Ernesto Sábato
Hechos y deshechos in memoriam...
"La memoria es una gran traidora."
Anais Nin
He leído algunos libros de Ernesto Sábato. No muchos. Debo admitir que ninguno de ellos logró nunca "tomarme por asalto” el alma. Tal vez porque cuando lo comencé a leer ya había estado completamente enamorada de demasiadas lecturas de Julio Cortazar. Poco puede hacer una para desmaravillarse de una intensa “Rayuela”, o de “Final del juego”, o de una “Casa tomada” y entregarse así como así a otras lecturas que encuentra desde el inicio mismo del relato menos encandilantes.
Lo último que leí de Sábato fue “Antes del fin” hace ya unos pares de años atrás. Tampoco me cautivó en aquella ocasión. Ya resignada pensé entonces que en literatura, como en ciertas pasiones o determinadas “elecciones” amorosas, nadie nos puede obligar a que un libro o un autor nos guste, nos plazca, nos atrape. Para los lectores ese hechizo acontece, o no.
Me desperté con la noticia de que el escritor Ernesto Sábato, un hombre que casi llegó a cumplir los 100 años, falleció.
30 de abril de 2011.
He leído en los medios muchas notas referidas a su muerte, muchas frases dichas por el prolífico hombre de letras de Santos Lugares, y he leído mensajes en las redes recordándolo con tristeza y nostalgia.
A riesgo de que muchos se enojen quisiera decir que mi recuerdo de Sábato contiene algunas memorias que hoy muchos parecen no querer mencionar.
Será por esa inercia beatífica con que la mayoría de la gente envuelve a los muertos?
Será porque a nadie le gusta que mencionen los yerros, contradicciones o tremendos equívocos de juicio cometidos desde la pluma o las cuerdas vocales de sus escritores predilectos?
Cierto es que la memoria tiene el filoso don de crear algunas... incomodidades.
O al menos eso es lo que sucede cuando rememoramos de un modo más o menos completo la obra y la vida de los hombres públicos. Sin recortes. Sin omisiones. Los hechos, y los deshechos.
Partamos de un rol invaluable debido al cual manifiesto mi inmenso agradecimiento a Ernesto Sábato: su activa participación en la elaboración meticulosa y doliente de ese testimonio escalofriante sobre la tortura y desaparición forzada de personas durante la dictadura militar argentina compilada en el “Nunca más”. Su rol, no sólo como presidente de la “Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas” (CONADEP) sino como prologador de ese texto escalofriante que recogió con tremendo valor el horror vivido por los detenidos y desaparecidos durante la dictadura fue y será algo que distintas generaciones de argentinos deberán por siempre agradecer a Sábato. Obviamente, también hay que hacer extensiva la gratitud a hombres de una integridad moral y cívica ya casi en triste desuso como el cardiocirujano René Favaloro, o el lúcidísimo Gregorio Klimovsky quienes también formaron parte de los miembros de la Comisión.
Hoy ha muerto Sábato.
El mismo hombre de gruesos lentes que entregara, el 20 de septiembre de 1984 en un emotivísimo acto y con sus propias manos, el Informe de la CONADEP al presidente de la restituída democracia argentina, Raúl Alfonsín.
El mismo hombre de gruesos lentes que entregara, el 20 de septiembre de 1984 en un emotivísimo acto y con sus propias manos, el Informe de la CONADEP al presidente de la restituída democracia argentina, Raúl Alfonsín.
Para muchos este día de su muerte marcará el inicio de la ausencia de un hacedor de los derechos humanos.
Para muchos también, la ida de un querido escritor.
Para otros, la partida de un amigo, de un pensador, de un observador nacional.
Pero aún en este día luctuoso me es preciso también recordar (verbo que muy MUY mal conjugamos los argentinos) aquel -lamentablemente famoso- almuerzo entre el propio Sábato y el dictador Videla en 1976. Más precisamente el almuerzo del 19 de mayo de 1976. Exactamente dos meses después de haberse instaurado el sanguinario gobierno de facto de la dictadura. Exactamente dos semanas después del secuestro del escritor Haroldo Conti quien hasta hoy forma parte de la extensa lista de desaparecidos.
