sábado, 28 de enero de 2012

La esperanza desutópica



La esperanza desutópíca




"Querer un mundo mejor, que es nuestra finalidad principal, 
no es querer el mejor de los mundos"

Edgar Morin
Terre-Patrie”
(Edgar Morin y Anne Kern, Seuil, Paris, 1993)




Nuevos campos de batalla, o la misma batalla de siempre reloaded?
Derrotados los viejos sueños del siglo XX... estamos hoy asistiendo a nuevas andaduras y travesías libertarias? Es posible imaginar un eterno retorno de la resistencia?

Las fuerzas fundamentalistas siempre han tenido una faceta instituyente (productora de significaciones sociales) y a la vez han sido Janos de desmesurado carácter destructivo. Los "másalláes" que han sido establecidos dentro del marco de cada fundamentalismo han adoptado a lo largo de la historia formas teístas, nacionalistas, estatistas, bélicas, patrioteras, raciales, genealógicas, mercantiles, ideológicas, partidistas, tecnológicas, científicas, informáticas. Nuestros cielos e infiernos han ido sucesivamente cambiando de nombre, pero pocas veces de intenciones.

Hoy, cada “más allá” coexiste con algunas de sus otras variantes en una suerte de superposición delirante: la gente se va a dormir meditando sobre su libro sagrado, sin embargo venera su puesto de trabajo servilista, sin dejar de depositar a plazo fijo sus esperanzas en la ciencia, mientras al mismo tiempo aspira a ciertos usos de lo tecnológico, y sólo confía en el estrecho círculo de quienes considera sus “idénticos”. Si al sujeto actual se lo reclama en términos cívicos, argumenta tibiamente sus decisiones e indecisiones guiado por una  mapa de ideologías mixturadas (o másomenos puras en casos extremos) aunque siempre atado a su vaca sagrada: el Estado.

En alguna medida el sujeto cívico es inconciente cautivo de un patchwork de másalláes. Y el poder de turno explota esa manta confusa de creencias para seguir jugando las perversas jugarretas abusivas de hoy y de siempre. Nada nuevo bajo el sol. Estados, gobiernos, mafias, curanderismo político componen una repugnante cadena metonímica que aplasta al individuo bajo la bota colectivista que ciegamente aplasta por derecha o por izquierda.

Afortunadamente, como siempre que hubo poder, hay resistencia (siguiendo la afirmación foucaultiana).

Pero qué clase de resistencia puede erguirse con los pies en la tierra en un mundo que ha perdido su voluntad de grandeza y que se arrodilla con un pañuelo atado en los ojos ante el altar de los nuevos/viejos dioses de la manipulación y el engaño? Es posible resistir y proyectar en estado de des-utopía?

Cualquier fundamentalismo, sea éste del orden que sea, hace uso de sus dogmas, sus libros, sus producciones casi cinematográficas de sentidos, sus teatralizaciones, sus voceros y soldados, su exaltaciones, sus profecías infantilistas, su paternalismo estructural... todo a fin de tornarse más exitoso en la trama social de la que emerge y se alimenta. El saqueo político es un arte sucio, una tekné de la bajeza. Y un fundamentalismo exitoso no es, ni más ni menos, que aquel que consigue someter a masas enteras de seres humanos -por la vía de fantásticos trucos de manipulación- a una servidumbre que se celebra como si se tratara de una liberación. Goebbels mismo (el líder del aparato de propaganda nazi) alguna vez dijo, respecto de los efectos de sus “puestas en escena de la realidad” que era como contar un cuento de hadas. Lógicamente un cuento con efectos sanguinarios y dementes. Pero lo que este animal hitleriano había sabido captar y usufructuar de los millones de efervescentes alemanes a los que se dirigía fue la necesidad que las individualidades extraviadas en los efectos de masas tienen para autoconvencerse de que hay algo de inmortal en las ilusiones colectivas, algo supremo que logra aliviarles el sinsentido de sus patéticas vidas cotidianas. El sujeto masificado busca la tranquilidad de depositar sus designios como sociedad en un líder fuerte, embravecido, autosuficiente y voraz de poder. Y ya sabemos cual fue el resultado de este tipo de cóctel biopolítico.

En efecto, sobran ejemplos que permiten comprobar que a la gente le place entregarse a creer. Lo cual exige pensar en las conexiones negligentes entre esa voluntad de creer, la servidumbre voluntaria de la que hablara La Boétie ya por el siglo XVI, y la inercia a rebañizarse en pos de un paraíso prometido.

