jueves, 31 de enero de 2008

Lo amado en lo imposible




(Va un poemetta, porque jamás habría de ocurrírseme que la poesía sea cosa ajena al pensar… )



Ay de mis amados imposibles…!


Como un relámpago plural llegan para irse...
como una vivencia huera ella de vivencia
me dan la caricia abierta del placer indómito.


Ay de mis amados imposibles...!

Bella potencia ciega de lo que soy
callada de nombre
insapiente de realidad
me lleva descalza
inaudible
en las noches infinitas
a caminar por desfiladeros sin bordes

que eres todos
mi amado imposible
besas impiadoso un espejo vacío aún de mí.


Ay de mis amados imposibles...!
Determinados como están
a empujarme el ojo contra la cerradura del punto cero,
ese mismo del que parten los no-mundos del “quizá…”


Ay… ay…mis amados imposibles!






Recuerdos de lo imposible



Hay instantes deslumbrantes en la memoria que, sin embargo, no son estrictamente “memoria”, no son hechos acontecidos, no nutren al recuerdo desde la facticidad de lo ya sucedido. Instantes en que lo imposible conspira a favor del placer, y de un extraño modo, se rehace el gozo por lo no-vivido-nunca en una imposible memoria. Memoria de lo imposible, sí, como una imposible memoria. Parece ser que también recordamos lo imposible.

Contra esta curiosa circunstancia bastante antilógica de “recordar lo imposible”, contra esta intensidad recordante de lo que está ahora mismo en el territorio de lo inacaecible, las dentelladas eficaces del olvido fatal nada pueden. Y nada puede.


Instantes esposados a lo intenso y amantes de la complejidad.
Instantes en que nos entregamos a memorizar… lo imposible?


Retornos que nos son tales (pues no hay un “qué” preciso al que retornar), retornos que no lo son porque no hubo punto de partida real.

Retorno a los imposibles, contornos de lo imposible.


Lo imposible es la traición silenciosa que se nos aparece repentinamente ante el deber que impone el estrecho marco de acción en que nos da alojamiento diario lo posible. Es, en cierta forma, una deslealtad vital hacia las amarras no demasiado flexibles que nos atan a lo real-duradero-verdadero (o al menos, a lo que ingenuamente creemos como tal). En lo imposible se quiebra la continuidad del tiempo encadenado a su línea y con este quiebre, se rompe el día y sus normalidades, se fisuran las noches y sus normatividades, se astillan las horas y sus estúpidas estelas de insignificantes tareas sisíficas. Lo imposible es desgarro de la habitualidad. Así, cuando nuestros callados e imprudentes imposibles contornan la memoria, lo hacen bañados con el recuerdo de alguna intensidad inenarrable. Y esta es una maravillosamente nítida base para intuir una definición positiva de lo imposible.


Recordar los imposibles es un acto de placer íntimo, íntimo e incomunicable. Uno de los múltiples modos de lo autoplacentero. Una suerte de masturbación, sin cuerpo, sin órganos, pero profundamente sentida en el cuerpo imposible de cada uno, ese cuerpo imposible abundado de potencia y en el que se traman juegos de placer con las intensidades existenciales despalabradas por irracionales, desbiografiadas por incorrectas, destituidas de la cotidianeidad por inmorales.

La memoria de lo imposible es, por todo esto, una memoria extremadamente sensible a la singularidad, y por esa misma razón, raramente encuentra cauce en los símbolos habituales del lenguaje. Cada quien sabe bastante poco de sus criptogramas de placerdeseo y sus conexiones con lo imposible. Éste, tan cercano como está al placer deseante -al menos en esta versión positiva y afirmativa de lo imposible que acá empiezo a arriesgar- gusta de imaginarizar sucesos increados, gestos no vistos, signos que no saben aún de la luz del sol. Recordar placenteramente los singulares imposibles que cada quien tiene sembrados en el no-camino que frecuenta lo inllegado, es asimismo un memorizarse a sí mismo activamente construyendo -sin saberlo- una identidad nomádica de sí misma en la cual se dibujan acuareladas las memorias de esos otros que, habiendo podido ser, no hemos sido.


Si la “memoria de lo posible” es memoria oficial -custodia y Hestia que debe trabajar cotidianamente para no apagar el fuego del hogar y mantener protegidos los valores dominantes-, la memoria de lo imposible es, en contrapartida, un antro de potencias insurrectas, no ya sólo contra el status quo vigente, sino contra el sí mismo de ese sujeto memorizado ya por sus conservadores posible, ya ahora por sus imposibles subversivos.

Pero lo imposible, en su aparente oleaje vacío, testimonia como una rasgadura producida en la memoria de lo posible (el cual, por su parte, siempre buscará por todos los medios conservar lo real).


Lo imposible como una huída de un instante eterno.


Lo imposible, como la deserción que efectúa el placer de los angostos ductos pre-armados del deseo (en este punto me veo como escuchando aquella majestuosa charla entre Foucault y Deleuze acerca de la tensión entre placer y el deseo…). En palabras del propio Deleuze:


La última vez que nos vimos Michel me dijo (…) no puedo soportar la palabra
deseo; incluso si usted la emplea de otro modo, no puedo evitar pensar o vivir
que deseo = falta, o que deseo significa algo reprimido
. Michel añadió: lo que
yo llamo placer es quizá lo que usted llama deseo (…) evidentemente no es una
cuestión de palabras (…) porque yo mismo no soporto apenas la palabra placer.

(Deleuze, 1995).



Aquí ando, entonces, con mis amados imposibles…


domingo, 27 de enero de 2008

Sin voz


Es finales de un domingo por aquí.


Lazy Sunday afternoon

lazy Sunday night .


Siento una vulgar pereza

ganas de hacer nada

y en el pensar, surge esa “cosa” anodinizante que aparece con el correr de las horas de los días domingos. Círculos por doquier. Círculos que me limito pusilánime-mente a seguir, tocar, dibujar en el aire con el bostezante dedo de la ociosidad cerebral.

