La decepción de amor
(de los lamentos a la ética de una Ariadna soberana)
(de los lamentos a la ética de una Ariadna soberana)
La mujer que amo se ha convertido en un fantasma.
Yo soy el lugar de sus apariciones.
J.J. Arreola
Decepción.
Tal vez la palabra más insistente en el discurso del “dolor de amor”.
Decepción, probablemente el lexema del desamor, de la frustracion, de lo incumplido en la expectativa del afecto amoroso.
Camino al diccionario noto que este particular “lexema” en cuestion (lexema: unidad mínima con significado léxico que no presenta morfemas gramaticales o puede prescindir de ellos) tiene su origen en el griego λέξις, palabra, y -ema.
Pero de hecho, el uso de esta palabra se hace mas interesante desde su raíz latina. Por eso, una vez mas, es preciso tomar el camino mas largo…
Decepción.
Primero veamos algo del verbo “capere”, imprescindible para comprender el mas profundo sentido de la “decepción” como se verá mas adelante. Para comenzar, deberiamos aclarar que en latin “capere” significa mas o menos lo mismo pero aunque en planos de accion diferentes. En una perspectiva meramente material “capere” remite a “asir, tomar, capturar, coger, prender, apoderarse de…”. Esto se complementa con una acepcion completamente inmaterial para el mismo verbo. “Capere” es entonces tambien “comprender algo intelectualmente, aprehender un sentido, saber un cierto significado, aprender cognitivamente”. A esta doble vertiente material e inmaterial del verbo “capere” deberiamos adicionar una tercera acepción que alude a “captar desde lo sentidos, aprehender sensorialmente con los ojos, desde lo auditivo, con nuestro olfato”.
Decipio, decipere, deceptum configuran las formas del verbo latino a partir del cual hemos construido linguisticamente el sustantivo “decepción”, y como una derivacion del mismo sustantivo, el verbo “decepcionar”. En esta direccion, el prefijo de- (con valor de apartar, extraer, separar algo de otra cosa) más el verbo capio, capere, captum (como he aclarado en el parrafo anterior, “asir, tomar, capturar, coger, prender, apoderarse de…”), resuena su sentido en cierta idea de “sentirse usurpado, sentir que uno ha sido objeto de un robo, de ser arrebatado de lo que se tiene o tenia”.
Quien se siente “decepcionado” ha sido desprendido-despojado-apartado de algo que tenia (o deberia ya mismo corregir y decir “creia tener”) entre sus manos, o en mente, o en sus representaciones: decipere - de capere. En otros terminos, lo que el decepcionado ha perdido ha sido algo que “cree” haber tenido o ha tenido efectivamente… tal vez incluso ha tenido algo, aunque invistiendo a ese algo de representaciones y sentidos equivocados. Lo que el decepcionado habia captado sensorialmente de su objeto decepcionador era, o un error, o una irrealidad, o todo se ha tratado de una malentendida comprension-percepcion que ahora, subitamente, la realidad corrije no sin perplejidad para el decepcionado.
No habia tal certero “tener” y/o tal claro “saber”. El decepcionado siente esta latina raíz escondida en su condicion subjetivo-emocional: se siente estafado, robado, se sabe a sí mismo como un ser a quien le ha hurtado algo valioso, quien ha sufrido un arrebato repentino de lo creia le era propio y le pertenecia.
Desde los clásicos, Ovidio y Horacio lo usan con este sentido claro de decepcionar, frustrar, fallar a las expectativas. Pero Plauto lo utiliza bajo el significado de “sorprender”, “tomar de improviso”. Cicerón, con el de “embaucar, engañar, burlar, mentir deshonestamente” y tambien “decipere exspectationes” (dejar plantado, o hacer esperar a alguien por algo inútilmente), etc.
El decepcionado es un ser sorprendido, y hasta algo perplejo, por la perdida que experimenta en ese apartamiento de lo que creia tener asido, tener por conocido, tener por propio. El “hurto” de lo que poseia lo ha tomado ciertamente de improviso, o al menos, con no las suficientes previsiones como para hacer frente a la pérdida y el dolor psiquico que trae el ser apartado de su encarnada creencia. Sí, porque digámoslo de una vez, el decepcionado (antes de serlo) ha sido un “creyente”: ha creido en algo o en alguien, hubo puesto su preciado “creer” en determinado ser, en cierto saber, en un particular sentir. Por ello mismo el decepcionado no posee armas, en principio, que lo protejan e inmunicen ante la decepcion y el decepcionador. Esta inerme. Desnudo con su des-creer. Inicialmente sufre, pues está en carne viva sin poder aún des-aprender…aún ama su “error”.