Las creencias -incluso las más insostenibles, bizarras y/o peligrosas- generan un alivio a la estupidez generalizada. Abrazados a esos falaces modos del creer, las sociedades entran en masa en trances fantasiosos y transitan semidormidos por nebulosas de irrealidad que suelen derivar en los acantilados de las pulsiones de muerte. Direccionados por la mágica mano negra de un líder con cierto carisma a quien colocan en el lugar de la palabra indiscutible y divinizada, simplemente agitan su rencoroso resentimiento y se entregan a la pasional tarea de dejarse llevar, y seguir. Los ciudadanos se vuelven manadas, he aquí el mayor peligro autoritario que se cuece en el caldo del culto a las mayorías.

No es vano recordar que las peores atrocidades y mayores masacres ocurridas en este mundo han sido llevadas a cabo en nombre de alguna forma de trascendencia a su vez guiada por uno o un pequeño grupo de seres erigidos en guías cataclísmicos: si los cruzados mataron a millones en nombre del más allá celestial, Stalin y Hitler masacraron a sus propios millones de “enemigos” en nombre de un más acá terrenal. ¿La lección histórico-política? El deber de denunciar y rechazar cualquier nuevo intento de arraigar una utopía salvadora en nuestro mundo actual, el deber de dar una crítica sin piedades a las barbaries que esas tales utopías dejaron como lastre a fin de interrumpir las larvas que intentarán justificar sus eventuales nefandos replicamientos.

Que nadie nos salve!
Que nada nos salve!
Cuánto más se ajusta a la libertad del individuo soberano preferir la lógica de la intemperie, la dinámica de la espontaneidad, la ausencia de "plan" predigerido por el poder!

Si creer es entregarse a una forma de perverso goce (el goce de la tutela), renunciar a las promesas y comenzar una vida apartada de los textos que evangelizan sobre la salvación (la salvación política, o la del espíritu, la social, o la económica, o la psíquica) es un camino que conlleva no sólo a la decepción reflexionada, sino también a la libérrima incertidumbre. Y tolerar la incertidumbre no es cosa para nada sencilla. Menos aún lo es aprender a decepcionarse con las neuronas activas.

Vivir, amar, pensar, imaginar, sentir y morir en estado de des-utopía tiene su costado displacentero, sin dudas. Pero bien vale la angustia de mirar la realidad con los ojos bien abiertos antes que pretender tener fe en cualquier sistema de ideas o creencias basado en el secuestro extorsivo de la verdad, en el homicidio de las libertades individuales, en el cercenamiento de la creatividad espontánea muerta bajo el acero petrificante de la planificación colectiva.

Cómo plantear las batallas por la libertad en un presente que se nos heredado carente de absolutos?

El realismo actualista (ese padre del pragmatismo corto de miras que llama “espiritualmente” a refugiarnos en la trinchera del mero presente) puede ser útil en términos de recurso existencial-meditativo: respiremos, estemos aquíyahora, el pasado se ha ido, el futuro no ha llegado, sólo apenas tenemos la frágil inestabilidad de lo actual. Todo lo cual es cierto, pero insuficiente, al menos políticamente hablando.
Por otro lado y respecto del futuro utopizado, en “La anomalía salvaje” (Anthropos, Barcelona, 1993) Toni Negri concibe sin titubeos al sueño utopista como una pulsión idealista que termina siempre condenada de un modo u otro a ser una riesgosa apología del mando. No me gusta Toni Negri, pero su punto en este sentido es acertado. Y decepcionante es su conclusión pues, en el útero de los aconteceres y devenires de las llamadas “liberaciones revolucionarias” se termina ligando las trompas estériles de la historia con las armas brutales del totalitarismo. El poder estatista y colectivista entregado a poner en práctica una estrategia de control social uniformantes en contubernio con la verticalidad propia del "partido único" han parido los peores gobiernos más fascistas de la historia.

Entonces volvemos a la desutopía...

Sin horizontes de vanas creencias en sistemas totales, rechazando sin cobardías los discursos únicos, aún tenemos de nuestro lado la imaginación, la producción creativa, el ideal de excelencia, la belleza intrínseca de la diferenciación. Reivindicando el papel activo de quienes resisten al otro lado de los universos paralelos montados por los discursos excluyentes y exclusivos, se sigue alzando la brillante solaridad anarquista del individuo libre en combate con todas las formas de parasitismo social y político.
Sabemos que la libertad no es asunto que siga planos predeterminados, que los peldaños de sus escaleras no se saltan de a dos, y que no hay nada que justifique elevar a la categoría de ser supremo sobre la Tierra a ningún arquitecto/a político/a cuya voracidad mayor no es más que seguir sentándose a la opulenta mesa del poder concentrado (aunque sus decires describan seductoras promesas edulcoradas con imagenes de paraísos por llegar).

Desutopía no es la pérdida de la voluntad libertaria, es la afirmación de esta última contemplada desde la perspectiva de un anarquismo individualista.

Muy por el contrario, y habida cuenta de que la política actual es tan estertórea como anacrónica (aunque residualmente aún eficaz) la desutopía se plantea como aquella posición/acción antagónica a las formas agotadas de construir poder.