Leo un destartalado y cintascotcheado diccionario de latín. Sí, siempre he amado leer con avidez y profunda concentración diccionarios. Los que sean, como vengan, de distintas lenguas, de sinónimos y antónimos, aunque los de etimologías me pueden, pero todos los diccionarios me pueden, por lejos, son los libros que seguramente rescataría si quedara varada en una isla desierta. Cueva de sentidos extraviados, callejón de secretos vueltos tercera acepción, acobijado cauce para imaginar nuevas combinaciones de letras para nuevas combinaciones existenciales (tengo un minidiccionario de bonitos neologismos de mi autoría en los que me divierto imaginando mejores volteretas para nombrar lo aún innombrado), arcón de usos tristemente perdidos como si fueran valiosas llaves extraviadas de un pasadizo oculto de un castillo renacentista, todo eso y tanto más me inspiró y me inspira a leerlos desde siempre. De hecho, este de latín tiene su historia propia (qué libro no la tiene finalmente cuando entra a nuestro mundo privado…) y el pobrecito parece que se salvó en un incendio, una vela caída, un sahumerio derrotado por la ley de la gravedad, o una gran quemadura que no pasó a mayores, circunstancia cual sea por la que le quedó una mancha negruzca ya cicatrizada entre la portada y la página noventa… como sea, un sobreviviente, este diccionario de Spes de 1973.

Leo…

“Posible”, del latín possibĭlis.

“Imposible”, del latín impossibilis.

Y sigo, entonces los rieles de ambas palabras para entender más exactamente qué se juega en esa partícula privativa im-”.

Llego a algo curioso:

Impossibilis


Impos-: que no es dueño de, que no posee


¿De qué no somos dueños en lo impos-ible?

¿Por qué en lo impos-ible se pone en juego la herida de no poseer?

¿Es este maldito agujero en la posesión lo que hace que lo deseado y lo imposible formen una pareja para el desvelo de nuestras racionalidades bienpensantes?

Lo imposible… allí radica un sentido pleno de la no propiedad, de la imposibilidad de “adueñarnos de”, ni posesión ni detentación.

Los imposibles desvelan porque en ellos aún no estamos, y por ende, nuestra marca etiquetadora narcisista tan voraz y afecta a hacer “propiedad privada” de todo lo que pueda, queda en lo imposible invertida en sus términos y así, “privada de propiedad”.

Ahí está, lo imposible, como una suerte de instante inarribado saturado de esperas sin tiempo, sin luz sin visión. Lo imposible es ciego de sí mismo, invidente e invisible, desconocedor del sonido que nombra y al nombrar dota de existencia, una afonía sin voz, “ni voz… ni yo”.


Lazy Sunday afternoon

lazy Sunday night


Un domingo como un círculo.


viernes, 25 de enero de 2008

En los límites de la libertad ( II )


Nuestras opciones.

Digamos que las opciones cuando son tales, no tienen demasiado de singular, y sí apestan a subjetividad precocida en el horno de los dispositivos biopolíticos.

Veamos un ejemplo candente para explicitar someramente este mecanismo de falsa elección y circulación de la mortificación, los valores tradicionales y el problema complejo de la libertad: me referire asi a la problematica del aborto. En la misma se ha remarcado hasta el cansancio que quien elige no traer un niño a esta tierra ha hecho justamente eso: elegir. Se insiste, de un lado y otro del debate, en que se ha elegido. Eligió la que ha abortado, y también ha elegido la que ha dado a luz. El punto a destacar aquí no sólo es acerca de la distribución de la culpa (que por supuesto, queda adherida al caso de la que ha interrumpido un embarazo) sino la distribución de la virtud (que desde luego, busca coronar con la gloria de una supuesta bienaventurada maternidad esencialista a la que ha resuelto parir al vástago). Curiosamente ambos discursos están atrapados en la supuesta libre elección de estas dos hipotéticas mujeres. Quien elige traer un ser a este mundo, lo hace sumido en un conjunto de condiciones-condicionantes que podrán ser más o menos adversas, más o menos concientes, más o menos “forzadas”, pero que definitivamente ubican ese alumbrar en el horizonte de lo posible. Y ese nacimiento se inscribe, por lo tanto, en el "orden de lo posible". Si los deseos de ser madre están anudados a las representaciones sociales dominantes que, en su voluntad uniformizante, exigen a la mujer, para ser tal, ecuacionar con ser madre (antigua ecuación mujer=madre) pues una vez más no estamos hablando de elegir sino de optar entre una cierta cantidad bastante restringida de modelos de “realización” de lo femenino. Incluso correrse de ese mandato social maternalizante de la feminidad, corre el riesgo de terminar siendo un mandato más a optar si consideramos que no-ser-madre podría experimentarse como uno de los modelos a escala de lo femenino disponibles para las subjetividades en tránsito de este nuevo siglo. Más allá de ser madre o asumir una existencia sin llegar a serlo, el aborto deja en visibilidad el tema de la libertad de elección. Recuerdo un grupo cristiano pro-choise llamado “Católicas por el derecho a elegir”, lo cual no da sino la pauta de que incluso dentro de las propias practicantes de la religiosidad hay espacio suficiente para ubicar la idea de “elegir”. Esto me huele raro, me dije en su momento. Hoy, muchos años más tarde no puedo menos que hacer de esa rareza de entonces la obligacion de un ejercicio de sospecha. Personalmente adhiero con total convicción a este llamado “derecho a elegir”. Pero digamos que se trata más bien de un derecho a optar: ser madre o no, serlo en un momento de la vida pero en otro no, continuar el embarazo pero evaluar la dación en adopción del recién nacido, y/o todas las diversas formas que adquiera el ejercicio de este derecho. Se trata no de elegir, sino de optar pues no hay invencion propiamente dicha en tales situaciones sino opciones dentro de practicas decisorias preformadas. Asimismo, las condiciones que hacen posible la maternidad para una mujer, son condiciones para hacer posible la no-maternidad para otra. Las opciones no son demasiadas en ninguno de los casos (en la mayoría de las situaciones de este tipo se trata de auténticas disyuntivas) y la decisión por que se opte con respecto a ese posible cuya fácticidad se desarrolla nada menos que en las cavidades del propio cuerpo, estará sujeta a las condiciones de posibilidad que cada una evalúe como viables para seguir adelante con el embarazo, o a las condiciones de posibilidad que otra evaluará como viables para interrumpir la gestación. En ambas posiciones asumibles con respecto a esta disyuntiva, estaremos siempre hablando de una sujeción a lo posible. Evaluar la posibilidad de un aborto es complejamente eso mismo: trabajar emocional, afectiva y racionalmente sobre lo posible. Un primer posible, digamos, primario (la gametogénesis disparada en su aparato reproductor) sobre al que siguen nuevos posibles o posibles secundarios (los que sucedan a partir de optar, o más ajustadamente, de ubicarse en una de las dos acciones que supone la disyuntiva de proseguir o interrumpir). A decir verdad, también se podría rastrear en este eslabonamiento de posibles, los posibles que precedieron tanto como los que seguirán, pues ya ha quedado expuesta la cordial relación entre lo posible y las linealidades causales temporales. Como va quedando en claro ya a través de este ejemplo, tampoco se trata de dilematizar falsamente lo posible (alumbrar un nuevo ser) contra lo imposible (imposibilitar una vida en proceso, asesinar, tal como lo presenta enfermamente la culpógena visión del catolicismo) sino de un mismo posible abordable luego desde diferentes decisiones que comprometerán, claro está, el suceder de otros siguientes posibles. Se trata de cómo será la continuidad o discontinuidad de un mismo posible, un mismo “ya sucedido” (el embrión está ya alojado en el útero de esa mujer más allá de cómo siga el decurso de este hecho en sí, junto con esa génesis de tejidos es lo que hay) adviniendo sí nuevas configuraciones que devendrán de la decisión que tenga lugar en la existencia concreta de esa mujer en particular con respecto al hecho real de que ya su célula reproductiva se ha cruzado genéticamente con otra célula reproductiva masculina exitosamente (hablando en términos de reproducción biológica) y se ha disparado un incesante proceso de diferenciación y multiplicación propio del desarrollo de la embriogenia. Las divisiones mitóticas de su óvulo fecundado, las segmentaciones, la gastrulación, y toda la epigénesis que se desata en el amnios al interior de un cuerpo femenino, simplemente pueden suceder y en estos casos, suceden, y todo ello conforma el posible sobre el cual se inscribe la futura decisión. En este punto lo posible sinonima con lo real. Este proceso en el que lo posible sucedió bajo condiciones facilitadoras para ello, está en sí mismo, exento de valor, de culpa, e incluso de sentido que no sea otro que la perdurabilidad de la especie humana en el juego ateleológico de la evolución en general.