Llamativamente el sustantivo “decepción” no existe en latín clásico, y recien aparece con la caida del Imperio y de boca de san Agustín, lo cual daria lugar a otra linea de analisis que por ahora no tomare para poder focalizar –ahora sí- en el core de la decepcion amorosa.
La decepcion amorosa…
Hay aquí, al menos, cuatro aspectos de mínima para elucidar:
-El hincapie de la “decepcion” como acto que pone de relieve más al decepcionado que el decepcionador.
-La ligazon entre decepcion-ilusion-creencia-desengaño
-El dolor de la verdad
-La anestesia dichosa de “vivir en la mentira y el error”
Deciamos que el decepcionado ha sido un “creyente”, alguien que ha puesto sus expectativas sutiles e in-sutiles en un “otro” (en adelante “el decepcionador” u “objeto amado”). Por la via de la ilusion ha equivocado su juicio. Sus sentidos (ahhhhh!!!!!! los sentidos… esos malditos huerfanos sensoriales demandando impresiones que los sacien!!!!) lo han hecho creer en algunas/as bella/s ilusiones de correspondencia con respecto a los sentires y expectativas de ser amado. Ha “necesitado” creer que su amor era –en cuantía y calidad- al menos identico al que el amado sentia. Error brutal. Y fatalísimo. Luego, sorpresivamente, algo de lo real abofetea el cándido refugio de cristal que constituyen las creencias amorosas celosamente resguardadas por el amante respecto de su amado y… zas!!!… las esquirlas del palacio de ilusiones se clavan en los ojos dolientes y perplejos del decepcionado. Supuesto fin de la ilusion amorosa.
Sostengo desde ya una imago desculpabilizadora del “decepcionador”. Éste no siempre tiene malas ni hirientes intenciones “contra” el decepcionado, simplemente se ha sentido libre moralmente de hacer lo que se le plazca y de haber sentido que nada lo detenia para decir, no decir, hacer o deshacer lo que sea. Es cierto que el decepcionador ha sido, sin dudas, egoista. Pero esta no es razon alguna para abrir fuego contra el decepcionador. No hay juicio, pues el decepcionador ha seguido la traza de su libertad para no rendir cuenta de sus actos ante nadie, y menos aun considerar que el dolor potencial que sus actos podrian provocar en el decepcionado pudieran tener un peso suficiente como para hacerlo retraer de sus actos, palabras, ausencias, traiciones, haceres, omisiones, acciones. El decepcionador hace, y hace más alla de la moral, a favor de sí mismo. Por mi parte, no veo maldad alguna en tales procederes, incluso si estos causan descreencias, sufrimiento o fuertes e irrevocables desilusiones en el decepcionado.
Ahora llevemos algo de luz a la desgraciada figura del dolido decepcionado, en quien suele recaer la fuerza del sustantivo y casi toda la configuracion de sentidos del verbo latino.
Es notable que cuando se trata de la palabra “decepcion” tendemos a mirar automaticamente la condicion doliente del decepcionado más que el proceder mismo del decepcionador. Probablemente este “ponernos del lado de la víctima” sea un resabio de nuestra cultura judeo-cristiana que abraza al que sufre. Despues de todo el decepcionado (el que se ha “jodido” en este intercambio de amor trunco) queda fijado al dolor, y éste –lo sabemos perfectamente- debilita, hace debil, hunde en la debilidad. La victima decepcionada carga como una cruz la maldad que proyecta cuan pseudopodos contra sus sentimientos de amor el acto decepcionante del ser amado.
No se trata de justicia. No.
No hay reciprocidad ninguna en el amor, excepto que querramos creer en ella.
Ergo, no hay retribucion ni castigo ni resarcimiento en el plano del amor decepcionado.
Nada que el otro dé en compensacion borrara la marca de la decepcion.