Hoy las prácticas de resistencia desutópicas constituyen un posible modo de re-encauzamiento lento -y por momentos fatigoso- de una forma de reflexión cívica que no deja de llamar a la praxis concreta pero se resiste a entregar el curso y resultados potenciales de ésta en las contaminadas manos de algún nuevo sacerdote de la vieja casta política. 

 Sin Estado, sin coacción, sin ficticios contratos sociales con ninguna entidad hipostasiada.

La desutopía es un llamamiento a quebrar no sólo ciertas reglas de juego, sino el juego mismo de lo político tal como se lo ha jugado hasta ahora.


Se podrán juzgar a las actuales prácticas desutópicas como inestables, fragmentarias, débiles, lábiles, y muchas veces inciertas en sus devenires, lo cual es completamente cierto. Pero no por ello dejan de constituir imaginativas “máquinas de subversión simbólica y real” que operan, por ello mismo, en el plano simbólico-real y escapan a los modos de protesta propios del modelo de mediaciones y oposiciones que alguna vez legitimaron los hoy caducos aparatos estatistas, sindicales, partidarios, obreristas, estudiantiles. En coexistencia con éstos oxidados sistemas de (no)representación actual, las prácticas desutópicas traban ciertos accionares del poder concentrado (caso de Anonymous a nivel global, o la defensa antiminera en Famatina a nivel local, o las experiencias de las Free cities ilustran con sus ejemplos esta dirección impugnadora de los contrapoderes).

A sabiendas de que toda batalla contra los poderes instituídos no es garante en sí misma de victorias largoplacistas, desutopizarse es un modo de recuperar la apuesta a dar más luz a las nuevas bisagras de resistencia cívica. Poner las fichas del pensamiento activo y afilado en la casilla de las nuevas potencias éticas que la sociedad está incubando a trompicones, erráticamente. Reconquistar el valor de oponerse, con seriedad pero sin formalismos ni marcos estrechos predeterminados por ninguna tradición de lucha. Revisar lo que no ha funcionado y afirmar el valor de lo que sí lo ha hecho como demostraciones de lo que es conveniente no repetir y de lo que valdría la pena reproducir flexiblemente. 

Romper vidrieras vandálicamente, tomar los palacios de invierno y darse a las calles es hoy aún uno de los modos de hacer saber que se es crítico a un modelo, a un estilo, a un conjunto de decisiones fascistoideas, etc., pero por momentos es también casi irrelevante cuando no directamente inconsecuente y reñido con la protección de lo que es propiedad de otros. Respetar el axioma del principio de no agresión se vuelve sustancial en tiempos revueltos. Dadas las condiciones actuales del poder concentrado (corporaciones globales y locales que operan en alianza indiscernible con los Estados en cualquiera de sus formatos) la fertilidad resistente no se halla bajo el patrimonio exclusivo de ningún colectivo, no se logra a pedradas en las calles, no se obtendrá jamás incendiando autos en los suburbios. Se resiste construyendo. Diseminado y reticularizado en infinitos puntos sociales y relacionales la crítica lúcida a las reales causas de la improsperidad. Podemos configurar legítimas y ruidosas formas de resistencia con las armas de la inteligencia y un teclado (y sino, habrá que preguntárselo a los que han hecho del hacking un territorio de contrapoder). Es posible y necesario pensar out of the box cuestionando la ilusión de imprescindibilidad con que se ha revestido al  Estado, cuestionando la falsa idea de que sin Estado no hay orden posible, no hay sociedad posible.

Las subjetividades francamente antagonistas son, hoy, enteramente desutópicas e individualistas. La desobediencia real pasa en estos momentos por una voluntad de ruptura con los colectivismos de cualquier índole que operan con intencionalidad molar en detrimenento de las interacciones espontáneas moleculares basadas en el interés mutuo y la cooperación voluntaria. En la fuerza de las imposiciones colectivas radica su propia debilidad, y sobre éstas hay que pegar los golpes de martillo que despierten a los espíritus adormecidos.
No se trata ya de ir trás algún ensueño ingenuo redentor, sino de vulnerar la supuesta solidez de los Estados (mínimo o máximos, siempre aspirantes en algún plano a ser totales) y su comparsa de instituciones-organizaciones-amigotes aliados de los beneficios unidireccionales a los que la concentración de poder beneficia opíparamente. Detectar esas bisagras en las que el poder muestra su agrietamiento -recordemos que, aún en el mayor de los controles, no hay solidez sin fisura- y trabajar inmaterialmente en el agrandamiento de esos espacios por donde se cuela la luz pues ellos son los que permitirán crear un auténtico desbalance del poder. Abrir divergencias allí donde la grieta legitimista muestra una leve contradicción. Ningún Estado ni organización es perpetua ni eternizable, ni siquiera aquellos que alguna vez detentaron legitimidades atroces y feroces contra la más mínima libertad de expresión. No hay gigantes sin pies de barro ni rey que finalmente no se pasee desnudo como producto de su propio ensoberbecimiento...

