Animal orgásmico
"Mirado desde la sensación del orgasmo que se logra,
la mujer parece quemar con gloria angelical."
Larry Niven
"Y si somos engañados, ¿no somos precisamente por eso también engañadores?
"Y si somos engañados, ¿no somos precisamente por eso también engañadores?
¿no nos es inevitable ser también engañadores?"
Friedrich Nietzsche "El orgasmo es el gran comedor de palabras.
sólo permite el gemido, el aullido, la expresión infrahumana,
pero no la palabra."
Valerie Tasso
Un querido amigo cuyas osadas reflexiones despuntan en el blog “Cuadernos de la ira” trajo a debate el tema de lo orgásmico. Su lectura masculina sobre este tópico combinaba, de manera concisa y despojada de vueltas retóricas, la amalgama que se produce entre orgasmo femenino, ficción y virilidad.
Dice Jorge Muzam en “La comedia del orgasmo”:
"A ratos me pregunto ¿por qué a los hombres nos importa tanto que nuestra mujer tenga o exprese un orgasmo cada vez que le hacemos el amor?
Esos susurros, gemidos, gritos ahogados, gritos desbocados y espasmos eléctricos son especies de selectas condecoraciones para nuestra hombría.
Ellas luego confidencian por ahí que casi siempre están fingiendo, y sin embargo a nosotros nos sigue encantando esa representación.”
El tema gatilló debate. Probablemente porque en los tiempos que corren, hablar de “técnicas para alcanzar el orgasmo” o artículos sobre el bendito Punto G abundan con sólo poner la palabra clave en el buscador de Google. Esta sobreabundancia de consejería técnica al alcance de cualquier ente existenciario que posea un teclado y conexión a Internet, también tiene un rostro menos presentable (y técnicamente también, mucho menos manejable). Esa contracara es la que se revela cuando se habla de imposibilidades del goce, o representación ficticia del mismo.
Lo privado, lo íntimo, lo inconfeso en lo confeso
Comencemos resaltando que “lo orgásmico” se produce en el territorio de lo íntimo.
No sólo es asunto de “puertas adentro”, es además asunto de “cada quien”.
En las últimas décadas ha existido una interesante intromisión con ánimo pedagogizante en distintas áreas de lo que se llamaría la “privacidad de a dos”. Recursos de educación sexual para matrimonios, consejos en forma de decálogo para lograr mejoras en la vida en pareja, videos y/o libros en cantidades innúmeras cuyo eje es la optimización saludable de la relacionalidad privada e íntima con el otro.
Si la intimidad fue, quizá, el mayor y más interesante constructo que dejara el pensamiento agustiniano, el discurso honesto de “uno mismo con uno mismo”, es la autobiografía interior que nos relatamos en la soledad estricta de la almohada. Ese discurso interno en el que nos “confesamos” desde lo que nos efecta sinceramente a lo que hemos hecho (o haremos) sin antifaz ni maquillajes, esa interioridad relatada de nuestras verdades es consecuencia directa de la profundización en cada quien de lo íntimo, y no es un efecto menor en la construcción de las subjetividades.
Los fingimientos orgásmicos toman fuerza discursiva (esto es, se vuelven “decibles”) sólo en medio de ciertas condiciones que bien podríamos llamar entonces “confesionales”. Jorge Muzan bien detecta que las mujeres hablan de sus representaciones entre ellas, en estado de confidencia. El asunto acá no es la “confesión” de los orgasmos, sino la admisión sincerante de la inautenticidad con que la mujer ha hecho creer al otro que ha sucedido algo insucedido: no hubo orgasmo pero hay “como sí”. Y más, siguiendo la reflexión de Jorge Muzam, es interesante detectar la llamativa “compra” que haría de este embuste el hombre que participa de tal escenografía. Ya volveré a esta conjunción entre ficcionador (ficcionadora en este caso) y creyente masculino (o pseudocreyente en muchos casos) quien desea que tal ilusión orgásmica al menos sea ilusión antes que, literalmente, una poco retributiva nada anorgásmica.
Pero no olvidemos que también Freud, orillando el siglo XX, puso su escucha a disposición de las histéricas. Estas entraban en trance de confidencia en el diván y por la ruta de la asociación libre. Frígidas féminas analizantes ponían en palabras no ya la ficción orgásmica (que posee una cierta “voluntad” aunque engañosa de re-presentar físicamente la performance teatral de lo que precisamente no se presenta como estallido de placer real en las zonas erógenas) sino la falta total de orgasmo. Mujeres envueltas en el desvitalizante peplo de las pasiones tristes, apuntaría Spinoza.