Por más soberanía decisoria que pueda tener una mujer para dar curso a ese embarazo o para interrumpirlo, lo hará siempre sobre lo posible de un real sucedido sobre el que no hay nada que hacer pues ya es pura facticidad, no hay nada allí que elegir. Sucede. Es ya. Se ha disparado. Es su posible. Un posible que escapa de ella misma desde el momento en que “se ha hecho hecho” en la mórula. Lo que sí podrá es significar esa organogénesis, ese posible ya instalado, a través de sus decisiones futuras, las cuales como ya se señaló, se hallan siempre situadas, restringidas, condicionadas, y en consecuencia, no libres. Así planteadas las cosas, el discurso feminista aún apelando a la falacia de las libertades individuales de una mujer gestante, sin embargo, es el que se encuentra más cerca de la puerta de salida con respecto a esa mentira condenatoria llamada “free choice”. Aún reivindicando la libertad de elegir como derecho de las mujeres -siendo ambas expresiones inadecuadas en sentido estricto pues no hay ni libertad ni elección sino un posible y consecuente devenir ligado a opciones restrictas- este derecho supondría la existencia de un grado de independencia prácticamente ideal, por no decir inexistente desde el que se elegiría a conciencia (con todas las salvedades también que implicaría saber qué queremos decir exactamente con este “a conciencia”). Pero pese a todo, la postura feminista en sus matices y diferencias al interior del colectivo femenino, no deja de ser más acertada, liberadora, desculpabilizante y adecuada por lejos si se la compara con las retrogradeces que el discurso moralizante tradicional ha enarbolado contra el aborto. Y esto es asi, primero porque el feminismo sitúa a cada mujer en sus concretas coordenadas y no en un supuesto universal abstracto. Y digo que se encuentra más cerca de denunciar la mentira de la libre elección incluso a pesar de apelar a libertad y elección sin haberlas estrictamente hablando, porque la asíntota del discurso de género con respecto a la libertad ha sido relevante siempre, y ha denunciado constantemente que abortar o no hacerlo se trata en última instancia de un asunto que pone en juego ni mas ni menos que la soberanía sobre el propio cuerpo. Y el cuerpo es humus de lo posible, y por eso mismo, esclavo de las razones concientes y las cadenas causales. Pero sobretodo, un cuerpo singular es un enigma de potencia, como tan bien lo dejara sentado el gran Baruch. El cuerpo, un cuerpo pleno, un cuerpo en el esplendor de su realizabilidad es inimaginable en su potencia, es campo de fuerzas para lo imposible.

Me gustaría analizar los vaivenes y locuras que ha acarreado a la masculinidad el mandato masculino hombre=padre, pero me voy a ir al carajo del tema central de elegir/optar en sus complejas anulaciones con lo posible. El asunto es, no podemos movernos fácilmente de los modelos, ergo, se opta. Pues el costo de romper en serio modelos exige de un violentamiento tal de los libretos, un apartamiento tan radical de la pobreza de “lo que hay”, un exceso de vitalismo, una soledad de la serialidad tal, una derroche de alegría, una generosidad que no deja de ser autoafirmadamente altiva, una capacidad para dar abrazo hacia todos los tonos del propio alma y el vivir, una dosis tan alta de anticuerpos contra el resentimiento, y una coherencia en la cotidianeidad combinatoria que adquieren día a día todos estos elementos que tan magna tarea sobre sí mismo, no es abordable por cualquier espíritu mediocre. Y como decía el maravilloso Álvaro de Campo, por tinta y boca de Pessoa, en su “Tabaquería”:


El mundo es para quien nace para conquistarlo

y no para quien sueña que puede conquistarlo,

aunque tenga razón.


