martes, 31 de enero de 2012

Dormir, esa práctica con la otredad...




Dormir, esa práctica con la otredad...



¡Morir..., dormir, no más!
¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón
y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne!
¡He aquí un término devotamente apetecible!
¡Morir..., dormir! ¡Dormir!...¡Tal vez soñar!

Hamlet”
Monólogo (Acto II – Escena I)



Los antiguos consideraban que, mientras estamos con vida, sólo los sueños nos acercan a experimentar la cesación mortal. Alejados de la conciencia, sin respuestas motoras, sin volición ni reflexión racional nos sumergimos en vida en lo otro...

Todos soñamos. Todos finalmente morimos.
Y si, al decir de Séneca “aequat omnes cinis” (la ceniza iguala todo), dormir también nos restituye a uno de los pocos territorios de igualdad humana comprobable: soñar.

Soñar es nuestra verdadera “otra” vida imbricada dentro mismo del existir.
Si decíamos en otro post que los muertos parecen durmientes perpetuos, podremos igualmente decir que los que duermen parecen muertos. El sueño, una muerte finita que sólo habitamos haciendo cesar, no la vida, sino la razón.

Si los sueños son nuestra principal experiencia con la otredad (y la muerte es el máximo de ajenidad que alguna vez experimentaremos puesto que al morir nos des-asimos de absolutamente todo lo que hemos sido), se entiende mejor porque siempre se imagina la muerte con un “territorio otro” donde los difuntos finalmente hallan un hipotético lugar extraterrenal donde descansar.

Así como partimos cada noche al mundo de los sueños, nuestro ánimo y lógica infantil (nunca del todo totalmente superadas tengamos los años que tengamos...) pareciera querernos consolar de las pérdidas analogando en la mortalidad una ida a una “otredad” alterna de esta vida. El Hades, el cielo, el paraíso, el eterno más allá. Pero que el consuelo sirva y sea efectivo no le da a éste estatuto de verdad.

Imaginamos en nuestras fantasías consolatorias que quien muere se encuentra en “un lugar mejor”.
La muerte sería, desde esa metáfora postmortem, una mejoría respecto de la enfermedad, el dolor, el sufrimiento, la angustia, el deterioro, el mal que se ha atravesado en la prisión corpórea de esta existencia. Demasiada carga platónica, para mi gusto, para un proceso de desgaste de la materia inscripto siempre en el ciclo ineluctable al que está sometida aquella.

Del mismo modo pareciera que los sueños, en algunos sentidos y bajo determinadas circunstancias, nos “mejoran”.
O bien porque nos realizan los deseos, o bien porque nos dan pistas imprecisas -pero pistas al fin- para capear los temporales que dejamos pendientes en el pasado o los temblores que nos deparan algunas decisiones que envuelven a nuestro futuro.

En los sueños el deseo se entrena, los terrores se escenifican, las angustias se teatralizan locamente, los anhelos vuelan y nos hacen sentir cómo sería ese batir de alas en el aire. E incluso, la muerte llega en nuestros sueños de formas tan inexactas como pesadillezcas... pero nos da la chance de despertamos de ella.

Dormimos, soñamos... entrenamiento tanto de la máquina deseante, como de las escenografías de la muerte (Eros y Tánatos parecen nunca perderse de vista uno al otro). 


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Y Epicuro dijo: “-Cuando la muerte te suceda tú no estarás allí”



Y Epicuro dijo: 
“-Cuando la muerte te suceda tú no estarás allí





No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda.”


Woody Allen



La muerte es irrelatable en 1era. Persona.
No hay relato propio de
"mi-vida-sin-mí".

Cuando ella nos llegue, nosotros estaremos apagamos.
Esto equivale a decir, en sentido estricto, que cuando la muerte se nos manifieste como tal ya no estaremos ahí (tal como decían los epicúreos). Desde este punto de vista, la muerte es asunto indiferente para el que muere.

Morir es hacer morada en la nada.

En la muerte no hacemos más que retornar al infinito mar de la inexistencia. Por eso nos angustia la propia finitud, porque intuimos la nadeidad de la que alguna vez azarosamente emergimos y pacientemente sin fecha revelable allí mismo nos espera para envolvernos con el eterno manto del vacío.

Misterio supremo e incertidumbre fatal la del instante en que acontecerá el propio morir.
Signo secreto que se guarda la semiología del futuro dormida en las esquinas de lo irrevelable.

El propio morir es un salto hacia otras tierras gramaticales: sin Yo, ni sujeto, ni cuerpo, ni narrador presencial. Fin del sujeto. Inicio de predicados tácitos. Todo se volcará a nombrarnos en conjugaciones pretéritas. No más presentes ni futuros simples ni compuestos.

De la muerte sólo podemos ser o dolidos testigos, o silenciosos alumnos, o semianestésicos observadores dependiendo del lazo o representaciones que nos unan con aquellos que van partiendo de esta existencia.

Así, la muerte sólo es reflexionable si toma como sujeto/objeto de sus silogismos al otro, en 2da o 3ras personas, como alguna vez bien me hizo notar mi amiga Ale Rudeschini en sus reflexivas indagaciones tanáticas.

Son “ellos”, “vosotros”, “él”, “ella”, o “tú” quienes mueren y pueden aún ser citados por mi propio pensamiento e invocados desde los sentires del desapego.

Un “Yo” que muere es un fin de relato donde se apaga el verbo propio y se disuelven las sintaxis de la voz propia.

Irse es aceptar disolverse en cuerpo, carne y gramática sin poder testimoniar ya acerca del acto mismo de disolución.. 



