miércoles, 15 de junio de 2016

Safo, bajo la lupa de la Física

 



Safo, bajo la lupa de la Física
(un diálogo insospechado entre ciencia y poesía)


Gabi Romano





Δέδυκε μεν ἀ σελάννα
καὶ Πληΐαδεσ, μέσαι δὲ
νύκτεσ πάρα δ᾽ ἔρχετ᾽ ὤρα,
ἔγω δὲ μόνα κατεύδω.

"A Medianoche" - Poema
Safo de Lesbos - VII aC
 



De su escritura, sólo fragmentos… mas, qué fragmentos! 

La famosa biblioteca de Alejandría albergaba su obra lírico-poética organizada en nueve libros. Pero la pérdida su éstos y muchísimos otros de los casi un millón de manuscritos existentes en aquella ciudad egipcia, han hecho de la obra de Safo un rompecabezas imposible de rearmar. Durante el dominio árabe, el califa Umar ibn al-Jattab ya había mandado a destruir la monumental biblioteca mucho antes de que llegaran los romanos y remataran incendiándola. Más tarde, del material que había milagrosamente sobrevivido hubo que agregarle otros saqueos perpetrados por Aureliano y luego por Diocleciano. No mucho después llegaron los cristianos ortodoxos -obsesionados con la persecusión al paganismo- y Teodosio el Grande terminó de vaciarla. Se sucedieron en poco tiempo más, los efectos de las guerras en la región y otras destrucciones varias. De aquellos nuevos libros compilatorios de la obra sáfica quedaron astillas, tornasolados cristales de arena intentando no perderse en el médano de los siglos oscurantistas.


¿Qué conocemos de la vida de Safo de Mitilene? Pues mucho menos aún de lo que apenas ha quedado de su obra. Sus datos biográficos indican con cierta certeza un cuadrángulo de hechos sobre los cuales se ha armado una incomprobable red de exóticas inferencias e infinitas conjeturas existenciales. Despejemos entonces, primeramente, la indigente facticidad que puede rastrearse sobre la aristocrática dama de Mitilene. ¿Qué sabemos? Que nació aproximadamente entre 630 aC y 612 aC en la pequeña isla griega de Lesbos, cerca de la costa de Asia Menor, y murió allí mismo alrededor del 570 aC. Que durante su vida pasó por un corto exilio hacia el año 600 aC, en Sicilia, desterrada, probablemente por razones políticas relacionadas con su familia de origen. Que su lírica monodia (estrofas cortas, simples, y cantadas acompañadas por algún instrumento como la lira, la cítara o la flauta) estaba enhebrada por versos exquisitos, refinados y sensiblemente intimistas referidos al amor y la pasión [1] Que hombres y mujeres indistintamente pudieron haber sido objeto de sus amorosas palabras poéticas. Hasta aquí, los escasos hechos relativamente documentados. No mucho más. Lo demás, cualquier otra pretendida afirmación sobre su vida y costumbres, forma parte de las inferencias a las que suele llevar lógicamente el sumergirse en la lectura de su legado lírico.

Si efectivamente formó parte de una sociedad llamada Thiasos  (sinceramente me cuesta imaginármela como una bacante poseída, desnuda, instando a otras ménades a agitar el tirso invocando a Dioniso), la comprobación de este hecho es más que discutible. Si en Lesbos fundó o no una “Escuela para Hetairas” (tipo de prostitutas instruídas que contrataban los aristócratas griegos para que los acompañaran con sus finas artes –intelectuales, sensuales, conversacionales- en los banquetes) o si se trató de una más recatada “Casa de Servidoras de las Musas” no lo sabemos tampoco a ciencia cierta. Si se casó y tuvo o no una hija a quien dedicó uno de los poemas que ha llegado a nuestras manos, tampoco lo podemos afirmar sin titubeos. Si fue heterosexual pero sus escritos se permitieron la libertad de imaginar el amor a hombres tanto como a mujeres, o si fue lesbiana, o si murió virgen, pues nada de todo eso puede ser ni afirmado ni negado. Si se suicidó arrojándose desde la roca de Léucade al mar por un rechazo amoroso de un tal  Faón, o si muere ya en un tanto envejecida y  apenada por la sombra de su última decepción amorosa producida por el rechazo de una mujer, tampoco existen elementos para afirmar o negar nada de ello. Ni las Heroidas[2] de Ovidio ni las narrativas orales de aquellas épocas (algunas meros chismes de gineceo indisculpablemente elevados a la categoría de “anécdota biográfica”) nos resultan fuentes fácticas en las que apoyar unas u otras hipótesis literario-biográficas. Todos estos entretelones novelados sobre sus elecciones sexuales, sus amores o amoríos, sus preferencias eróticas, su muerte, e incluso su supuesta labor como headmaster de una institución destinada a educar en la prostitución culta forman parte de una atractiva, pero completamente mítica  aura de interpretaciones que hacen de Safo un personaje al que se intenta hacer desbordar del escaso y maravilloso bien que, efectivamente, sí tenemos ante nosotros: su escritura. Sus escamas hechas letra.

