Mostrando entradas con la etiqueta Nada y vacuismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Nada y vacuismo. Mostrar todas las entradas

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Saber no saber

 
Saber no saber





“He perdido la comodidad de la ignorancia.”
Michael Allred




Eventualmente en determinado momento de la vida también se torna imprescindible adquirir la tolerancia y habilidad de aprender a no entender, de "saber no saber".


Una demora en el entendimiento de lo que acontece no es una claudicante aceptación de la ignorancia ni un des-entender. Tampoco es una renuncia a la intelección ni mucho menos al conocer. En todo caso involucra al acto de dudar en la medida en que es la radicalización de una duda, o de una serie de ellas. Entender no es asunto apto para seguidores, ni para fieles.
Entender  (desde una perspectiva radical de lo que implica una real intelección) es en cierto modo romper. Desordenar, para hacer lugar. Mover en el tablero la "casilla vacía" de la que hablaba Deleuze. Quebrar un orden previo a fin de crear espacio simbólico para que emerja algo impensado hasta ese momento.


Justamente soportar la demora que a veces conlleva juntar las piezas del aparente sinsentido hasta que el misterio o lo dubitativo se disipen, es trabajar sobre sí mismo en el arte de sostenerse enmedio de dos sentidos: ni aquello que llega libreteado por los usos y costumbres de nuestras significaciones más aceitadas, ni un saber nuevo del que aún no saboreamos siquiera su mínima posibilidad. 

Y a veces ese "enmedio" es, por la misma tensión indisipable que hay entre lo viejo y lo inllegado, un tiempo de contacto con el vacío. Lo cual es en cierta medida, una traición, una deslealtad a nuestro creer previo, a nuestro saber anterior. Entender es una ruptura. Pero una ruptura tal que abre una grieta, hace  nacer un inquietante vacío. Antes de que un nuevo sentido se produzca, lo primero que adviene es la angustia ante la nada del sinsentido.
Horror vacui que nos envuelve mientras tratamos de dar con la resbalosa construcción de un “entender” que no se deje seducir ni por el falso atajo del dogma, ni por las frases remanidas, ni por las desgastadas y desgastantes cantinelas que nos canta la voz de sirena de nuestro narcisismo cognitivo impermeable a la crítica.
Quizá porque el vacío y la nada se infiltran en el proceso de entender/saber  es que se suele confundir equivocadamente "entender" con algo que apenas es una obturación de la angustiante vaciedad  con sentidos ya conocidos, pero  remixados. "Entender" dista mucho de la simple tarea casi diaria y automática de "taponar vacíos" con significaciones recicladas. Entender, disponerse a entender seriamente, exhaustivamente, es prácticamente lo contrario: es intensificar aún más la anchura de un sinsentido.


"No entender", ese saber no saber, es una experiencia desértica. 
Incluso, una vivencia en la que se siente ir atravesando propiamente una tormenta en el desierto.


Beduinos del sentido, no nos resulta grato demorarnos a caminar sobre montañas de arena. Las plantas de los pies queman. La sed por llegar nos vuelve roedores de la impaciencia y mordemos cualquier queso, o metemos la cabeza en casi cualquier tentadora trampa.
Como sea, la hechicera prisa nos empuja a comprar el cobijo de algún espejismo,  el que sea. Aunque generalmente se comprueba que solemos comprar  bajo grandes costos los espejismos más confortables y más reconfortantes, los mejor conocidos por cada uno. En una palabra,  buscamos refugio en los espejismos más familiares. Estos suelen ser asimismo, y para nada casualmente, los espejismos más enfermizos y trágicamente... también los más amados!
Pocos son los seres indóciles que se atreven a ser nómades de sus cuentos más amorosamente abrazados! Dejar de venerar los propios espejismos es impulsarse a salir al cruce de la nada mientras  se va en busca de esa auténtica quimera en que consiste hallar un radical “entender”.    


Quien tiene el coraje de anhelar entender debe primeramente darse -más precisamente, otorgarse- el don del tiempo.
Entender es, ante todo, un saber germinado en las esperas.
Aprender a disponer honestamente y frente a sí mismo las piezas confusas de aquello que no-se-sabe… o no se quiere saber.

Luego, entrenar la mirada en el desorden. Sin manotear coartadas. Sin escabullirse por los variados pasadizos que oferta el infernum de las evasiones ni los anaqueles de las ensoñadas mentiras colectivas tan narcotizantes prometedoras de paraísos humanos, como falaces.