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Partir a tiempo




Partir a tiempo




“La única muerte digna es la que proviene de tu propia decisión,

los demás solo sobreviven su final”



Abel Desestress



La muerte me desgasta, incesante.”

Jorge Luis Borges




Si la muerte es la desadherencia última, cuando se trata de conjugarla en primera persona cómo saber si es tiempo o no para partir hacia ese desapego final?

Es posible entrenarse/prepararse para partir de este mundo lo mejor posible tal como lo hace el protagonista de “Les Invasions Barbares”, Rémy, cuando ha sido diagnosticado con cáncer terminal e intenta con sus amigos y seres queridos hallar -mientras dure la lucidez- un modo singular de dar forma al final de su vida?

Cómo saber, casi con certeza suicida, si es momento de irse?

Cómo desaferrarse de esta maravilla que es la excepción de estar viviendo?

Cómo negar la voluntad de vida que pulsa por hacernos permanecer, por hacernos perseverar en la existencia?

A veces se puede dar una suerte de planificación final a nuestro existir.
Ética y práctica del buen morir, que para ser tal, debe .
Ultimo timing en el que hay que poder disponer no sólo de una conciencia que lúcidamente escoge un autoaniquilamiento dignificante, sino la presencia de un contexto que permita-avale-contenga esa subjetiva determinación que intenta mapear su propia cesación. Menudo desafío.
Otras veces esa estrategia para la última despedida es irrealizable, incluso, pese a la declarada voluntad conciente que haya tenido en otro momento previo el que agoniza pues no siempre es controlable el contexto de un final de vida y muchas veces sucede que se queda preso de semiarbitrarias circunstancias relativas al proceso “técnico” e institucionalizado de morir. Tubos, máscaras, fluídos a préstamo, máquinas contabilizadoras de latidos y suspiros, manos tan expertas (o no siempre) como desafectivizadas (o no siempre), y toda una artillería artificial que termina ensañándose con un cuerpo que ya ha perdido casi por completo la posibilidad de experimentar concientemente las plenitudes vitales y que sólo pervive gracias a todo ese stock de tecnología y la suma de fuerzas impersonales.
La perdurabilidad sin estado de conciencia ni voluntad insiste en que los sistemas se mantengan en “on” maquínicamente, sin hacedor ni deseo vívido ni impulso reflexionante. El “quien” vira cada minuto un poco más hacia el lado de un “que”. Quien se era ya no es es, y en esa irrecuperabilidad persistir respirando es asunto más propio de aparatos de guerra contra la muerte que de vida que anhela ser vivida.
Los hospitales y clínicas acopian a diario agonías que nada tienen de gallardas, como diría Porfirio Barba-Jacob. La muerte tarda, o se la hace tardar, y en esa demora el agonizante pervive aunque la mismidad se desquicie y la identidad se diluya hasta dejar al ser en estado de sobras de lo que alguna vez ha sido.
Sombra de sí antes de ser ya ni sombra.

No hemos manejado nuestra entrada a la vida, es cierto.
Nuestro nacimiento no ha contado con nuestra voluntad planificadora.

Pero sí es asunto preferible (si se puede) decidir los modos de salida.

No podremos cambiar las reglas naturales, es cierto, pero la impronta personal no debería ausentarse en el final del juego... es bueno morir a tiempo, gallardamente.




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La muerte, ese último igualitarismo despiadado




La muerte, ese último igualitarismo despiadado






Las manos que dicen adiós son pájaros que van muriendo lentamente... “

Mario Quintana





La muerte es ese instante inerte que se precipita luego de respirar el último exceso de vida que nos queda. Dionisos es, finalmente, derrotado por Tánatos.

La fuerza de ese respiro final que da el agonizante es la última forma en que se manifiesta su tremenda voluntad de aferrarse a lo viviente. Ese conatus del que hablara Spinoza, esa fortísima voluntad de vida que nos acompaña hasta que cesamos de existir es el último eslabón que encadenará a un ser con la biografía de su final.

Cada final de vida es el cierre de una novela personal e individual tan inextricable como inabarcable.

Y en esa novela personalísima que componen los mapas vitales transitados por cada quien, la muerte siempre nos parece algo temprana. Para los que tenemos el privilegio de seguir quedando siempre nos queda una sensación de “por qué” ante una muerte. Probablemente sentimos esto aún en los ancianos que han llevado una larga vida porque uno puede percibir siempre alguna inconclusión, algún pequeño obrar que quedará pendiente, felicidades y disfrutes que nunca hubieron de llegar ni habrán de hacerlo. Si quien muere es alguien demasiado joven, esta temprana aparición de la muerte hace que nuestra sensación de inmerecimiento se acreciente aún más. Querríamos que algunos hayan tenido unos granos más de arena antes de que la Parca les diera vuelta violentamente el reloj. Como sea, la muerte es símbolo de un igualitarismo despiadado: frente a ella, todos nos presentaremos con la misma inerme desnudez.

Para los que permanecen, muchas veces sucede que los invade -en distintas proporciones- el “Síndrome de lo pendiente”: esa necesidad de que haya habido un-poco-más-de-tiempo para decir o expresar aquello no fue dicho o expresado con quien ahora ya no está.

Para el que perdura y testimonia la muerte del otro, llenar ese vacío que el muerto activa con su ida se vuelve un imperativo de supervivencia. Hay que sobre-pasar la muerte del otro para poder seguir vivo. Y ese relleno de sentido que tiene que advenir para ocupar con representaciones la tangibilidad física y cercanía emocional que el alguien otrora brindaba con su existencia es un “llenado” que se hace con lo que se pueda, con lo que se sienta, con lo que se recuerde, e incluso con lo que se olvide. Hay que habérselas con un modo de enlace que desprolijamente enhebra el pasado común que se ha vivido con quien ya no está, y esa dura despedida actual que siembra agujeros por doquier en el presente. 

