miércoles, 18 de julio de 2012

Amigos nómades, esteparios espíritus libres...



 

Amigos nómades, esteparios espíritus libres...
 




Gabi Romano





"...yo amo a aquel cuya alma se prodiga"
Friedrich Nietzsche


No puedo andar en manada. No sé. No me sale. No.

Prefiero lo primitivo y la aridez de la soledad más huraña que aceptar presencias que han entrado en las fauces de cualquier modo de estandarización. Optaré siempre por un terremoto existencial análogo a un 9.5 en la escala Richter antes que dejar que me fijen las alas en el telgopor ordenado de las voluntades entomológicas. No hay costo que deba detener a uno si el precio que se nos está exigiendo pagar involucra a la mismísima libertad de ser quien se es.  

Me importan relativamente poco y nada los sosiegos sociales, soy alérgica a los consuelos colectivistas diseñados para piaras, y tengo bajísima tolerancia a cualquiera que pretenda venderme el aura beatífica con que tiende a marketinearse la indiscernibilidad de ciertas infelices unidades gregarias. Frente a las  variaciones monótonas de convenciones bendecidas masivamente, sigo siendo sanguíneamente pirrónica. Entre “pertenecer” y “ser” iré indefectiblemente tras el riesgo ontológico.

No hago lazo fácilmente, y difícilmente pueda alguien ponerme una brida.  No me molesta que otros opten por algún tipo de entrega en fascículos de su autonomía a fin de que sus existencias sean editadas por hechiceros de la conciencia, aunque sí me irrita cuando se autoejemplifican como herederos de dudosas virtudes no sujetas a discusión alguna. Allá ellos y los usos intrumentales a los que se presten. Siendo que no concibo arquitecturizarse a sí mismo por fuera de una constante crítica diaria sobre lo que se hace y se piensa, lo que se edifica y lo que se procrastina, lo que se cree y lo que se ignora, soy capaz de ahogarme de desesperación ante la cerrazón del  otro. Tal vez sea esa la principal razón por la cual prefiero salir a nadar sola en aguas abiertas. Por mi parte me quedo siempre con el apocalipsis de mi mismidad en perpetua inquietud antes que con cualquier versión del paraíso compartido. Anarca y confusa, jamás previsible y ni gobernable. Desatada, suelta, y probablemente inmoral, pero así me elijo antes que adaptada a una moralina en ruinas o amordazada por dogmáticas exigencias con pretensiones de irrevocabilidad.    

Cuánto más pedagógicas me han resultado siempre las violentas y sinceras demencias de mis propios vulcanismos antes que las supuestas educativas serenidades patológicas que exudan de las planicies de tantos amesetamientos colectivos! Cuánto más he aprendido de mis propios desgobiernos que de cargarme a cuestas los disfraces de la modelización aceptada! Cuánto..!

Antes muerta que socializada.


Se trata esto de un encomio del cocooning?
No, simplemente intento resumir enunciativamente las preferencias a las que me conduce mi propia incapacidad físico-espiritual para soportar la estupidez crónica y practicar el fetichismo de la hipocresía universalizada. La medianía me aburre -en el mejor de los casos-, o me saca completamente de quicio -en el peor de ellos. Me conozco inasimilable, inapropiable, resistente a cualquier sombra de dominio que intente proyectar opacidades propietarias sobre mi persona.   

Frente a todo el cansador meteorismo de fachadas e inautenticidades comprables/vendibles/regalables, definitivamente adhiero a ser solar. He sido solar desde que me recuerdo en la infancia, optando por mí misma y mi bolsa de crayones antes que por ir a las fiestas de cumpleaños de semidesconocidos diablillos en las que era capaz de permanecer sentada en una pequeña silla antes que desdibujada en juegos que parecían estar hechos para alegrar neuronas de infrahumanos. Estructuralmente termino metida hacia adentro si no hay nadie o nada "afuera" con lo que valga la pena realmente tomar contacto. Introspectivismo de supervivencia ante el sinsentido. Autoprotección radicalmente sana ante las máquinas de inculcación de normalidad enfermiza.