Si hay algo que caracteriza a la herencia de esta escribiente griega, es que de ella nos han quedado, como empedernidos restos flotantes escapados de la marea de la literatura antigua, restos. Restos, motas de lirismo. Trozos de piedra marcados, o jirones de papiro. Pedacitos. Espejo roto en cientos de partes que se niegan a unirse en alguna posible completud tanto como se rehusan a morir en ese raro exilio que impone ser la perpetua parte de un todo inhallable.

En lo que nos ha quedado de su escritura, en ese cristal caleidoscópico que son sus retazos semi-inconexos, sin embargo, todo brilla. Leerla es participar de un juego de ocultamientos y deslumbres, de visibilidad y pudores, de pleamar y naufragio. Probablemente en estos tránsitos entre opuestos que se deslizan (y revertizan) metonímicamente radique la belleza de su escritura particularmente femenina, única en su tiempo. Safo puede ser vista en estos espejos multiplicados que componen sus esquirlas escritas con tinta divinamente perenne, capaz de escaparse de los desgarros y despedazamientos a los que la sometió la ignorancia barbárica en combinación con la implacable embestida de Cronos. Safo se lee, se ve, es vista y des-vista en sus restos inmortales.  Es la misma Safo la que se nos sustrae a la vista, la perdemos y la reencontramos parcialmente en esos mismísimos vestigios. De pronto nos anzuela con un poema completo, pero no menos nos atrapa con los siguientes versos donde el medio, el inicio o el final se han perdido indefectiblemente, y para siempre.

Leer a Safo es saber habérselas con el vacío. Pero no cualquier vacío. La falta, lo-que-falta, (a modo de “casilla vacía” deleuziana) se nos antoja no como deficit sino como ventana. Los vacíos de los poemas sáficos tienen su conexión con algo propio del agua y del navío: son los ojos de buey por donde estos antiguos poemas respiran, espacios libres desde donde los lectores imaginamos sentidos posibles. Y sentires posibles. 

A mediados del siglo VI aC escribe en dialecto eólico del griego (específicamente en subdialecto lesbio) el poema “A medianoche” del cual existen varias traducciones al español, algunas de las cuales reproducimos a continuación. El primero, prosado por Rafael Ramírez Torres (Bucólicos y líricos griegos, Jus, 1970):


Se ha ocultado la luna. También las Pléyadas.
Es la media noche y las horas se van deslizando y yo duermo solitaria.


Aquí, el mismo poema, esta vez en formato de verso,  traducido por José Emilio Pacheco (Tarde o temprano, Fondo de Cultura Económica, 1980):


Se fue la Luna.
Se pusieron las Pléyades.
Es medianoche.
Pasa el tiempo.
Estoy sola.



Mucho podría decirse sobre este simbólico poema, su tema, sus connotaciones noctámbulas, la atmósfera contemplativa que se respira en su brevedad, la referencia a la temporalidad como moratoria vital agotable y perecedera, o esa simple serenidad subyacente en la afirmación final (muy trilce[3] por cierto). Pero dejaremos a cada quien que construya la resonancia emocional que le plazca, pues en eso radica nada más y nada menos que la libertad sensible.