Estarse solo. Solo. Lamerse en soledad.
Aceptar que se está solo, aún acompañado-rodeado-gregarizado-emparejado-socializado.
Saberse singularmente asolado. Ser solo.
Ser-para-sí que se sabe en camino, siempre haciéndo-se.
Y amansar en esa soledad meditativa,  pero con vigoroso sosiego, cualquier inquietud desestabilizante que asome trás la ventana de ciertas dudas, o bajo el manto de determinadas preguntas y sus agujeros.


Pensar acerca de sí mismo y de lo que nos rodea es un proceso requiriente de paciencia.
Ser más araña es aprender a ser menos presa.


Esa espera que nos funde (sí, nos funde, pues dependiendo del asunto que nos afecte,puede que la demora del entender nos "funda", nos consuma literalmente casi toda la energía disponible) hasta hacernos poco distinguibles con la ininteligible urdimbre de significados que no llegan entre ellos a armar un transparente “entender”.
Todo este proceso requiere cultivar la tolerancia transitoria al insaber.

Saber entender(-se)  incluye inexcusablemente atravesar  transitoriamente la desértica paradoja de aprender a no entender. Por momentos, no entender al otro. Por momentos, no entender aconteceres. Por momentos, no entenderse siquiera a uno mismo. Por momentos, romper todas las brújulas y aceptar esa vacuidad de no entender prácticamente n-a-d-a. Nada.


Saber ser es dar descalzos pasos sobre una cuerda en discontinua tensión entre lo insabido y lo porsaber… pero cuidándonos de dejar caer al abismo, en cuanto se pueda, la esclavizante bolsa de piedras de lo que inútilmente creemos o creíamos saber.

Saber es saber ser.
Saber ser es poder ser: poder apropiarse lo más plenamente posible de la potencia de ser. Y esa apropiación de la propia fuerza expansiva requiere, de manera inevitable,  aliviarse del lastre de ciertos pesos mortificantes vestidos bajo la forma de semisagradas creencias, esclerosadas verdades más hijas de la ciega repetición que de la imperfecta razón.
Nuestros saberes degradados coinciden, en lo envejecido de su osamenta y en su tristísima  pátina de momificación, con el estado del mortecino nicho interior en que alguna vez resolvimos miedosa o estúpidamente sepultar nuestro otrora radiante deseo de desear.


Tenemos la edad de los mundos que nos atrevemos a inventar.


____________



domingo, 5 de diciembre de 2010

La verdad que no tiene morada - Sergio Givone



"La verdad que no tiene morada"
Sergio Givone



"El alma que se abisma en la nada es restituída a la verdad. Mejor aún: sólo abismándose en la nada, el alma puede ser restituída a la verdad. La verdad que no tiene morada. Que no está en sí, siempre y únicamente idéntica a sí misma. Y que, por lo tanto, no puede ser captada sino en su salir de sí, en su hacerse otra."




(Sobre el pensamiento de Eckhart de Hochheim 1260-1328)
En: Sergio Givone - “Historia de la Nada”
2da ed., Adriana Hidalgo ed.
Buenos Aires, 2009. 


_______________



sábado, 4 de diciembre de 2010

El don de sí mismo - Valéry Larbaud



 Valéry Larbaud
 De “El don de sí mismo



(...)

Hay algo en mí,
en el fondo de mí, en el centro de mí,
algo infinitamente árido
como la cima de las altas montañas;
algo comparable al punto muerto de la retina,
y sin eco,
y que sin embargo ve y oye;
un ser con vida propia, el cual, sin embargo,
vive toda mi vida y escucha, impasible,
todos los parloteos de mi conciencia.

Un ser hecho de nada, si fuese posible,
insensible a mis sufrimientos físicos,
que no llora cuando lloro,
que no ríe cuando río,
que no se avergüenza cuando cometo una acción vergonzosa,
y que no gime cuando mi corazón está herido;
que se queda inmóvil y no da consejos.
pero parece decir eternamente:
"Estoy aquí, indiferente a todo."

Es quizás vacío como lo es el vacío,
pero tan grande que el Bien y el Mal juntos
no lo llenan.
El odio muere ahí de asfixia,
y ahí el amor más grande no penetra nunca.

(...)

Y adonde vaya, en el universo entero,
encuentro siempre,
fuera de mí como en mí,
el irremplazable Vacío,
la inconquistable Nada.