¿Qué implica ser un individuo? Saber que a esta existencia se ha llegado solo y solo se ha de partir indefectiblemente. Y a diferencia de nuestro nacimiento, sobre el cual no tuvimos injerencia alguna, la muerte nos puede llegar a ofrecer un último gesto libertario: el que a conciencia nos permitirá escoger cómo morir, entre quiénes despedirnos de la vida, cuándo y bajo qué circunstancia dar configuración conciente a la propia cesación. Contra ese esfuerzo igualitarista despiadado de la muerte que. se nos dice, a todos nos iguala, diferenciarse. Darse un fin que afirme lo singular, romper el pattern común y esculpir la propia finitud si la conciencia agonizante nos lo permite.

Dichosos son aquellos que parten habiendo tenido buenas y plenas vidas transversalizadas por la libertad, y más serenos permanecen también quienes sientan que no han quedado abrazos pendientes con los que se han ido. La muerte enseña que nunca se sabe cuando ha de llegar, y en razón de esta incertidumbre es importante agotar lo que se sienta y sus manifestaciones como si cada día fuera el último. 

Vaciarse los sentimientos, entregar emociones, darlas a saber de alguna forma, todo eso colabora a partir o a dejar partir un poco más livianamente cuando llegue la hora. 

Dionisos sólo tiene un modo, fatal y final, de revertir la segura derrota bajo la guadaña de Tánatos: morir con una sonrisa, morir agotadas ya todas la alegrías, morir de tanta vida vivida lo más libremente que nos haya sido posible.




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Cementerio, lugar donde duermen los muertos



Cementerio, lugar donde duermen los muertos




Aquí yace quien os aguarda.”

(Epitafio en la tumba de Aristipo)




Convenientemente los griegos llamaban al lugar donde daban sepultura a sus muertos “cementerio”, palabra que literalmente podía traducirse en aquellos tiempos como “lugar donde duermen los muertos”.

La palabra original griega es la conjunción de “koimao” (estar acostado, echarse en un lecho), “koimo” (dormir) y “terion” (sufijo de lugar). De allí mismo deriva el vocablo latino “coemeterium”, siendo la epéntesis de la -n- (cementerio/coemeterium) lo que está indicando una contaminación por influencia del sustantivo "caementum" (mezcla de arcilla y elementos calcáreos, cemento) aludiendo con ello al material con que se construían los nichos funerarios.

Los muertos parecen dormidos.
La muerte, un infinito sueño que sólo habitamos cesando de ser.

Al noroeste de la antigua Acrópolis ateniense se hallaba el más famoso de los cementerios griegos. Emplazado en el área de Kerameikos (zona de los talleres de alfareros y ceramistas) el nombre del cementerio hace honor -según menciona Pausanías- a “Céramos” (o “Kéramos”), quien fuera el hijo de Dionisos y Ariadna. 
Llamativa cuestión ésta, pues el sitio que ha sido designado como morada última de afamados griegos y ciudadanos de aquel tiempo fue llamado como aquel quien fuera fruto de la unión entre la mortal reina de los laberintos y el inmortal dios de los desbordes y excesos.


La muerte, ese exceso último de vida que trágicamete nos mata, es la que nos abre la entrada al último mudo laberinto.



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Soñar, amar, sanar, morir



Soñar, amar, sanar, morir




(A la memoria de Lidia Suarez.
En recuerdo de su dulzura inolvidable y su entereza,
su pequeñez su fragilidad su espíritu libre su alegría sus alas.
Mi querida segunda mamá que se ha ido...)





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"Las moradas de Hypno y Tánato eran vecinas en el Hades…
el sueño es la morada análoga a la muerte
en la que cada noche entramos
plácidamente
al cerrar los párpados. Para vivir en la otredad."

Jacobo Siruela



Hace algunos años atrás mi entrañable amigo Emilio Achar me obsequió, en una de sus siempre esperadas visitas a Buenos Aires, “Las Intermitencias de la Muerte” de José Saramago. En ella la muerte suspende su tarea, y el maestro Saramago describe, con su pluma infatigable de párrafos infinitos, como ese detenerse de las cesaciones que impone la mortalidad transforma de modo perturbador el universo de lo viviente. El libro se inicia diciendo: «Al día siguiente no murió nadie».

Hay días en que quisiéramos que la muerte estuviera siquiera evaluando practicar una de sus intermitencias.
Aunque sea por un tiempo, aunque sea con algunas personas que quisiéramos conservar de este lado de la vida.
Que la muy injusta se olvide de llevarse a nuestros seres bienamados, que deje reposar su filosa guadaña y preserve el hilo que une el cuerpo a la existencia, que esa puntual funcionaria del ciego devenir de los ciclos entre por un ratito en huelga y nos ofrezca un poco más de criterio selectivo.

Pero ya sabemos que la literatura es justamente eso, literatura, y que las posibilidades de extender un hecho literario como detener la inminencia del morir contradice toda lógica natural.

Dejar de morir, no morir o impedir una muerte forman parte quizás de nuestros más sensibles sueños. Soñamos con poder intervenir mágicamente para dejar ciertas muertes en suspenso, o con haber podido detener ciertas muertes ya sucedidas. Soñamos eso cuando amamos a los que parten y ese lazo que la muerte corta irrumpe con su negror funerario en la existencia diaria.

Luego, por un tiempo, nada queremos ni hacer, ni ser. Mientras lidiamos con el trabajo de duelo no nos queda mucho más que el deber del superviviente: tener que transmutar nuestros vínculos con los muertos, conservar el lazo y a su vez transformarlo, darle nueva forma pues ya no estaremos más con ellos. Hacer de lo que hemos compartido con los que mueren, algo probablemente más sutil, más íntimo, más hacia adentro.

