Amables restos...
(Tikal, una historia de las sombras)
"El amor es la compensación de la muerte, su correlativo esencial;
se neutralizan, se suprimen el uno al otro."
Arthur Schopenhauer
Siempre he sentido una marcada curiosidad por traer a la luz historias desde ese vientre narrativo lleno de objetos ruinosos que es la arqueología. Hacer parir a las piedras, permitir que los monumentos arcaicos alumbren, dejar nacer signos de una casi olvidada escultura tumbular, transformar un bajorrelieve en una inesperada nacencia. En definitiva creo que se trata de practicar una mayéutica de los restos.
Acorde con esta voluntad de dar voz y gesto discursivo a los vestigios desde los que se niega a enterrarse por completo lo lejanamente pasado, me he quedado muchas veces conmovida antes las manos entrelazadas de los amantes de Teruel, o los amatorios huesos de la pareja de Mantua.
Así fue que, hace poco tiempo atrás, dos monumentos piramidales mayas acapararon la atención de esa zona filo-ruinosa de mi pensar (de mi sentir? de mi desear? de mi imaginar?). Tikal…
-Las ruinas de Tikal
Cerremos los ojos por un instante, practiquemos abrir la mirada imaginativa. Y entonces dejemos que las verdes humedades selváticas de “El Peten” de Guatemala se dibujen creativamente bajo esos otros párpados que fundan mundos desde la ventana inventiva de la mente. Agreguemos algunas sensibles zonas auditivas: una sinfonía de cantos de aves coloridas, el sonido del movimiento de los tucanes, las llamativas conversaciones entre loros, el repentino ruido a lluvia. Una pizca de exotismo que han de completar los monos araña colgados del aire, el sigilosamente elegante andar de los jaguares, y el despliegue en vuelo de la magnanimidad de las águilas.
Todo este fresco vívido conforma el coro bio-climático de la selva guatemalteca del Peten. Allí, en el centro mismo de una región salvaje rodeada de ríos poderosos y llena de historia precolombina, más precisamente en la antiquísima ciudad maya de Tikal, se alzan dos templos mortuorios construidos por el más grande de los reyes Sol del período clásico: Hasaw Cha'an Kawiil.
Cerremos los ojos por un instante, practiquemos abrir la mirada imaginativa. Y entonces dejemos que las verdes humedades selváticas de “El Peten” de Guatemala se dibujen creativamente bajo esos otros párpados que fundan mundos desde la ventana inventiva de la mente. Agreguemos algunas sensibles zonas auditivas: una sinfonía de cantos de aves coloridas, el sonido del movimiento de los tucanes, las llamativas conversaciones entre loros, el repentino ruido a lluvia. Una pizca de exotismo que han de completar los monos araña colgados del aire, el sigilosamente elegante andar de los jaguares, y el despliegue en vuelo de la magnanimidad de las águilas.
Todo este fresco vívido conforma el coro bio-climático de la selva guatemalteca del Peten. Allí, en el centro mismo de una región salvaje rodeada de ríos poderosos y llena de historia precolombina, más precisamente en la antiquísima ciudad maya de Tikal, se alzan dos templos mortuorios construidos por el más grande de los reyes Sol del período clásico: Hasaw Cha'an Kawiil.
-El “Gran Jaguar”
El rey Hasaw (a quien se lo conocía, desde lo escritos históricos correspondientes a la fase tardía clásica de la cultura maya, como “Gran garra de Jaguar”, también como “Señor Chocolate”, y llamado asimismo “Ah cacao”) reinó entre el 869-889 aC. aproximadamente. Fue un rey longevo para aquellas épocas poco sapientes acerca de técnicas de angioplastía, sin dietas anticolesterol e ignorando los beneficios de los antioxidantes. Hasaw reinó llenando de brillo y honor la historia de su ciudad y su gente. Murió viejito, a la edad de 80. El año de su muerte es un tanto impreciso, aunque hay datos que ubican su deceso entre el 720 y el 688 aC. Su monárquico y venerado cuerpo fue solemnemente sepultado debajo del principal monumento piramidal de los que aún hoy pueden verse en la zona de Tikal.