Valéry Larbaud
Escritor francés
(Vichy, 1881-1957)
___________



miércoles, 9 de septiembre de 2009

Giorgos Seferis: la voz del papel en blanco



Giorgos Seferis
Γιώργος Σεφέρης
1900-1971
(poeta y diplomatico griego)




"El papel en blanco"



El papel en blanco rígido espejo sólo devuelve lo que eres.
El papel en blanco habla con tu voz,
tu propia voz
no con la que te agrada;
tu música es la vida
esa que has derrochado.
Es posible, si quieres, recuperarla
si te aferras a eso tan indiferente
que te echa para atrás
allí donde te pones en camino.

Has viajado, has visto muchas lunas, muchos soles,
has tocado muertos y vivos
has sentido el dolor del muchacho
y el gemido de la mujer
la amargura del niño aún no maduro–
lo que has sentido sin fundamento se derrrumba
si no confías en este vacío.
Tal vez halles allí lo que creías perdido:
el brote de la juventud, la zozobra certeza de la edad.

Tu vida es lo que has dado
ese vacío es lo que has dado
un papel en blanco.


___________________________________________________________________

martes, 1 de septiembre de 2009

En una palabra, vacíate - Chuang Tzu


Identifícate con el infinito,
haz una excursión al vacío.
Ejercita plenamente lo que has recibido de la Naturaleza,
pero no obtengas nada más.
En una palabra, vacíate.



Chuang Tzu

___________________________________________________________________

lunes, 31 de agosto de 2009

Margaret Atwood - “La taza blanca”



Margaret Atwood
(Ottawa, 1939)

“La taza blanca”



"Qué puedo ofrecerte?, mis manos se extienden abiertas,
vacías excepto por mis manos.

(…)

Esto es lo único que quería darte,
este brillo tranquilo
que es un constante entrar
un ir hacia."




En “Luna nueva
Icaria Poesía, Barcelona, febrero, 2000.

___________________________________________________________________
Image: http://www.warrencriswell.com/white_cup4-1150w.jpg

lunes, 30 de junio de 2008

Amor es nada



Amor es nada


Hay que estar en el desierto,
porque aquel al que hay que amar está ausente.
Simone Weil


La tarde cae. Literalmente debería decir que se ha deslizado hacia mí dejandome en un puntoespacio casi indescriptible de delgadez gris y última luz de sol oriental, algo que sólo acaece visualmente en tiempos de lluvias monzónicas. En esa clara penumbra anunciante de otra luz, la del anochecer, me cruzo con el espectro victoriano de Elizabeth Barret Browning.

La mina ahí, toda tan british, pero metiendo sus narices entre Shakespeare, Teócrito, Paine, o entre las polleras rebeldes de Madame de Stael, las máscaras de George Sand, Dante y su inferno, Píndaro y la obra homérica. ¿Qué me atrajo de su biografía? Su mosaico. Primeramente, me gusta el clima de su biografía: ese airecillo aristocrático en todo lo que tocó en su existencia. Me atrajo que sea prácticamente una verdadera self-taught. Me atrae curiosear en lo que pudo producir alguien cuyo cuerpo debió luchar con la enfermedad tempranamente, hecho que no solo la marcara desde sus primeros años de vida, sino que la volvió casi una eterna convaleciente. Su desobediencia paterna (lo que le costó ser desheredada, en tiempos en que para una mujer eso era casi sinónimo de morir como una rata). Su sano modo de trocar la grisura londinense por la florescencia vitalista de la Toscana italiana. Su simpatía explícita por los incipientes movimientos que reclamaban libertades de derechos. Que Emily Dickinson y Virginia Woolf la mencionen y hayan sido vivamente afectadas por sus escritos. Me interesa una vida como la de Elizabeth BB que se autoeduca, produce, enferma, se recupera, sana, ama, cae, trayecta por los efectos del opio, opina con fuerza, denuncia mentiras sociales, desobedece, huye de la regla, se distingue. Desde ya que su perfil mistico o los tonos de crédula criatura entregada a las ideas religiosas de su tiempo no me cierran por ninguna parte. Pero puedo ezquizofrenizar su obra lo suficiente como para degustar su estética ascedente y apartar al mismo tiempo las intersecciones con lo cristiano que termina debilitando muchas zonas de su obra.

Me quedo detenida en con en el conocido Sonnet XLIII “How do a love thee”. Famoso soneto de la esta inglesita primogénita hija de esclavistas jamaiquinos, un soneto que hasta fue recitado en la pelidramón “Love Story” en el momento de los wedding vows. De ese soneto que pertenece a su libro “Sonnets from the Portuguese”, unos tramos para dialogarlos con Barret Browning:
How do I love thee? Let me count the ways.

