Todos somos adictos...
Las drogas lo que hacen es inducir modificaciones químicas
que también pueden inducir la soledad,
el silencio, la abstinencia, el dolor, el miedo.
Químicamente no se puede distinguir a una persona bajo los efectos de una droga,
que bajo los efectos del yoga por ejemplo.Químicamente no somos más que un conjunto de reacciones.
Antonio Escohotado
que también pueden inducir la soledad,
el silencio, la abstinencia, el dolor, el miedo.
Químicamente no se puede distinguir a una persona bajo los efectos de una droga,
que bajo los efectos del yoga por ejemplo.Químicamente no somos más que un conjunto de reacciones.
Antonio Escohotado
Practico una “pasión por la etimologia” conectada casi por obvias razones con el placer que me produce la lectura de diccionarios. El mundo etimológico me resulta como una especie de “gruta de Ali Baba”: llena de tesoros y ... ladrones.
Esos tesoros yacen en los significados perdidos, en el reencuentro con lo desusado, con lo caído en el olvido del tiempo a fuerza de nuevas praxis culturales. En ese caso me invade un estado de “maravillada”, bañada por la refulgencia de voces escondidas dentro de palabras habituales. Me siento una rescatista sacando del polvo de las pérdidas y las amnesias linguisticas significados o palabras diminutas que son, al menos para mí, como inalteradas semillas de oro abandonadas cerca del inagotable árbol de la lengua.
Pero veamos el asunto desde la perspectiva de los ladrones.
Las etimologias se pueden “robar” del uso cotidiano sin que un determinado sujeto sea el ejecutor de tal acto vil y despreciable. Visto en terminos foucaultianos, las mallas de saber-poder-verdad efectúan firmes y constantes trabajos de invisibilizacion de palabras, sentidos y significados disacordes con la moral normativa. El discurso del orden indefectiblemente se apropia de lo inconveniente, lo recicla y lo regurgita derramandolo otra vez al engranaje de los enunciados, sí y solo sí, la palabra-significado-voz-expresion se acomoda dócil y adecuadamente al status quo. El solo hecho de que este engranaje discursivo funcione con sus lógicas habituales para crear enunciados “ya” esta poniendo en marcha mecanismos de elisión, olvido, represión de palabras y sentidos para imponer esa ilusión histórico-social que llamamos “verdad”. Secuestrar sentidos es parte de la maquinaria del habla social, al igual que producirlos. Y ahora vamos a este segundo caso.
-Resemantizando la lengua
Producir nuevos sentidos implica romper la legitimacion de los sentidos preconcebidos y aceptados hasta ese momento. Tempo del “imaginario radical”, para decirlo con Castoriadis.
Agallas para invertir valores, “discurso del des-orden”.
Tenacidad creativa para destronar los valores de las “palabras jaulas” en las que giran en circulos los sentidos tradicionalmente aceptados.
Regar la vida con contravalores nunca antes enunciados, con voces rescatadas de la niebla de lo perdido, e incluso con la invención de soportes linguisticos nuevos. Resemantizar es un tarea de subversión en la política del habla y sus sentidos.
Y acá estamos a un paso de la necesidad de neologizar, necesidad que a veces parece ser tan imperativa como complicada de llevar a la práctica en el decir cotidiano. Producir una nueva significación en un término, una expresión, un vocablo, una voz, una palabra es quebrar la fidelidad al significado común que transita sobre la misma. Se requiere ser desleal a la lengua aceptada y sus convenciones.
No olvidemos que las palabras ya aceptadas cohesionan, unen, dan soporte común no sólo al entendimiento dentro del rebaño sino al simple "darse a comprender" comunicacional.
Desarmar una palabra y trabajar en sus nuevos sentidos no manifiestos es deconstruir un valor, una creencia, o desmontar ambos al mismo tiempo. Esto que se ha dado en llamar exactamente “resemantizacion”, una tarea que puede ser en parte producida creativamente desde el “rescatismo” de voces olvidadas o desde el sacar la superficie etimologías excomulgadas del paraíso artificial del sentido mediocre común.
Veamos un ejemplo de lo más interesante.