Soñamos con una muerte que se olvide de su monótona misión porque duelar es una tarea dolorosamente interminable e imposible de cerrar por completo cuando se trata de algunos seres significativos. Por todo esto es que quisiéramos que la muerte se salteé a quienes afectivamente nos han querido y hemos querido.
Pero como la muerte es perseverante en su oscura tarea de poner fin al latido de los cuerpos, no nos queda más que la suturante tarea de sanarnos de esas partidas, preservar los recuerdos que nos bienunió con los que ya no están, y honrarlos habitando con intensidad cada hora y día de esta vida en la que aún tenemos el lujo de pulsar, palpar, sentir, respirar, abrazar, reír, proyectar.

No sé si uno se sana por completo de ciertas muertes. No estoy segura de ello.
Tal vez a veces se pueda, tal vez a veces no. Tal vez sanemos sólo un poquito.
Pero con el tiempo debemos internalizar -aunque más no sea- la posibilidad de imaginar que sanaremos, aunque sigamos llorando cada tanto a los que se van yendo y nos parezcan infinitos los microscópicos detalles que bordan cada despedida.

Vivimos porque soñamos, porque amamos, porque sanamos. Vivimos aún sabiendo que la muerte no es intermitente, ni la vida se corresponde exactamente con la belleza trágica de un relato de Saramago. 




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Que cada palo aguante su vela




"Que cada palo aguante su vela"

(y cada vela su palo, by the way...)



Refrán marino
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Borramientos brillantes


Borramientos brillantes




“Borges, para ser Borges, tuvo que aprender a borrar a Borges.”



Marietta Gargatagli
(De “Una escritura muy cercana a una conversación amable”
En “Revista ñ”, 14/11/2011)
Imagen: Malena Peralta

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domingo, 29 de enero de 2012

sábado, 28 de enero de 2012

La esperanza desutópica



La esperanza desutópíca




"Querer un mundo mejor, que es nuestra finalidad principal, 
no es querer el mejor de los mundos"

Edgar Morin
Terre-Patrie”
(Edgar Morin y Anne Kern, Seuil, Paris, 1993)




Nuevos campos de batalla, o la misma batalla de siempre reloaded?
Derrotados los viejos sueños del siglo XX... estamos hoy asistiendo a nuevas andaduras y travesías libertarias? Es posible imaginar un eterno retorno de la resistencia?

Las fuerzas fundamentalistas siempre han tenido una faceta instituyente (productora de significaciones sociales) y a la vez han sido Janos de desmesurado carácter destructivo. Los "másalláes" que han sido establecidos dentro del marco de cada fundamentalismo han adoptado a lo largo de la historia formas teístas, nacionalistas, estatistas, bélicas, patrioteras, raciales, genealógicas, mercantiles, ideológicas, partidistas, tecnológicas, científicas, informáticas. Nuestros cielos e infiernos han ido sucesivamente cambiando de nombre, pero pocas veces de intenciones.

Hoy, cada “más allá” coexiste con algunas de sus otras variantes en una suerte de superposición delirante: la gente se va a dormir meditando sobre su libro sagrado, sin embargo venera su puesto de trabajo servilista, sin dejar de depositar a plazo fijo sus esperanzas en la ciencia, mientras al mismo tiempo aspira a ciertos usos de lo tecnológico, y sólo confía en el estrecho círculo de quienes considera sus “idénticos”. Si al sujeto actual se lo reclama en términos cívicos, argumenta tibiamente sus decisiones e indecisiones guiado por una  mapa de ideologías mixturadas (o másomenos puras en casos extremos) aunque siempre atado a su vaca sagrada: el Estado.

En alguna medida el sujeto cívico es inconciente cautivo de un patchwork de másalláes. Y el poder de turno explota esa manta confusa de creencias para seguir jugando las perversas jugarretas abusivas de hoy y de siempre. Nada nuevo bajo el sol. Estados, gobiernos, mafias, curanderismo político componen una repugnante cadena metonímica que aplasta al individuo bajo la bota colectivista que ciegamente aplasta por derecha o por izquierda.

Afortunadamente, como siempre que hubo poder, hay resistencia (siguiendo la afirmación foucaultiana).

Pero qué clase de resistencia puede erguirse con los pies en la tierra en un mundo que ha perdido su voluntad de grandeza y que se arrodilla con un pañuelo atado en los ojos ante el altar de los nuevos/viejos dioses de la manipulación y el engaño? Es posible resistir y proyectar en estado de des-utopía?

Cualquier fundamentalismo, sea éste del orden que sea, hace uso de sus dogmas, sus libros, sus producciones casi cinematográficas de sentidos, sus teatralizaciones, sus voceros y soldados, su exaltaciones, sus profecías infantilistas, su paternalismo estructural... todo a fin de tornarse más exitoso en la trama social de la que emerge y se alimenta. El saqueo político es un arte sucio, una tekné de la bajeza. Y un fundamentalismo exitoso no es, ni más ni menos, que aquel que consigue someter a masas enteras de seres humanos -por la vía de fantásticos trucos de manipulación- a una servidumbre que se celebra como si se tratara de una liberación. Goebbels mismo (el líder del aparato de propaganda nazi) alguna vez dijo, respecto de los efectos de sus “puestas en escena de la realidad” que era como contar un cuento de hadas. Lógicamente un cuento con efectos sanguinarios y dementes. Pero lo que este animal hitleriano había sabido captar y usufructuar de los millones de efervescentes alemanes a los que se dirigía fue la necesidad que las individualidades extraviadas en los efectos de masas tienen para autoconvencerse de que hay algo de inmortal en las ilusiones colectivas, algo supremo que logra aliviarles el sinsentido de sus patéticas vidas cotidianas. El sujeto masificado busca la tranquilidad de depositar sus designios como sociedad en un líder fuerte, embravecido, autosuficiente y voraz de poder. Y ya sabemos cual fue el resultado de este tipo de cóctel biopolítico.