Pregunto:
son enumerables,
contables
siquiera, “enunciables”
o definitivamente
hay uncountable

love ways?


Modos, formas, formatos, maneras, estilos, direcciones, entradas, salidas de amor. De todo ello, hay tantos ways como tantos amores seamos capaces de configurar en nuestras fuckingextremelyshortlifes.
Tantos modos de estancia en lo amoroso como seres, cuerpos, lazos, e inquietudes amatorias seamos capaces de habitar, de dejar que nos habiten, de abandonar, de memorizar, de olvidar, de germinar en ellas, de multiplicar, de amplificar, y también de reducir a nada. Multiple ways.
Amores hay sin conteo posible, sin forma asible, con poco o nada de posibilidad enunciativa. Sigue la frágil potencia de Elizabeth:

I love thee freely

Amor desengrillado hay sólo en lo múltiple. Lo demás es convención.
No hay amor más que en la serena y devastadora autoafirmación de que el amor no existe. Amor es nada. Una construcción discursiva cuyo soporte en los cuerposalmas está basado en la fisiología de las emociones, la lógica de la sexualidad animal, y las necesidades más o menos cambiantes que ha tenido “eso” a lo que el pelado Foucault -no sé si cuando ya era pelado o no, pero poco importa la pilosidad del filósofo en este caso- denominó Biopoder.

Amor es nada, porque no hay concepto último de amor, nunca lo hubo ni lo habrá. Hay sí, sexualidad, apego, ternura (que no es mucho más que sexualidad desviada e inhibidad en sus fines), hay erotismo y seducción -nuestras “superiores” (¿?) formas de cortejo- y hay perduración de los afectos, y también existen los lazos y tramas que nos hacen subsistir y humanizarnos abandonando lentamente el corazón animalísimo que nos seguirá galopando en las estepas de nuestra indómita natura. El animalito mamífero bípedo quedará empequeñecido por ahí, medio perdido a la fuerza en las oscuridades prescriptivas que reza la moral, y medio atrapado siempre entre las camisas de fuerza que nos facilita el nutrido placard de las buenas costumbres.

Encima, ¿a quién amamos?
¿Quién ama?
El quién es, qué cosa es?? Una ilusión cartesiana?? Una mentira metafísica?? Un yo ficticio que imagino como fusión identitaria de todos mis yoes performateados?? Un inconciente impenetrable?? Un cerebro maquinalmente tramado de neuroimpulsos y marejadas bioquímicas??. ¿Quién es el “quién” de quien ama o el “quién” amado? Una entidad… vacía. Una nada sin sustancia última que lo sostenga.

Querida Liz, lo freely, tiene un costo de la putamadrequeloparió. Es más, casi podría decirte que, el que se atreve a llevar la dimesión freely lo más lejos posible, empieza a irse ya de lo perimetrado como “amor”, empieza a perder equilibrio en un borde donde amar empieza a tocarse peligrosamente con un aspecto decididamente nihilista destructivo de la relación con el otro y consigo mismo.

I love thee to the level of every day's
most quiet need, by sun and candle-light.




Pequeñeces amables.
Lo amablemente pequeño.
Lo amado cotidiano en las más necesitadas e insulsas e intrascendentes domesticidades.
Lo anodino amado.
(de repente me acuerdo de la sensación cuando, luego de 8 meses de vivir en Bangkok, llegó "nuestra casa", o sea, los objetos-casa, juro que el cuadrángulo de lo real de Lacan y ese vértice que decía "sus objetos" refiriéndose a la estructura del sujeto sujetado se me hizo tal cual, real).


I love thee with the passion put to use
in my old griefs, and with my childhood's faith.