En lo personal no me ruboriza decir que, vaya una a saber por cuánta confluencia de gozosas causas, no tengo idea de lo que es fingir un orgasmo… ni se me ocurriría cómo hacerlo siquiera! Los orgasmos deberían ser prescriptos y estimulados como parte del mandato de la construcción psíquica y existencial de las mujeres. No concibo una subjetividad femenina bien lograda sin ese oasis corporal, mental y terrenal que es el placer orgásmico. No se me ocurre la realización plena y continua de lo femenino (ni de lo masculino, by the way) sin una entrega real y auténtica del cuerpo y todos sus sentidos puestos enteramente a disposición de ese pas de deux que es la mutua dación del placer sexual. Una entrega que “debe” (sí, como imperativo categórico primero e ineludible de la alegría de estar vivo) llevarse a cabo con la más exhaltada generosidad siempre que se pueda. No “un” orgasmo. Si se trata de expresar la potencia del deseo, mejor aún y sin permiso ni justificativos, todos los posibles.
La escondida animalidad humana
Me resulta tan inevitable como necesaria una lectura animal del orgasmo femenino y de la contemplación casi ansiosa que el macho anhela presenciar emanando del cuerpo de la hembra. Y aclaro desde ya, que me concentraré en las cuestiones referidas al orgasmo vaginal femenino y no al clitoridiano que ameritaría otras reflexiones diferentes y específicas.
Creo que los machos de nuestra especie (no muy alejados de los especímenes de otras especies) proceden de manera primaria, básica, elemental en materia de intercambios sexuales: su objetivo es desparramar, diseminar su ADN por cuanta cavidad fecundadora puedan. Algunos teóricos han visto en esto mismo una posible explicación para la infidelidad masculina, pero no me desviaré hoy por ese interesante camino interpretativo.
Primeramente digamos algo fundamental: el orgasmo femenino requiere, por parte de la mujer, de un abandono al devenir instintivo. Pérdida de control, en pocas palabras. Y acordemos, en los últimos veinti y pico de siglos de civilización, tanto la religión como las biopolíticas conservadoras no apreciaron demasiado que las hembras pierdan el control en asuntos de placer sexual. Bastaba con que abrieran las piernas algunas veces en su vida para que los varones apuntasen y procrearan, y a cerrarlas rapidito!!!!! Pero más allá de estos tiempos civillizatorios, el placer femenino visto desde le punto de vista evolutivo ha tenido un valor adaptativo para nuestra especie. Cuál? Una pareja "orgasmizada" se apega más saludablemente, mejor y por más tiempo que una pareja anorgásmica. Esto ha sido de enorme importancia evolutiva pues el apego creaba las condiciones de lazo para poder mantener a las crías que resultaban de esa unión.
En este sentido cabe la pregunta: tendría similar éxito adaptativo el orgasmo fingido, siendo que tal fingimiento termina siendo igualmente útil a los fines de retener al macho en las redes de la hembra y con ello lograr que las crías sobrevivan mejor que las de aquellas parejas en las que el macho "vuela"? Podría considerarse que el fingimiento cumple entonces una similar función evolutiva en términos de forzar desde la ficción el "hacer lazo" con la pareja y desde allí obtener idénticas garantías de estabilización del vínculo tal como lo hacen las parejas orgasmizadas? Hummm, peligrosa pregunta con más peligrosa respuesta aún.
En este sentido cabe la pregunta: tendría similar éxito adaptativo el orgasmo fingido, siendo que tal fingimiento termina siendo igualmente útil a los fines de retener al macho en las redes de la hembra y con ello lograr que las crías sobrevivan mejor que las de aquellas parejas en las que el macho "vuela"? Podría considerarse que el fingimiento cumple entonces una similar función evolutiva en términos de forzar desde la ficción el "hacer lazo" con la pareja y desde allí obtener idénticas garantías de estabilización del vínculo tal como lo hacen las parejas orgasmizadas? Hummm, peligrosa pregunta con más peligrosa respuesta aún.