Y si de libertades sensibles y resonancias singulares se trata, pues veamos qué ha traído la curiosa lectura de este poema sáfico por parte de los investigadores del departamento de Física de la Universidad de Texas Arlington[4] (sí, believe it or not, los físicos también leen poemas de amor…). El profesor Manfred Cuntz, a cargo de la investigación, trabajo con su equipo de astrónomos utizando los programas de software Starry Night y Digistar 5 con el fin de encontrar las fechas precisas en que las Pléyades –cuerpos celestes a los que se refiere explícitamente el poema- desaparecieron después de media noche y, en consecuencia, poder determinar con precisión el año de datación de estos versos. Los investigadores concluyeron que se trata de un poema tardío de Safo, puesto que el mismo debió haber sido escrito en Mitilene el mismo año de su muerte, más precisamente entre el 25 de enero y el 31 de marzo del año 570 aC. 

De la décima musa, tal como se la consideraba a Safo, tenemos a partir de ahora una precisión más con la que ayudarnos a descifrar su inacabado entramado de enigmas. Y este hallazgo retrospectivo de la astronomía se produjo, precisamente, intentando devolver a su punto de origen una de esas motas de polvo cósmico que son los quebrados trozos de papiro antiguo que nos quedan de aquella maravillosa poetisa. A veces se trata, ni más ni menos, que de seguir la estela que deja una brizna de literatura para comprender el enlace que cada pequeña partícula tiene con el todo. La conectividad entre las Pléyades y el poema ya no tiene nada de misterioso, ni de metafísico, teniendo a partir de este momento un punto de precisión histórica del que los estudiosos de Safo carecían hasta ahora. Pero para lograr comprender cómo un evento se encuentra relacionado con otro evento es necesario, primero, considerar que nuestra mente es aún limitada para acceder a ciertas explicaciones. No hemos desarrollado ni los instrumentos ni un medio procedimental capaz de acercarnos a ciertas comprensiones, ni tampoco poseemos un marco epistémico apropiado para acercarnos a determinadas conclusiones veraces. Formulada -o más bien, aceptada- esta humana limitación, es bueno recordar asimismo que la ciencia avanza sobre la base de un disciplinado trabajo continuo que a veces toma siglos hasta que nos brinda una respuesta verdadera sobre lo que hasta entonces llamábamos resignadamente "un misterio". No hay tales misterios, y si los hay se debe a que no podemos (de momento al menos) aproximarnos a un postulado explicativo razonable, por lo cual metemos en esa elástica y esotérica categoría mistérica todo lo que nuestra limitación es incapaz de comprender. 

Por supuesto que la belleza del poema sigue intacta, pero sabemos más del momentum que inspiró a Safo a escribirlo, podemos imaginar la estación del año en que esos sentires se volcaron en la urgencia de transformalos en letras, y con exactititud podemos ubicar este poema entre aquellos con los que tejió sentidos en torno a su envejecer ante la cercanía de la muerte.      


Celebro este diálogo impensado entre astronomía y poesía, entre estética lírica y "voluntad de verdad". Y me esperanza pensar que, si las sensibilidades se logran cruzar de este maravilloso modo en otras áreas y entre otros territorios, el arte y la tecnología científica tendrán mucho que revelarnos a futuro. Enhorabuena...!



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[1] También escribió numerosas estrofas de liturgia nupcial: canciones de boda para banquetes (gamelios), otras para acompañar a los recién casados a su nuevo hogar (himeneos), e himnos para despedirlos  ante su recámara (epitalamios).
[2] También conocidas como “Cartas de las heroínas” (Epistulae heroidum), veintiún cartas que Ovidio adapta como escritas por personajes femeninos de la literatura y/o historia antigua.
[3] El poeta César Vallejo utilizaba este maravilloso neologismo para referirse a aquello que nos resultaba a la vez entre triste y dulce.
[4] El paper al que haremos referencia puede leerse en el Journal of Astronomical History and Heritage, 19 (1), 18-24 (2016). “Seasonal dating of Sappho´s Midnight poem revisited”, Manfred Cuntz, Levent Gurdemir and Martin George.