¿Por qué insistir en diferenciar la propuesta de “modo aristocrático de vida” de las acepciones “decadentes” de aristocracia en el camino hacia una posible resemantización radical del término? Pues porque el arrastre de residuos de sentido propios de la moral judeo-cristiana ha contaminado -casi a muerte- a la noción de aristocracia. Un poco antes de la irrupción del cristianismo, ya entre los griegos de los tiempos socrático-platónicos se había comenzado a “decadentizar” los aspectos noble-heroícos de los aristócratas tal como los había presentado y descripto Homero mucho más atrás. Pero a pesar de esto último, una vez más, vale la pena “la vuelta a los griegos” (al menos a los presocráticos sin lugar a dudas). Esa sigue siendo una ruta que abre luz contra las sombras de las doctrinas del resentimiento, una doctrina cuyo cuerpo y seudópodos morales no tardaron en alcanzar a las principales características de aquel “modo aristocrático de vida” para circunscribirlo dentro del cerco de “lo malo”. Ese “modo aristocrático de vida” que aquí nos interesa rescatar y revalidar conlleva la dura tarea de vaciado de significaciones. E incluso, por momentos, implica poner “patas para arriba” ciertos sentidos comúnmente asociados a lo aristocrático.
A partir de lo anterior emergen una pregunta y su respuesta provisoria, y a partir de ambas se puede arrimar a una primera instancia de desafío intelectual: ¿estamos en condiciones de “imaginar” (crear, invencionar, engendrar) una noción de aristocracia tal que convoque la generosidad, la competencia, la superación, el ideal de perfección, la autosuperación, el egoísmo, la libertad, la autonomía?
A esta altura, alguien bien podría preguntarse si es posible hoy (aquí, en este enmarañado Siglo que aún despunta) vivir de acuerdo a un “modo aristocrático de vida”, máxime si con ello queremos decir que se trata de plantear una posibilidad ontológica nueva, un modo radicalmente nuevo de subjetivación aunque veamos ya sus trazas en héroes como Aquiles, en mitos como el de Hércules, en biografías como la de Sapho, en el devenir de un Alejandro Magno, o en vidas filosóficas como la del despojado cínico Diógenes para citar algunos caros ejemplos.
Y más preguntas bullen en esta caldera irradiante de posibilidades:
¿Seremos capaces de involucrarnos en tamaña empresa de invención?
¿Por qué valdría la pena sostener que un “modo aristocrático de vida” la configuración ontológica alterna a los modos de vida esclavizantes, alienentes, depotenciadores?
¿Es ésta propuesta una posibilidad real, practicable, de subjetivación extramoral?
¿Qué conexiones se establecerían entre las nietzscheanas nociones de “noble”, “espíritus libres”, “superhombre” y “modo aristocrático de vida”?
Siendo éste, un modo de vida planteado más allá de la moral y más allá de cualquier idea de Dios y religión, ¿resulta el “modo aristocrático de vida” una práctica efectivamente realizable en medio de las condiciones subjetivas de nuestro entorno imaginario social signado por los múltiples modos que adopta el resentimiento, la imbecilización religiosa, la gregarización, los ideales colectivistas, y demás carcinomas socio-culturales?
¿Qué tipo de coraje requeriría el “modo aristocrático de vida”?
¿Es posible “educar” bajo el signo de esta configuración existencial?
Los interrogantes, como cancerberos perros acechantes, parecen rodearnos con su bravía capacidad de hacerse escuchar por encima de nuestros posibles primeros argumentos. Al menos por ahora, las dejaremos que nos chumben… pues, hemos empezado a cabalgar.
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