Porque amamos cosas, también, no sólo seres. O que amamos a las cosas casi como si se tratara de seres. O a seres como cosas, los cristalizamos como decía Stendhal. Es que haciendo de “alguien”, “algo”, por obra y (des-)gracia de la intermediación del amor, lo fragilizamos, los hacemos quebradizo como el cristal. O tal vez sea que amando a cosas las transformamos un poco en “cosaseres”. Y hacemos lazo. Lazo con mis libros mamaracheados, con mis lápices negros, con mi caja de fotos inolvidables, con mi música, con mi escultura de entrelazados elefantes de madera hago yo mis lazos. Hago lazo con ahora con lo mal llamado “inanimado”, como la última luz de este sol tailandés, como antes lo hice con las calles sembradas de hojas secas otoñales en la esquina estúpidamente sinsentido de Peña y Austria, y antes de antes lo hice con las baldozas del patio de parras cargado de minúsculos racimos verdes pendiendo del aire de la casa de mis abuelos, como hice lazo con mi infancia soleada, o con la sonrisa de mi padre mientras regaba las plantas y me hacía lazo el olor de la tierra mojada en verano, como con la plaza del barrio en la que aprendí a andar en bici hasta más no darme las piernas, como antes de antes de antes hice lazo con la humeante con queso rallado largo que mi abuela charrúa Inés me cocinaba en el campo, o con el jardín de calabazas de mi abuelo de facón en la cintura, con las guitarras criollas sonando en las noches de música como rústicas canciones de cuna, como antes de antes de antes de antes habré hecho lazo con la placenta refugiante en el vientre de mi madre, no con su cordón, sí con su alimentaria plac-e-ntera.
Bajo cuántas formas amamos cuánto.

I love thee with a love I seemed to lose
with my lost saints. I love thee with the breath,
smiles, tears, of all my life.


Amar sin santidad alguna, o con ese amor que ama impura y diversificadamente desde todos los fluidos, desde todas los tipos de exhalaciones que tengamos, desde los gestos más diversos, y en esa abierta fluidez, lo amable es siempre abierto y fluido.
Amor es nada. Porque amor puede ser todo lo que cada uno signe como amable. No hay un qué sobre el amor, menos lo habrá para un cómo, y menos aún para el quién. Resta el cuándo. De eso sólo podemos intentar conjugaciones en pasado o presente, no sabemos demasiado acerca del misterio de lo que sigue. Sé lo que he amado, sé que amo, nada sé acerca de lo que amaré. Amor es nada, porque potencialmente en todo lo que uno se tope puede emerger una nueva encrucijada amorosa, y entonces amar, como ejercicio efectivo, puede estar escondido en todo y en cualquier parte. Y nada y todo son dos cercanías que evidencian una unidad en contradicción irresuelta. Amando sentimos que tenemos todo. Un momento más adelante, y amando sentimos que tenemos… nada. El amor es un juego entre ese all my life, and nothing.

Amor es nada. Porque también ahí cerquita está lo que se odia en lo amado. Y no sé que hay más nadificante que pueda superar a la voluntad de aniquilación simbólica que tiene el odio. El amor, siendo un juego de fuerzas, edifica al otro. Claro que, hasta que esa misma fuerza quiere hacerse pura voluntad de destitución, anulación, desaparición, nadificación de ese otro que acaba de volverse odiado, odioso, odiable y toda la familia de palabras que concurran a esa intensidad supresiva contenida en la transitoria negatividad del odiar. ¿Resabio del esquema amo-esclavo en el amor? ¿Denuncia de las fuerzas thanaticas que danzan de la mano siempre con Eros? Lo cierto es que poco hay más nadificador que el odio, y quien ha amado sabe bien de cuánto odio displacentero alberga también la plácida belleza de lo bien amado.

Capaz tendría que poner al escriba a dormir dejándolo pensar en el revés del tapiz del amor, y hacer enojar a la Eli BB que no se enojaría, porque tal vez todo este post no sea más que el despliegue de un poema, y ella misma sabía aquello del “Poema que ha cambiado”. Y sí, cambio el viento. Y termino en la otra orilla, que no es más que la orilla opuesta en la misma bahía, preguntándo:

"How do I loathe thee? Let me count the ways…"


___________________________________________________________________________






Descalzarse para ser



Andar de paso, palpar el paso, ser de paso



…osadía y eros de desnudarse.
Pies descalzos, desnudez de viajero. Pies descalzos sobre la tierra
Desnuda, o la desnudez de la tierra:
su ser desierto.
Lugar donde falta lo posible, donde nada falta a nada.
(Lugar de paso para sus pasos.
Palpar el paso, no lo pasado.)


Hugo Mujica
“Poéticas del vacío”


