Intensamente pensar
Für die Götter kommen wir zu spat…
(Llegamos demasiado tarde para los dioses…)
Martin Heidegger
Aus der Erfahrung des Denkens,
“Desde la experiencia del pensar”
Y para qué pensar?
Para qué detener los pasos en ese desvan que es el pensamiento? Desvan semiconocido, hilado entre palabras y silencios, en cuyos espejos todos nos reconocemos al entrar, pero tantas veces nos desconocemos al salir.
Y para qué pensar?
En primer lugar podria decirse, no podemos evitar el pensamiento. Heidegger mismo ecuaciona el ser al pensar. Desde este punto de vista hay una inevitabilidad respecto de la experiencia del pensamiento desde el propio inicio de la vida, un pensamiento que avanza inteligentemente hasta un determinado desarrollo de la racionalidad conceptual, e incluso, transpasa a esta ultima para tornarse abstraccion logica. Que somos seres rehenes del pensar, no es entonces novedad alguna. Pero tambien piensa un chimpance, con lo que el patrimonio de los juegos inductivo-deductivos no nos hace gozar de demasiada condicion privilegiada. Estamos dotados de razon, y por ello, capturados en la red del logos desde nuestro nacimiento. Pero la pregunta por el pensar y su posible “para qué” invita a indagar en otra direccion: alli donde se intersecta pensamiento, intensidad y radicalidad.
Pensar –en un sentido, entonces, radical del termino- exige en primera instancia descalzarse de toda urgencia y dejar en suspenso la preocupacion por el tiempo convencional. Abrirse, si, a otro modo de la temporalidad. Tiempo contemplativo. Tiempo que desconoce la prisa, las horas, el control. Tambien requiere disponerse a desembarazarse de cualquier intencion conclusiva respecto de “hacia donde” puede conducir ese pensar a que nos entregamos. Pensar, en clave de intensidad, es permitirse una falta de objetivo, un dejar de perseguir al pensamiento como finalidad-producto (puede que devenga una produccion de tal entrega al pensar, pero en tal caso se trata de un asunto secundario que podra suceder o no, una precipitacion dichosa de lo pensado en algo decible y de lo decible, en algo comunicable que quiza se configure como quiza no lo haga jamas) pues pensar desde la intensidad no implica llegar a dar con un “producto” (lo pensado) sino entreabrirse a una experiencia bastante ajena a los modos convencionales de producir pensamiento y por eso mismo, no siempre factible de ser transmitida. La intensidad de un pensamiento radical, definitivamente, no es mesurable bajo la logica de la mercancia, ni siempre es decodificable bajo los criterios del paradigma comunicacional .
En el pensamiento intenso se trata de algo bien diferente: dejar que algo suceda pensando. E incluso, sin pretender pensar. Pensar sin pensamiento previo. Y en este punto fusiona meditar –en el sentido budico e indio de la palabra- y comtemplar pensativamente. Dejarse ir. Y asi como deciamos que hay una entrega a un tiempo contemplativo ignorante de los relojes y las cronologias, hay tambien aqui algo que es del orden del Gelassenheit, del abandono. Para pensar intensamente es preciso quitarse no solo los zapatos caminadores, sino el mayor de todos los pesos que cargamos. Debemos dejar todo lo nuestro, y en ese abandonar, dejarnos a nosotros mismos, vaciarnos en un maximo posible respecto de las evidencias que nos dan solidez a nuestra identidad. Aflojar el nudo de la identidad. Olvidar el trajinar del sujeto funcional que nos devora la mayor parte de nuestras jornadas. Descargar las pesadas piedras del “debes ser” e intentar, en ese aparente debilitamiento de lo que somos, fortalecer lo que se ha de llegar a ser. Pensar intensamente implica tambien, tolerar la espera de algo desnocido que advendra. Sin fecha, sin pasaje reservado, sin garante. Tolerar lo que advendra de nosotros mismos a condicion de tambien vaciarse de los sentidos familiares, pues esos sentidos no son otros mas que las repeticiones significativas que bullen bajo la mascara de nuestras singulares neurosis, las mas de las veces, atenazandonos con su rosario de exigencias morales.
Dejar de ser para dar acogida a lo viene, a lo que vendra a ser. Sin saber. Solo, deserto de tanto como podamos desertar.