Volviendo a la fisiología del orgasmo femenino, este es por sí mismo y por sus virtudes contráctiles/espasmódicas, no un invento de dioses sensualistas paganos ni una categoría creada por los sexólogos de la modernidad. El orgasmo vaginal femenino es un modo que posee particularmente la vagina de coadyuvar a que las células reproductivas masculinas (espermatozoides) permanezcan en dicha cavidad y asciendan hacia los conductos-trompas en su posible camino hacia la fertilización de la célula reproductiva femenina (óvulo).
En ambos sexos el orgasmo es el momento en que se produce la mayor concentración de sangre en los genitales, acompañado esto por una descarga intensa a la que le sigue un momento de profunda relajación que los orientales denominan como de una “vaciedad dichosa”.
El orgasmo, cima gozosa en que las paredes del útero y la vagina se contraen fuertemente es, en efecto, un activo colaborador en el “nado contracorriente” y antigravitario que debe realizar el esperma. De hecho, y no como mera curiosidad etimológica, la palabra “orgasmo” (del griego ὀργασμός) es sinónimo de la palabra “climax”. Esta última, también procedente del griego (κλίμαξ) quiere decir justamente “subida”, “ascenso”, “escalera”.
Dicho esto brevemente, se infiere que el placer sexual que experimenta la mujer en el/los (permítaseme pluralizarlo en nombre de las multiorgásmicas no fingidoras) orgamos y el consecuente placer masculino ante tal hecho, tienen una innegable base fisiológico-evolutiva.
Tan animales nos revelamos en el orgasmo que, como recuerda Valerie Tasso, quedamos allí mismo expuestos sin nuestra más humana "arma" (arma-dura): el lenguaje.
No hay palabras en el orgasmo.
Un detalle para nada menor.
Pero este hecho, posiblemente el mayor indicador de su radicalidad animal, no excluye al orgasmo del circuito de las representaciones simbólicas en que se inscribe. El orgasmo se escapa afirmativamente del don del habla, pero está bien lejos de ser mudo. No tiene palabras, ciertamente, pero se instala en la malla de símbolos de lo humano. Y por ello mismo es que podemos "pensar" acerca de lo que el orgasmo representa.
Siendo humanos, hemos creado muuuuchos relatos para explicar e incluso ocultar estas verdades despojadas que se desprenden de nuestra innegable animalidad. También, humana-mente, hemos ido lentamente escapado de la cárcel reproductivista, pudiendo hacer de nuestros goces y placeres sexuales una práctica en sí misma, sin ninguna esclavitud respecto de la meta reproductiva (aunque de eso ya entienden bastante los bonobos -nuestros parientes más cercanos junto con el chimpancé- que nos anteceden primatológicamente... no somos tan originales como soberbiamente creíamos serlo hasta hace poco tiempo).
Un dato más acerca de la “misteriosa” inquietud masculina por hacerse de los indicadores de que su partenaire sexual efectivamente “ha gozado” orgásmicamente, es la inmensa cantidad de falos hallados desde tiempos pretéritos (4000 aC.) utilizados con finalidades estimulativas en las mujeres, como asimismo la remota documentación que prueba la existencia de técnicas de dación de placer a las mujeres por parte de los hombres (cunnilingus) ya desde la antiguedad remota.
Volvamos ahora al silente, pero hiperpresente, suelo evolutivo que nos configura incluso más de lo que lo hace nuestro propio Complejo de Edipo (aunque esta aseveración no sea del deleite de la cofradía psi). Ningún hombre actual desea de continuo “preñar” a sus variadas partenaires sexuales (como sí lo necesitaba=deseaba para perpetuarse cualquier antepasado humano primitivo, o cómo sí lo hace cualquier especimen macho en el resto de la variada vida animal).
Y sigo sosteniendo aún la tensión de preguntarme a qué responde entonces este “misterio” del goce masculino ante el goce femenino.
Razones irracionales en la escenografía del fingimiento
No descartaré ninguna hipótesis para intentar develar el “tal vez” de este misterio masculino.