Lo posible en si me exige un tipo de riesgo las más de las veces semicontrolado, pero casi siempre garantiza un máximo de funcionalidad social. ¿Por qué? Porque cuando se “leen” adecuadamente las condiciones de lo real, se las interpreta lógicamente, se puede aprovechar racionalmente para determinado fin este terreno fértil para que suceda… lo posible. Lo posible, simplemente sucede. Su carril es el suceder. No hay corte, o casi no lo hay. No hay quiebre, es casi un decurso “natural” de las cosas cuando las escenografías e interacciones se leen inteligentemente. Lo posible es un llano suceder muy demasiado aliado a lo real, e incluso confundido con este ultimo. Claro que con esto no quiero decir que en lo sucedido-posible no haya quantums de energía puestos en juego, o que esa planicie de condiciones sobre las que se arma la posibilidad en su concretud esté exenta de exigencias y apuestas y proyectos y temblores. Pero lo posible se mueve en las aguas del “plan racional”, de los propósitos, de las finalidades, de los objetivos, de lo que “razonablemente así debía suceder”. Y en esas aguas hay mucho sedimento cercano a la razón, a lo supuestamente objetivo, al deber, pues si es posible es que no ha podido ser de otra manera. Ha debido ser así. Ha sido necesario que así sea. Es ya.

Pero insisto, esto a lo que solemos llamar “lo posible” no es un acontecimiento.

Ya estoy metida en estas aguas que agitan sus espumas entre lo posible y cuencen sus mareas en lo imposible. Nadare. Y advierto entre los juegos de la sal y las calmas que simulan serlo, que es bajo la ley de la unidad de los contrarios donde hierve subterráneamente lo imposible.


Otras corrientes
el mismo elemento
y arremolinados imposibles.

Alli estare.



* Uffffffffffffffffffffffffffff, mi teclado parece sufrir una suerte de esquizofrenia tecnica por la cual oscila entre permitirme la escritura de los acentos, e impedirmelo, dependiendo de no-se-que a decir verdad... intentare no apelar al animismo tecnologico pero juro que he empezado a lanzarle miradas endiabladas y ha sentir microdeseos de aniquilacion insultante hacia sus teclas en rebelion. Perdon por la oscilacion entre palabras correctamente acentuadas y repentinas que no lo estan -como esta-. Intentare resolver esto para el proximo post.

En los límites de la libertad ( I )


(Diario de pensares)


Pero las verdades aplastantes
perecen al ser reconocidas.

Albert Camus
Le Mythe de Sisyphe
(1942)


(Creo que he tenido una sobredosis de Camus en clave critica)


Queridos todos: es la hora apesadumbrada de correr el pesado cortinado que cubre a esa mentirilla santurrona que todos recitamos a diario. No se elige stricto sensu. No hay libre elección. No hay libre albedrío. ¿Elige a caso el personaje mítico escogido por Camus la ladera de la montaña que remonta cada día, el peso de su roca, o incluso la bajada que desanda sin ya la carga sobre sus dolidos hombros? No. No los elige. Hay un solo momento en que Camus cree poder imaginar la imposible libertad de Sísifo, uno solo. Pero no me adelantaré a la mesa de los manjares que se trae este asunto de lo posible, lo imposible, la libertad y no a-elegido. La creencia de elegir ha sido una de las más exitosas mentiras sacralizadas por los monoteísmos triunfantes para lograr ubicar más nítidamente el concepto de pecado, la noción de la culpa, el sentido de “penar”, pagar por lo “elegido” erróneamente, ser castigado por las decisiones tomadas a la vera de los valores dominantes. Quedamos metidos en un manojo de opciones que determinarán nuestros posibles y se nos ha hecho creer -como escolares recitando el himno a la patria- que somos dueños de nuestros posibles, hacedores de nuestras opciones, gestores de nuestro deseo.


Desde tan lejos
tan
los embustes de la Verdad
que no es
lejos tan lejos de las patas cortas
corren con ventaja
tan lejos
tan delante nuestro
tan..



Pendientes de lo posible

Siento como si el deseo siempre estuviera ligado a lo imposible, a cierta ansia hundida en la inconcretabilidad inmediata, y a veces, definitivamente mediata. Pero, de qué hablamos cuando hablamos de lo imposible?

Me pregunto si lo imposible se encuentra en ese “no lugar” que le es tan propio sólo porque nosotros, insignificantes decodificadores de signos visibles, no tenemos acceso real-visual a él. Será que lo imposible es tal porque no logramos adjetivar algo con la corona de la realización, con la certeza aparente de lo fáctico, con la pereza cómoda de lo acomodable a la duración? Es que lo imposible es próximo al instante y su fugacidad estructural y por eso casi no poseemos registro memorizable de su breve advenimiento? Lo imposible, o un pájaro que desconoció el sacro valor protectivo de las jaulas. Lo inasible, lo perdidizo, lo inacabado. Lo imposible, sólo un vuelo sin registro en los radares oficiales de los apuntes del cronista. Un hilván pendiente del que se pende en estado invisible. Un suspenso que ha perdido la ruta del retorno. Lo imposible como lo no posible de hacerse posible.