Solo la mecanica negadora del olvido “forma una pantalla”, inventa un muro, levanta una represa que ocasionalmente sirve de nebulosa temporal a fin de continuar con el vinculo… pero en el fondo, tras el velo de Maya las ruinas (y lo arruinado) por la decepcion se acumula como un material inflamable cubierto por el amianto de una des-memoria acumulativa… y potencialmente inflamable.
Si el recolectar sensualista del ser amado es parte del “error” de percepcion del amante, entonces admitamos que la decepcion siempre sera parte ineludible de la fenomenologia del amor.
Lo que amamos decepciona.
Por qué?
Porque lo amado nunca completa, a lo sumo sutura nuestros agujeros, nos ayuda a cicatrizar heridas, nos imaginamos menos humanamente faltantes y mas divinamente completos. Y fenomenológicamente, el ser que decimos amar decepciona porque lo hemos capturado (“capere”) con los distorsionantes sentidos del amor: hemos degustado un sabor que tal vez deje de ser tal, hemos “visto” donde no había más que borrosidad o vacio, hemos querido oír tanto donde no se habia dicho más que un poco, hemos rozado una intensidad total ahora rota en fragmentarias nadas, la plenitud de una circulo de a dos es ahora un sufrido sentir unidireccional. Nuestra potencia (esa confluencia de fuerzas productivas, creadoras, dichosas, compositivas, deseantes) es ahora una potencia entristecida, menguada respecto de su propio poder. El desamor es nuestra potencia decepcionada.
Siendo asi que el circuito de los afectos amorosos recorre las postas de la creencia-ilusion-engaño-verdad-dolor-decepcion, es posible una lógica amatoria mas “aristocratica”?
Quiero decir con esto: es posible construir un modo de transitar este circuito tan bello como endiablado que es “amar” desde la dignidad de un apartamiento en que ambos (amante-amado, decepcionado-decepcionador, ilusionado-desilusionador) conserven un “estarse de pie” sin remordimientos ni tampoco reciclamientos falaces de nuevas mentiras, desde una actitud que ignore las señales pateticas de la imploracion y el arrodillamiento ante la falsa deidad de lo amado… es factible un aprender a recorrer el circuito de amor menos como Penia y más desde Poro?
Recuerdo entonces a Nietzsche y su poema y me digo: es posible dejar de "menear la cola por amor" y esquivar la miserable tentacion de arropar con ruegos de piedad a ese dios verdugo que es el decepcionador?
Me pregunto, dando vueltas en este laberinto que es pensar lo amoroso en su dimension de decepción, si una ética del amor en clave aristocrática no es el único modo de preservar al decepcionado-victima-amante-estafado-descreido de la tentacion de arrojar dardos venenosos de resentimiento contra el decepcionador.
Finalmente y pese a cuanto hubieron de amarse o cuanto hubieron de “decepcionarse” mutuamente, creo que solo el reconocimiento de dos libertades dispuestas a apartarse “de pie y con la frente alta” uno del otro es parte de un pacto de amor mas sano.
En esta linea de imaginar pactos amorosos menos enfermizos, no tengo dudas de que primeramente quien vive “su” personal decepción de amor, tendrá que reconocerse libre.
-Libre para qué?, como se preguntaba Nietzsche. Pues no para juzgar, ni para atacar, ni para vengar nada, pues estas son sólo las desesperadas salidas de un alma tan esclava como débil.
Se trata de que el decepcionado abandone activamente la posicion de victima para ganar una posicion subjetiva libertaria, deseante, fluyente, activa. Primero ha de ser “libre para” dejar de creer.
Si, dejar de creer en alguien o en algo a quien se ha estado ligado fuertemente requiere de fuerza: primero, para no morder el anzuelo de los comportamientos propios del resentimiento (las “formas” del resentimiento amoroso van desde la busqueda absurda de algun tipo de justicia, exigencia de castigo, el imposible resarcimiento emocional, o la venganza retributiva… todos vanos modos derivados de una reciprociddad amorosa que no existe pues si hay algo poco simetrico es la relacion amante-amado…), y segundo, porque se necesita recuperar la autonomia y el dominio de Sí para soportar la cuota de realismo que trae consigo el corrimiento del velo del error.
