domingo, 13 de abril de 2008

Qué es gozar (o sobre la lubricación de las esperas)




Gozar, o sobre cómo se lubrican las esperas


Del goce…


El goce, entendido en esa esclavitud lógica que suelen imponer las temporalidades lineales, es algo… “pre-placentero”, o incluso “pos-placentero” o “inter-placeres”. Digamos que es propio del goce una suerte de …mientras tanto. Gozamos en eso que nos sucede antes, delante, previamente, después, a posteriori, o “en medio” del placer, pero que definitivamente no es placer propiamente dicho, aunque muchas veces se le parezca bastante.


Goce es el tiempo de la demora.

Un tiempo gozado estará inherentemente ligado al placer pese a no ser placer en sí mismo, pues goce es aquello que rodea a lo placentero, es lo que lo merodea, lo huele, lo insufla de signos expectantes, lo lame fantaseadamente, lo tacta imaginariamente.


El goce, o anticipa o recrea de algún modo a lo placentero, pero definitivamente no es placer en sí. Más exactamente, no es aún propiamente placer (aunque es trémulo anhelo de alcanzarlo), o ya no es placer actual (pues lo placentero ya ha sucedido y forma parte de la memoria de lo pasado) siendo el goce en este último caso la reactualización, recreación y re-visión del placer ya experimentado. El goce inventa un dibujo de lo placentero anhelado, o de lo placentero ya-sucedido llenando ese tiempo pre- o post-placer con trazos simbólicos-imágenes-acciones que no forman parte de una descarga sexual que esté ocurriendo en el presente. El goce no es descarga que satisfaga, no es orgasmo, no es punto final de la pulsión sexual. Gozar es un interregno entre la soberana anarquía del deseo y la sublimidad de una satisfacción sexual alcanzada que se regodea en su propia plenitud.


En el goce, la imaginación toma las riendas junto con la fantasía, y entre ambas se crea o recrea un relato de lo que se ansía o de lo que se ha experienciado como satisfacción sexual pero no pertenece ahora a la esfera de lo real-actual. Lo gozoso es el recuerdo de aquello que nos proveyó de placer sexual, pero bajo un formato re-vivido en el que la carne vibrante del orgasmo (ya sentido, ya vivido) es transmutada en signos-palabra, signos-imago, signos-recuerdo. Aquello que fue placerentero, es hoy goce poético, plástico. Y si el placer aún no ha acontecido, pues el goce operará como ese preludio más o menos bizarro, más o menos taquicárdico, más o menos caótico, más o menos angustiante, más o menos brillante, más o menos oscuro que es “aguardar” la llegada del placer.

Pero, definitivamente, el goce no es resolución ni descarga de la tensión sexual. Gozar es justamente el sostenimiento “en tensión” de lo eso que pulsa sexualmente y se mantiene en estado expectante: una espera. O es la recreación de lo sublime placentero ya sentido, ya atrapado sensiblemente en y desde el cuerpo pasional: un dejarse habitar por las rememoraciones de Mnémesis.

El goce tiene una figura muy emparentada con lo circular, con lo envolvente, con el giro que recomienza muchas veces sin haber llegado a su “fin” y sin poder precisar con certeza su real y auténtica experiencia en la que tuvo comienzo. En esta circulación sin preciso inicio ni demasiado asible culminación, se entrecruzan el deseo, el goce, el placer, la satisfacción. Cuando, movidos por la llama del deseo, el placer ha alcanzado su meta en el tablero de las sensaciones, la satisfacción nos deja en un brevísimo pero intenso punto de serenidad integral al que llamamos "satisfacción". El deseo, bajo estas condiciones "sedativas" que ofrece la satisfacción, cesa transitoriamente de agitar sus dados. Pero la maquinaria deseante, más tarde o más temprano, buscará de nuevo agitar los dados para especular gozosamente con la divina suerte que le podría aparejar una nueva lanzada hacia los placeres. En engranaje cuaternario deseo-placer-satisfacción-goce nos mantiene activos, alertas, intermitentemente plenos, intermitentemente insatisfechos. Y definitivamente, fluentes, inamarrables, seekers.