Acudo a pensar lo imposible con las viejas y gastadas armas de la palabra (qué otras sino me quedan más que aquellas de las que a veces me provee mi insurrección en el silencio) y puede entonces que para pensar lo imposible haya que despellejar la expresión misma, y estilete en mano, ver que nos depara un primer desencastre del término en cuestión. Imposible, léase im-(prefijo negativo) posible (radical común). O sea que parto a este viaje por lo imposible con el optimismo de llegar a algún puerto que me indique que en eso im-posible habita lo posible, o sino -mi plan B, porque siempre es bueno hasta en estado de optimismo conservar una dosis de escepticismo con respeto a las expectativas- al menos llegar a merodear por qué tipo puente compartido transitan ambas expresiones, lo imposible-lo posible. Así planteado, me sumerjo en esta bisagra.

Lo posible siempre está ligado a la posibilidad de acceso, a cierta lógica desde la que puedo hallar la llave de la accesibilidad para que algo se haga “hecho”. En todo posible hay una maraña no siempre fácilmente desentrañable de condiciones llamadas “reales” que permiten, justamente, que lo posible suceda. Hay condiciones de posibilidad. Condiciones y posible son dos términos que suelen encabalgarse en el discurso común cuando se expeta que se comprendan hechos. Y pareciera que allí, en esa pradera de condiciones que se me regala a la vista, en ese estado en que las cosas encajan con armónica sencillez y casi modestia, allí, se ha de suceder lo posible. Lo posible emerge, entonces, pero emerge porque hay condiciones facilitadoras para esa emergencia. Habrá mejores condiciones facilitadoras para un “posible” como también puede haber condiciones facilitadoras empobrecidas -o incluso hasta adversas en cuyo caso la pradera se hace desierto pero lo central aquí es que sigue siendo territorio posibilitante- para el mismo “posible”. Insistamos, se trata siempre de condiciones que posibilitan la emergencia de lo posible.

Pero lo posible no es un acontecimiento.

Lo posible sucede sin mancillar demasiado -o incluso a veces nada- el orden. Puede incomodar al orden en el peor de los casos, pero el suceder de lo posible en sí mismo no quiebra el orden de lo instituido. Pocas cosas menos subversivas hay que lo posible. Lo posible se monta en la llaneza de “lo que hay”. Lo posible es sólo lo posible. Y no más. Aclaro que no se trata de tautologizar, sino de afirmar que en la posibilidad no hay voltaje, ni vibración. Hay lo que hay. Por supuesto que, para total consuelo desesperado de los que se empeñan en sostener que en lo posible hay elección, existe el discurso. O el relato, mejor dicho. Lo que decimos sobre lo posible puede estar tallado con las palabras de la libertad, de la elección. Pero ya se sabe que un narcisismo que no puede admitir estar herido por sus propias humanas carencias, encuentra en el lenguaje el recurso perfecto para enmascarar su angustia intramitable. Así, el lenguaje como encubrimiento.

Lo posible, ligado como está al empobrecimiento inadmisible de saber que se está jugando con las apocadas cartas de “lo que hay”, no es un tablero apto para las intensidades. Antes bien, al estar poniendo la potencia en un plano cargado de limitaciones (hay lo que hay) lo posible finalmente termina por depotenciar a sus jugadores y empujar sus cuerpos más tarde o más temprano, al pozo ciego de las pasiones tristes. En el círculo cerrado de “lo que hay”, las precondiciones para el resentimiento aúllan su triunfo una vez más.

Lo posible deja a la linealidad temporal en paz consigo misma, dado que su suceder está aferrado a la idea de “consecuencia” y sus metonimias: lo posible, lo brotante, lo causal. Un brotar consecuente con sus circunstancias, tal como sale la raíz de la semilla, el tallo de la tierra, el fruto de la madurez de cierto factum objetivo, de eso se trata el orden de la posibilidad.

Lo posible es un fruto. Fruto de las circunstancias que lo posibilitaron. Fruto porque es un resultado, un punto dentro de una hilera de puntos. Uno más. Más visible tal vez. Pero uno más. Es la resultante de condiciones aportadas por la gentileza racional que posee cierto costado de lo real, o por lo azaroso irracional que se abisma en su otra cara.

Nuestros posibles son nuestros frutos.

Frutos tibios algunos.

Fríos, otros.

Podridos por dentro, una importante cantidad de ellos.

Cosechamos nuestros posibles como el hombre de campo levanta la vendimia: con finalidades mediante, con fines que justifican la tarea de conservar nuestros frutos-posibles. E incluso, hay que decirlo, trabajamos arduamente para preservar nuestros posibles: sacamos créditos, hacemos horas extras, soportamos incomodidades, y incluso… nos sacrificamos inmolándonos por nuestros conquistados frutos. Ay del hombree!!! Qué animalillo de carga!!! Qué ser imposibilitado para desmentir su propia estupidez!!! En nombre de sus posibles se cuelga la cadena al cuello y hasta sonríe para la foto!!!

Cada biografía, en última instancia, no es más que la enunciación ordenada de esos aparentemente singulares “posibles” que advinieron como tales en una vida vista como un plano. Los posibles permiten mapear una vida, seguirla como si se tratara de una cosa que anda marcando con sus pisadas “reales” lo real. Lo posible, es asimismo lo irrefutable. La Verdad, en el sentido más desfachatadamente sustancialista, es lo constatable, aquello que no puede fácticamente modificarse ya (aunque nuevamente resalto que siempre se dispone de la posibilidad de la interpretación y sus “maleabilidades” hermeneúticas a través de las que decir sentidos siempre nuevos aunque no ilimitados en número sobre un mismo hecho, esto para bienestar y larga vida de los psicoanalistas). Siempre puede “des-relarse” un relato y de esto tenía bastante para decir el por mí recordado dramaturgo rosarino Jorge Vidoletti.

¿Si hay elección de nuestros posibles?
Mi tentación a una respuesta radicalizada me muerde los talones.

Diría “-No”.
Digo “-No”.
No parece haber demasiado de libre elección en los posibles. Hay algo de pseudoelección, si se quiere. De cierto “natural” escoger que, finalmente visto con mirada aguda, no es tal. Pero esto es discutible. Aunque me inclino a ver la elección de nuestros posibles mas bien como un menú de opciones (que puede ser más ancho para algunos y muy estrecho para otros, o variar para la misma persona a lo largo de su vida) pero opciones al fin, que esperan como tales, ser optadas. Se opta, no se elige. Y se esas opciones se siembra el terreno de la posibilidad.