En efecto, sobran ejemplos que permiten comprobar que a la gente le place entregarse a creer. Lo cual exige pensar en las conexiones negligentes entre esa voluntad de creer, la servidumbre voluntaria de la que hablara La Boétie ya por el siglo XVI, y la inercia a rebañizarse en pos de un paraíso prometido.

Las creencias -incluso las más insostenibles, bizarras y/o peligrosas- generan un alivio a la estupidez generalizada. Abrazados a esos falaces modos del creer, las sociedades entran en masa en trances fantasiosos y transitan semidormidos por nebulosas de irrealidad que suelen derivar en los acantilados de las pulsiones de muerte. Direccionados por la mágica mano negra de un líder con cierto carisma a quien colocan en el lugar de la palabra indiscutible y divinizada, simplemente agitan su rencoroso resentimiento y se entregan a la pasional tarea de dejarse llevar, y seguir. Los ciudadanos se vuelven manadas, he aquí el mayor peligro autoritario que se cuece en el caldo del culto a las mayorías.

No es vano recordar que las peores atrocidades y mayores masacres ocurridas en este mundo han sido llevadas a cabo en nombre de alguna forma de trascendencia a su vez guiada por uno o un pequeño grupo de seres erigidos en guías cataclísmicos: si los cruzados mataron a millones en nombre del más allá celestial, Stalin y Hitler masacraron a sus propios millones de “enemigos” en nombre de un más acá terrenal. ¿La lección histórico-política? El deber de denunciar y rechazar cualquier nuevo intento de arraigar una utopía salvadora en nuestro mundo actual, el deber de dar una crítica sin piedades a las barbaries que esas tales utopías dejaron como lastre a fin de interrumpir las larvas que intentarán justificar sus eventuales nefandos replicamientos.

Que nadie nos salve!
Que nada nos salve!
Cuánto más se ajusta a la libertad del individuo soberano preferir la lógica de la intemperie, la dinámica de la espontaneidad, la ausencia de "plan" predigerido por el poder!

Si creer es entregarse a una forma de perverso goce (el goce de la tutela), renunciar a las promesas y comenzar una vida apartada de los textos que evangelizan sobre la salvación (la salvación política, o la del espíritu, la social, o la económica, o la psíquica) es un camino que conlleva no sólo a la decepción reflexionada, sino también a la libérrima incertidumbre. Y tolerar la incertidumbre no es cosa para nada sencilla. Menos aún lo es aprender a decepcionarse con las neuronas activas.

Vivir, amar, pensar, imaginar, sentir y morir en estado de des-utopía tiene su costado displacentero, sin dudas. Pero bien vale la angustia de mirar la realidad con los ojos bien abiertos antes que pretender tener fe en cualquier sistema de ideas o creencias basado en el secuestro extorsivo de la verdad, en el homicidio de las libertades individuales, en el cercenamiento de la creatividad espontánea muerta bajo el acero petrificante de la planificación colectiva.

Cómo plantear las batallas por la libertad en un presente que se nos heredado carente de absolutos?

El realismo actualista (ese padre del pragmatismo corto de miras que llama “espiritualmente” a refugiarnos en la trinchera del mero presente) puede ser útil en términos de recurso existencial-meditativo: respiremos, estemos aquíyahora, el pasado se ha ido, el futuro no ha llegado, sólo apenas tenemos la frágil inestabilidad de lo actual. Todo lo cual es cierto, pero insuficiente, al menos políticamente hablando.
Por otro lado y respecto del futuro utopizado, en “La anomalía salvaje” (Anthropos, Barcelona, 1993) Toni Negri concibe sin titubeos al sueño utopista como una pulsión idealista que termina siempre condenada de un modo u otro a ser una riesgosa apología del mando. No me gusta Toni Negri, pero su punto en este sentido es acertado. Y decepcionante es su conclusión pues, en el útero de los aconteceres y devenires de las llamadas “liberaciones revolucionarias” se termina ligando las trompas estériles de la historia con las armas brutales del totalitarismo. El poder estatista y colectivista entregado a poner en práctica una estrategia de control social uniformantes en contubernio con la verticalidad propia del "partido único" han parido los peores gobiernos más fascistas de la historia.

Entonces volvemos a la desutopía...

Sin horizontes de vanas creencias en sistemas totales, rechazando sin cobardías los discursos únicos, aún tenemos de nuestro lado la imaginación, la producción creativa, el ideal de excelencia, la belleza intrínseca de la diferenciación. Reivindicando el papel activo de quienes resisten al otro lado de los universos paralelos montados por los discursos excluyentes y exclusivos, se sigue alzando la brillante solaridad anarquista del individuo libre en combate con todas las formas de parasitismo social y político.
Sabemos que la libertad no es asunto que siga planos predeterminados, que los peldaños de sus escaleras no se saltan de a dos, y que no hay nada que justifique elevar a la categoría de ser supremo sobre la Tierra a ningún arquitecto/a político/a cuya voracidad mayor no es más que seguir sentándose a la opulenta mesa del poder concentrado (aunque sus decires describan seductoras promesas edulcoradas con imagenes de paraísos por llegar).

Desutopía no es la pérdida de la voluntad libertaria, es la afirmación de esta última contemplada desde la perspectiva de un anarquismo individualista.