Haber sido abandonado por la “creencia” en lo amado, haberse sentido estafado por proyectar luces en donde hay meras sombras, saberse arrojado a la desnudez de los multiples modos helados que toma el abandono cuando el anhelo de amor clama por compañía, amparo, cercanía, calor, proteccion… nadie ha dicho que todo eso sea cosa fácil. Cuesta –emocionalmente hablando- y es una empinada “cuesta” de la que muchos caen brutalmente. Hay quienes frente a este panorama propio de Ariadna en Naxos, prefieren el engaño de seguir creyendo en el retorno de Teseo (aunque un Teseo que vuelva luego de un decepcionante abandono ya se ha alejado demasiado del amado héroe al que todo se le perdona…). Volver a creer en nuevas ilusiones autosostenidas es un poderoso analgésico contra la verdad.
Por mi parte, me inclino a invencionar en otra dirección: prefiero imaginar los mundos alternos que se abren luego de la amargura de una poderosa decepción. Contra el abandonico Teseo y sus interminables monstruos contra los que su heroicidad lo llevan siempre a estar peleando, pues, mirar expectante la danza por-venir de un Dioniso más leve, menos circunspecto, menos heroico, sí, pero menos abandonico, mas sonriente, menos preocupado, más dispuesto a la libertad desasfixiante y menos acobardadamente enjaulador de los deseos no escuchados de Ariadna. Vuelvo a Ciceron y su “decipere exspectationes” (“dejar plantado, o hacer esperar a alguien por algo inútilmente”): Ariadna debera recuperar el único deber ético-vitalista que tiene que guiar a una existencia que se reverencie a sí misma: debe dejar de esperar, olvidarse de emular a Penélope y su tapiz, re-aprender que el futuro es cosa inaccesible y titubeante… puro reino de las promesas. Sólo debe volver al presente. A su aquí y ahora. No mirar a Teseo –se contacturará de tanto girar su cuello hacia atrás- ni esperarlo más, pues nadie maneja las patas de la araña del futuro y ninguna nave-Teseo que parte de un puerto vuelve idéntica a sí misma sino que es siempre otra. Ariadna “debe” leer a Ciceron y dejar de una vez de esperar inútilmente…
La soberana ética con la que Ariadna tendrá que transmutar su dolor afectivo en libertad es la cara luminosa de esa sombria experiencia llamada “decepcion de amor”…
Tal vez la palabra más insistente en el discurso del “dolor de amor”.
Decepción, probablemente el lexema del desamor, de la frustracion, de lo incumplido en la expectativa del afecto amoroso.
Camino al diccionario noto que este particular “lexema” en cuestion (lexema: unidad mínima con significado léxico que no presenta morfemas gramaticales o puede prescindir de ellos) tiene su origen en el griego λέξις, palabra, y -ema.
Pero de hecho, el uso de esta palabra se hace mas interesante desde su raíz latina. Por eso, una vez mas, es preciso tomar el camino mas largo…
Decepción.
Primero veamos algo del verbo “capere”, imprescindible para comprender el mas profundo sentido de la “decepción” como se verá mas adelante. Para comenzar, deberiamos aclarar que en latin “capere” significa mas o menos lo mismo pero aunque en planos de accion diferentes. En una perspectiva meramente material “capere” remite a “asir, tomar, capturar, coger, prender, apoderarse de…”. Esto se complementa con una acepcion completamente inmaterial para el mismo verbo. “Capere” es entonces tambien “comprender algo intelectualmente, aprehender un sentido, saber un cierto significado, aprender cognitivamente”. A esta doble vertiente material e inmaterial del verbo “capere” deberiamos adicionar una tercera acepción que alude a “captar desde lo sentidos, aprehender sensorialmente con los ojos, desde lo auditivo, con nuestro olfato”.
Decipio, decipere, deceptum configuran las formas del verbo latino a partir del cual hemos construido linguisticamente el sustantivo “decepción”, y como una derivacion del mismo sustantivo, el verbo “decepcionar”. En esta direccion, el prefijo de- (con valor de apartar, extraer, separar algo de otra cosa) más el verbo capio, capere, captum (como he aclarado en el parrafo anterior, “asir, tomar, capturar, coger, prender, apoderarse de…”), resuena su sentido en cierta idea de “sentirse usurpado, sentir que uno ha sido objeto de un robo, de ser arrebatado de lo que se tiene o tenia”.