Optar es propio de la logicidad de lo posible.
No se trata aquí, de modo alguno, de libertad.

Cualquiera podría intentar comenzar a refutar lo anterior diciendo que ha elegido su oficio, su carrera, ha elegido tener el color de su perro, escogió una esposa, su casa, su hijo, ha elegido sus viajes, su barrio para vivir, su periódico para leer, ha elegido su partido político a quién votar, su presidente, su marca de auto, el tabaco que fuma, el vino que bebe… y así, un sinfín de elecciones que podrían ordenarse por el grado de trascendencia con que cada uno las ubica en el mundito de sus valoraciones personales -dado que la elección de un programa favorito de TV no estaría en la misma casilla de la elección de una pareja, bah, eso creo aunque he visto algunos casos que bien podrían desmentir esta jerarquía-. Elegir no es un verbo justamente exento de matices, pero elegir es muy otra cosa que abrir el menú (haciendo como que no se abre, claro está, no vaya a ser que la mirada de los otros advierta mis esclavitudes a los destinos preformateados). Pero vuelvo a hacer notar que optar no es elección. Porque se opta siempre desde un “disponible”, y de ese disponible surge y emana lo posible. Sé que suena duro para los cultores del “Yo decido”, “Yo elegí”, “Yo he sido libre”, pero en lo que hace a elecciones estrictamente hablando, hay mucho menos de libertad de lo que suponíamos aquellos que hemos crecido con el Existencialismo aún demasiado cercano a nuestras espaldas. Ya no se trata de pensar en seres cuyas libertades están histórico-social-económicamente situadas. Se trata de que eso que llamamos “libertad de elección” se llevaba de maravillas con la ilusión de un sujeto fuerte, autocentrado, decididor, prevalentemente racional, en estado de control, afirmado en su conciencia, identitariamente siempre igual a sí mismo. Rasgado este modelo de sujeto quedaron a la vista las hilachas sueltas no ya del sujeto mismo, sino de su sujeción. Sujetado a su desconocido caos interno, débil ante el poderío inmanejable de sus pasiones, frágil ante el espectáculo de los valores dominantes siempre en estado de reciclamiento, descentrado de sí mismo, sumido en múltiples “opciones de ser y hacer”, deshegemonizado por saberse sujetado a condicionantes inmanejables (los escenarios económicos, su inconciente, los valores duros aún vigentes, su propia neurobiología desconocida, sus ignotos vaivenes químico-cerebrales, etc.) este sujeto ha dejado de serlo para pasar a ser un sujetado sujeto a la información de sus sujeciones pero sin poder hacer con ellas no mucho más que cargarlas, como la roca de Sísifo. Lejos de controlar este multiuniverso contextual e íntimo que los configura, los seres del siglo XXI reorganizan su libertad perimetrándola en opciones: elegir un nickname para jugar a las identidades, optar por una marca para creer que se está eligiendo un objeto, o más lejos aún, escoger un estilo de vida creyendo elegir un modo de existir.


La desnudez de lo imposible




Sobre lo imposible… hummm… qué es lo imposible? Por qué algo nace-queda-vira hacia lo imposible? ¿Qué relación ha de existir entre lo posible, lo real y lo imposible?

Este escrito debería haberse titulado de otro modo, no sé, más palabras, u otras, o mejores, o aun, sin palabras.


Lo imposible.
Pienso. Pienso que lo imposible duerme desnudo
sin palabras.


Sí, para ser honesta y concordante con el asunto que me urge, esto no debería titularse sino, textualmente, in-titularse. Carecer de título, no saber de él. Hacer un blanco, un vacío para que advenga. No quiero denominar a esta escritura con palabras posibles, quiero palabras que bailen danzas imposibles, unas que borden genuinamente con hilo invidente un ensayar sobre la imposibilidad. Y un título que vaya adviniendo solo, por sí, o no advenga nunca pues finalmente es un título para un ensayo sobre lo imposible. Incluso debería poder decir sobre lo imposible con un abecedario invisible, con letras no llegadas a la escritura todavía. Debería olvidarme del teclado, de la pantalla, el cursor, la electricidad, mi escritorio, mi cuarto, esta ventana soleada hasta lo inconmensurable, las horas, todo, yo misma olvidarme de mí. Quitar todo lo posible que, sin embargo, posibilita un marco para pensar sobre lo imposible. Debería juntar todos mis posibles, echarles un último vistazo y tirarlo desde este piso 17 hacia la nada, y ahí, sí, auténticamente dejarme arrastrar hacia las no condiciones, las no razones, los no reales entre los que oigo respirar lo imposible. Debería haber podido acercarme a lo imposible como una ciega dichosa que entra en la transparencia de lo inllegado. Abrir un espacio no topológico y desde allí hacerme pensar, casi, sin mí. O con esa que sea mi más imposible mí misma. Debería escribir sobre lo imposible fuera de esta terquedad que alinea al tiempo volviéndolo ordenablemente sucesivo. Desordenar la vulgaridad del tiempo causalizante. Huir de la tirantez arrogante de los transcurrires. Hablar de lo imposible bajo el lenguaje con que se hable en las curvatsuras del tiempo, o deslizarme en una línea vertical que se abra hacia otra dimensión temporal sin dirección, una huída que vuelva ajena al tiempo toda horizontalidad. Pero apenas soy mortal y dispongo de estas pocas prendas de batalla que son las palabras secuenciadas de este mundo, estas etiquetas gastadas, esta demora llamada “escribir”.

Quizás esto que estoy ensayando en mi cabeza hace unos días, unas noches, unas horas, unas vidas, es acerca del deseo de lo imposible, o lo imposible como deseo.

Y quizás no.