Los restos mortales del gran rey de la dinastía de los Jaguares yacen bajo el templo homónimo “Gran Jaguar”, una imponente tumba maya de cincuenta y cinco metros de alto distribuidos en nueve niveles. Hasaw fue enterrado junto con perlas, conchas de mar, collares de jade y una vasija de mosaico del mismo material en cuya tapa puede verse esculpida la cabeza del histórico gobernante. Una treintena de huesos tallados con inscripciones y dibujos muestran lo que podría ser interpretado como su “viaje” por el inframundo a bordo de una canoa.
El rey Hasaw (a quien se lo conocía, desde lo escritos históricos correspondientes a la fase tardía clásica de la cultura maya, como “Gran garra de Jaguar”, también como “Señor Chocolate”, y llamado asimismo “Ah cacao”) reinó entre el 869-889 aC. aproximadamente. Fue un rey longevo para aquellas épocas poco sapientes acerca de técnicas de angioplastía, sin dietas anticolesterol e ignorando los beneficios de los antioxidantes. Hasaw reinó llenando de brillo y honor la historia de su ciudad y su gente. Murió viejito, a la edad de 80. El año de su muerte es un tanto impreciso, aunque hay datos que ubican su deceso entre el 720 y el 688 aC. Su monárquico y venerado cuerpo fue solemnemente sepultado debajo del principal monumento piramidal de los que aún hoy pueden verse en la zona de Tikal.
Los restos mortales del gran rey de la dinastía de los Jaguares yacen bajo el templo homónimo “Gran Jaguar”, una imponente tumba maya de cincuenta y cinco metros de alto distribuidos en nueve niveles. Hasaw fue enterrado junto con perlas, conchas de mar, collares de jade y una vasija de mosaico del mismo material en cuya tapa puede verse esculpida la cabeza del histórico gobernante. Una treintena de huesos tallados con inscripciones y dibujos muestran lo que podría ser interpretado como su “viaje” por el inframundo a bordo de una canoa.
-Signos y ovillos más acá de la muerte
El universo de la arqueología es un multiverso de simultáneas narraciones escondidas.
Sólo hay que dar con la punta del ovillo de una historia (ovillo que duerme su invisibilidad en un bloque de granito, en una lápida, en un extraño signo grabado en un inocente cacharro) para poder empezar a armar como paciente araña tejedora toda la tela de un relato lumínico. Y así es, exactamente: la arqueología se ilumina con los relatos que pudorosamente esconde tanto como un relato es capaz de dar lumbre a un aparentemente insípido resto arqueológico. Diálogo entre rocas, símbolos, enigmas y luces.
Tikal (nombre maya que significa “Lugar de las Voces” o “Lugar de las Lenguas”) se nos presenta entonces, como una ciudad que narra con sus monumentos y sus restos arqueológicos múltiples historias. Y aquí vuelvo a detenerme en una de esas historias, en una de amor.
Si uno acerca el oído a las historias sigilosamente esculpidas junto a las piedras y escalones de los templos de Tikal, éstos cuentan maravillosamente cómo la muerte es desafiada, negada (casi magnánimamente negada podríamos decir) cuando se ama de un modo plenamente auténtico. Apología del amor eternizable que vence la terrena finitud de los cuerpos, amor capaz de rendirse tributo a sí mismo sin necesidad de apelar a fantasmagóricos reencuentros en masalláes ni inverosímiles paraísos ni cielos falsamente prometidos. Hay amores (e historias de amor) que se honran a sí mismos en el propio relato que los relata, en la imagen que los imagina, recreándose -a fuerza de signos- en una suerte de presente perpetuo...
El universo de la arqueología es un multiverso de simultáneas narraciones escondidas.
Sólo hay que dar con la punta del ovillo de una historia (ovillo que duerme su invisibilidad en un bloque de granito, en una lápida, en un extraño signo grabado en un inocente cacharro) para poder empezar a armar como paciente araña tejedora toda la tela de un relato lumínico. Y así es, exactamente: la arqueología se ilumina con los relatos que pudorosamente esconde tanto como un relato es capaz de dar lumbre a un aparentemente insípido resto arqueológico. Diálogo entre rocas, símbolos, enigmas y luces.
Tikal (nombre maya que significa “Lugar de las Voces” o “Lugar de las Lenguas”) se nos presenta entonces, como una ciudad que narra con sus monumentos y sus restos arqueológicos múltiples historias. Y aquí vuelvo a detenerme en una de esas historias, en una de amor.