1- Habrá quienes ven en la ficcionalización del orgasmo femenino una capacidad actoral de las mujeres para “hacer creer”. Astucia del oprimido? Podría ser. Gramsci llamaba con ese nombre a ciertas artimañas deshonestas llevadas a cabo desde el comportamiento de los dominados. Esas astucias son puestas en marcha por el oprimido en función de preservar su propia vida cuando las condiciones de dominación no se pueden modificar. Llevado al orgasmo fingido, si el hombre desea “ver” el resultado de goce que produce su miembro en el cuerpo de la mujer, pues ella pondrá astutamente en escena exactamente “eso” que él desea ver, incluso si tal evento de placer femenino es pura farsa teatral. Para qué? Pues la mujer, al detectar que el orgasmo es un “valor” en la mente de su compañero, actuaría su performance orgásmica para mantener el lazo con él, para no perderlo (temiendo tal vez que su anorgasmia lo impulse a buscar otras hembras disponibles), para reternerlo incluso con altos precios neuróticos. Porque, digámoslo, fingir tiene su costo y de esto toda histérica triste sabe. Y cuánto más aún sabe sin saberlo!
2- Tratando de no caer en las habituales trampas de decodificar a la fenomenología masculina como una mera expresión de poder (o similares interpretaciones inconducentes) igual podría estar interviniendo en este “misterio” que nos atañe que el hombre busque afirmar su poderío. Traducido fálicamente: “detento el poder, ergo, puedo producir orgasmos a mi pareja”. A lo cual ella, detectando esta necesidad de falaz afirmación de la virilidad de su hombre, le paga con la misma falsa moneda puesto que le devuelve un orgasmo inexistente que lo mantenga narcistamente satisfecho en su ilusorio masculinismo... mientras dure. La ilusionista le sostiene la ilusión con una farsa que hasta puede incluir gritos y sacudidas epileptoides de muy mal gusto. Pero tratándose de vender ilusiones hay tantas que pierden la elegancia..! Y de paso la mujer lograría a la vez, bajar de un hondazo la supuesta superioridad intelectiva masculina, puesto que logra engañarlo con las afiladas armas de su cuerpo. En tal caso, las fuerzas "bajas" de la carne ganan su combate contra las fuerzas refinadas de la razón. Un nuevo dolor en los testículos kantianos...
3- Caben destacar ciertas aseveraciones formuladas por alguna lúcida lectura efectuada desde el psicoanálisis de género. Esta línea interpretativa sostiene que, dentro de la estructura social patriarcal aún vigente en la que el poder es masculino y el dispoder femenino, las subjetividades terminan haciendo encarnadura de tales asimétricas distribuciones de poder siendo el terreno de las sexualidades particularmente sensible a esta estructura de sometimiento. Dado que somos nuestros cuerpos, la histérica representaría con su negativa al placer sexual una especie de “retención del poder”. No abrirse a la experiencia orgásmica sería como un cierto modo de resguardar su cuota de poder invisible, jugando sus cartas en el resbaloso micromundo de la cama. No entregar(-se) al orgasmo es visto como un modo de redistribuir neuróticamente el poder en el terreno de lo íntimo. La histérica fingidora “hace lo que quiere”, e incluso si se frigidiza estaría indicando que está dispuesta a subir la apuesta aún más haciendo saber que –aún- una porción del poder (el poder sexual) puede ser manejado por ella a su arbitrio. Actuar o conservar el placer en sí misma serían facetas dentro de la misma lógica de poder, un poder neuróticamente retroquelado en la histeria. Fingir sería como la derrota simbólica del poder masculino, al cual la histérica le opone su propio poder: el de quedarse con el placer retenido, no entregado, no jugado en el juego de Eros. Un baño de impotencia para la masculinidad dominante, esta vez actuado sobre el tablero de castraciones símbólicas en el que tan bien se mueve la histeria femenina. Versión retorcida del contrapoder de las mujeres llevado a la dinámica del coito y sus posibles antiplaceres, pero bueno, sí, los seres neurótizados tienen retorcimientos complejos de desentrañar.
4- Pero la actriz del orgasmo no por ello queda excluída del circuito de los placeres de la carne. A la fingidora siempre le queda un as en la manga… o, mejor dicho, en la mano: aún puede orgasmizarse por la vía masturbatoria. La autoestimulación del clítoris entra a funcionar como un interesante “Plan B” indudablemente placentero, mientras logra prescindir por completo del otro físico, conserva la posibilidad de obtener goce sexual por sí misma, y se aleja por completo del mandato procreativo. Parafraseando a Ricky Fitts, nunca subestimes el poder del clitoris.