Quien se siente “decepcionado” ha sido desprendido-despojado-apartado de algo que tenia (o deberia ya mismo corregir y decir “creia tener”) entre sus manos, o en mente, o en sus representaciones: decipere - de capere. En otros terminos, lo que el decepcionado ha perdido ha sido algo que “cree” haber tenido o ha tenido efectivamente… tal vez incluso ha tenido algo, aunque invistiendo a ese algo de representaciones y sentidos equivocados. Lo que el decepcionado habia captado sensorialmente de su objeto decepcionador era, o un error, o una irrealidad, o todo se ha tratado de una malentendida comprension-percepcion que ahora, subitamente, la realidad corrije no sin perplejidad para el decepcionado.
No habia tal certero “tener” y/o tal claro “saber”. El decepcionado siente esta latina raíz escondida en su condicion subjetivo-emocional: se siente estafado, robado, se sabe a sí mismo como un ser a quien le ha hurtado algo valioso, quien ha sufrido un arrebato repentino de lo creia le era propio y le pertenecia.
Desde los clásicos, Ovidio y Horacio lo usan con este sentido claro de decepcionar, frustrar, fallar a las expectativas. Pero Plauto lo utiliza bajo el significado de “sorprender”, “tomar de improviso”. Cicerón, con el de “embaucar, engañar, burlar, mentir deshonestamente” y tambien “decipere exspectationes” (dejar plantado, o hacer esperar a alguien por algo inútilmente), etc.
El decepcionado es un ser sorprendido, y hasta algo perplejo, por la perdida que experimenta en ese apartamiento de lo que creia tener asido, tener por conocido, tener por propio. El “hurto” de lo que poseia lo ha tomado ciertamente de improviso, o al menos, con no las suficientes previsiones como para hacer frente a la pérdida y el dolor psiquico que trae el ser apartado de su encarnada creencia. Sí, porque digámoslo de una vez, el decepcionado (antes de serlo) ha sido un “creyente”: ha creido en algo o en alguien, hubo puesto su preciado “creer” en determinado ser, en cierto saber, en un particular sentir. Por ello mismo el decepcionado no posee armas, en principio, que lo protejan e inmunicen ante la decepcion y el decepcionador. Esta inerme. Desnudo con su des-creer. Inicialmente sufre, pues está en carne viva sin poder aún des-aprender…aún ama su “error”.
Llamativamente el sustantivo “decepción” no existe en latín clásico, y recien aparece con la caida del Imperio y de boca de san Agustín, lo cual daria lugar a otra linea de analisis que por ahora no tomare para poder focalizar –ahora sí- en el core de la decepcion amorosa.
La decepcion amorosa…
Hay aquí, al menos, cuatro aspectos de mínima para elucidar:
-El hincapie de la “decepcion” como acto que pone de relieve más al decepcionado que el decepcionador.
-La ligazon entre decepcion-ilusion-creencia-desengaño
-El dolor de la verdad
-La anestesia dichosa de “vivir en la mentira y el error”
Deciamos que el decepcionado ha sido un “creyente”, alguien que ha puesto sus expectativas sutiles e in-sutiles en un “otro” (en adelante “el decepcionador” u “objeto amado”). Por la via de la ilusion ha equivocado su juicio. Sus sentidos (ahhhhh!!!!!! los sentidos… esos malditos huerfanos sensoriales demandando impresiones que los sacien!!!!) lo han hecho creer en algunas/as bella/s ilusiones de correspondencia con respecto a los sentires y expectativas de ser amado. Ha “necesitado” creer que su amor era –en cuantía y calidad- al menos identico al que el amado sentia. Error brutal. Y fatalísimo. Luego, sorpresivamente, algo de lo real abofetea el cándido refugio de cristal que constituyen las creencias amorosas celosamente resguardadas por el amante respecto de su amado y… zas!!!… las esquirlas del palacio de ilusiones se clavan en los ojos dolientes y perplejos del decepcionado. Supuesto fin de la ilusion amorosa.