Mi hija me cuenta que a la salida del colegio una mujer se le acercó y le pidió algo de dinero. Me dice que la mujer en cuestión (a la que en adelante llamaré “Q”) no lucía nada bien, se la veía desaliñada y poco saludable, extremadamente delgada. Esta persona le dijo sin muchos preámbulos:
-“Yo soy una adicta”, y le revela luego:
“Sabés que la palabra adicta viene de “a-dicto” que quiere decir “sin palabras”, bueno los adictos somos eso, personas que no pudimos decir tantas cosas y por eso la adicción viene como a tapar o a ocupar el lugar de esas cosas no dichas, esas cosas para las que no tenemos o no tuvimos palabras”.
Luego de esto, “Q” tomó el dinerito que le dió mi hija y se marchó a repetir la solicitud de auxilio en moneda a otro transeúnte circunstancial. Mi hija se quedó medio perpleja y pensativa. Y me cuenta la anécdota con asombro filosófico-etimológico.
-Adicto…
Según los decires de “Q”, adicto es, etimológicamente, una persona que se ha quedado sin palabras. Veamos como es esto más de cerca. Pondré la palabra "adicto" en la cápsula de Petri de mis diccionarios de latín...
Desde la lógica de “Q”, la explicación de la voz “adicto” responde a la formación del prefijo privativo griego “a-” y “dictum” (del latín, dicho, palabra). Actualmente “a-” está establecido como prefijo privativo aceptado en el idioma español. Esto último permite que se puedan inventar muchísimos neologismos híbridos anteponiendo "a-" a una raíz de cualquier otro origen.
Pero la palabra “adicto” no es un neologismo actual. Ni siquiera es una palabra históricamente reciente. La palabra “adicto” es bastante antigua y no puede ser un híbrido de las caracteristicas que describieramos en el párrafo precedente.
La creativa etimologizacion provista por “Q” no es correcta técnicamente hablando. Aunque esto no deslegitima el valor de sentido que intentaba producir "Q" en quien la escuchara. Sea que el efecto de escucha recaiga en mi hija, o en mí, o en quien sea que pueda absorber ese discurso de "Q", lo que alli brota es la voluntad de “querer hablar” que hay en esa etimologia fantástica (y digo fantástica en la doble acepción de impresionante en términos emocionales y psicológicos, y a la vez no científica, no lógica para un etimólogo).
Volvamos entonces a la tarea deconstructiva: decíamos que el prefijo privativo “a-” es de origen griego y la palabra “dictum” es nítidamente proveniente del latín. En lenguas como la inglesa, que conservan consonantes geminadas, la misma palabra “adicto” se escribe duplicando la letra “d” (inglés “addict” ), lo cual no hace mas que estar demostrando que el prefijo original no es entonces el “a-” del griego atribuido érroneamente por “Q”, sino el prefijo “ad-” , que sí es latino. Pero “ad” en el caso de “adicto” no quiere decir “carencia o privacion de”, sino por el contrario, “acercamiento”. Por otra parte, “dicto” significaba en latín (y todavía continúa significando en nuestros días) “dedicado, muy inclinado, apegado”.
Ubicada la etimologia de “adicto” en su cuna correctamente latina, la palabra gana en amplitud y pierde su connotacion negativa de carencia.
En este punto, me agrada y estimula escaparme al mundo de Penîa y sus carencias, y lanzarme al multiplicante universo deleuziano que intenta desmentir justamente el aspecto de la carencia como inherente al ser.
-Nosotros -todos- los apegados...
Veamos con esta otra lente entonces. Se puede decir perfectamente que alguien es adicto al trabajo, adicto a la series de TV policial, adicto al poder, adicto al surf, adicto a cazar libelulas en verano, adicto a los libros de Carl Sagan…
“Adicto” es una voz latina que viene del mismisimo latín “addictus”. Ésta última es el participio perfecto pasivo del verbo “addicere” (de “ad” -a, hacia, para- y “dicere” –decir-). Este verbo significa en latín “asignar, adjudicar, entregar o dedicar”. Como reflexivo o en voz pasiva, su significado quiere decir “apegarse o adherir a…”.