Si uno acerca el oído a las historias sigilosamente esculpidas junto a las piedras y escalones de los templos de Tikal, éstos cuentan maravillosamente cómo la muerte es desafiada, negada (casi magnánimamente negada podríamos decir) cuando se ama de un modo plenamente auténtico. Apología del amor eternizable que vence la terrena finitud de los cuerpos, amor capaz de rendirse tributo a sí mismo sin necesidad de apelar a fantasmagóricos reencuentros en masalláes ni inverosímiles paraísos ni cielos falsamente prometidos. Hay amores (e historias de amor) que se honran a sí mismos en el propio relato que los relata, en la imagen que los imagina, recreándose -a fuerza de signos- en una suerte de presente perpetuo...
-Amar, morir y renacer cada equinoccio
Vuelvo a desovillar el ovillo de Tikal, el ovillo de la memoria del rey Hasaw, el ovillo de los modos de amar… y morir.
De acuerdo con antiquísimas inscripciones funerarias mayas, se cuenta que el rey Hasaw estaba profundamente enamorado de su esposa, la reina Doce Macaw.
Se dice también que fue el propio rey quien construyó un templo-pirámide de cincuenta metros de altura (llamado “Templo de las Mascaras” o también “Pirámide de la Luna”) en honor a su amada frente al templo que una vez muerto él mismo ocuparía enfrente. Restos de amor frente a restos de amor.
Cronológicamente parece casi poder aseverarse que el rey Hasaw fue quien inició la edificación de las dos pirámides de Tikal (la suya propia y la de su esposa) pero desafortuadamente no llegó a verlas terminadas. Quien finalizaría la construcción de los templos y sellaría este deseo testamentario fue su hijo, Yik’in Chain K’awil. Memoria filial que busca resguardar el relato amatorio que le diera origen.
Cada primavera y cada otoño, un juego de sombras entre ambas pirámides desmiente el fin del amor. Como en un ciclo infinitamente repetible de retornos, el sol se levanta detrás del templo del rey, y una sombra baña de manera perfecta el frente del templo de su amada esposa y reina. Cuando el día pasa, en esas tardes selváticas de Tikal, y el sol comienza a ocultarse en el regazo del horizonte justo detrás del otro templo, el de la reina. En las tardes es ella y su sombra hecha pirámide la que baña de manera perfecta el templo de él.
Sombras de otoño. Sombras de primavera.
Sombras ponientes, sombras del ocaso.
Sombras.
Juegos duales entre el amor y la muerte.
Hasaw y Macaw se recuestan uno sobre el otro, eternos amantes que desconocen la tiranía de los siglos, ríendose desde sus sombras alternas de la garra inhóspita del tiempo, desmintiendo que la muerte termine con el amar, burlando la aparente indefectibilidad de la ausencia.
-Amar en ruinas…
Han pasado ya unos 1300 años desde que los cuerpos de Hasaw y Macaw cesaron de deambular por aquella espesa selva de Tikal. Hoy Tikal es una zona en la que se dan cita los rescatadores identitatrios de la cultura maya que desean mantener con vida el sentido de su civilización, de su lengua, de su historia, de sus ritos, de sus mitos.
Tikal es sinónimo de ruinas. Ruinas, sí, pero ruinas que respiran
Mientras, Hasaw y Macaw vuelven a templarse entre sol y sol, siguen siendo amantes que dejan un poco de morir cuando se tocan, cada vez que se vuelven a rozar desde sus proyectadas sombras, una y otra y otra vez.
Ruinas, sí, pero ruinas que aman.
Han pasado ya unos 1300 años desde que los cuerpos de Hasaw y Macaw cesaron de deambular por aquella espesa selva de Tikal. Hoy Tikal es una zona en la que se dan cita los rescatadores identitatrios de la cultura maya que desean mantener con vida el sentido de su civilización, de su lengua, de su historia, de sus ritos, de sus mitos.
Tikal es sinónimo de ruinas. Ruinas, sí, pero ruinas que respiran
Mientras, Hasaw y Macaw vuelven a templarse entre sol y sol, siguen siendo amantes que dejan un poco de morir cuando se tocan, cada vez que se vuelven a rozar desde sus proyectadas sombras, una y otra y otra vez.
Ruinas, sí, pero ruinas que aman.
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