Sostengo desde ya una imago desculpabilizadora del “decepcionador”. Éste no siempre tiene malas ni hirientes intenciones “contra” el decepcionado, simplemente se ha sentido libre moralmente de hacer lo que se le plazca y de haber sentido que nada lo detenia para decir, no decir, hacer o deshacer lo que sea. Es cierto que el decepcionador ha sido, sin dudas, egoista. Pero esta no es razon alguna para abrir fuego contra el decepcionador. No hay juicio, pues el decepcionador ha seguido la traza de su libertad para no rendir cuenta de sus actos ante nadie, y menos aun considerar que el dolor potencial que sus actos podrian provocar en el decepcionado pudieran tener un peso suficiente como para hacerlo retraer de sus actos, palabras, ausencias, traiciones, haceres, omisiones, acciones. El decepcionador hace, y hace más alla de la moral, a favor de sí mismo. Por mi parte, no veo maldad alguna en tales procederes, incluso si estos causan descreencias, sufrimiento o fuertes e irrevocables desilusiones en el decepcionado.
Ahora llevemos algo de luz a la desgraciada figura del dolido decepcionado, en quien suele recaer la fuerza del sustantivo y casi toda la configuracion de sentidos del verbo latino.
Es notable que cuando se trata de la palabra “decepcion” tendemos a mirar automaticamente la condicion doliente del decepcionado más que el proceder mismo del decepcionador. Probablemente este “ponernos del lado de la víctima” sea un resabio de nuestra cultura judeo-cristiana que abraza al que sufre. Despues de todo el decepcionado (el que se ha “jodido” en este intercambio de amor trunco) queda fijado al dolor, y éste –lo sabemos perfectamente- debilita, hace debil, hunde en la debilidad. La victima decepcionada carga como una cruz la maldad que proyecta cuan pseudopodos contra sus sentimientos de amor el acto decepcionante del ser amado.
No se trata de justicia. No.
No hay reciprocidad ninguna en el amor, excepto que querramos creer en ella.
Ergo, no hay retribucion ni castigo ni resarcimiento en el plano del amor decepcionado.
Nada que el otro dé en compensacion borrara la marca de la decepcion.
Solo la mecanica negadora del olvido “forma una pantalla”, inventa un muro, levanta una represa que ocasionalmente sirve de nebulosa temporal a fin de continuar con el vinculo… pero en el fondo, tras el velo de Maya las ruinas (y lo arruinado) por la decepcion se acumula como un material inflamable cubierto por el amianto de una des-memoria acumulativa… y potencialmente inflamable.
Si el recolectar sensualista del ser amado es parte del “error” de percepcion del amante, entonces admitamos que la decepcion siempre sera parte ineludible de la fenomenologia del amor.
Lo que amamos decepciona.
Por qué?
Porque lo amado nunca completa, a lo sumo sutura nuestros agujeros, nos ayuda a cicatrizar heridas, nos imaginamos menos humanamente faltantes y mas divinamente completos. Y fenomenológicamente, el ser que decimos amar decepciona porque lo hemos capturado (“capere”) con los distorsionantes sentidos del amor: hemos degustado un sabor que tal vez deje de ser tal, hemos “visto” donde no había más que borrosidad o vacio, hemos querido oír tanto donde no se habia dicho más que un poco, hemos rozado una intensidad total ahora rota en fragmentarias nadas, la plenitud de una circulo de a dos es ahora un sufrido sentir unidireccional. Nuestra potencia (esa confluencia de fuerzas productivas, creadoras, dichosas, compositivas, deseantes) es ahora una potencia entristecida, menguada respecto de su propio poder. El desamor es nuestra potencia decepcionada.
Siendo asi que el circuito de los afectos amorosos recorre las postas de la creencia-ilusion-engaño-verdad-dolor-decepcion, es posible una lógica amatoria mas “aristocratica”?
Quiero decir con esto: es posible construir un modo de transitar este circuito tan bello como endiablado que es “amar” desde la dignidad de un apartamiento en que ambos (amante-amado, decepcionado-decepcionador, ilusionado-desilusionador) conserven un “estarse de pie” sin remordimientos ni tampoco reciclamientos falaces de nuevas mentiras, desde una actitud que ignore las señales pateticas de la imploracion y el arrodillamiento ante la falsa deidad de lo amado… es factible un aprender a recorrer el circuito de amor menos como Penia y más desde Poro?