De modo que, estrictamente desmontada la etimología de “adicto” el sentido alli está fuertemente circunscripto a la idea de alguien que se halla demasiado cerca, poderosamente apegado, adherido a algo, irreflexivamente inclinado hacia alguien.
Con esto último a mí ya me basta como para percibir lo que alguna vez comencé a pensar en dueto con un ser muy amado por mí: todos somos addictus. Todos.
Por qué “Todos somos addictus”?
Pues no quiero decir con esto de ninguna manera, que todos seamos consumidores perdidos de crack, o delincuentes heroinomanos, o alcoholicos irredentos. No. Cuando digo que todos somos adictos, estoy tratando de empujar y quebrar la frontera que sin razon argumentativa algunos trazan para la vulgar concepción de “adicción”.
Me canso a diario de escuchar y/o leer a gente negadora, los ciegos de sí mismos, que ponen la alabra "adicto" en los consumidores de drogas penalizadas. Mientras, ellos mismos, cargan sus frasquitos de pastillas, nunca se apartan de su paquete de cigarros, y en se clavan todas las noches que pueden su alcohol favorito. Fatuos mentecatos morales.
Circunscribir la palabra “adicto” a la sanción moral que condena a quien consume drogas ilegales es hacerse el soberano idiota con los millones de adicto legales a drogas socialmente aceptadas como el alcohol y los cigarros, o las pastas farmacológicas vendidas bajo receta.
Este auténtico discurso de doble moral es muy propio a su vez de los inquisidores médico-higienistas del siglo XX y de éste siglo tambien. Una intervencion en la vida privada -una más...- por parte de los guardianes de la hipocresía de todos los tiempos.
El recorrido etimológico que efectuara más arriba, sólo me presentó ante los ojos la posibilidad de generar una apertura más ética y más existencial del “addictus”. Ya no se trata de cargar el peso negativo de esta palabra contra las espaldas de quien consume drogas ilegales, sino abrir este sustantivo a un nuevo plano de significación que, de algún modo, no deja afuera a nadie del fenómeno adictivo.
-La maldita enfermedad del "apego"
Todos somos addictus? Si, en la medida en que todos padecemos la “enfermedad del apego”, y eso es lo que está sólidamente demostrado en la etimología y significado de la palabra misma: quien no esté apegado a algo/alguien, quien no deba lidiar con alguna cadena o esclavitud anímica, quien esté "a salvo de..." , quien sea total y absoluto amo de sí podra sustrarse de ese “Todos somos…”. Pero no veo a nadie tener la franqueza de arrojar la piedra… al menos si el que siquiera piensa en tirarla aún respira y está latiendo.
A qué o a quién nos apegamos, nos adherimos, a qué o a quién somos leales, de qué o de quién no somos capaces de desapegarnos, hacia qué o quién nos inclinamos... pues eso será asunto de cada sujeto, estará determinado por los trayectos propios de cada vida vivida, de cada libertad históricamente situada, de cada “serie complementaria” al decir de Freud, de cada trama de existencia, de cada condicionante situación material-subjetiva, de cada soma inervado por impulsos nerviosos cuya configuracion es tan irrepresentable como irrepetible.
Algunos se apegaran a los hijos, otros serán fanáticos del trabajo y su profesión, otros no sabran vivir sin una cuenta bancaria de seis ceros, otros se apegarán a un amor, o estarán adheridos sin remedio a alguna sustancia fumable-bebible-inyectable-comible en proporciones tan variables como sus pulsiones de muerte se lo permitan. Algunos serán leales a un conjunto poco móvil de ideas politicas, otros desarollarán una inclinación religiosa a ir a ver fútbol los domingos, algunos tendrán un apego deliberado al sexo, otros no podrán vivir sin la droga fuerte del poder.
Se me puede objetar aquí que entonces todo da lo mismo (ser adicto al helado de chocolate o ser demasiado apegado al consumo de hashish o ser leal a una camiseta de futbol o fumar viente cigarrillos diarios o poseer una poco explicable, obsesiva e irrenunciable pasión por criar perros siberianos en su casa). Se me objetará también que entonces adónde está la decision libertaria de cada quien, si en definitiva todos somos esclavos aparentemente pasivos de algo que a duras penas podemos manejar.
