"High Society"
Historia a-moral de las drogas
Joaquín Rábago
EFE - Londres
Un mundo extraño éste de las drogas, defendidas a veces por algún Estado a cañonazos, combatidas otras, sin demasiado éxito, a golpes de ley, como documenta una exposición que acaba de inaugurarse en la capital británica, High Society.
Es conocido en efecto el modo brutal con el que Gran Bretaña trató de resolver en el siglo XIX el comercio de opio con el que la East India Company trataba de pagar el té, la seda, la porcelana y otras mercancías que importaba de la China. El opio era ilegal en ese país y cuando el comisionado chino del emperador decidió requisar todo el opio importado por los británicos de la India para tirarlo al mar, el imperio británico, en nombre del libre comercio, atacó con sus cañoneras varios puertos chinos y obligó a ese país a firmar el acuerdo de paz de Nankín (1842). A partir de ese momento, las plantaciones de opio en la India se convirtieron en uno de los activos más rentables del imperio británico y el comercio con China permitió al Reino Unido imponerse claramente a las potencias comerciales rivales como España, Portugal y Holanda.
La exposición de la Wellcome Collection, que podrá visitarse hasta el 27 de febrero y que está acompañada de un libro (High Society: Mind Altering Drugs, de Mike Jay, Ed. Thames & Hudson), arroja una mirada desapasionada y ajena a cualquier tono moralizante sobre el fenómeno de los alucinógenos o estupefacientes. Un fenómeno que bajo una y otra forma se ha dado en todas las sociedades y que esta exposición examina históricamente desde sus orígenes en las culturas mediterráneas y del Oriente Medio y en otras partes del mundo.
High Society (Alta Sociedad), título que se ha dado a la exposición jugando con las palabras -high (alto) equivale también a "estar colocado" (drogado)-, parte de la idea de que la alteración de la conciencia mediante la ingesta de determinadas sustancias, ya sean actualmente lícitas como el alcohol o ilícitas como la heroína, es un "impulso universal". A partir de esa constatación, examina el uso de distinto tipo de drogas en todo el mundo bien sea con propósitos recreativos, experimentales, religiosos, medicinales o sociales, como parte de ciertos rituales que siguen practicando aún en nuestros días algunas sociedades tribales, todo ello en un claro intento de demostrar que las drogas no son una enfermedad exclusiva de la sociedad moderna.
La mayoría de las drogas que hoy se consideran ilícitas, como el cannabis, la cocaína o la heroína, se derivan de plantas que se han utilizado como medicinas durante miles de años, y así se han encontrado jarritas destinada al opio, fabricadas antiguamente en Chipre y distribuidas por toda el Mediterráneo.
El cannabis es una planta originariamente de Asia central, pero era ya conocida de los antiguos griegos mientras que los exploradores españoles que llegaron a América fueron testigos del consumo por los indígenas andinos de las hojas de coca, que sólo en el siglo XIX se sintetizaron para la producción de cocaína.
Las drogas se han utilizado y siguen empleándose también para motivos de interacción social, se explica en la exposición, que pone como ejemplos el uso que se hacen de una bebida como el ayahuasca, producida a partir de plantas alucinógenas, en rituales chamánicos de los Tukano, de la Amazonía colombiana, o el empleo del peyote, un pequeño cactus rico de mescalina, por el pueblo huichol, de México.
A finales del siglo XIX, conforme las drogas ganan en potencia, se comienza a tomar conciencia de que hay que controlarlas y se estudian distintas alternativas: educación, medicación o la más radical, criminalización. Esta última se aplicó en su día, sin demasiado éxito, al alcohol en EEUU, y hoy sigue aplicándose a diversos narcóticos gracias a una convención de la ONU que no ha evitado la existencia de un mercado ilegal que esa misma organización calcula que genera 320.000 millones de dólares de beneficios al año.
La exposición de la Wellcome Collection reúne objetos y testimonios relacionados con la historia de las drogas de etnógrafos, científicos, escritores o artistas. Entre esos nombres figuran Sigmund Freud, que escribió un panfleto sobre la coca; Albert Hofmann, el primero que describió la síntesis del LSD y sus efectos; Samuel Taylor Coleridge, autor de Kubla Khan, poema escrito bajo la influencia del opio; y Thomas de Quincey, autor de las Confesiones de un inglés comedor de opio. Están también el poeta francés Charles Baudelaire (Los paraísos artificiales), su compatriota Théophile Gautier (El club de los hachichines) o Henri Michaux, que pintó muchas veces bajo los efectos de la mescalina.
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