Recuerdo entonces a Nietzsche y su poema y me digo: es posible dejar de "menear la cola por amor" y esquivar la miserable tentacion de arropar con ruegos de piedad a ese dios verdugo que es el decepcionador?
Me pregunto, dando vueltas en este laberinto que es pensar lo amoroso en su dimension de decepción, si una ética del amor en clave aristocrática no es el único modo de preservar al decepcionado-victima-amante-estafado-descreido de la tentacion de arrojar dardos venenosos de resentimiento contra el decepcionador.
Finalmente y pese a cuanto hubieron de amarse o cuanto hubieron de “decepcionarse” mutuamente, creo que solo el reconocimiento de dos libertades dispuestas a apartarse “de pie y con la frente alta” uno del otro es parte de un pacto de amor mas sano.
En esta linea de imaginar pactos amorosos menos enfermizos, no tengo dudas de que primeramente quien vive “su” personal decepción de amor, tendrá que reconocerse libre.
-Libre para qué?, como se preguntaba Nietzsche. Pues no para juzgar, ni para atacar, ni para vengar nada, pues estas son sólo las desesperadas salidas de un alma tan esclava como débil.
Se trata de que el decepcionado abandone activamente la posicion de victima para ganar una posicion subjetiva libertaria, deseante, fluyente, activa. Primero ha de ser “libre para” dejar de creer.
Si, dejar de creer en alguien o en algo a quien se ha estado ligado fuertemente requiere de fuerza: primero, para no morder el anzuelo de los comportamientos propios del resentimiento (las “formas” del resentimiento amoroso van desde la busqueda absurda de algun tipo de justicia, exigencia de castigo, el imposible resarcimiento emocional, o la venganza retributiva… todos vanos modos derivados de una reciprociddad amorosa que no existe pues si hay algo poco simetrico es la relacion amante-amado…), y segundo, porque se necesita recuperar la autonomia y el dominio de Sí para soportar la cuota de realismo que trae consigo el corrimiento del velo del error.
Haber sido abandonado por la “creencia” en lo amado, haberse sentido estafado por proyectar luces en donde hay meras sombras, saberse arrojado a la desnudez de los multiples modos helados que toma el abandono cuando el anhelo de amor clama por compañía, amparo, cercanía, calor, proteccion… nadie ha dicho que todo eso sea cosa fácil. Cuesta –emocionalmente hablando- y es una empinada “cuesta” de la que muchos caen brutalmente. Hay quienes frente a este panorama propio de Ariadna en Naxos, prefieren el engaño de seguir creyendo en el retorno de Teseo (aunque un Teseo que vuelva luego de un decepcionante abandono ya se ha alejado demasiado del amado héroe al que todo se le perdona…). Volver a creer en nuevas ilusiones autosostenidas es un poderoso analgésico contra la verdad.
Por mi parte, me inclino a invencionar en otra dirección: prefiero imaginar los mundos alternos que se abren luego de la amargura de una poderosa decepción. Contra el abandonico Teseo y sus interminables monstruos contra los que su heroicidad lo llevan siempre a estar peleando, pues, mirar expectante la danza por-venir de un Dioniso más leve, menos circunspecto, menos heroico, sí, pero menos abandonico, mas sonriente, menos preocupado, más dispuesto a la libertad desasfixiante y menos acobardadamente enjaulador de los deseos no escuchados de Ariadna. Vuelvo a Ciceron y su “decipere exspectationes” (“dejar plantado, o hacer esperar a alguien por algo inútilmente”): Ariadna debera recuperar el único deber ético-vitalista que tiene que guiar a una existencia que se reverencie a sí misma: debe dejar de esperar, olvidarse de emular a Penélope y su tapiz, re-aprender que el futuro es cosa inaccesible y titubeante… puro reino de las promesas. Sólo debe volver al presente. A su aquí y ahora. No mirar a Teseo –se contacturará de tanto girar su cuello hacia atrás- ni esperarlo más, pues nadie maneja las patas de la araña del futuro y ninguna nave-Teseo que parte de un puerto vuelve idéntica a sí misma sino que es siempre otra. Ariadna “debe” leer a Ciceron y dejar de una vez de esperar inútilmente…
La soberana ética con la que Ariadna tendrá que transmutar su dolor afectivo en libertad es la cara luminosa de esa sombria experiencia llamada “decepcion de amor”…
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Friedrich Nietzsche – “Lamento de Ariadna”
¿Quién me calienta, quién me ama todavía?