Piensa intensamente quien, desamparado de toda evidencia sobre si, se debilita respecto de sus coordenadas identitarias habituales mientras se fortalece como “ser de lo inllegado”. Debil respecto de quien ha sido y creido ser, fuerte respecto de la posibilidad invisible en la que el pensar abre la grieta a fuerza de preguntar insidiosamente.
Pensar es permitirse una intensa demora en una suerte de wilderness adventure cuya resultante no es un punto, sino un cruce en el que fluiran concurrentemente la maximizacion de lo que somos, la exhaltacion de nuestras potencias, y la celebracion de la vitalidad. Pero para llegar a ese trazado convergente entre el deseo, la pasionalidad alegre y la vida, hay antes que afilar la espada y ser buen conocedor de las artes de la guerra. Albert Camus decia que comenzar a pensar es tambien comenzar a ser minado. Con ello introducia, poeticamente, que quien piensa hasta las ultimas consecuencias de ese pensar, se topa con diversos combates, se bate a muerte con lo que de muerte hay dentro de sí, y con lo que debe matar de entre sus decadentes simbolos y elecciones. Debe corregir con el corte de su espada lo pasado, el tejido muerto de ese pasado. Y como buen combatiente, debera saber que lo que devenga como “pensamiento” pondra en riesgo su vida. En que sentido la vida es arriesgada en el pensar? Pues lo que se pone en riesgo es la vida tal como uno la ha venido interpretando hasta ahora. Volverse una sola y unica obra que entrame pensamiento y existencia entraña combates varios, y en distintos frentes. Y con armas varias. Claro, indudablemente desde lo presentado hasta aca puede inferirse que esto de la “intensidad pensante” no es para todos. Es cierto. Pensar, en este sentido que aca se esta planteando es asunto de Espiritus libres y fuertes, de quienes se arriegan y apuestan a la dura empresa de ser Amos de sí mismos. Quien no pueda alcanzar esta condicion de fortaleza subjetiva, bueno, puede rezar, besar la cadena que lo ata dia tras dia a su decadencia, o resentirse contra aquellos que si pueden hacer de su vida una obra indiscernible respecto de lo pensado y lo vivido. Tambien se pueden hacer las tres cosas al mismo tiempo (elevar plegarias, arrodillarse ante el deber y buscar culpables-enemigos a quienes ajusticiar aunque sea imaginariamente deben formar parte de los habitos mas frecuentes de nuestra especie humana). Las religiones, la agrupabilidad politica y los cementerios estan llenos de fanaticos de la debilidad. Y, sino, siempre queda hacerse el ciego. O simplemente mirar para otro lado e ignorar este llamado a la peligrosidad de nutrir la propia vida de un pensar apasionado y vigoroso. Pero aun asi, se mepodria decir, quienes opten por cualquiera de las opciones resentidas o nihilistas, igualmente seguiran pensando. Desde ya! Pero entonces aclaremos una vez mas que la mera posesion, uso e intercambio de representaciones e ideas no es aquí lo que llamamos “un pensamiento intenso”. Millones de seres humanos piensan, razonan y generan ideas a diario sin que por ello muevan un apice la empinada direccion descendente que constituye el triste decaimiento en que ven transformarse año tras año sus existencias. Podran dedicarse a elucubrar ideas mas o menos banales, a hablar sostenidos por patrones repetitivos de conversacion, todo lo cual no es mas que un ejercicio neuronal de entre otros con una consecuencia logica tranquilizadora: soy uno mas, nos parecemos, pertenecemos a la manada, nos damos el consuelo de la compañia entre iguales. Pensar intensamente tampoco tiene nada que ver con la asepsia de acumular conocimientos, ni con la pedagogica voluntad que envuelve el circulo de aprender y enseñar. A veces surge menos la voz y mas el silencio en quines experimentan la radicalidad de hundirse en contemplar pensantemente. El silencio de quien desde la intensidad hace pensamiento, es el silencio de quien se expone a su propio limite osadamente, indisciplinadamente. Y a veces el silencio de quien piensa intensamente se interpreta como hermitañez cuando es sana soledad escogida.
Y para qué pensar?
Pensar radicalmente sera, ha sido y es un acto peligroso por los circulos concentricos que dibujan las consecuencias de ese atrevimiento: nos pone en peligro respecto de quienes creemos ser, sobre lo que creemos querer, y acerca de quienes creemos son aquellos a quienes amamos.