Desde la perspectiva de lo que podría enunciarse como “pre--placer, el tiempo de gozar se autoconsume en organizar la espera, a traves de diferentes modos y diversísimos materiales -esos que la mente anticipa o guarda como representaciones del placer- el tiempo de la expectación durante el que se aguarda por los jubilosos regalos de Eros. En ese "durante", la imaginación se colorea de símbolos, y éstos son agitados como banderas inexistentes pero ferozmente poderosas flameando ágiles en el viento dilatante de la fantasía. Si la fuente de placeres -ese cuerpo, ese ser, eso que nos complace como nada más pareciera en ese instante poder lograrlo- está físicamente cerca, habrá aquí un generoso espacio para el despliegue de los juegos, para el contacto de texturas, para las incansables caricias dispersas por doquier, para el besar que busca humedecer cavidades, para los roces desparramados en todos los relieves, para el recuerdo superpuesto desordenadamente de otros placeres que “encienden” antiguas e insabidas huellas de memoria corporal asociadas a la satisfacción. Hay aquí un magnánimo ensanchamiento productivo de la fantasía, y una concupiscente imaginación fluidificando todos los sistemas y engranajes… todo “Ello” acompaña intensamente esta bella inconclusión de heterogeneidades creativas pulsátiles a la que llamamos “gozar”.


Por otra parte tenemos la perspectiva de lo “post-placer”. Allí, el tiempo de gozar se consumirá en organizar diversas maneras y texturas de símbolos a los que la mente apelará para re-inventar la representación de un placer ya alcanzado vividamente. No se trata aquí del goce en su instancia de expectación sino del goce en su estadío de resignificación recordatoria del placer sensiblemente ya vivido. Desde luego que esta instancia de recuerdo y re-creación de lo placentero bajo la capacidad inventiva del goce está a su vez asociada de manera muy estrecha con una nueva “espera”, pero no se trata de una espera propiamente dicha, no se trata de una expectación-que-no-sabe-a-qué-placer se ha de abismar, sino de un aguardamiento que anhela repetir “más allá del placer”, reincidir en lo placentero ya experimentado, volver a revivirlo habiéndolo ya atravesado de orilla a orilla plenamente. La imaginación se encarga, en este caso, de tornasolar la fantasía componiendo una mixtura entre imágenes ya captadas por las vivencias placenteras, sumadas ahora a la intensa productividad simbólica que bulle en el aplazamiento del placer: símbolos que hacen tolerable la prórroga mezclados indiscerniblemente sobre huellas de memoria placentera. Aquí, la generosidad y el derroche de juegos será más prevalentemente autoerótico tal vez, o al menos, menos cercano a la fuente directa de placer. Las huellas corporales asociadas a la satisfacción se autocomplacen en el recuerdo del placer vivenciado en, por a través de cierto objeto proveedor de ese placer, siendo ahora la fantasía la que anhela repetir. Gozar será aquí una construcción que se nutre tanto de la concupiscencia imaginativa como de la evocación de escenas reminiscentes que nos indican dónde-cómo-cuándo el placer tuvo lugar. Se trata de una auténtica lubricación de las reminiscencias placenteras. Y, desde luego, también en esta instancia “post-” el inmenso rol de Ello conmociona, condiciona y arroja su material incandescente a un prolífico Yo creativo que queda profundamente capturado y limitado a su función apolínea de organizar en un solo haz, por un lado, el material heterogéneo de lo que recordamos como datos del placer, y por otro, combinar con ese recuerdo de la satisfacción los medios para alcanzar revivir ese placer certero. Aunar recuerdo y compulsión a la repetición es la tarea nítida de ese “gozar” rememorativo. Y en esa tarea, justamente, gozamos, pese a no ser el placer mismo el resultado a que llegamos. Partimos de la intensidad de la huella que nos dejó el placer, pero no llegamos a retornar a él. Vale la pena pensar, en este punto, que retornar al placer ya vivido es una imposibilidad factual por otra parte, lo cual hace que ese anhelo de “retorno” siempre falle por ser imposible volver la flecha del tiempo hacia atrás. El placer “se experimentó ya”, o sea, es pasado. Dicho en otras palabras, el placer (aquel que recordamos y deseamos reeditar), ya no es. O en términos de la lógica de la presencia y la ausencia (en cuyos callejones dicotómicos sin salida trato de no entrar) el placer que ya no es, es ausencia, es lo perdido.