Muy por el contrario, y habida cuenta de que la política actual es tan estertórea como anacrónica (aunque residualmente aún eficaz) la desutopía se plantea como aquella posición/acción antagónica a las formas agotadas de construir poder.

Hoy las prácticas de resistencia desutópicas constituyen un posible modo de re-encauzamiento lento -y por momentos fatigoso- de una forma de reflexión cívica que no deja de llamar a la praxis concreta pero se resiste a entregar el curso y resultados potenciales de ésta en las contaminadas manos de algún nuevo sacerdote de la vieja casta política. 

 Sin Estado, sin coacción, sin ficticios contratos sociales con ninguna entidad hipostasiada.

La desutopía es un llamamiento a quebrar no sólo ciertas reglas de juego, sino el juego mismo de lo político tal como se lo ha jugado hasta ahora.


Se podrán juzgar a las actuales prácticas desutópicas como inestables, fragmentarias, débiles, lábiles, y muchas veces inciertas en sus devenires, lo cual es completamente cierto. Pero no por ello dejan de constituir imaginativas “máquinas de subversión simbólica y real” que operan, por ello mismo, en el plano simbólico-real y escapan a los modos de protesta propios del modelo de mediaciones y oposiciones que alguna vez legitimaron los hoy caducos aparatos estatistas, sindicales, partidarios, obreristas, estudiantiles. En coexistencia con éstos oxidados sistemas de (no)representación actual, las prácticas desutópicas traban ciertos accionares del poder concentrado (caso de Anonymous a nivel global, o la defensa antiminera en Famatina a nivel local, o las experiencias de las Free cities ilustran con sus ejemplos esta dirección impugnadora de los contrapoderes).

A sabiendas de que toda batalla contra los poderes instituídos no es garante en sí misma de victorias largoplacistas, desutopizarse es un modo de recuperar la apuesta a dar más luz a las nuevas bisagras de resistencia cívica. Poner las fichas del pensamiento activo y afilado en la casilla de las nuevas potencias éticas que la sociedad está incubando a trompicones, erráticamente. Reconquistar el valor de oponerse, con seriedad pero sin formalismos ni marcos estrechos predeterminados por ninguna tradición de lucha. Revisar lo que no ha funcionado y afirmar el valor de lo que sí lo ha hecho como demostraciones de lo que es conveniente no repetir y de lo que valdría la pena reproducir flexiblemente. 

Romper vidrieras vandálicamente, tomar los palacios de invierno y darse a las calles es hoy aún uno de los modos de hacer saber que se es crítico a un modelo, a un estilo, a un conjunto de decisiones fascistoideas, etc., pero por momentos es también casi irrelevante cuando no directamente inconsecuente y reñido con la protección de lo que es propiedad de otros. Respetar el axioma del principio de no agresión se vuelve sustancial en tiempos revueltos. Dadas las condiciones actuales del poder concentrado (corporaciones globales y locales que operan en alianza indiscernible con los Estados en cualquiera de sus formatos) la fertilidad resistente no se halla bajo el patrimonio exclusivo de ningún colectivo, no se logra a pedradas en las calles, no se obtendrá jamás incendiando autos en los suburbios. Se resiste construyendo. Diseminado y reticularizado en infinitos puntos sociales y relacionales la crítica lúcida a las reales causas de la improsperidad. Podemos configurar legítimas y ruidosas formas de resistencia con las armas de la inteligencia y un teclado (y sino, habrá que preguntárselo a los que han hecho del hacking un territorio de contrapoder). Es posible y necesario pensar out of the box cuestionando la ilusión de imprescindibilidad con que se ha revestido al  Estado, cuestionando la falsa idea de que sin Estado no hay orden posible, no hay sociedad posible.

Las subjetividades francamente antagonistas son, hoy, enteramente desutópicas e individualistas. La desobediencia real pasa en estos momentos por una voluntad de ruptura con los colectivismos de cualquier índole que operan con intencionalidad molar en detrimenento de las interacciones espontáneas moleculares basadas en el interés mutuo y la cooperación voluntaria. En la fuerza de las imposiciones colectivas radica su propia debilidad, y sobre éstas hay que pegar los golpes de martillo que despierten a los espíritus adormecidos.
No se trata ya de ir trás algún ensueño ingenuo redentor, sino de vulnerar la supuesta solidez de los Estados (mínimo o máximos, siempre aspirantes en algún plano a ser totales) y su comparsa de instituciones-organizaciones-amigotes aliados de los beneficios unidireccionales a los que la concentración de poder beneficia opíparamente. Detectar esas bisagras en las que el poder muestra su agrietamiento -recordemos que, aún en el mayor de los controles, no hay solidez sin fisura- y trabajar inmaterialmente en el agrandamiento de esos espacios por donde se cuela la luz pues ellos son los que permitirán crear un auténtico desbalance del poder. Abrir divergencias allí donde la grieta legitimista muestra una leve contradicción. Ningún Estado ni organización es perpetua ni eternizable, ni siquiera aquellos que alguna vez detentaron legitimidades atroces y feroces contra la más mínima libertad de expresión. No hay gigantes sin pies de barro ni rey que finalmente no se pasee desnudo como producto de su propio ensoberbecimiento...