Pensar es remover los cimientos de sí-mismo (Selbst), y en ese agitarse del suelo de creencias sobre las que hasta entonces nos manteniamos firmes y a salvo como embalsamadas mariposas de museo, asi, fijados al ancla de una identidad multicolor tan estable como paralizante, en esa misma remotio que genera el pensamiento intenso, se conmueven tambien las referencias que nos ligan a nuestros queridos seres, nuestros amados proyectos, nuestras defendidas ideas, nuestros acariciados sueños. Todo queda puesto en cuestion. Tal vez por esto mismo, pensar requiere de una desmesurada fortaleza interior, porque lo que asoma como “lo pensado” esta demasiado cerca del desengaño, y el desencanto lo esta del dolor. Pensar, duele. Era Veyne quien decia que pensar no nos consolaba ni nos hacia felices? Pero se trata de atravesar el dolor de pensar, convalescer y salir mas vivo, mas sensualizado con la experiencia de existir, volver a salir por el ducto –no ya uterino- sino el de si mismo y descubrir, desnudamente, haberse vuelto mejor amante entre las piernas de la vida
La intensidad radical de un pensar asume la decision de correr riesgos. Riesgo entonces para sí-mismo, pero tambien amenaza para el pequeño y venerado mundito de vinculos-objetos-razones-planes que arman las trazas y arquiecturas emocionales de la vida diaria. La demora en el pensar implica el peligro de que lo que alli hilvanemos como pensado nos haga sentir inciertos, asustados, desconocidos para nosostros mismos, descolocados, desconfigurados respecto de lo que eramos antes de esa entrada en aquel complejo desvan del pensamiento. Mientras se piensa intensamente, recobran vida interrogaciones olvidades a fuerza de domesticacion y disciplinamiento moral. Por eso, pensar es una sagrada desobediencia cuyas armas toman la forma de preguntas que mientras apuntan, inquietan, y mientras inquietan, acechan, y en tanto acechan, incomodan y generan primarios temores. Pensar es, no solo en este punto, “una molestia”, sino una promesa de inseguridades desencadenables para aquellos con quienes diariamente hacemos lazo, pues lo pensado siempre corre la tentacion de tornarse en lo comunicado, lo decible, lo que –a veces estupidamente- queremos hacer saber al otro. Y el otro quiza, no puede o no sabe o no desea correr el riesgo de desestabilizar sus –precarias…- seguridades subjetivas. A veces el otro no quiere de-subjetivizarse, ni poner sus valores patas para arriba, ni patear el trasero de sus erroneas o estrechas creencias que sin embargo tiene la monumental funcion de mantenerlo vivo (y bien sabemos desde Nietzsche cuanto de la mentira esta puesto al servicio del funcionamiento de la vida). A veces el otro esta atado a su cadena, ciego, cargado de deberes como un camello mudo, y sin embargo no puede tirarse del acantilado de las asfixias hacia las revitalizantes aguas de la transmutacion de si mismo. Sencillamente resalto, no puede. Asi, sin mas. Conozco pocos que sopesen que vale la pena el dolor de la desilusion para luego alcanzar placer en el desenmascaramiento de sus fantasmas mas amados. La palabra dicha en voz alta del pensador parresiasta es inevitablemente generadora de desorden, caos simbolico y dolor. Y no todos se hallan en condiciones de lidiar con estos factores.
Como acto intrapersonal -o raras pero bellas veces, acto en dueto o grupal- pensar en clave intensa es entonces, siempre, un hecho politico. Toda radicalidad pensante finalmente erosiona la memoria farsante y repetida a que apela el poder a traves de las ilusiones gastadas que vende con su maquinaria normativizante ferozmente valoradora de la igualdad inclusiva. Solo los capaces de considerarse a si mismos como vitalmente diferentes pueden hacer del pensar una intensidad politica, subversiva en terminos de valores, y dadora de sentidos ineditos. Lo pensado desde la radicalidad intensa termina de algun modo reconfigurando las formas de inteligir el “ahí”, expresando eso mismo habiente desde una, tambien, intensidad expresiva novedosa.
Y para qué pensar?
Pensar intensamente es dejar que la mirada capte entreluces, sombras raras, grietas no percibidas hasta ahora, nuevos nidos para semillas que no han dado a luz aun. Es abandonarse a tactar ese “ahi” de un modo mas ancho, menos asmatico, mas integral, menos estrecho, mas lozano, menos enfermo.