 
Sin embargo estoy lejos de ser hermética y menos considerarme de poco habla. Amo como pocas otras cosas los deleites de un buen diálogo. Pero conversar (al menos en mis términos) requiere de un ser afín a la propia locura, de un mapa de arenas movedizas comunes, de una afinación cordal en alta comunión. Sino, cuánto más tengo con el mundo interno de mis propios murmullos interiores disparatados o sublimes! Cuánto más obtengo y aprendo con escuchar los pájaros que retornan por las tardes a sus árboles, con seguir a las abejas que curiosean las corolas, con estar atenta al viento y sus cambios de pentagrama! Quién puede ser el grandísimo necio, ciego y sordo que sostenga que un ser solitario está “solo”? No hay soledad si el oído se apoya en los flujos animados por la vida y la muerte que permanentemente nos rodean.    

Y si de compañías humanas se trata, en este punto es bueno recordar que hasta los perros cínicos sabían cuidar de los bienes de la amistad sin por ello renunciar un milímetro de su autonomía. Cultivadores de un tipo de amistad peculiar, claro está, no sujeta a normativas convencionales ni a pactos uniformizantes, los andrajosos seguidores de Diógenes sabían apreciar la belleza de lo básico y compartir esas gratificantes elementariedades sabiamente con espíritus afines. Incluso hasta el amor entre cínicos supuso, no sólo la precondición amistosa con el otro, sino el compromiso de ruptura con todo formalismo: baste para ello recordar las antisociales bodas entre el costroso Crates y la nobilísima Hiparquía, quienes felices y radiantes se dedicaron a hacer el amor en la plaza pública en señal de celebración. Festejo en la desposesión, inter-cambio de flujicidades sexuales donde sea que sean preciso ser intercambiadas (Henry Miller y June Mansfiled rodarían por similares sendas eróticas muchos siglos más tarde...)

La amistad es, sí, una forma de amor.

   
Sé que mi pequeño hato de rebeladas almas amigas está compuesta por amables seres emboscados, lobos de las estepas, tirabombas de palabras, montañeses que no se gastan en simpatizar con los imbéciles, caminantes nómades, electrones libres, anarquistas irredentos. Lógicamente tengo pocos amigos tan raros como maravillosos en un número inversamente proporcional a las obvias legiones de antiamigos que, francamente, me ne fregan.

La amistad entre emboscados es aristocráticamente generosa: se da lo que se tiene, y no sólo lo que se puede. Se da al otro sacando del infinito bolsillo de las prodigalidades simbólicas, nunca desde lo que sobra o desde el resto: se trata de "dar dándose" únicamente desde lo mejor de sí. Y no porque se pida explícitamente nada, pues incluso sucede que la amistad entre espíritus libres no suele pedir demasiado. Lo que se ofrece se da casi sin darse cuenta de tal dación porque la sobreabundancia no es de objetos sino de "mundos" (con lo cual se elimina felizmente cualquier nauseabunda forma disimétrica de caridad material). La amistad entre lobos es solidariamente feroz: nadie ha de atacar a un lobo amigo sin correr el serio riesgo de ser despellejado por la pequeña fraternidad de aulladores. Entre electrones libres lo amistoso forma delicadas partículas que dan lugar a elementos nobles, raros, inclasificables. Ser amigo de caminantes hace que siempre se esté atento a múltiples senderos abiertos y se desechen los corredores cerrados donde el aire ausente todo lo enrarece. Tener amigos nómades nos arranca de la cómodas quietudes adquiridas y nos hace sentir mejor armados ante las tormentas de arena con que el destino indiseñado nos confronta. Y siempre pero siempre esta aristocracia amistosa ha de preferir las cuevas de la noche para el encuentro, las madrugadas activamente dialogadas, los vinos siempre descorchados a tiempo, las caricias para el paladar, los placeres dionisíacos, la música como refugio para los males o como danza que celebra los bienes.

Me place el tiempo ganado o perdido entre wanderers, caballeros andantes, damas afrodisíacas, rolling stones, viajeros pariendo dimensiones  alternas de las que nos reiremos a pata ancha a la mañana siguiente tambaleando entre las ruinas de la resaca. Sólo entre esos espíritus liados por el afán de libertad y el hambre de transmutar valores es que concibo darme al arte de  esculpir la roca dura de la amistad. Por debajo de esa vara, prefiero refugiarme en las bondades de mi ermita.

Como Heracles ante sus trabajos, como Odiseo ante las naufragantes consecuencias de su propia altivez arrogante, como el mirmidón Aquiles esquivando imponderables flechas, como el desapegado Siddharta sentado bajo el árbol, siempre estamos descomunalmente solos al enfrentar nuestras disfuncionales brumas endógenas o las zarpas inclementes de las circunstancias exógenas.

