguntado muchas veces: vale más, ocasionalmente, plantarse en el sincerismo destructivo que optar por la insinceridad compositiva? No tengo una respuesta cerrada al respecto. Parecería que hay que nutrir con la sucia grasa de la inautenticidad los engranajes de una vida para que esa vida persista funcionando como tal. Eso al menos piensa Nietzsche cuando sostiene que la mentira también está al servicio de la vida. Y muchas veces la ilusoria falsedad en que alguien es capaz de llenar sus días sostiene la funcionalidad de esa subjetividad. Luego el círculo se relanza. Hay que retornar a lo real para otra vez retornar a lo irreal, pasar la puerta giratoria de la autenticidad para entrar en la siguiente puerta giratoria de la próxima inautenticidad, y así, en un dibujo orbital sin centro ni diseñador. Un ciclo eternamente retornante en el que parecen ser equivalentes lo autentico y lo inauténtico, las gastadas verdades y las falsedades consensuadas. Y así seguimos, wandering.
Son las mentiras paréntesis irreales para aligerar la pesadez que tiende a filtrarse constantemente en nuestros vivires?
Prefiere Caperucita el cuento contado por el lobo, o el duro trabajo de desenmascararlo hasta dejarlo sin guarida?
5- Cuestión de complicidad
Hay Caperucitas siempre que haya lobos feroces. Y hay lobos feroces en la medida en que haya Caperucitas.
Porque -no jodamos- que en estas cuestiones del encantamiento-desencantamiento siempre hay intercambio, interacción, otros, unos, ser-en-relación. El desencantamiento trae consigo una ruptura de las asociaciones que aún mantenemos con imagos de tipo infantil. Caperucita es en relación al lobo feroz. Y es una niña.
Esto es así aunque sepamos de antemano que también en toda Caperucita hay una fiera afilando sus garras a escondidas dentro de la canastita de pasteles. O que al lobo le tiemblan las piernas y el alma producto de saberse afectado cada tanto del mal de la soledad en más de una noche fría, o temiendo como teme algún día envejecer y perder su intimidante dentadura, sus pelos, su garra conquistadora.
Sabemos que las Caperucitas pueden ser feroces.
Y que en invierno los lobos tiemblan.
Pero nada de esto quita que cada uno juegue su juego de roles pre-asignados en el tablero de lo previsto por los mitos que los trascienden.
Quiero decir con esto que no deberíamos perder de vista que en todo desengaño hay una visión conspirativa que asigna valores dentro de la interaccion entre el engañado y quien ha ofrecido el fake néctar-producto-mentira en cuya maliciosa trampa el inocente ilusionado dice haber caído. Distribuidos en la categoría de buenoyengañado/maloengañador, los papeles terminan siendo bastante rígidos en el libreto de La Comedia de las Ilusiones Perdidas. Habrá siempre quien se hace llamar a sí mismo "engañado" (víctima, seducido, encantado, desprevenido, hechizado, perjudicado) y un otro a quien se atribuirá el nombre de "engañador" (victimario, seductor, encantador, planificador, manipulador, hechicero, damnificador).
Pero me temo que a estas alturas estamos en condiciones de empezar a mirar otra cara escondida de este asunto.
Una Caperucita engañadora? Un lobo seducido?
No nos apresuremos. Salgamos primero de las dicotomías, y alejémonos también de sus posibles reversibilidades estériles.
6- Todos hemos sido el lobo. Todos hemos sido Caperucita
Milan Kundera es un atajo para recorrer las vetas de esta madera de un modo menos estático (tal vez por ello me pasé madrugadas quemándome la cabeza con ciertos tramos de “The Unbearable Lightness of Being” - La insoportable levedad del ser).
Tomas, Tereza, Sabina, Franz. Todos en la novela kunderiana transitan por esas brillantes páginas entre la pesadez de la levedad y la levedad de las pesadeces. Uno que intenta volverse múltiple por la vía de las infinitas leves infidelidades. Dos que no pueden dejar de ser solitarios unos. Tres que complican a los apenas dos. Muchos que vuelven todo a la pregunta por lo Uno. Vidas en nuance. El libro de Kundera podría haberse subtitulado "Claroscuro", tranquilamente.
Caperucitas vestidas de lobos que son lobos vestidos de caperucitas y así, en una perpetua circulación de pieles como máscaras, nunca hay definición alguna respecto si definitivamente son lobos o caperucitas.
Subjetividades sin sustancialidad en las que hallar reparo.
Engañadores engañados.
Trampas que entrampan a sus hacedores.
Hechiceros hechizados.
Infieles leales apagando sus vidas entre lealtades infieles.
Se puede tomar de un trago un delicioso falso néctar, a sabiendas de que se esta bebiendo la dulzura embriagadora de una necesaria mentira, y sin por eso luego andar denunciando a quien lleno el copón por forzarnos a hacérnoslo beber en condiciones de engaño? Podemos, sin mayores condenas, ignorar transitoriamente la inautenticidad de una interacción y atreverse a ella plenamente sin salir de ese bello laberinto de espejos lloriqueando e implorando justicia (o linchamiento) para con quien hayamos entrado a gozar en las colinas de Petřín?