Hoy la adhesión a resistir probablemente ha dejado de ser vista ya como “adhesión partidaria”. En buena hora! Hoy se resiste y se suma a causas puntuales que convoquen existencial y éticamente, práctica y políticamente, económica y socialmente. Se protesta desde la singularidad y la molecularidad de cada vida, de cada sujeto resistente, de cada individuo al cuidado de sí. Se resiste en tanto que esa resistencia no atente ni intente borramiento alguna en torno a la singularidad. La molecularidad es ajena a los "aparatos opositores" y sólo funciona cuando la agrupabilidad es plenamente consentida y pactada de acuerdo al principio de afinidad electiva. Creamos acontecimientos de resistencia sin desdibujar la identidad personal bajo ninguna identidad colectiva masiva (e incluso cuando los sujetos de una “x” resistencia se pliegan a una tal identidad supraindividual, ésta no implica la férrea lealtad que otrora exigían los colectivos partidarios/sindicales/estudiantiles).

Todos somos hoy parte de alguna minoría. Premisa que vuelve absurdo el uso político coactivo de la noción de "mayoría". Quienes componen el mapa de las subjetividades antagonistas de este siglo que va corriendo, no sólo han mutado los criterios de agrupabilidad (exigiendo nuevas formas de pacto) sino que se configuran en torno a una decidida autonomía individual, menor tolerancia a ser mandatado para la obediencia a credos molares, intolerancia activa a la descarada verticalidad metodológica, desconfianza basal a aceptar ser liderado sin espacio para la discusión de criterios, lealtades fluctuantes e impermanentes, necesidad de contratos privados renovables que fijen las fronteras de lo que se ha de aceptar y lo que no.

Por estas razones, justamente, es que los aparatos políticos tradicionales fallan descomunalmente al tratar de cooptar y organizar entidades opositoras estables: aún miden y termometrean la realidad cívica con los semi-inútiles elementos de interpretación y puntos de referencia propios de las anteriores formas de subjetividad. En algún punto las limitaciones interpretativas de los políticos llamdos "opositores" que hoy no logran ni cautivar ni articular una voz de resistencia unificada se parecen al problema de la física de fines de siglo XX cuya buena parte de sus limitaciones se deben a que los modelos matemáticos que aún aplica han quedado demasiado atrás respecto de las especulaciones y avances teóricos de la física misma.

Hoy la política es más que nunca micropolítica.

Interpretar lo político con una aritmética del poder obsoleta y con una lectura subjetiva que aún “lee” los comportamientos colectivos con la lógica de mediados del siglo pasado es no poder entender la semántica del mundo civil del siglo XXI. Y el que interpreta equivocadamente, en este contexto, no sólo pierde, sino que pierde en esa misma pérdida su valiosa capacidad de enfrentar y colaborar activamente a enfrentar las manipulaciones que los poderes actuales se arrogan bajo el gastado y vaciado nombre de “democracia”, "Estado", "mayorías", "Bien común", "partidocracia alternante".

Resistir compaginando lealtades coherentes pero variadas y flexibles, consentidas y contractualizables, conforma en la actualidad un inmenso desafío político y social. Hay que repensarlo todo por fuera de las categorías del costumbrismo intelectual que tanto daño ha causado a la hora de inteligir el campo económico, cultural, psicológico, antropológico, etc.

Sin potencias afirmativas que operen como suelo nutriente de futuras transformaciones sólo nos morderemos la cola como perros rabiosos y daremos vueltas estériles alrededor de las mismas destructivas e inconducentes pasiones aliadas de la tristeza, la venganza, el resentimiento, y la muerte. Cuando no nos quede ni un falso refugio por denunciar, ninguna cueva de ladrones por señalar, ni ninguna verdad ilegítima por expropiarle a la irrealidad manipulativa actual, nos quedará por delante la obligación ética de hacer de la alegría propositiva nuestra principal estrategia de construcción cívica. No se trata de un optimismo naïve, sino de posicionarse del lado de la vida y sus fluencias no pronosticables...

La “esperanza desutópica”  no es sino la infinita posibilidad de llevar adelante una firme desobediencia reflexiva desde un suelo ético-político sustentado por una individualidad en tránsito hacia otras configuraciones más libertarias con respecto a sí misma y a los otros. 






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1 comentario:

camui dijo...

Que texto brillante. Cierto de que ilumina y/ o aclara mucho la incertidumbre que muchos tenemos en estas cuestiones. Hay veces que parecemos tener dos morales - para no decir una docena- pero es muy ardua/ dificil la tarea de resistir. Muy curioso que estos dias refleti acerca de algo parecido.

Saludo,