lunes, 4 de febrero de 2008

Sublevarse en los no-mundos del “quizá…”


Y por otra parte,

tal vez haya

en el deseo de lo imposible

un afrodisíaco

sabor a tentación.




Decía el viejo Goethe muy cerca de esta ladera del asunto:

“Yo amo a aquel que desea lo imposible”.


Lo imposible es un rebasamiento de lo real. Un punto de ruptura con la soberanía despiadada del realismo. Una puesta en cuestión de los modos en los que se “cuece” lo considerado por valórico y verdadero por tratarse de aquello que vemos como coincidente con lo real. Lo imposible es un rebasamiento hacia el vacío…


Lo imposible es siempre un acto de subversión con respecto a los ordenadores racionales que agrupan a los posibles en conjuntos lógicos plenos de sentidos compartidos a los que se ha de llamar “la realidad”. Lo imposible pone patas para arriba lo real lógico, haciendo de la ilogicidad la llama de la que se alimenta. Lo imposible subvierte la lógica de esa “llenez” de lo real abriéndonos una fisura vacía de sentido racional…

Sin embargo, lo imposible no es lo mágico, ni lo mistérico… no hay en lo imposible nada del orden animista del milagro ni del ilusionismo fantástico, no hay sortilegio ni patrañas de ultramundo en lo imposible. Tal vez sí, haya algo de enigma. Y vacío…


Imposible es aquello que rebaza, un desborde arbitrario de otros signos de los que no conocemos exactamente su procedencia, pero que definitivamente, no son ésos que nos ayudan a circular funcionalmente día tras día entre las obligatoriedades que impone la organización apolínea de nuestras vidas. En lo imposible hay nuevos signos para los que de muy poco sirven los ya ajados viejos signos con que se yerra (y tantas veces nos llevan a “errar”, valga el juego de palabras) la existencia normativizada. Imposible preñado de dionisíacos signos vacíos…


Lo imposible es una fluencia repentina de desanudamientos, una correntada de sinsentido incomodante pero placentero -correntada a veces violenta, a veces calma, pues no hay concepto de velocidad, de demora, ni exigencia de “cuándos”, ni vulgares variables interviniendo en su decurso-, es un perturbador llamamiento a las desobediencias simbólicas. Podemos ignorarlo, claro está. Podemos hacer como que nada queremos saber sobre nuestros imposibles. Pero, aún ignorando esa convocatoria a sublevar las propias limitaciones (algunas autoimpuestas, otras semielegidas) lo imposible pasa por nosotros dejando su trazo brillante y transparente, como un hilo de luz de luna. Lo imposible, o la posibilidad de vaciarse de las ataduras limitantes que nos autoasfixian y nos matan de muerte lenta.

Una insurrección que se levanta en armas contra el propio sujeto y sus sujeciones: así se presenta subrepticio lo imposible, sea desde la sorpresa, sea desde la involuntad de los placeres pospuestos por “incorrectos”, sea desde las memorias de lo imposible, sea desde la angustia sin nombre. En los imposibles hay destrucción de las secuencias esperables, pues en ese instante complejo en el que entramos como sin querer a los no-mundos del “quizá…”, también nos entregamos sin demasiada o nula conciencia a romper la continuidad simple y cotidiana del tiempo encadenado a su recta línea. Una huída del sentido de la previsión, de la dictadura de los mundos prefabricados por lo mandatado socialmente. La vacuidad de los no-mundos imposibles.


Lo imposible… un arriesgarse a flotar inconciente en lo no advenido todavía.

O esa precondición súbita para la invención de un nuevo juego en un tablero de casillas desconocidas y cuyas fichas son acertijos de inapreciables relieves de los cuales nada sabemos aún. Una invitación a la inmadurez inocente de poner a jugar entre las pesadas cristalizaciones dominantes eso que Deleuze llamaba la “casilla vacía”. Un entregarse a una singularidad tal que “no es ni para el hombre ni para Dios”.


Entonces, quién es capaz de lo imposible?

Napoleón decía que lo imposible era el fantasma de los tímidos y el refugio de lo cobardes, y estaba advirtiendo que seguir pensando en términos posible-imposible era tremenda una limitación.


Preguntas, preguntas, preguntas…


¿Será entonces que lo imposible, circulando como una casilla vacía es asunto que excede al hombre común y corriente, por no decir de que excede a esa fantasía que vuelve a “morir” de tantas muertes tantas veces y que los débiles han dado en llamar Dios?

Entonces, si lo imposible no es asunto de hombres comunes ni de dioses inexistentes, a “quién” alude lo imposible? ¿Hay un sujeto para-en lo imposible? ¿Tiene lo imposible un “quien”, puesto que si lo imposible no tiene “qué” por qué debería tener un “alguien” que respalde ese vacío?

¿Qué conexión poderosa se establece entre el vacío y lo imposible?

¿Lo imposible tiene algo en común con el amor? Esto sí me lo temo desde ahora mismo. Me temo tan que sí, ya que el amor es un animal voraz de imposibilidades que bien puede comenzar a perecer al saborear el primer mordisco de lo posible. Me temo un fatal lazo entre amor e imposible, tanto como entre amor y vacuidad, tanto como entre imposible y vacío. Pero también me reconforta el espíritu pensar en que puede cambiarse el signo negativo que suele darse a esos lazos y positivizar desde allí la visión del amor, de lo imposible y del propio vacío. Veremos.



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