Me dirán: es que acaso no importa si la “sustancia” es el vino tinto, los antidepresivos, el poder, el éxito, la mentira, el sexo oral callejero, el dinero, las compras compulsivas o el LSD?
-Apegos y sustancias: neurobiología más allá de la moral
Como ya podemos apreciar, la multiplicacion de lo que llamamos “sustancia adictiva” tambien se amplía con desmesurada vertiginosidad cuando se abre la noción de adicción=apego a otros territorios.
Para ir inmediatamente hacia estas dos objeciones, permítaseme decir primero que está muy fundamentado neurológica y cerebralmente que nuestro centro de adicción se activa más alla de las connotaciones virtuosas o inmorales que le querramos adjudicar a una sustancia. "x".
Por ejemplo, el tan “sublime” estado de amor pone en funcionamiento el mismo centro liberador de sustancias quimicas cerebrales que se activa cuando se consume una rayita de cocaína.
Curioso, nuestro cerebro es bastante menos menos moral de lo que muchos creen a la hora de efectuar distinciones entre apegos adictivos “in virtu” o carente de ella.
Las respuestas químicas cerebrales acercan sin pudicia al poético enamorado con el desquiciado que aspira por la nariz, tan cerca el aura de magia que envuelve al ser amado con la inmunda y malvada cocaína. Sí. Nos guste o no, es cerebralmente de este modo. Asi es. Y sé que esta afirmación es algo que a mi abuela no le gustaría escuchar en modo alguno, pero tambien es completamente real.
Luego, creo que tratándose de un asunto que pone de relieve nuestra involuntaria pero inequívoca inclinación a adherirnos a algo o a alquien, el libre albedrío (tan cristiano y repartidor de culpas él) tiene poco y nada para decir. Elegimos, pero en una proporción que es muchísimo más pequeña que lo que nosotros gustamos de creernos.
A lo sumo, habria que evaluar cada apego adictivo en términos de “voluntad” y de capacidad (quiero decir con esto ultimo, si realmente ese sujeto “puede” o no “puede” afectuar un trabajo sobre sí mismo de desapego, y aún si pudiera, hasta dónde podrá es un enigma estrictamente personal). Por lo que no es que niegue rotundamente que haya un grado de libertad en todo este asunto, pero temo que está un tanto sobrevaluado, vía un libre albedrío que insiste en adjudicar y repartir severas responsabilidades y castigos consecuentes como si todos fuéramos máquinas iguales a la hora de “poder” o “no poder” lidiar” con algo que poderosamente nos atrae como el hierro al imán.
En el apego adictivo a algo/alguien se trata casi siempre más de una relacionalidad en la que el sujeto irresponsablemente “puede” (o, insisto, “no puede”) y de una cuestion de grado: algunos pueden más, otros menos, algunos no pueden tanto y otros no pueden hacer nada para despegarse.
No estoy aquí justificando ningun tipo de daño, dolor o maltrato que el adicto produzca a partir de su apego debarrancante cuando la adicción toma caracteristicas enfermizas, decadentes, desvitalizantemente mortíferas.
La victimización del adicto que se pierde a sí mismo en las alcantarillas de las sustancias es una coartada deleznable: el "yo no lo hice, fueron las malditas drogas, el maldito alcohol, la maldita pasion amorosa enceguecedora" jamas justifica un crimen o un daño a otros. Eso es sencillamente de cretinos hijos de perra cuya impulsividad imbécil y sin control ya estaba allí mucho antes de que llegue el alcohol o el amor ciego o el paco. Sólo que ahora les viene como anillo al dedo la ola de inimputabilidad comprensiva que los cobija químicamente para nunca enfrentar su auténtica realidad como animales incontenibles.