Tal vez esto que me araña cálidamente las ideas desde hace una tormenta atrás sea sobre pensar las maldiciones tiránicas de lo real, quizás sea intentar conjurar la dictadura de lo necesario, tal vez sea sobre cómo comprender ese algo de absurdo que siempre tiene la roca que se solidifica en cada vida, esa roca singular que subimos por nuestras cimas cada vez y que nos hace a todos -un poco más, un poco menos- condenados Sísifos.

O tal vez no.

No.

Tal vez sólo intento pensar si lo posible es algo del orden de lo elegible, si hay libertad en lo posible, si elegimos cuando nos movemos en lo posible o simplemente “creemos” elegir (dicho más claramente, si no se trata en el fondo de que nos queremos hacer creer a nosotros mismos que hemos elegido) cuando hablamos de lo posible.


Oh alma mía,
no aspires a la vida inmortal,
pero agota el campo de lo posible.
Píndaro
III Pítica.


¿Qué flores y pestilencias se siembran en el campo de lo posible?
¿Qué nudo indesatable volvió viejos amantes a la imposibilidad y lo posible?

Píndaro está callado.
Mientras, pienso.

Pienso, como si pensar lo imposible fuera posible de pensar.

pienso
en minúsculas

pienso
lo imposible
como dibujo
un desnudo
esperando en la tela
rebalzar
un desnudo
en vigilia de la violencia deseosa del color .





martes, 22 de enero de 2008

Cuando quieras quitarte el antifaz...


TABAQUERÍA



(Fragmentos del poema de Fernando Pessoa

del heterónimo “Alvaro de Campo”)







No soy nada.

Nunca seré nada.

No puedo querer ser nada.

Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo



(…)




Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.

Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme

y no tuviese otra fraternidad con las cosas,

que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle

la fila de vagones de un tren, y una partida pintada

desde dentro de mi cabeza,

y una sacudida de mis nervios y un crugir de huesos a la ida.

Hoy estoy perplejo, como quien pensó y encontró y olvidó,
hoy estoy dividido entre la lealtad que debo
a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera
y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fallé en todo.
Como no tuve propósito alguno tal vez todo no fue nada
Lo que me enseñaron
lo eché por la ventana del traspatio.
Ayer fui al campo con grandes propósitos.
Encontré sólo hierbas y árboles
y la gente que había era igual a la otra.
Dejo la ventana y me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Qué puedo saber de lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿ser lo que pienso? ¡Pienso ser tantas cosas!
¡Y hay tantos que piensan esas mismas cosas

que no podemos ser tantos!



(…)



(Come chocolates, muchacha,
¡Come chocolates!
Mira que no hay metafísica en el mundo como los chocolates
Mira que todas las religiones enseñan menos que la confitería
¡Si yo pudiese comer chocolates con la misma verdad

con que tú los comes
Pero yo pienso y al arrancar el papel de plata, que es de estaño

lo tiro todo al suelo, lo mismo que he tirado la vida.)



(…)



¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas-,

y quién sabe si realizables,

no verán nunca

la luz del sol verdadero

ni encontrarán quien les preste oídos?

El mundo es para quien nace para conquistarlo

y no para quien sueña que puede conquistarlo,

aunque tenga razón.



(…)



Cuando quise quitarme el antifaz

lo tenia pegado a la cara.

Cuando me lo quité y me miré en el espejo,

ya había envejecido.

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lunes, 14 de enero de 2008

La involuntad de la memoria (o los modos de no poder olvidar)

Vaya, hoy me he despertado con un cielo inesperado sobre mi cabeza. Nublado, muy nublado amaneció hoy Bangkok, y no es tiempo de lluvias. Por una coincidencia de la vida y las circunstancias, yo estaba “nublada” también. El clima, las nubes oscureciendo el cielo, lo inesperado y completamente inusual de esta circunstancia, todo estaba allí, junto. Los factores atmosféricos y mi animidad, una sola pieza. Indistinguible dónde empezaba uno y terminaba la otra.

Un cielo depotenciado o un yo nublado.

Qué más da la distinción y la mezcla de adjetivos cuando cualquier esfuerzo por diferenciar una cosa de la otra nada modificaría.

Escuché bastante música, me desnublaba por momentos pero en otros, los pentagramas me empujaban hacia una especie de estado de prediluvio emocional. Como sea, acudí a gente y sonidos muy diversos, Gnarls Barkley y su Crazy unas varias pasadas, La Renga, un par de tangos de Goyeneche, Coldplay, La mancha de Rolando, Aerosmith, Calamaros (ambos dos, Javier y Andrés)... qué sabor auditivo a… ensalada. Luego debía acompañar a gente querida de visita en este continente a comprar unos trapos a los mercados archibaratos de Bangkok. No quería hacer nada, pero salí autoimponiéndome la obligación dado que en unos dias más vuelven a Buenos Aires. Tomé el tuk-tuk, luego el skytrain y allí terminé: me hundí horas entre telas nepalesas, texturas de la india y mucho silk de la zona, todo en medio de una semimaraña de seres deseosos de rendir tributo al consumo, cosa que acá puede hacerse por muy poco dinero. Como sea, la tarde pasó. Y hasta llovió. Toda esta estúpida suma de aconteceres no me quitó la nubladez de mi clima existencial con que inicié el día.