Pensar, radical e intensamente, es volverse mas inmoral, e infinitamente mas etico.
Para qué detener los pasos en ese desvan que es el pensamiento? Desvan semiconocido, hilado entre palabras y silencios, en cuyos espejos todos nos reconocemos al entrar, pero tantas veces nos desconocemos al salir.
Y para qué pensar?
En primer lugar podria decirse, no podemos evitar el pensamiento. Heidegger mismo ecuaciona el ser al pensar. Desde este punto de vista hay una inevitabilidad respecto de la experiencia del pensamiento desde el propio inicio de la vida, un pensamiento que avanza inteligentemente hasta un determinado desarrollo de la racionalidad conceptual, e incluso, transpasa a esta ultima para tornarse abstraccion logica. Que somos seres rehenes del pensar, no es entonces novedad alguna. Pero tambien piensa un chimpance, con lo que el patrimonio de los juegos inductivo-deductivos no nos hace gozar de demasiada condicion privilegiada. Estamos dotados de razon, y por ello, capturados en la red del logos desde nuestro nacimiento. Pero la pregunta por el pensar y su posible “para qué” invita a indagar en otra direccion: alli donde se intersecta pensamiento, intensidad y radicalidad.
Pensar –en un sentido, entonces, radical del termino- exige en primera instancia descalzarse de toda urgencia y dejar en suspenso la preocupacion por el tiempo convencional. Abrirse, si, a otro modo de la temporalidad. Tiempo contemplativo. Tiempo que desconoce la prisa, las horas, el control. Tambien requiere disponerse a desembarazarse de cualquier intencion conclusiva respecto de “hacia donde” puede conducir ese pensar a que nos entregamos. Pensar, en clave de intensidad, es permitirse una falta de objetivo, un dejar de perseguir al pensamiento como finalidad-producto (puede que devenga una produccion de tal entrega al pensar, pero en tal caso se trata de un asunto secundario que podra suceder o no, una precipitacion dichosa de lo pensado en algo decible y de lo decible, en algo comunicable que quiza se configure como quiza no lo haga jamas) pues pensar desde la intensidad no implica llegar a dar con un “producto” (lo pensado) sino entreabrirse a una experiencia bastante ajena a los modos convencionales de producir pensamiento y por eso mismo, no siempre factible de ser transmitida. La intensidad de un pensamiento radical, definitivamente, no es mesurable bajo la logica de la mercancia, ni siempre es decodificable bajo los criterios del paradigma comunicacional .
En el pensamiento intenso se trata de algo bien diferente: dejar que algo suceda pensando. E incluso, sin pretender pensar. Pensar sin pensamiento previo. Y en este punto fusiona meditar –en el sentido budico e indio de la palabra- y comtemplar pensativamente. Dejarse ir. Y asi como deciamos que hay una entrega a un tiempo contemplativo ignorante de los relojes y las cronologias, hay tambien aqui algo que es del orden del Gelassenheit, del abandono. Para pensar intensamente es preciso quitarse no solo los zapatos caminadores, sino el mayor de todos los pesos que cargamos. Debemos dejar todo lo nuestro, y en ese abandonar, dejarnos a nosotros mismos, vaciarnos en un maximo posible respecto de las evidencias que nos dan solidez a nuestra identidad. Aflojar el nudo de la identidad. Olvidar el trajinar del sujeto funcional que nos devora la mayor parte de nuestras jornadas. Descargar las pesadas piedras del “debes ser” e intentar, en ese aparente debilitamiento de lo que somos, fortalecer lo que se ha de llegar a ser. Pensar intensamente implica tambien, tolerar la espera de algo desnocido que advendra. Sin fecha, sin pasaje reservado, sin garante. Tolerar lo que advendra de nosotros mismos a condicion de tambien vaciarse de los sentidos familiares, pues esos sentidos no son otros mas que las repeticiones significativas que bullen bajo la mascara de nuestras singulares neurosis, las mas de las veces, atenazandonos con su rosario de exigencias morales.
Dejar de ser para dar acogida a lo viene, a lo que vendra a ser. Sin saber. Solo, deserto de tanto como podamos desertar.
Piensa intensamente quien, desamparado de toda evidencia sobre si, se debilita respecto de sus coordenadas identitarias habituales mientras se fortalece como “ser de lo inllegado”. Debil respecto de quien ha sido y creido ser, fuerte respecto de la posibilidad invisible en la que el pensar abre la grieta a fuerza de preguntar insidiosamente.