Acá, digo, los&las thais, se descalzan. En oriente, la gente anda descalza. La gente trabaja descalza, uno va a comer afuera y en el restaurant es natural descalzarse. Una señora se sienta en un banco en el shopping a hablar por celular y se descalza. Todo puede suceder y sucede en el descalzamiento. Los pies se desnudan sin pudores por acá. Es signo de educación entrar a una casa sin los zapatos, incluso hay en la entrada de los departamentos o casa un mueble específico a los efectos de dejar allí los zapatos. No soy thai. Pero mi abuela andaba descalza en el campo, con los pies "sobre la tierra" literalmente. Bueno, era descendiente de indios charrúas, podría decirse que el acto de andar "en patas" era un recuerdo de cierta costumbre cultural a la que pertenecían sus antepasados. Yo siempre ando descalza, lo más que puedo, pero nunca pensé en un sentido para eso, solo que me siento cómoda, nada más, era sencillo y sin vueltas. Mis hijas se criaron sin escarpines para horror de mi suegra (ahí sí tenía razones que me las proveyó mi pediatra por entonces, un naturista cuya teoría decía que los recién nacidos no tiene aún maduro su aparato regulador de temperatura y sólo pueden percibir la temperatura ambiental a través de sus terminales nerviosas -pies, manitos, cabeza- por lo que esas zonas no había que taparlas sino dejarlas al aire libre incluso si hacía frío para que el bebe percibiera la temperatura del medio y envíe adecuadamente la señal al cerebro de cuantos grados eran necesarios para mantener una equilibrada temperatura corporal), por lo que los escarpines no existieron con ninguna de mis cuatro hijas. En aquellos años, con mi primera bebe en patitas en pleno invierno porteño, me cruzaba con algun grupete de militantes Hare Krishnas en alguna plaza y veía que las muchachas de esa religión cargaban a sus babies como yo y los tenían también con los pies desnuditos. Así que, cuando alguien me jodía en la via publica diciéndome “-ay, pero esta bebe tiene los pies congelados, por que no le pone una mediecita aunque sea” y me miraban con cara de madre desalmada, yo decía “Es por mi religión” y la gente automáticamente se callaba la boca (eso fue después de cansarme de dar explicaciones a cada pelotudo/a que en las calles me decía algo y yo aún tenía vocación para explicar teorías madurativas sobre aparatos neurológicos de neonatos) cuando me harté de explicar (o me harté de que aún explicando razones médico-madurativas la gente tosudamente insistiera con la mediecita) opté por decir que era un tema religioso. Daba risa como la gente se dejaba de fastidiarme ante “eso” de la religión. Era como una espece de reacción simulada de tolerancia pero que en realidad me temo que era miedo ante una misteriosa religión cuyos niños/as tuvieran que estar descalzos. Con éste ejemplo práctico, rápidamente comprobé que la mayoría de los seres humanos es más respetuoso de una estupidez con forma de creencia religiosa, que proclive a asimilar las enseñanzas de la medicina y la ciencia.

Anyway... andar descalzo…

Y me encuentro con esta hermosa construcción poética de Hugo Mujica, y me gusta. Y pienso -ahora mismo, escribo- claro está, con los pies descalzos.


Lo primer es partir, y no es partir

es descalzarse.

La desnudez, la que nos desnuda,

viene después: es el último después.

Lo primero es descalzarse

Después, y siempre: no mirar atrás:

atrás no es atrás: soy yo.

(Mi añoranza de mí

mi avaricia de ser.)

Hugo Mujica
“Poéticas del vacío”




____________________________________________________________________

El escriba (historia de un heteronimo)





El escriba (historia de un heterónimo)
 
 
What I do
and what I dream include thee, as the wine
must taste of its own grapes.
(Lo que hago
y lo que sueño te incluye a ti, asi como el vino
debe saber a sus propias uvas)
 
Sonnet VI / Go from me …
Elizabeth Barret Browning
“Sonnets from the Portuguese”
England (1806-1861)

Amor es nada.
Eso pensé hace unos largos años ya. Largos años, supongo, porque luego de cierto momento que no puedo calendarizar en este instante, el atrás temporal además de recurso imaginario para ubicar el decurso del tiempo, empieza a sentirse con la sensación de una larga sucesión hacia atrás.
La cosa fue así, hace un tiempo, nomás, no más. Amor es nada. Y me escribí unos pocos rengloncitos sobre el core del asunto en un cuaderno rayado (sí, rayado, no podía ser de otro modo), uno que cargo con mis inclasificables records, un cuaderno lleno de freaky thoughts, dibujos en birome, hojitas secas de curiosas formas, y algunas otras cosas más o menos impresentables. Pero yo, digo, yo gabi R. no pude más que escribir apenas unas huevadas sintétizando lo que repentinamente entendí bajo esta expresión que redondeé como “Amor es nada”.