Nada hay más arduo que no dejarse a sí mismo reposar en los pusilánimes decorados de la justicia, en los microinfiernos del sistema de salud, en las amargas farsas religiosas: sé tu mejor juez, tu propio sanador, tu único sacerdote sagrado. A partir de ese punto, sí, arraigar la amistad. Una amistad que se debe saber retirar a tiempo de los atentados constantes que tienden a banalizarla, instrumentalizarla e incluso moralizarla.

Ser amigo es co-afirmarse mutuamente con un ser afín, bajo el cielo común de la exigencia ético-política de ser soberano de sí. Partiendo de ese insoslayable punto de anclaje de uno mismo en uno mismo, entonces sí, vagar de a dos, juntarse en temporales bandadas de solitarios que dejan de serlo sin extraviar el tesoro de cada unicidad. Compartir es disponerse a seguir siendo rotundamente quien se sea intersectando activamente territorios sintientes, pensantes y sensibles con el otro.           

Se puede ser amigo entre esclavos, claro está. Pero cuánto más alto es el vuelo de dos aves que bien saben ser Amos de sus propios vuelos..!

A mis amigos y amigas, por siempre incorregibles espíritus libres, gracias por ser y estar.




 
_______________________ 





-->

lunes, 9 de julio de 2012

Chamfort: goza y haz gozar?




Chamfort: goza y haz gozar?





Gabi Romano



Sébastien Roch Nicolas (Chamfort) es retomado, recreado y recuperado por Michel Onfray a través de la postulación del llamado "imperativo categórico hedonista", a saber:




“Goza y haz gozar,
sin hacer daño ni a ti ni a nadie,
he aquí toda moral”.



A primera vista resulta un postulado grato, tentador, irrechazable de algún modo. Bajo esta "orden hedónica" uno imagina una deliciosa promesa de placer sensualista intenso y saludable. Como "imperativo" es de los pocos que dan ganas de obedecerlo sin cuestionamientos. 


Pero, rumiado un rato, el escepticismo no tarda en ganar la pulseada por sobre la intencionalidad inicial de entregarse a pregonarlo como una buena nueva para los sentires. Me pregunto, ¿posee este  desafiante imperativo chamfortiano un horizonte de realizabilidad auténtico? 


Para empezar el placer propio no siempre concuerda con el placer del otro. Aún entre dos seres atraídos por los misteriosos hilos del deseo puede suceder esa discordancia en tempo, y en forma también. No siempre lo que se desea nos place, aunque lo que nos place sí nos puede mantener en estado deseante. Pero aún eso que conjuntamente deseamos y nos place, no siempre satisface pareja y uniformemente. Si nuestros intercambios deseantes han de basarse en sostener y autoimponernos garantizar nuestro propio placer en primera instancia -como saludable y egoístamente debe ser, por otra parte- esto definitivamente no cierra en muchas ocasiones con aquello de "sin hacer daño a nadie". Los placeres propios son de uno y para uno, en primera instancia. Por ello las búsquedas hedónicas pueden o no concordar con los placeres y búsquedas hedónicas del otro. Sí, el deseo nada entiende de justicia, es así nomás la cosa. 
 
Los encuentros voluptuosamente vitalistas, potentes y potenciantes de nuestro deseo pueden intersectar hermosamente con el otro, en cuyo caso se entrelaza lo que a ambos les produce placer con lo que decodifican y ofrecen como goces al otro. Estaremos así gozosamente com-placiéndonos y co-donando satisfacciones en una suerte de ritornello circular de goces. Pero esta maravilla de experiencia no está siempre al alcance de nuestras intersecciones e intercambios. 


Hallar el propio camino hacia lo placentero y no detenerse, seguirlo hasta sus últimas consecuencias,  es justamemte algo completamente regido por la singularidad de los propios circuitos de goce. Y esos circuitos de goce pueden perfectamente dejar al otro en estado de tristeza, daño, insatisfacción, pena o sencillamente apartado circunstancialmente de mí, excluirlo porque se ha hallado lo placentero en otro - con otro intercambio intersubjetivo. Inversamente, el otro puede dejarlo a uno a un lado de sus propios devenires hedónicos. Disfrutar y entregarse a un benéfico fluir de satisfacciones no es en sí moralmente bueno ni malo. Incluso puede resultar muy vitalizante. Pero donde el planteo resbala es en el plano de la propiedad privada de los sentires: los revolucionarios de todas las épocas han obviado elaborar las dificultades de desprivatizar los títulos de propiedad que detentamos todos cuando se trata de nuestros lazos de amor. Probablemente Sartre ha sido de los pocos que trató de pensar con algo de rigurosidad intelectual qué sucede en esa tierra belicosa en que los lazos con alguien se baten a duelo entre el sentido de apropiación del otro y las contradicciones abrumadoras que cada "propietario" experimenta en sí mismo cuando admite que el deseo es inenjaulable.   