¡Dadme manos ardientes!
¡dadme un brasero para el corazón!
Tendida en la tierra, estremeciéndome,
como una medio muerta a quien se le calienta los pies,
agitada, ay, por fiebres desconocidas,
temblando ante glaciales flechas agudas de escalofrío,
cazada por ti, ¡pensamiento!
¡Innombrable! ¡Encubierto! ¡Aterrador!
¡Tú, cazador entre las nubes!
¡Fulminada a tierra por ti,
ojo sarcástico que me mira desde lo oscuro!
Así yazgo,
me doblo, me retuerzo, atormentada
por todos los martirios eternos,
herida,
por ti, el más cruel cazador,
tu desconocido, dios...
¡Hiere más hondo!
¡Hiere de nuevo!
¡Pica, repica en este corazón!
¿A que viene este martirio
con flechas de dientes romos?
¿Qué miras otra vez
sin cansarte del tormento humano
con malévolos ojos de rayos divinos?
¿No quieres matar,
sólo martirizar, martirizar?
¡Para qué martirizarme a mí,
malévolo dios desconocido?
¡Ah, ah!
¿Te acercas sinuoso
en semejante medianoche?...
¿Qué quieres?
¡Habla!
Me estrechas, me oprimes,
¡ah, ya demasiado cerca!
Me oyes respirar,
acechas mi corazón,
¡celoso!
-¿pero celoso de que?-
¡Fuera, fuera!
¿para qué la escala?
¿quieres subir
adentro, hasta el corazón,
subir hasta mis más
secretos pensamientos?
¡Impúdico! ¡Desconocido! ¡Ladrón!
¿Qué quieres sacar robando?
¿Qué quieres sacar escuchando?
¿Qué quieres sacar atormentando?
¡tú, atormentador!
¡tú, dios verdugo!
¿O como el perro debo
refregarme contra el suelo ante ti?
¿Sumisa, embelesada fuera de mí
menear la cola por amor?
¡Es inútil!
¡Punza otra vez,
aguijón el más cruel!
No soy tu perro, sólo tu presa,
¡cazador el más cruel!
tu más orgullosa prisionera,
bandido tras las nubes...
¡Habla al fin!
¡Tú, encubierto con el rayo! ¡Desconocido! ¡habla!
¿Qué quieres, salteador, de mi?...
¿Cómo?
¿Un rescate?
¿Qué quieres de rescate?
Pide mucho, ¡lo aconseja mi orgullo!
Y habla poco, ¡lo aconseja mi orgullo!
¡Ah, ah!
¿a mí es a quien quieres? ¿a mí?
¿a mí entera?...
¡Ah, ah!
¿Y me martirizas? ¡Loco que eres un loco!
¿Requetemartirizas mi orgullo?
Dame amor, ¿quién me calienta todavía?
¿quién me ama todavía?
dame manos ardientes,
dame un brasero para el corazón,
dame, a la más solitaria,
a la que el hielo, ¡ay!, siete capas de hielo
enseñan a añorar enemigos,
da, sí, entrega,
enemigo el más cruel,
dame ¡a ti!..
¡Se acabó!
Entonces huyo él,
mi único compañero,
mi gran enemigo
¡mi dios verdugo!...
¡No!
¡vuelve!
¡Con todos tus martirios!
Todo el curso de mis lágrimas
discurre hacia ti,
y la última llama de mi corazón
para ti se enardece.
¡Oh, vuelve,
mi dios desconocido! ¡mi dolor!
¡mi última felicidad!...
Un rayo. Dionisyos aparece con esmeraldina belleza.
Dionysos:
Sé juiciosa, Ariadna...
Tienes oreja pequeñas, tienes mis orejas:
¡mete en ellas una palabra juiciosa!
¿No hay que odiarse primero, si se ha de amarse?...
Yo soy tu laberinto...