Afirmar que “Amor es nada” no deja de ser un pensamiento sobre el amor, pues lejos de desmentir al amor, hurga es su carácter de irremediable vacuidad, del mismo modo que el vacío de la semilla no desmiente que ésta es, posee existencia, existe, produce efectos, se transforma y da frutos, o sea que hasta es capaz de “dar a luz” existencia gracias a su vacuidad (sí, nosotras también alojamos vida es esa otra específica vacuidad ultrafecunda y compleja llamada útero, y ya nos sorprendíamos bastante con Juancito Heredia cuando en medio del seminario sobre el vacío, Juan me alerta mirando un esquema de física sobre el vacío cuántico que el dibujo tenía curiosa forma de uterus…).
Esta es una primera avanzada en la escritura del amor como nada. Y aún así, como sea, deletrear este post sobre “Amor es nada”, es ante todo, una escritura sobre el amor.
Escribir on love, es toda una imagen. Y no sé si yo calzo en esa imagen. Prefiero pensar que escribe un heterónimo mío. No mi yo más habitualizado, sino otro yo menos frecuentado. Un escriba que es parte de mí, un testimoniante más dentro de mis variadas mismidades que es a la vez una variación de mi otras mismidades. Elijo esta, una varilla de bambú de mi identidad que descansa bajo mi nombre y que hoy saco a desperezar a la luz de esta tardecita húmeda, tranquila, invitante. El escriba. El que sí puede meterse con el asunto del amor es nada.

El escriba.
Digo que hay una imagen a la que puedo acudir para pensar el amor como nada. Una imagen, como podría decir una ficción, o una mentira, o engañifa de los sentidos, o patraña racionalizante, o una salvación identitaria, o un ser que oficie de purgante para mis toxinas freakiest, o una pincelada de libre fresco llamada “heterónimo” que no sabe en qué marco ha de terminar cuadradizando su perfil.
¿Qué veo si cierro los ojos tratando de fijar esa imagen que cuaje con el infinitivo “escribir” sobre el amor y su relación intríseca con la nadeidad?
Veo a alguien envuelto en un manto apolillado, como una pashmina agujereada que gira sobre el cuerpo caminante de un viejo escriba de sandalias andariegas. El escriba que se lanza a esta urdimbre del amor es nada es alguien que se entrega serio y alegremente apasionado a la tarea de dejar atrás pisadas borrables en un desierto que le ha pertenecido por largo tiempo. Y ese “dejar atrás” se le presenta como su gran desafío y su gran interrogante. Ese es el enigma con que lidia. Sabe el escriba que hay un cierto dejo de angustia en ese ligamen entre amor y nada, pero aprendió en ese mismo -su propio- desierto a flotar heideggerianamente sobre la angustia. Después de todo, quien escribe sobre el amor siempre tiene algo de bedouin in desert, de solitario último e irreligioso, escalando zigzagueante las propias dunas que sin embargo se han formado de otras ruinas que no le eran propias.
Lo propio, lo que sí a este escriba le pertenece es su desierto. Esa poseída porción de desierto de él, que sólo a él concierne, dentro del la estepa general en la que nos movemos todos. Pero hace tiempo que el escriba entendió que no debía -no tenía ya- que responder por las rocas ruinosas de las que ésta, su porción de desierto, ha provenido. Por eso, porque se ha librado de la historia de su desierto, se lo ha hecho suyo y ahora puede sí jugar con la arena inocentemente como lo haría un niño, porque la seriedad del entrecejo cerrado… ésa estúpida seriedad que es la comedia de los formales, es una actitud que pertenece a los tiempos-restos de roca que le precedieron. El escriba es un despierto. No es dicho esto como una esencia, sino que más bien es porque se ha despertado y ha construído en ese abrir doloroso de los ojos, "su" es. Es quien supo esperarse, y por eso mismo, puede recibirse en cada uno de sus deambulados presentes. No duerme demasiado, un poco más que lo suficiente a veces, tampoco no es un insomne pero alarga la noche. La noche es la cueva iluminada en la que escribir se parece a encarnar en el alma de un buho. El escriba duerme siestas si el cuerpo se lo solicita, descansa donde sea si así lo siente, pero bien se sabe sacudir el aletargamiento como pocos. Pero que esté despierto excede a la fenomenología de las horas de sueño, las naps o los ritmos circadianos. Está despierto, y esto es un asunto ontológico. Habita el despertar. Y esto es así porque ha resuelto pasar lo que resta de tiempo (el que medie entre su despabilizarse existencial y su último sueño como ser sujeto a la inexorable finitud física), andando, moviéndose, desedentarizándose en un grado de los más altos posibles. Afortunadamente este escriba del amor ya ha entendido que, con respecto a la roca dura del pasado que lo antecedió, no tiene responsabilidad alguna. Por eso se entrega a fluir al puro decurso de su presente. Sigue al viento, al favorable, porque de pelear contra el adverso ya se ha nutrido lo suficiente. Y estando en contacto con su ya no sufrida desolación, aprendió a seleccionar con cuidado los tonos de arena con los que armar sus cuidados mandalas… y a deshacerlos rápidamente también para nunca olvidar que todo, todo, Todo, en su belleza u horror, es transitorio y efímero. El escriba casi no lee ya -exceptuando la correción de sus propios escritos-, no necesita frases ni maestros ni repetir sapiencias teóricas. Se ha vaciado de la mayor parte de las otredades que antaño formaban parte de su pesadez intelectual. Ha hecho carne en su sí mismo que lo único perenne es la impermanencia, y todo lo que no sea su propio pensar ha sido exiliado de su ser. No cree en nada. Es un pirrónico, casi. No cree en magos, ni en sabios, ni en doctos, ni en libros, ni en recitadores, ni en cientistas, ni en sacerdotes, ni en brujos, ni en profetas, ni en iluminados. Solo anda. Solo cree en él, y no siempre, porque la philautía es un parásito que se porta de por vida y a veces, agarra hasta a los más alertas con la guardia baja.