Seguramente, en muchos casos, la intencionalidad de realizar la propia hedonicidad no parte de la mala fe ni de la voluntad de dañar (pues sólo se ha tratado de responder adecuadamente a nuestro impredecible maquinamiento deseante) pero el daño al otro puede produce igual, incluso más allá de esa falta de voluntad manifiesta de generarle maliciosamente dolor o sufrimiento. El tema de amar múltiplemente -que nada tiene que ver con la moda del polyamori y similares, sino con la condición natural de la subjetividad de no poder anclar la nave del deseo amoroso a ningún puerto de manera constante ni perpetua- pone en visibilidad las dificultades reales de practicar este simpático y lúdico imperativo hedonista que defiende Onfray y postulara Chamfort en la segunda mitad del siglo XVIII.

La tensión del amor se juega en esta filosa ética del deseo cuyo apriori conceptual supone la imposibilidad realista de adherirse a un sólo y único objeto de satisfacción placentera. La lente caleidoscópica de los Amores Múltiples suele ayudarme a observar con crítica acidez hasta las buenas intenciones de los filósofos más cancheros y rebeldes de la actualidad. Seguiré con la lupa en mano y el caleidoscopio escéptico filtrándo lo que me entra por las retinas, sospechando de las postulaciones libertarias más audaces antes que adhiriendo frívolamente a sus aparentes grititos de desenfado. No parece quedar otra vía más que la sincera revisión de conexiones y cortocircuitos entre la condición humanamente natural del amar múltiple, la búsqueda de un hedonismo no destructivo y las problemáticas del deseo.

Mientras dejo por aquí un retrato de Chamfort, pues nunca está de más quitar del "anonimato visual de rostros" a los filósofos y hombres del pensamiento (al menos uno empieza a ubicar una frase, una idea, un decir en una cara personalizable y un cuerpo otrora real del que provino ese encadenamiento de palabras o conceptos). A la filosofía le viene bien corporizarse después de tanto idealista veneno platónico: devolver el cuerpo al acto filosofante, emergerlo del lugar de interdicción al que lo condenó el ascetismo horrorizado de los vaivenes de la materia y los ecos grises de la filosofía tradicional.


_____________________





domingo, 8 de julio de 2012

Salud y enfermedad: el arte de invertir perspectivas - Gilles Deleuze




Salud y enfermedad: el arte de invertir perspectivas




Nietzsche nos exhorta a vivir la salud y la enfermedad de tal modo que la salud sea un punto de vista vivo sobre la enfermedad, y la enfermedad un punto de vista vivo sobre la salud. Hacer de la enfermedad una exploración de la salud, y de la salud una investigación de la enfermedad: «Observar como enfermo conceptos más sanos, valores más sanos, y luego, a la inversa, desde lo alto de una vida rica, sobreabundante y segura de sí, sumergir la mirada en el trabajo secreto del instinto de decadencia; ésta es la práctica en la que me he entrenado más tiempo, esto es lo que constituye mi experiencia particular, y en lo que me he hecho un maestro, si es que lo soy en algo. Ahora conozco el arte de invertir las perspectivas...» (Ecce homo). No se identifican los contrarios; se afirma toda la distancia, pero como aquello que los remite uno a otro. La salud afirma la enfermedad cuando es puesta como objeto de afirmación su distancia con la enfermedad. La distancia es, en definitiva, la afirmación de lo que distancia. ¿Acaso no es precisamente la Gran Salud (o la Gaya Ciencia) este procedimiento que hace de la salud una evaluación de la enfermedad y de la enfermedad una evaluación de la salud? Aquello que le permite a Nietzsche hacer la experiencia de una salud superior, incluso en el momento en que está enfermo. A la inversa, no es cuando está enfermo que pierde la salud, sino cuando ya no puede afirmar la distancia, cuando por su salud ya no puede hacer de la enfermedad un punto de vista sobre la salud (entonces, como dicen los estoicos, el papel ha terminado, ha acabado la representación).


Gilles Deleuze
En "Lógica del sentido"


                            
                                  ________________________________________________