Hoy la adhesión a resistir probablemente ha dejado de ser vista ya como “adhesión partidaria”. En buena hora! Hoy se resiste y se suma a causas puntuales que convoquen existencial y éticamente, práctica y políticamente, económica y socialmente. Se protesta desde la singularidad y la molecularidad de cada vida, de cada sujeto resistente, de cada individuo al cuidado de sí. Se resiste en tanto que esa resistencia no atente ni intente borramiento alguna en torno a la singularidad. La molecularidad es ajena a los "aparatos opositores" y sólo funciona cuando la agrupabilidad es plenamente consentida y pactada de acuerdo al principio de afinidad electiva. Creamos acontecimientos de resistencia sin desdibujar la identidad personal bajo ninguna identidad colectiva masiva (e incluso cuando los sujetos de una “x” resistencia se pliegan a una tal identidad supraindividual, ésta no implica la férrea lealtad que otrora exigían los colectivos partidarios/sindicales/estudiantiles).

Todos somos hoy parte de alguna minoría. Premisa que vuelve absurdo el uso político coactivo de la noción de "mayoría". Quienes componen el mapa de las subjetividades antagonistas de este siglo que va corriendo, no sólo han mutado los criterios de agrupabilidad (exigiendo nuevas formas de pacto) sino que se configuran en torno a una decidida autonomía individual, menor tolerancia a ser mandatado para la obediencia a credos molares, intolerancia activa a la descarada verticalidad metodológica, desconfianza basal a aceptar ser liderado sin espacio para la discusión de criterios, lealtades fluctuantes e impermanentes, necesidad de contratos privados renovables que fijen las fronteras de lo que se ha de aceptar y lo que no.

Por estas razones, justamente, es que los aparatos políticos tradicionales fallan descomunalmente al tratar de cooptar y organizar entidades opositoras estables: aún miden y termometrean la realidad cívica con los semi-inútiles elementos de interpretación y puntos de referencia propios de las anteriores formas de subjetividad. En algún punto las limitaciones interpretativas de los políticos llamdos "opositores" que hoy no logran ni cautivar ni articular una voz de resistencia unificada se parecen al problema de la física de fines de siglo XX cuya buena parte de sus limitaciones se deben a que los modelos matemáticos que aún aplica han quedado demasiado atrás respecto de las especulaciones y avances teóricos de la física misma.

Hoy la política es más que nunca micropolítica.

Interpretar lo político con una aritmética del poder obsoleta y con una lectura subjetiva que aún “lee” los comportamientos colectivos con la lógica de mediados del siglo pasado es no poder entender la semántica del mundo civil del siglo XXI. Y el que interpreta equivocadamente, en este contexto, no sólo pierde, sino que pierde en esa misma pérdida su valiosa capacidad de enfrentar y colaborar activamente a enfrentar las manipulaciones que los poderes actuales se arrogan bajo el gastado y vaciado nombre de “democracia”, "Estado", "mayorías", "Bien común", "partidocracia alternante".

Resistir compaginando lealtades coherentes pero variadas y flexibles, consentidas y contractualizables, conforma en la actualidad un inmenso desafío político y social. Hay que repensarlo todo por fuera de las categorías del costumbrismo intelectual que tanto daño ha causado a la hora de inteligir el campo económico, cultural, psicológico, antropológico, etc.

Sin potencias afirmativas que operen como suelo nutriente de futuras transformaciones sólo nos morderemos la cola como perros rabiosos y daremos vueltas estériles alrededor de las mismas destructivas e inconducentes pasiones aliadas de la tristeza, la venganza, el resentimiento, y la muerte. Cuando no nos quede ni un falso refugio por denunciar, ninguna cueva de ladrones por señalar, ni ninguna verdad ilegítima por expropiarle a la irrealidad manipulativa actual, nos quedará por delante la obligación ética de hacer de la alegría propositiva nuestra principal estrategia de construcción cívica. No se trata de un optimismo naïve, sino de posicionarse del lado de la vida y sus fluencias no pronosticables...

La “esperanza desutópica”  no es sino la infinita posibilidad de llevar adelante una firme desobediencia reflexiva desde un suelo ético-político sustentado por una individualidad en tránsito hacia otras configuraciones más libertarias con respecto a sí misma y a los otros. 






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La insurrección que viene



La insurrección que viene





Nada de lo que se presenta está, ni de lejos, a la altura de la situación.
Incluso en su silencio, la propia población parece infinitamente más adulta
que todos los títeres que se pelean por gobernarla.”



L' insurrection qui vient” - Comité Invisible
(“La insurrección que viene” - 2007)




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jueves, 5 de enero de 2012

Plataforma 2012 Para la Recuperacion del Pensamiento Critico


Plataforma 2012
PARA LA RECUPERACIÓN DEL PENSAMIENTO CRÍTICO




Escapar al efecto impositivo de un discurso hegemónico no es una tarea fácil. Pero es necesario y posible generar una voz colectiva que enuncie este problema y lo transforme en acto de demanda. Si algo nos define como intelectuales es pensar sobre el mundo y la sociedad en la que vivimos, poner en cuestión los problemas que nos plantea, promover el debate de ideas, intentar leer más allá de la letra manifiesta y visibilizar lo oculto, tratar de salir de la mera apariencia de los efectos para bucear en las causas que los determinan. En síntesis, sostener nuestra capacidad y conciencia crítica y manifestarla, romper el silencio, como paso imprescindible hacia un accionar colectivo y transformador.

No encontramos este ánimo en algunos trabajadores del campo de la cultura, a quienes hemos respetado y queremos seguir respetando, pero que al colocarse como voceros del gobierno han producido una metamorfosis en relación con su historia y su postura crítica.

Nos encontramos ante verdaderos escándalos de diferente naturaleza y calidad, que tienen como denominador común la impunidad en relación con las responsabilidades de quienes nos gobiernan. Y de manera paralela, asistimos a la construcción de un relato oficial, que por vía de la negación, ocultamiento o manipulación de los hechos, pretende investir de gesta épica el actual estado de cosas.