Por eso no se trata de mirar para otro lado cuando alguien delinque y lastima via su adicción. El daño a sí mismo es un primer límite a considerar en este tema, pero un segundo límite lo constituye cuánto y cómo son rodeados los que rodean al adicto. Y no se trata tampoco de ampararlo protectivamente justificándolo en el "mal" que las sustancias le inocularon sin su consentimiento. Vamos... nadie es angelical en esta vida, ni el drogón que mata para conseguir dinero, ni el marido que muele a palos a su esposa en nombre del sacro matrimonio indisoluble, ni el criminal pasional que mata por amor posesivo, ni el fumador que intoxica a toda la familia por causa de su compulsion a la nicotina.
Encarar este asunto desde una ideal libertad responsable que se se trampea a sí misma es insuficiente e incluso incorrecto. El prisma victimista no ofrece nada mucho más superador.
-El cuidado de sí
Las adicciones son un complejo tema de construcción, conocimiento y cuidado de sí mismo, y del otro.
Muchas extralimitaciones adictivas y sus tremendas consecuencias sociales podrían comenzar a discutirse desde parámetros más realistas que los estériles y repetidos esquemas de intervención sanitaria y judicial con que hoy se trabaja la posibilidad de cura y/o punición en los casos más severos. Tal vez en esos casos se justifique profundamente escuchar más allá del latín y sus lógicas lo que “Q” dijo a mi hija.
Tal vez en esa sensacion de estar "privado de palabra" se pueda hallar una clave -no correcta para los etimólogos- pero definitivamente más humana a la hora de acercarse a un esquelético títere casi muerto que camina por las cornisas.
In summa, todos somos adictos en la medida en que nadie está posicionado por encima de los apegos fuertes, las lealtades viscerales, las inclinaciones pasionales, los diversos modos y formas del "apetito", la voracidad posesiva del deseo, los juegos relacionales con objetos o seres hacia quienes experimentamos una poderosa adherencia psico-física-emocional.
Nadie puede estar a salvo de la telaraña de la “adiccion”.
Las patas de esa vieja araña tan eterna como incontrolable, tejen su red sobre la tela de nuestras vidas mismas. Somos seres relacionales, ergo, somos necesitados de apego-cercanía-lealtades-inclinaciones-deseos-apetitos-adhesion-relajación a muchas formas de otredad subjetiva u objetiva. Habitamos la adiccion porque somos humanos necesitados... no carentes, pero siempre necesitados de un palenque donde rascarnos, o tranquilizarnos.
Quisiera destacar un último punto. Aún en esta adicción en la que estamos todos igualados por ser parte de nuestra condición humana, estamos a la vez en estado de diferencia unos con respecto a otros.
El “todos somos…” es un englobador práctico que permite advertir una condición humana y existencial compartida allí donde la moral de anteojeras ve y veía sólo la sanción al descarriado, al anormal, al inmoral, al débil, al despreciable. Pero luego de ese englobamiento generalista -recurso meramente operativo y virtual a la hora de explicar- luego… estamos en la multiplicidad de las diferencias.
Del “somos todos adictos” al “somos todos diferentes adictos”.
Las proporciones de estos apegos, la capacidad para aprender a incluirlos en una lógica hedonista no dañina para sí ni para el otro, la inteligencia sensible y racional para ser leal a las propias y caprichosas pasiones-apegos sin dejar en ello la alegría vital ni la salud ni la dignidad conforman lo que será asunto a trabajar por las libertades agónicas (e indigentes, pero existentes) de cada uno.
Cierro con este parrafo de Escohotado:
“Profundizar en la regla del conocerte a ti mismo, que sigue el principio socrático, el principio de la ética. Es el rito de maduración de las sociedades occidentales avanzadas a principios del siglo XXI. En la práctica se ve si el ser tiene buen o mal gusto, si se controla o no se controla; si debajo de su aparente educación esconde un monstruo autoritario, rencoroso o deprimido, o si por el contrario, tiene –como diría Freud– un "ello" (es decir, un inconsciente) sano y capaz de disfrutar. Las drogas brindan a la condición humana más control, más capacidad de enfrentarse a los desafíos de la vida. Cuando llega la prohibición, también llega la coartada victimista que permite a las personas decir esa gran falsedad: "Ay, yo no quería pero sin darme cuenta me hice esclavo y ahora soy una pobre piltrafa humana. Me permito robar a mis conciudadanos y no cumplir mi palabra"
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