Pensar es permitirse una intensa demora en una suerte de wilderness adventure cuya resultante no es un punto, sino un cruce en el que fluiran concurrentemente la maximizacion de lo que somos, la exhaltacion de nuestras potencias, y la celebracion de la vitalidad. Pero para llegar a ese trazado convergente entre el deseo, la pasionalidad alegre y la vida, hay antes que afilar la espada y ser buen conocedor de las artes de la guerra. Albert Camus decia que comenzar a pensar es tambien comenzar a ser minado. Con ello introducia, poeticamente, que quien piensa hasta las ultimas consecuencias de ese pensar, se topa con diversos combates, se bate a muerte con lo que de muerte hay dentro de sí, y con lo que debe matar de entre sus decadentes simbolos y elecciones. Debe corregir con el corte de su espada lo pasado, el tejido muerto de ese pasado. Y como buen combatiente, debera saber que lo que devenga como “pensamiento” pondra en riesgo su vida. En que sentido la vida es arriesgada en el pensar? Pues lo que se pone en riesgo es la vida tal como uno la ha venido interpretando hasta ahora. Volverse una sola y unica obra que entrame pensamiento y existencia entraña combates varios, y en distintos frentes. Y con armas varias. Claro, indudablemente desde lo presentado hasta aca puede inferirse que esto de la “intensidad pensante” no es para todos. Es cierto. Pensar, en este sentido que aca se esta planteando es asunto de Espiritus libres y fuertes, de quienes se arriegan y apuestan a la dura empresa de ser Amos de sí mismos. Quien no pueda alcanzar esta condicion de fortaleza subjetiva, bueno, puede rezar, besar la cadena que lo ata dia tras dia a su decadencia, o resentirse contra aquellos que si pueden hacer de su vida una obra indiscernible respecto de lo pensado y lo vivido. Tambien se pueden hacer las tres cosas al mismo tiempo (elevar plegarias, arrodillarse ante el deber y buscar culpables-enemigos a quienes ajusticiar aunque sea imaginariamente deben formar parte de los habitos mas frecuentes de nuestra especie humana). Las religiones, la agrupabilidad politica y los cementerios estan llenos de fanaticos de la debilidad. Y, sino, siempre queda hacerse el ciego. O simplemente mirar para otro lado e ignorar este llamado a la peligrosidad de nutrir la propia vida de un pensar apasionado y vigoroso. Pero aun asi, se mepodria decir, quienes opten por cualquiera de las opciones resentidas o nihilistas, igualmente seguiran pensando. Desde ya! Pero entonces aclaremos una vez mas que la mera posesion, uso e intercambio de representaciones e ideas no es aquí lo que llamamos “un pensamiento intenso”. Millones de seres humanos piensan, razonan y generan ideas a diario sin que por ello muevan un apice la empinada direccion descendente que constituye el triste decaimiento en que ven transformarse año tras año sus existencias. Podran dedicarse a elucubrar ideas mas o menos banales, a hablar sostenidos por patrones repetitivos de conversacion, todo lo cual no es mas que un ejercicio neuronal de entre otros con una consecuencia logica tranquilizadora: soy uno mas, nos parecemos, pertenecemos a la manada, nos damos el consuelo de la compañia entre iguales. Pensar intensamente tampoco tiene nada que ver con la asepsia de acumular conocimientos, ni con la pedagogica voluntad que envuelve el circulo de aprender y enseñar. A veces surge menos la voz y mas el silencio en quines experimentan la radicalidad de hundirse en contemplar pensantemente. El silencio de quien desde la intensidad hace pensamiento, es el silencio de quien se expone a su propio limite osadamente, indisciplinadamente. Y a veces el silencio de quien piensa intensamente se interpreta como hermitañez cuando es sana soledad escogida.
Y para qué pensar?
Pensar radicalmente sera, ha sido y es un acto peligroso por los circulos concentricos que dibujan las consecuencias de ese atrevimiento: nos pone en peligro respecto de quienes creemos ser, sobre lo que creemos querer, y acerca de quienes creemos son aquellos a quienes amamos.