Javier Chocobar, Diego Bonefoi, Nicolás Carrasco, Sergio Cárdenas, Mariano Ferreyra, Roberto López, Mario López, Mártires López, Bernardo Salgueiro, Rosemary Chura Puña, Emilio Canavari, Ariel Farfán, Felix Reyes, Juan Velázquez, Alejandro Farfán, Cristian Ferreira. Vemos crecer la lista de los asesinados. Muertes que en su repetición no dejan de asombrarnos. Muertes que van cubriendo toda nuestra geografía. Muertes que, lejos de ser inocentes, marcan un encarnizamiento represivo que no puede ser negado ni atribuido a lejanas decisiones para desresponsabilizar al gobierno central. Ahora descubrimos que desde 1994 somos un país federal, y que por lo tanto las muertes dependen de las policías provinciales, o de los caciques locales. Curiosa apelación al federalismo, cuando es el gobierno nacional el que ejerce el centralismo unitario y decide de hecho los presupuestos provinciales, el que resuelve candidaturas, impone ministros y se abraza con los gobernadores casi al mismo tiempo de ocurridos los hechos.

Muchas de las últimas muertes están vinculadas a la carencia de tierra, y detrás de cada nombre hay una historia de vida que se remonta a la histórica lucha de los pueblos originarios contra el despojo del que han sido objeto. El proceso de concentración de la propiedad de la tierra y la soja-dependencia de los últimos ocho años son un correlato en el presente de aquel despojo, que el discurso oficial oculta.

El “relato” hegemónico pretende imponerse sobre la materialidad y el valor simbólico de estas muertes. Efectivamente, en torno a estos y muchos otros hechos se elabora un discurso oficial que construye consensos, porque aparenta dar cuenta de una serie de necesidades sociales y reivindicaciones nacionales mientras se afianza la persistencia de lo mismo que aparenta cuestionar.

Este relato disciplinador y engañoso utiliza la potencia de los recursos comunicacionales de que dispone crecientemente el gobierno para ejercer control social mediante la inducción de mecanismos alienatorios sobre las formas colectivas de la subjetividad.

Quieren aparecer como actores de una gesta contra las “corporaciones”, mientras grandes corporaciones como la Barrick Gold, Cerro Vanguardia, General Motors, las cerealeras, los bancos o las petroleras – y el propio grupo Clarín, hoy señalado como la gran corporación enemiga – han recibido enormes privilegios de este gobierno.

Quieren también aparecer como protagonistas de una histórica transformación social, mientras la brecha de la desigualdad se profundiza. Y cuando la realidad se impone sobre el “relato”, los voceros oficiales y oficiosos del gobierno sostienen que se trata de “lo que falta”. Según los intelectuales reunidos en Carta Abierta, “lo que falta” sería – más allá de las “asignaturas pendientes” que estarían dispuestos a admitir – una cuestión de “imaginación política”. Y lo que es evidencia y síntoma de lo que no sólo no se transforma sino que se profundiza sería – como en el fenómeno de las placas tectónicas - algo así como restos traumáticos del pasado en el interior de un proceso transformador, que reaparecen una y otra vez.

El contenido de la producción ideológica oficial se inscribe en una metodología. La discusión de ideas es sustituida por la descalificación del interlocutor y toda disidencia es estigmatizada. Trivialización del debate, bravata “intelectual”, sacralización de sus referentes con independencia de las acciones que producen, son sólo algunas de las modalidades en las que se expresa el intento de imponer un discurso único. Cuando desde los medios públicos se utiliza la denigración de toda voz crítica por medio de recortes de frases, repeticiones, burlas y prontuarización como procedimiento intimidatorio y se invalida a esas mismas voces cuando se expresan en otros medios, se produce una encerrona que por una u otra vía sólo promueve el silencio.

Hoy la homogeneidad discursiva empieza a estar atravesada por algunas filtraciones que la erosionan: el relato épico ha iniciado un proceso de cierto desenmascaramiento. La asociación entre derecho de huelga y extorsión o chantaje, o la justificación de la sanción de la ley antiterrorista, serían expresiones paradigmáticas de este fenómeno.

A pesar del afán disciplinador del discurso hegemónico, es nuestra responsabilidad como intelectuales y trabajadores de la cultura romper el silencio que pretende amordazar el pensamiento crítico y promover un debate transformador de los grandes problemas que plantea el presente. Es necesario. Y es posible.


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Pablo Albarello, Mirta Antonelli, Bibiana Apolonia de Brutto, Norma Barros, Héctor Bidonde, José Emilio Burucúa, Jorge Brega, Manuel Callau, Ana Candiotti, Andrés Carrasco, Nora Correas, Diana Dowek, Lucila Edelman, Sandra Franzen, Roberto Gargarella, Adriana Genta, Norma Giarracca, Liliana Helman, Eduardo Iglesias Brickles, Diana Kordon, Darío Lagos, Alba Lancillotto, Adriana Lestido, Matilde Marin, Lucrecia Martel, Gabriela Massuh, Francisco Menéndez, Luis Felipe Noe, José Miguel Onaindia, Jorge Pellegrini, Derly Prada, Mabel Ruggiero, Carlos Ruíz, Alfredo Saavedra, Guillermo Saccomano, Luis Sáez, Horacio Safons, Beatriz Sarlo, Alberto Sava, Herman Schiller, Aurora Juana Schreiber, Maristella Svampa, Nicolás Tauber Sanz, Miguel Teubal, Osvaldo Tcherkaski, Yaco Tieffenberg, Enrique Viale, Dennis Weisbrot, Patricia Zangaro, Daniel Zelaya  (y Gabi Romano).



Adhesiones a plataforma.2012@yahoo.com.ar




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