Pero no deseo tomar acá la ruta del planteo de la pérdida del placer, sino simplemente resaltar que éste ya no es, no está en el presente: ha sido, y por ende pertenece ya al Leteo del pasado. El goce recuerda esta ausencia -o no presencia factual- de la descarga placentera en este preciso momento, pero la actualiza contrafactualmente a través de lo que logra invencionar el goce de ese recuerdo del placer. Desde este punto de vista, si el placer era “infiel” por nomadizarnos de las jaulas de un objeto fijo, el goce es doblemente infiel: primero nomadiza e indisciplina al sujeto de sus normatividades y sus órdenes al rememorar al lúbrico placer que hemos sentido. Pero luego refuerza el carácter de lo infiel al no poder “ser fiel” reproductor del placer. Digamos que el goce es siempre una alteración del “placer” que realmente sentimos. No podemos replicar el recuerdo de lo que nos dio placer. Y aún en este intento de reconstruir las facciones de la satisfacción que es gozar, siempre somos indefectiblemente falsos copistas, malos reproductores, falibles transcriptores de lo que fue. El goce siempre miente, es por eso siempre poético, terriblemente adicto a la metáfora. Miente, visto desde la estúpida lógica de la verdad como adecuación a lo real. Pues si la experiencia de placer fue real, verdadera, el goce como rehacimiento de ese placer ido es irreal, mentira, invento. Pero la lógica verdad-mentira en los términos planteados por la metafísica me da casi arcadas. Pues, ¿quien puede negarle a un/a solitario gozador nocturno que llena su copa, coloca su Cd favorito y se hecha al sofá a recordar la última velada de placeres hallados y satisfechos con la carne humana de una/un buen partenaire sexual que “eso” que ahora ronda y ronda una y otra vez por su cabeza no es lo que vivió? ¿Quién podría abrir juicio de realidad y veracidad a ese goce que ahora se rearma en la cabeza de este ser rememorador abocado a repasar los placeres sexuales ya vividos, quién se atrevería a llevar al tribunal de penas contra la falsificación y los plagiarios a ese recuerdo del placer por ser una ajada réplica inexacta, impuro, y sin embargo, tan bellamente “auténtico” si la medimos desde la asíntota de la intensidad que logra recrear gozosamente?


Gozamos adheridos a nuestros relatos recreantes del placer. Esperar, desde la potencia de la salud y la vitalidad del deseo, es saber hacer de cada una de nuestras esperas deseantes, una demora lubricadamente gozosa. Sobre la corpórea huella que nos han dejado nuestros momentos recordadamente placenteros, desde allí gozamos. Desde esos pilares hechos de piel y vibración, desde ellos podemos lanzarnos a gozar las esperas. En base a esos instantes plenos en que el placer se adueñó de todas nuestras felizmente mareadas coordenadas, aprendemos a gozar en nuestros “mientras tanto…”. Y la vida está inundada de “mientras tanto…”, de allí el valor de pensar en una estrategia del goce como modo de tolerar la tensión de las esperas sin ceder a la pesadilla de la falta, de la ausencia, de la angustia. Aprender a gozar es también un desapegarse de las tristezas y permanecer abierto a lo que pueda producirse hasta que el placer se re-anude con la satisfacción.


Me viene el salvadoreño Roque Dalton a la memoria, será tal vez porque poesía-espera-goce siempre me han parecido tan indiscernibles entre sí, tan corpóreamente inundadas de sentidos y "sentidos"…



…siempre recordaré tu desnudez entre mis manos,

tu olor

a disfrutada madera de sándalo clavada junto al sol de la mañana

tu risa de muchacha,

o de arroyo,

o de pájaro

tus manos largas y amantes.




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