En aquel almuerzo del '76 participaron el asesino Jorge Rafael Videla, el escritor Jorge Luis Borges, el sacerdote jesuita Leonardo Castellani, y Horacio Ratti (quien era por entonces presidente de la Sociedad Argentina de Escritores) además de Ernesto Sábato quien ya era un hombre maduro de más de sesenta años.
Dijo Sábato sobre aquel encuentro de mediodía:
Dijo Sábato sobre aquel encuentro de mediodía:
" Es imposible sintetizar una conversación de dos horas en pocas palabras, pero puedo decir que con el presidente de la Nación hablamos de la cultura en general, de temas espirituales, culturales, históricos y vinculados con los medios masivos de comunicación. Hubo un altísimo grado de comprensión y de respeto mutuo, y en ningún momento la conversación descendió a la polémica literaria e ideológica y tampoco caímos en el pecado de caer en banalidades; cada uno de nosotros vertió sin vacilaciones su concepción personal de los temas abordados. Fue una larga travesía por la problemática cultural del país. Se habló de la transformación de la Argentina, partiendo de una necesaria renovación de su cultura. El general Videla me dio una excelente impresión. Se trata de un hombre culto, modesto e inteligente. Me impresiono la amplitud de criterio y la cultura del presidente."
Hay quien sostiene que ese no fue el único ni último encuentro entre Sábato y los militares. Que ha habido más de tales almuerzos, cenas, reuniones. Lo que consta es que ese encuentro del 19 de mayo efectivamente se realizó y que sus declaraciones al respecto fueron publicadas en los medios. En 1978, Sábato mismo explicaría su (curiosa) posición con respecto a la dictadura argentina en un articulo de la revista alemana "Geo":
"La inmensa mayoría de los argentinos rogaba casi por favor que las Fuerzas Armadas tomaran el poder. Todos nosotros deseábamos que se terminara ese vergonzoso gobierno de mafiosos (...) Desgraciadamente ocurrió que el desorden general, el crimen y el desastre económico eran tan grandes que los nuevos mandatarios no alcanzaban ya a superarlos con los medios de un estado de derecho. Porque entre tanto, los crímenes de la extrema izquierda eran respondidos con salvajes atentados de represalia de la extrema derecha. Los extremistas de izquierda habían llevado acabo los mas infames secuestros y los crímenes monstruosos más repugnantes (...) Sin duda alguna, en los últimos meses, muchas cosas han mejorado en nuestro país: las bandas terroristas han sido puestas en gran parte bajo control".
Lamentablemente, lo que muchos han tratado de ver como un “desliz” ideológico de Sábato tenía ya un antecedente similar. En 1966, cuando el repulsivo Gral Onganía derrocó al gobierno del presidente Illia, también fueron estos los desafortunados dichos del escritor hoy fallecido:
“Creo que es el fin de una era. Llegó el momento de barrer con prejuicios y valores apócrifos que no responden más a la realidad. Debemos tener el coraje para comprender (y decir) que han acabado, que habían acabado instituciones en las que nadie creía seriamente (…) Ojalá la serenidad, la discreción, la fuerza sin alarde, la firmeza sin prepotencia que ha manifestado Onganía en sus primeros actos sea lo que prevalezca, y que podamos, al fin, levantar una gran nación”.
Un mes después de la llegada de Onganía al poder nada había de esa "fuerza sin alarde" menos aún de la "firmeza sin prepotencia" de la que hablara Sábato. Y sino habría que preguntarle cómo "vivieron" estas declaraciones del escritor los heridos y detenidos durante la sangrienta "Noche de los Bastones Largos". Onganía y sus animales uniformados poco tuvieron de serenidad mientras propinaban brutales golpizas y disponían arbitrarias detenciones de cientos de estudiantes, docentes y graduados de las universidades que reclamaban por la Reforma Universitaria. Fue este otro... error de interpretación sabatiano?
Pero hay que llevar el reloj aún un poquito más atrás, pues ese no fue el primer cheque en blanco que Sábato firmara a un golpista.
En 1955, respecto de la “Revolución libertadora” que derrocara a Juan Domingo Perón, decía el mismo Sábato en apoyo a los militares antiperonistas:
“En toda revolución hay vencidos.
En ésta los vencidos son la tiranía, la corrupción, la degradación del hombre, el servilismo.”