Little red riding hood between mirrors.
Run, little red riding hood.
Be one, be finally you among the sleepless.
Caperucita y el lobo bien saben sobre eso de intercambiar algo más que vestuario y maquillaje, siempre y cuando ambos ignoren la moral.
Qué sucede si, desengañada la ingenuidad infantil, persistimos en la lúdica de la niñez?
Sólo jugar.
Sin dañarse. Sin perjudicarse. Sin objetivos. Sin metas. Sin proyecciones.
Decidirse a desacobardarse de la propia jaula y jugar, sólo jugar.
Un juego que consista en seleccionar nuestros instantes venideros con más cuidado, cambiar los parámetros con que medimos la felicidad, considerar más la calidad de las intensidades en las que nos involucramos, inclinarse un poco menos por las rutas sinuosas de lo vertiginoso, preservar celosamente la radiante vitalidad que nos vaya quedando según la etapa del ciclo vital que transitemos, evitar tanto cuanto podamos lo que nos consuma sin devolvernos con similar generosidad alguna otra belleza gratificante a cambio.
Podrá Caperucita jugar otro juego? Inventar otras reglas?
Podrá Caperucita patearle el trasero a la falsa invocación a “la magia”, a “lo sublime”, a “lo especial”, a "la química de la piel" y todos esas vacías frases vulgares... e invitar sencillamente al lobo a jugar el juego sólo por el juego mismo? Y el lobo cobarde, aceptará desnudarse de todo disfraz de arrogancia narcisista, desatar los tontos hilos de su máscara y seguirle el loco juego a Caperucita? Qué harían esos dos personajes si no tuvieran la presión de tener que sostener desde sus cuerpos y sus actos la pesada armadura de la escenografía moral?
7- El escollo moralista
Caperucita y el lobo es un cuento y la vez es la cristalización de un mito: el de la víctimada engañada en su inocencia, y el victimario embaucador que finalmente recibe su castigo con la muerte misma.
Por otra parte, venimos insistiendo que hay desengaño en la lucidez. No podemos ni debemos negarlo. Aceptarlo es entender que la desilusión es una ejecución semi-involuntaria de nuestros frágiles sueños.
El problema se presenta (como en toda ejecución de sueños) cuando sentimos que el mito de Caperucita y el lobo justifica una especie de "derecho" al resarcimiento contra quien ejecutó nuestros sueños. Ahí todas las víctimas autoproclamadas como tales reclaman la guillotina y que se les entregue la cabeza de quien sea designado como el lobo-victimario matador de las ilusiones decapitadas. El consenso siempre es a favor de que se aplique merecido castigo al lobo (que tiene histórica malafama de ser siempre malocruelvilodiosoinclemete desde la mirada juzgadora de los rectos hombres y mujeres de Bien).
Big, big bad wolf.
El embaucador lobo merece sufrir por haber sacado provecho de un débil... después de todo, se ha comido los sueños de la pobre Caperucita!
El desengañado siente un indiscutible dolor por el embuste que lo sedujo. Y ese dolor del desilusionado es el pathos a través del cual el resentimiento encuentra puerta de entrada en el cuerpo de la víctima. Caperucita se enferma, incluso hasta cuando ve la cabeza del lobo rodar en el supuestamente justiciero acto de guillotinamiento. Ella se enferma de enojo consigo misma (digamos que lo que hace más bien es penar por la propia estupidez de haber permitido y asentido en el engaño). Y enferma también por admitir su propia vulnerabilidad ante el poderío de aquel que pudo marcar las cartas a su casi entero favor y direccionar la jugada sin su anuencia.
Sin duda que esta vision del desengaño apesta a moral. Pero es la visión generalizada que emerge con asidua “naturalidad” cuando se analizan los casos de desengaño.
Caperucita sufre, enferma, odia, detesta. Caperucita desengañada y sedienta de venganza es una de las imágenes más acabadas del resentimiento. Ella es capaz de invertir horas en masticar por anticipado el posible sabor de su revancha, de la venganza, de la (imposible?) justicia. En esta versión moral Caperucita es la absoluta encarnación del esclavo resentido. Pero no obstante todo esto, ese es el posible y usual modo de comprender a la malaraña del destino del que se sirvió el lobo, su tela seductora, y el resbalón mortuorio de ese insecto atontado llamado “Caperucita” que a veces en determinado momento de la vida nos hemos sentimos un poco todos.
Todos tenemos un gen de little red riding hood me temo. Hombres y mujeres hemos sido alguna vez Caperucita en las garras de algún lobo/a feroz. Y también hemos sido, incluso a pesar nuestro en ciertos momentos, feroces lobos.
8- El Mitsein de Caperucita y el lobo (una interpretación inmoral)
Pero hay variaciones interpretativas para el mismo cuento.
La lucidez desengañada no es asunto de contrastes en blanco o negro. De hecho posee sus tornasoles escondidos.
Consideremos en un contexto amplio, que la muerte acecha siempre. Y el reloj de arena de cada uno siempre tiene también, finalmente, los granos contados. Life is fucking short.