Pensar es remover los cimientos de sí-mismo (Selbst), y en ese agitarse del suelo de creencias sobre las que hasta entonces nos manteniamos firmes y a salvo como embalsamadas mariposas de museo, asi, fijados al ancla de una identidad multicolor tan estable como paralizante, en esa misma remotio que genera el pensamiento intenso, se conmueven tambien las referencias que nos ligan a nuestros queridos seres, nuestros amados proyectos, nuestras defendidas ideas, nuestros acariciados sueños. Todo queda puesto en cuestion. Tal vez por esto mismo, pensar requiere de una desmesurada fortaleza interior, porque lo que asoma como “lo pensado” esta demasiado cerca del desengaño, y el desencanto lo esta del dolor. Pensar, duele. Era Veyne quien decia que pensar no nos consolaba ni nos hacia felices? Pero se trata de atravesar el dolor de pensar, convalescer y salir mas vivo, mas sensualizado con la experiencia de existir, volver a salir por el ducto –no ya uterino- sino el de si mismo y descubrir, desnudamente, haberse vuelto mejor amante entre las piernas de la vida
La intensidad radical de un pensar asume la decision de correr riesgos. Riesgo entonces para sí-mismo, pero tambien amenaza para el pequeño y venerado mundito de vinculos-objetos-razones-planes que arman las trazas y arquiecturas emocionales de la vida diaria. La demora en el pensar implica el peligro de que lo que alli hilvanemos como pensado nos haga sentir inciertos, asustados, desconocidos para nosostros mismos, descolocados, desconfigurados respecto de lo que eramos antes de esa entrada en aquel complejo desvan del pensamiento. Mientras se piensa intensamente, recobran vida interrogaciones olvidades a fuerza de domesticacion y disciplinamiento moral. Por eso, pensar es una sagrada desobediencia cuyas armas toman la forma de preguntas que mientras apuntan, inquietan, y mientras inquietan, acechan, y en tanto acechan, incomodan y generan primarios temores. Pensar es, no solo en este punto, “una molestia”, sino una promesa de inseguridades desencadenables para aquellos con quienes diariamente hacemos lazo, pues lo pensado siempre corre la tentacion de tornarse en lo comunicado, lo decible, lo que –a veces estupidamente- queremos hacer saber al otro. Y el otro quiza, no puede o no sabe o no desea correr el riesgo de desestabilizar sus –precarias…- seguridades subjetivas. A veces el otro no quiere de-subjetivizarse, ni poner sus valores patas para arriba, ni patear el trasero de sus erroneas o estrechas creencias que sin embargo tiene la monumental funcion de mantenerlo vivo (y bien sabemos desde Nietzsche cuanto de la mentira esta puesto al servicio del funcionamiento de la vida). A veces el otro esta atado a su cadena, ciego, cargado de deberes como un camello mudo, y sin embargo no puede tirarse del acantilado de las asfixias hacia las revitalizantes aguas de la transmutacion de si mismo. Sencillamente resalto, no puede. Asi, sin mas. Conozco pocos que sopesen que vale la pena el dolor de la desilusion para luego alcanzar placer en el desenmascaramiento de sus fantasmas mas amados. La palabra dicha en voz alta del pensador parresiasta es inevitablemente generadora de desorden, caos simbolico y dolor. Y no todos se hallan en condiciones de lidiar con estos factores.
Como acto intrapersonal -o raras pero bellas veces, acto en dueto o grupal- pensar en clave intensa es entonces, siempre, un hecho politico. Toda radicalidad pensante finalmente erosiona la memoria farsante y repetida a que apela el poder a traves de las ilusiones gastadas que vende con su maquinaria normativizante ferozmente valoradora de la igualdad inclusiva. Solo los capaces de considerarse a si mismos como vitalmente diferentes pueden hacer del pensar una intensidad politica, subversiva en terminos de valores, y dadora de sentidos ineditos. Lo pensado desde la radicalidad intensa termina de algun modo reconfigurando las formas de inteligir el “ahí”, expresando eso mismo habiente desde una, tambien, intensidad expresiva novedosa.
Y para qué pensar?
Pensar intensamente es dejar que la mirada capte entreluces, sombras raras, grietas no percibidas hasta ahora, nuevos nidos para semillas que no han dado a luz aun. Es abandonarse a tactar ese “ahi” de un modo mas ancho, menos asmatico, mas integral, menos estrecho, mas lozano, menos enfermo.
Pensar, radical e intensamente, es volverse mas inmoral, e infinitamente mas etico.
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