Volví a Gnarls Barkley, otra vez más! Qué letrita… y qué video! Inspirado en la terriblemente inesperada e incontrolada proyectividad a que invitan las manchas de tinta del conocido Tests de Rorschach…


Crazy

I remember when, I remember, I remember when I lost my mind
Recuerdo cuando, recuerdo, recuerdo cuando perdí la cabeza
There was something so crazy about that place
Había algo de auténtica locura en ese sitio
Even your emotions had an echo in so much space
Incluso tus emociones hacían eco con tanto espacio

And when you’re out there - without care
Y cuando estás ahí afuera
Yeah I was out of touch
Yo estaba ido
But it wasn’t because I didn’t know enough
Pero no era porque no supiera lo suficiente
I just knew too much
Era porque solo sabía demasiado

Does that make me Crazy?
¿Y eso me hace estar Loco?
Does that make me Crazy?
¿Eso me hace estar Loco?
Does that make me Crazy?
¿Eso me hace estar Loco?
Possibly
Posiblemente

And I hope that you are havin’ the time of your life
Y espero que estés dándote la fiesta de tu vida
But think twice, that’s my only advice
Pero piénsatelo dos veces, ese es mi único consejo

Come on now who do you, who do you, who do you, who do you

Vamos, quién te crees, quién te crees,
think you are, ha ha ha, bless your soul
quien te crees que eres, jajaja, bendita sea tu alma,
you really think you’re in control
tu realmente te crees que lo tienes todo bajo control

Well, I think you’re Crazy
Bueno, yo creo que estás Loco
I think you’re Crazy
creo que estás Loco
I think you’re Crazy
creo que estás Loco
Just like me
igual que yo

My heroes had the heart to put their lives out on a limb
Mis heroes tuvieron el corazón para dejar sus vidas colgadas de un hilo
And all I remember is thinkin’ I wanna be like them.
Y todo lo que recuerdo es que pensaba que quería ser como ellos.

Ever since I was little, ever since I was little it looked like fun
Siempre desde que era pequeño, desde que era pequeño parecía divertido
And there’s no coincidence I’ve come
Y no es una coincidencia que haya llegado
And I can die when I’m done
y pueda morir cuando lo haya logrado

But maybe I’m Crazy
Pero quizás este Loco
Maybe you’re Crazy
Quizás estés Loco
Maybe we’re Crazy
Quizás estemos Locos
Probably
Probablemente



El video es realmente de los mejores que he visto últimamente:




Hoy ha sido un día raro.

No he tenido fuerzas para olvidar. A veces pasa. Lo sé.

Ni olvidar ni recordar parecen estar dentro de nuestro control. Definitivamente, no lo están.

Pero tal vez tenga elementos más rápidamente a mano para sentir hoy la involuntad de la memoria (y en contrapartida, no lograr demasiado con respecto a mi “voluntad de olvido”).

Qué involuntad la del recordar… hoy nada parece frenar los efectos de rememorar, ni la sabia frase con que los estoicos antiguos trataban de detener los efectos a veces nocivos de ciertas representaciones involuntarias (ellos sugerían “preguntar-nos preguntando” a esa representación que invadía la cabeza y parecía estar decidida a estropearnos el delicado estado de equilibrio inestable anímico: -Representación, ¿Qué quieres de mí?). Pero ni el antídoto de preguntar a la “representación” hoy me ha dado resultado. Nada. Nada.

Un signo… y la memoria emocional se desata.

Un grupo de palabras dichas en el justo punto… y el recuerdo echa a andar.

Un sonido… y la memoria asocia representación tras representación sin nuestro previo acuerdo.

Un olor… y ahí estamos, con el ruido de los grilletes tirándonos de cabeza a la cueva de las asociaciones afectivo-sensoriales.

Qué frágiles somos, qué frágiles.

Hoy quisiera dedicarme a ensayar una "Apología del olvido"... pero tampoco lograría nada.

¿Será demasiado culto al valor de la memoria, tal vez por una inercia de ideas que glorifican la idea de la presencia (después de todo que es la memoria sino una forma de re-poner en presencia lo que no es ya presente)? Pero debería sacar provecho de estar viviendo en estos lares, después de todo, esto es Oriente. Después de todo, en este contexto búdico en que me muevo hoy, la impermanencia es un valor erigido contra la dictadura de los apegos a que empuja necesariamente la memoria. El pasado y el futuro no se llevan bien con la trama de la literatura budista que funda el sentido de los hacemos en los “aquíes y ahoras”. Recordar lo pasado es cargar un peso. Anhelar lo futuro inllegado es obra de la fe. Ni hacia atrás ni hacia delante, sólo estarse, así, ahora, allí donde estés. Debí asirme hoy de este contravalor que acá está encarnado en los mapas mentales de los budistas y que pondera lo actual contra el recuerdo apegante o el desgarantizado porvenir impredecible. Pero no soy budista, ni nací en Oriente. Mierda!!! Me crié en Avellaneda, en un barriecito tanguero, un arrabal, una casa con parras y uvas y el silbato de la estación de tren sonando como una pared musical atemporal con el viento de la siesta. Y en mi tierra, en ese mundo que me modeló, que me anudó a ese paraje de signos y sentidos compartidos que llamamos “cultura”, “imaginario social”, o whatever, la memoria es un valor (o la creencia de un valor) pero eso es lo que es. Y automoldearse en contravalores que deshegemonicen lo instituído, no es cosa sencilla.

La cosa es, hoy deseo olvidar y no consigo hacerlo. O al menos sé que desearía aplazar la inminencia de ciertos recuerdos. No me funciona la música, la seda de los estantes, ni sentarme a mirar como pasan los barquitos por el canal del río. Los libros han cerrado su boca el día de hoy y nada pueden decirme. Nada. Estas u otras ridículas maniobras distractivas no parecen poseen fuerza alguna comparada con el desate de nudos afectivos que puede deshacer y rearmar la memoria… sin nuestro consentimiento. Hacer del olvido un acto posible no es cosa fácil. La memoria es más que un ejercicio, es un modo de arrojarnos al mundo de las impresencias para reimponernos la tarea de mirar los fantasmas a la cara otra vez. Otra vez.

Esta noche me prenderé un rico habano, un Romero y Julieta, uno bien puro en honor al olvido.

El humo, esa nubladez, al menos la produciré desde mi propia voluntad esta vez, y de todos modos, el día ya va finalizando acá en Bangkok.

Que escrito tan extraño este… lo sé.

Ah, una frase que me taladró la memoria (sí, esa perra rabiosa, otra vez, qué dentelladas pegan ciertos recordares…) la dijo Robert Desnos, y así me la acuerdo y transcribo:


Te acuestas desnudo en mi cerebro y ya no me atrevo a dormir.