Ahora sí, imaginemos a Caperucita luego del cuento.
Run, little red riding hood!!! Run, run, run..!
Digamos que Caperucita se despierta el día despues del desengaño. Pero se encuentra con que no hay salida moral para su desilusión. La jovencita no puede volverse una serpiente resentida puesto que no hay guillotinas ni guillotinadores dispuestos a cortale la cabeza al seductor lobo feroz. No habrá malditas Medeas que se cobren con sus venganzas las traiciones de los Jansones.
Sé que cuesta armar el contramito.
Pero sé también que es posible la invención de una interpretación de esta historia desde otro lugar más... a-moral. Incluso creo que es necesaria una salida más allá de la moral para el problema del desengaño. Aunque cueste, vale la pena intentar bocetar una Caperucita -Parte II- que reescriba la historia en clave inmoral.
Qué hará entonces Caperucita sin la coartada del resentimiento justiciero?
Pues resuelve andar lúcida y desengañada, pero sin rumiar dolor.
Desembarazarse de los decaimientos post/ilusión. Terminar con el sufrimiento habiéndolo vivido, pero sin atarse a esa paralizante columna de enfermedades, insomnios y alaridos de tragedia a que empuja el infernum de persistir en el resentimiento.
Salir de los salares de las lágrimas, salir a flote del propio llorar como quien vuelve a nacer de un líquido bosque oscuro.
La lucidez desengañada es una forma de presenciar y de testimoniar la muerte de algunos de nuestros sueños. El lobo puede ser un proyecto fracasado, una pareja que nos traicionó, un hijo que no sigue la recta trazada por el deseo de sus padres, un amigo que no nos tendió la mano cuando más lo necesitábamos, la deslealtad de un colega en quien confiábamos en nuestro trabajo, o sencillamente alguien que traicionó cuando le ofrecimos una pequeña parte de nuestros sueños.
Duele duelar el sueño roto. Pero duelar un sueño muerto no es aceptar la muerte de la esperanza. Siempre queda en el bolsillo agujereado en donde se nos perdió la última ilusión una ficha para apostar a la lúdica libertad de nuevos-otros juegos.
Se puede ser lúcido en medio del encantamiento? Sí, rotundamente sí.
E incluso se puede gozar profundamente en y de él.
Podemos estar lúcidos respecto de nuestras más amadas mentiras. Acariciarlas, acostarnos con ellas, perpetrar la hermosura infantil de tratar de eternizarlas, cuidarlas, protegerlas, e incluso intentar -lúcidamente- multiplicar nuevas ilusiones por ahí, ilusiones que por su parte no harán más que relanzarnos hacia otras mentiras o verdades aún inconquistadas.
Tal vez parte de la lección que deba enfrentar una Caperucita extramoral sea jugar, de ahora en adelante, menos ceñida a la moral establecida, y entender que dada la brevedad de la existencia vale la pena jugar la mayor cantidad de juegos que se presenten en el camino.
Bajo qué condiciones? Estar alerta respecto de los seductores pasadizos en que ciertos juegos han de ser jugados, sin negarlos, afirmándolos como parte de la lúdica inmanejable que emerge en ciertas atractivas interacciones. Y seguir alerta para entender exactamente que se han de jugar juegos, sólo juegos por jugar, sin dañar ni dañarse. Si el resultado de esos juegos finalmente es un “resultado” propiamente dicho, será más allá de haber pretendido establecer una meta desde el inicio mismo. Quiero decir, que si de ese juego finalmente se entreteje un proyecto, será porque el juego mismo ha ido tomando una forma, y no porque esa forma puede ser impuesta desde el inicio del juego en sí. A veces es suficientemente protectivo recordar que las laderas de los tableros en que movemos nuestras piezas se mantengan en los bordes del instante, revalorizando lo actual, olvidando planes y futuros imperfectos.
Un lobo.
Una Caperucita.
Dos que lúcidamente deciden contarse un cuento, un buen cuento, desengañados pero esperanzados al menos en las fuerzas del Mitsein (ser-con) que reactivan vivamente las fuerzas del deseo.
Caperucita ha desandado el camino de la ilusión, y le propone al lobo que deje de ser feroz y que acuerde con ella en no direccionar demasiado hacia adelante los deseos (nada sabemos del ese "adelante", por lo tanto no vale la pena preocuparse demasiado por algo tan incierto). Y le pide asimismo que intente no mirar hacia atrás (nada podemos hacer respecto de modificar fácticamente lo que es pasado). Afirmar las pisadas en el presente y elevarse mas allá, incluso por encima del instante estando plenamente en él, genialidad reservada para pocas Caperucitas rojas e igualmente pocos lobos feroces.
En suma, Caperucita crece, e invita en ese crecimiento al lobo a que cultive con ella un talento existencial que deberan aprender a sostener y alimentar: interactuar intensamente en un juego sin metas predefinidas sin perder la lucidez, pero sin negar el don de la esperanza.
Nuevos pañuelos de color saliendo de una imperfecta galera imaginaria
En medio del bosque desencantado.
Caperucita.
El lobo.
Again, wandering souls... but free wandering souls.
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