El que intenta producir escritura reflexionante sobre el amor es un andador que conoce de las amplitudes térmicas intensas que regulan los ritmos en la sabana. Amplitudes extremas. Son ésas que incluso pueden verse -si se pone algo de atención- pues han dejado grietas semivisibles en su caparazón. El escriba tiene la piel curtida, lleva la marca de los cambios e intemperies por las que transitó. Es, digamoslo así, un condenado errante, intermitentemente errado como otros mortales, sabiendo que anda errando entre quemazones envolventes y rágafas de solitario frío. Un nómade radical.
Un escriba del amor que afirma que el amor es nada, es un ser que no teme demasiado a la cercanía del vacío. Puede gobernar cierta dimensión del “estarse solo” sin que esa misma dimensión lo gobierne, lo atenace, lo debilite. Es un hombre fuerte, que se ha hecho más fuerte aún porque puede desviarse sin extraviarse, fluir sin resbalar, ondular sin reptar, impulsarse sin huir. Es alguien que desertó de esa tundra personal a la que llamamos Soledad, pero ahora vuelve, otra vez allí, ahora escribiente, ahora envuelto con simples mantos su austero cuerpo. Pero es un cuerpo que no por austero es ascético, pues cada tanto para en algún espejismo vulgar y hasta ordinario a beber y comer y sexuarse hasta codearse ahí nomás con el desborde. Luego, sabe reservarse y volver a la soledad, sí, pero a esa soledad ascendente, no a la soledad aislacionista del agua estancada, pútrida, infecta en su estanque limitado. Vuelve a andar solo, como el agua que circula simplemente cuando el calor derrite su condición de "cosa sólida". El escriba es bravío pero no intratable, es como un andante caballero que carga con las armas que mejor sabe afilar en su zurrón. ¿De sus bienes? No hay mucho que decir, apenas anda con los livianos cacharros esenciales para la vida que ha elegido: una jarra para beber, un plato de madera, un arco y su flecha, un par de libros ajados, una movediza pluma fina que agita sus sonidos dentro de un tintero chino en el que suenan a su vez pequeños ecos encerrados de tinta que se oye, nítidamente, roja, roja, roja. El escriba del amor -who knows that love is life, and life is breadth and pain, but pain teaches, then love is learning vastly without any sense- no es más que un inocente pretencioso que no cede al intento de caligrafiar sobre una hoja de arroz flotando en arenas movedizas.
Por eso sí lleva en su equipaje hojas de arroz, muchas, abundantes hojas de papel de arroz.

Así las cosas, tratando de mover poco el pulso que ya se mueve a sí mismo en cada latido, y con sus amadísismas hojas de arroz disponibles cuan amantes de piernas abiertas, tan finas ellas, tan translúcidas ellas (es que, como las damas nobles, las hojas de arroz sabiamente hacen que la lucidez pase y no a través de su textura, sugieren pero nunca exponen groseramente), el escriba se dispone a escribir sobre el amor. Yo estoy ahi, un poco en él sin serlo, diría que sigo ahí aunque me aparto un poco de modo que mi sombra y la de él se toquen, se rocen, tomen contacto pero no se superpongan. Todo esto mientras él desenrosca el pliegue con que titula sus protopensares:

El amor, el amor nada es”.


____________________________________________________________________