Esta posición de apoyo a los golpistas de la brutal "Libertadora" le valió que el mismísimo Gral Aramburu le ofreciera ponerse al frente de la revista “Mundo Argentino”. Un peligroso premio a la obsecuencia? Muy posiblemente. Tiempo después Sábato calificaría al propio Aramburu como un “hombre honesto” (sic), aún pese a admitir y denunciar aquél las torturas cometidas por los militares en los sótanos del Congreso.
Incoherencias ideológicas?
Traspiés en la interpretación de la realidad nacional?
Errores juveniles? Luego, errores de madurez?
Inocente e increíble simpatía visceral por el orden militar?
Nublamiento sucesivo en el juicio racional de hechos políticos feroces?
Hipocresía de un pseudointelectual inmaduro y semiciego?
Cómo ubicar estos eventos dentro de la misma biografía del hombre de bien que presidió la CONADEP?
Nada puedo concluir.
No es mi intención llegar a una respuesta reflexiva cerrada y menos aún tajante sobre la vida y obra de Sábato. Pero me resulta imposible no mencionar estos hechos que me resultan tan contradictorios con sus otras posturas prodemocráticas, antimilitaristas, projusticia. Y si debo elegir un día para recordar con honestidad hechos-dichos-circunstancias es el día de hoy puesto que la mayoría parece querer poner en la sombra de los deshechos inmencionables estas contradicciones tremendas e inolvidables sucedidas en la vida del escritor.
De pronto pienso en los griegos. Siempre vuelvo en los laberintos de mi cabeza a los viejos griegos. Aquellos tomaban en cuenta, a la hora de juzgar a sus amados u odiados muertos, la coherencia con que esa persona había entramado lo vivido, lo dicho, lo hecho.
La armonía entre la vida vivida, el conjunto de decires que acompañaron ese existir, y la obra realizada era para ellos la vara de oro con la que había de medirse el valor justo de un hombre público.
La armonía entre la vida vivida, el conjunto de decires que acompañaron ese existir, y la obra realizada era para ellos la vara de oro con la que había de medirse el valor justo de un hombre público.
Pero no estamos en la Grecia antigua.
Lejos, demasiado lejos, ha quedado esa vara de oro medidora de coherencias vitales.
Y del mismo modo, poco y nada sabemos de armonías, al igual que mucho dilapidamos en discursos mitologizadores al momento de elegir palabras que comprendan y eternicen discursivamente la muerte de un hombre.
Lo que es indiscutible es que resulta un acertado ejercicio para la autenticidad -casi, digamos, constituye un deber del buen pensar de hoy y siempre- tener buena memoria haciendo asimismo uso crítico de ella. Sobre todo cuando se trata de relaciones complejas entre escritores, literatura, política y roles cívicos.
Recordar de la manera más completa y sincera a quienes veneramos como escritores y/o a quienes reconocemos como hombres públicos que han gravitado en la historia de nuestro país es un acto sano. Sus hechos proclamables en pulido bronce, y sus deshechos indisculpables que con ganas tiraríamos al cesto de basura de la historia.
En efecto, recordar es un acto sano para reconstruir la historia biográfica de alguien siempre y cuando se respete la mayor completud de hechos y actos vividos en esa vida. Recordar es intentar un máximo de exhaustivización. Evitar omisiones es del mismo modo una tarea del recuerdo auténtico. Rememorar, sí, pero sin borrar las tensiones disonantes que también ha dejado ese mismo ser entre las huellas -impresentables a veces- de sus equivocadas interpretaciones.
En efecto, recordar es un acto sano para reconstruir la historia biográfica de alguien siempre y cuando se respete la mayor completud de hechos y actos vividos en esa vida. Recordar es intentar un máximo de exhaustivización. Evitar omisiones es del mismo modo una tarea del recuerdo auténtico. Rememorar, sí, pero sin borrar las tensiones disonantes que también ha dejado ese mismo ser entre las huellas -impresentables a veces- de sus equivocadas interpretaciones.
Ser menos amplificadores de los -incluso indiscutibles- aciertos de un escritor permite recorrer sus decires y escrituras con menos “voluntad mitificadora” y más justicia realista a la hora de despedirlo ante la inexorable muerte.
Don Ernesto Sábato no debería ser la excepción a estas reglas de la "buena memoria"...
_____________
No hay comentarios:
Publicar un comentario