El reino de las Idénticas
Las mujeres suponen el único colectivo oprimido de nuestra sociedad
que convive en asociación íntima con sus propios opresores.
Evelyn Cunningham
Si allá por mediados del siglo pasado la mirada antropológica de Claude Lévi-Strauss, -hablando de las redes de parentesco- nos señalaba que el "principio de constancia" era lo que hacía que la supervivencia antropológica de una sociedad fuera posible, el rol de las mujeres en el mantenimiento y perpetuación de esas "constantes sociales" legitimadas no es para nada menor.
Y tales constantes, en casos muy ilustrativos para pensar la complejidad de la subordinación femenina, ubican a las que forman parte del colectivo femenino claramente como semianónimos signos intercambiables. El viejo estructuralista francés destacaba ya el 1949, para enojo de feministas como la querida Simone de Beauvoir, que "son los hombres los que intercambian mujeres, y no lo contrario". Y aunque no pretendía con esto justificar que las mujeres fueran meras fichas o símbolos (de hecho sostenía que las mujeres eran a su vez productoras de símbolos sociales, con lo cual las corría de un supuesto lugar de puros sujetos-objetos intercambio y nada más), las mujeres terminan siendo en determinadas estructuras culturales radicalmente patriarcales, sólo signos intersustituibles.
Mujeres-signos, que se canjean o se intercambian o se "pasan" de un tablero a otro dentro del mismo juego de inferiorización y sometimiento. Naipes de valor relativo, dependiendo siempre de las características del jugador que las tenga "en la mano".
Jean Paul Sartre señalaba los límites para el devenir pleno de una existencia que implicaba el “club tan restringido” que era la especie humana, club del que, obviamente las mujeres no formaban parte en épocas más o menos lejanas. Pero un club, del que aún hoy, en pleno siglo XXI tampoco forman parte en muchos lugares del planeta.
Que la modernidad y sus re-equilibraciones de derechos y emancipaciones, respecto de la condición femenina, no alcanzó a llegar a vastas zonas del globo no es ninguna novedad. La globalización ha puesto en imágenes y relatos la desigual distribución de los beneficios cívicos modernos. Y la circulación a nivel global de información también ha desenmascarado derechos incumplidos, falsedades democráticas, y ficciones igualitaristas.
Los bienestares por los que transitan las mujeres de países desarrollados parecen una película futurista si uno contrasta esas imágenes de vidas cotidianas femeninas en universos industrializados, con las imágenes “Otras”: las de una jovencita colectora de arroz en una aldea china, una mujer islámica dando a luz en condiciones infrahumanas, o una africana padeciendo de por vida las consecuencias inenarrables de la violencia de una clitoridectomía. El “club” de lo humano, aún parece tener entrada inaccesible para millones de seres. Pese a ser cosa del pasado el emancipacionismo como ola ideológico-política, lo que no es pasado y ni siquiera es presente son las deudas emancipatorias de género. Las mujeres se acumulan en una generosa mayoría dentro de esa masiva categoría de los/las “no incluídos/as”, "inferiorizados/as", "excluídos/as" del mundo del derecho.
Los muslims parecen saber bastante sobre este punto.
Y no adhiero a ninguna sacralización de las “diferencias culturales”, máxime cuando en nombre de la hoy tan discutible “correción política” del multiculturalismo se atenta contra la autonomía subjetiva. La multiculturalidad y el respeto por las diferencias como postulados “principistas” son profundamente rechazables si en la práctica tales principios impiden revisar, cuestionar y erradicar inferiorizaciones inaceptables mutilaciones corporales, malos tratos, o simplemente tratos “sub-humanos” por mera portación de género. Culturas como la musulmana producen y reproducen identidades cerradas, inmovilizantes, asfixiantes.
Identidades oclusivas, que cierran el paso de la voz femenina.
No hay voz.
Ni decir.
Y menos aún, desde ya, contra-decir.
Se trata de identidades sobresaturadas, cuyo objeto es no sólo moldear la subjetividad sino transformar a cada mujer en representante nítida y sin fisuras de los valores-creencias-ideas de esa sociedad a la que pertenece. Sin dudas, las identidades femeninas derivadas del patriarcalismo islámico son fuertemente sobrecargadas de exigencia en el sentido que se acaba de describir: cada mujer “representa” (debe y deberá) representar en sí y ante la mirada de los demás, al Islam.
Bien conocida es la postura de Michel Foucault en relación al poder: y sí, donde hay poder hay resistencia. Afortunadamente existen mujeres islámicas críticas de su propia cultura. Amorós las llama “islámicas Ilustradas” por estar poniendo en estos días las viejas armas de la Razón Ilustrada (armas ya tullidas y muy caídas en desgracia crítica para occidente ya, más no para otros constructor societales, un tema interesante para pensar…) a favor de discutir las condiciones antinaturales de la opresión de género.
Con cierto humor "británico" por cierto (las imágenes me las envió alguien que pertenece al isleño mundo cultural inglés pese a no haber nacido allí y a estar viviendo coyuntualmente en este "aquí" asiático, gracias Alex!!!) parte estas reflexiones es lo que intenta reflejar el juego de imágenes con que arrancó este post. Y las imágenes, en su tragicómica elocuencia, no hacen más que confirmar aquello que Amorós tan bien definiera: las mujeres, dentro de ciertos esquemas de sujeción, pertenecen lisa y llanamente al "espacio de las Idénticas"...
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