5- Se podría decir que el fingimiento del orgasmos es una mentira singularmente femenina, una expresión de los alcances de la inautenticidad femenina. Quizá. Pero en todo caso, como planteaba Nietzsche, hay mentiras al servicio de la perpetuación de la vida, con lo cual poco importa si es moral o inmoral el fingimiento en la medida en que entendamos que posiblemente esté jugando un rol al servicio del mantenimiento de algo vital para el individuo y para la sociedad. Se finge al servicio del matrimonio, de la familia, de la monogamia? Tenemos varias mentiras sociales para elegir en este punto.
6- La dupla de la comedia fingidora-creyente podría estar evidenciando un modo estandarizado de negación masculina. Quizá el razonamiento masculino indique que sea preferible pagar una serial entrada a la “función” orgásmica femenina que admitir los límites de sí mismo entre los cuales se podría incluir la impotencia para generar placer. La impotencia para dar placer, como puede bien apreciarse, no va acompañada de impotencia erectil sino que es independiente de blanduras o durezas del miembro viril. Probablemente en esto último radique el hecho de que el hombre no quiera preguntarse demasiado profundamente sobre asuntos de dación placentera pues, mientras su venerado pene se eleve y halle donde descargarse sexualmente todo el resto bien puede ser considerado como secundario cotillón de la fiesta. Y ya sabemos además que la impotencia, en el plano que ésta sea, no es un asunto muy sobrellevable para una masculinidad tradicional consagrada a los criterios contables del “cuánto mide”, “cuántos orgasmos, “cuántas conquistas”, “cuánto gano”, “cuánto autos” y demases cuentos, perdón, cuantos.
Vuelta a lo básico
Por último, tal vez haya que volver a lo básico. Y lo digo en no pocos sentidos.
La búsqueda –aparentemente sin meta inmediata o evidente- de dar placer a la mujer y verificar en sus sonidos, su cara, sus movimientos, su boca, sus ojos, sus exclamaciones onomatopéyicas que ese placer es sentido realmente tendría un “para qué” poco visible a los ojos de la humanidad demasiado decadentemente “civilizada”.
Será el “misterioso” placer masculino ante el orgasmo que experimenta la eventual compañía sexual una suerte de “resto evolutivo”?
Será ese “misterioso” goce del hombre frente al placer auténtico de su compañera un vestigio de nuestros elementales antepasados animalmente tan basales y tan sinceros en materia de medios y fines sexuales?
Será ese “misterioso”placer que manifiesta el hombre ante la concupiscentĭa orgásmica femenina una ventana inconciente y gestual desde la que asoma la alegría genética con la que se manifiesta el afán replicador de un sí mismo que sabe –desde esos signos que emite el climax en la mujer- que sus semillas bien podrían estar efectivamente en el lugar correcto, siendo cordialmente recibidas y adecuadamente conducidas por los goces vaginales hacia la perpetuación de sus genes?
Tal vez.
Y si no se tratara exclusivamente de lo anterior, bien vale recordar que somos animales y el dictum de lo evolutivo siempre está allí, a la espera de ser interpretado en su crudeza y verdad.
Mientras, anhelo que advenga un tiempo tal en que los cuerpos no deseen más fingimientos.
Me despreocupa la moral de moralina que se ocupa cínicamente de juzgar si en las ficciones femeninas hay deshonestidad, mentira, mala fe, engaño o lo que fuere. Todo ese teatro de jueces, víctimas victimarias y victimarios víctimas casi me tiene sin cuidado a esta altura del partido.
Sí me inquieta advertir que en toda esa trama de artificios y desbalances micropolíticos, ninguno de los implicados en la comedia logra ser feliz ni hacer feliz al otro. Y me resulta casi desesperante que el placer como intensidad sana y libertaria ocupe tan poco en la cotidianeidad apagada en la que se hunden la mayoría de las horas de los humanos.
Entonces deseo, con justo respeto por la vida, que los orgasmos sean, que acontezcan, que sucedan y se sucedan saludablemente, multiplicadamente.
Ese es mi deseo, mi deseo político y colectivo, pues la autenticidad de-y-en los placeres sexuales sólo ha de ser posible como tal cuando los encuentros eróticos de piel-a-piel se produzcan entre cuerpo liberados de ataduras y falsedades. Anhelo que así sea.
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1 comentario:
tiempo ha que no leía algo tan profundo dicho con tanta simpleza... mi asombro y mi sabiduría aumentan cada vez que visito tu blog... me uno a tu anhelo final....
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