Y cómo llegar a ser lo que se es…
"... porque en el hombre la voluntad de vivir se ha elevado a la voluntad de vivir libre."
Henri Bergson
"Llegar a ser lo que se es" (Wie man wird, was man ist), decía allá por 1888 un Nietzsche al borde del desquicio escribiendo con ardor desesperante su obra “Ecce Homo”.
La frase interroga directamente al ser, a quien se es, de quien se parte, a quien se llega a ser.
El ser como posible punto de llegada que sin embargo, no necesariamente emerge de un preciso punto de partida.
Nacemos hundidos en un misterio mezcla de azares y maravillosas coincidencias biológico-genéticas: otro rulo en la misma hélice de ADN y esto que somos no hubiera sido sino muy otra cosa. Emergemos a la vida como precipitado de una trama que nosotros mismos ignoramos, que nos antecede, nos atraviesa en planos orgánicos y simbólicos, trama inaccesible que nos relata antes de tomar contacto, incluso, con nuestro nombre propio. Nuestro origen, esa rugosa intersección de caracteres y signos pletóricos de uniqueness, es inevitablemente un punto de fusiones identitarias desconocido en gran medida. Sólo una pequeña porción de ese origen germinal nos es revelada parcialmente mediante la reconstrucción rememorativa -y siempre algo traidora a lo real acontecido- del relato de origen. Este, siendo como es "relato", viene preñado de cierta distorsión y arbitrario rearmado de aquel real troquelado inasequible en que nos originamos. Nacemos presa de un territorio que está marcado por lo ignorado, lo incompleto, lo impenetrable. Devenimos una identidad configurada a partir de un inicial orden espontáneo...
Entonces, primera pregunta: cómo llegar a ser lo que se es con tales huellas de desconoceres de los que justamente procede lo que somos? Puede una ontología radical de sí realizarse con esa singularidad original de la que apenas sabemos tan pero tan poco?
Entonces, primera pregunta: cómo llegar a ser lo que se es con tales huellas de desconoceres de los que justamente procede lo que somos? Puede una ontología radical de sí realizarse con esa singularidad original de la que apenas sabemos tan pero tan poco?
Quién quiere llegar a ser lo que se es?
Más aún, quién “puede” llegar a ser lo que se es?
Pues quien desee ser su más finamente tallado sí mismo, aceptando incluso sus misterios. Los misterios originales y los que hayan devenido en el decurso de su existir. Una cosa parece clara: este trabajo de darse a sí mismo un “ser” exige tanto una voluntad de saber férrea como una aceptación de las incógnitas que nuestra identidad y nuestras acciones guadan en el secretismo de sus pliegues. Desconocemos y desconoceremos de nosostros mismos mucho más de lo que conocemos (o creemos conocer...). No nos sabemos. No sólo poseemos bastante poco "relato" respecto de nuestra llegada a este mundo, sino que mucho de lo hemos hecho en nuestro tiempo vivido como seres concientes (nuestras acciones voluntarias, digamos) las hemos cubierto con el manto justificatorio de un libre albedrío que tiene poco de “libre” y abundante de determinado. Somos libres para elegir? Sí, definitivamente sí. Pero en una medida mucho más limitada que lo que pre-suponen nuestras desproporcionadas ansias de control residualmente cartesianas.
Pues quien desee ser su más finamente tallado sí mismo, aceptando incluso sus misterios. Los misterios originales y los que hayan devenido en el decurso de su existir. Una cosa parece clara: este trabajo de darse a sí mismo un “ser” exige tanto una voluntad de saber férrea como una aceptación de las incógnitas que nuestra identidad y nuestras acciones guadan en el secretismo de sus pliegues. Desconocemos y desconoceremos de nosostros mismos mucho más de lo que conocemos (o creemos conocer...). No nos sabemos. No sólo poseemos bastante poco "relato" respecto de nuestra llegada a este mundo, sino que mucho de lo hemos hecho en nuestro tiempo vivido como seres concientes (nuestras acciones voluntarias, digamos) las hemos cubierto con el manto justificatorio de un libre albedrío que tiene poco de “libre” y abundante de determinado. Somos libres para elegir? Sí, definitivamente sí. Pero en una medida mucho más limitada que lo que pre-suponen nuestras desproporcionadas ansias de control residualmente cartesianas.
Volvamos a la pregunta: quién quiere llegar a ser lo que se es?
En principio aquel que así lo desee con toda su fuerza. Aquel que, en efecto, resuelva que todo su deseo será puesto a disposición de esa andanza ontológica infinita, incierta, pero memorable que es ser acabadamente quien se sea. Apuesta radical si las hay, pues conlleva el coraje de tomarse a sí mismo como dura materia a esculpir, a trabajar, a develar en forma constante y sin excusas. Sin claudicaciones, sin recesos ni demoras darse a ser escultor excluyente y exclusivo de la propia subjetividad, del más personal individualismo. Pulido artesanal donde lo vivido -e incluyo como parte de "lo vivido" a la muerte- es siempre por mano propia. Cada vida se curte en conectividad con otras vidas, no cabe duda de esto, pero finalmente siempre es asunto de sí y para sí cuando de lo que se trata es del delicado ejercicio de darle forma reflexiva y conciente a quien se va siendo. El resultado final (un yo ficcional e insustancial? una mota subjetiva más que se diluirá algún día como materia inerte en la voraz infinitud de un universo sin finalidades que ignorará nuestro nombreyapellido, lo que hemos amado, lo que hemos llorado, lo que hemos comido, lo que hemos soñado?) es relativamente poco relevante. Lo que cuenta es qué hemos hecho de nosotros mismos enmedio, qué ética de sí coherentemente libertaria nos supimos crear en ese proceso... cómo supimos bailarla on the road...
Llegar a ser quien se es implica llevarse a uno mismo al extremo de sí.
Entregarse a configurar la propia individualidad con lentitudes y/o rapideces, pensándose en la misma medida que sintiéndose. Pensarse sensiblemente, siempre. Sensibilizar lo pensado. Juego sólo jugable para jugadores no sólo avezados en las artes de la introspección sino entrenados en gastar la suela de las vivencias intensas. Pensarse bien y a fondo es, en alguna medida, un arte inseparable de gastar la vida, consumirla con ligeras regulaciones respecto de la prudencia (insisto, ligeras), quemarla sin mucho otro miramiento más que hacer honor a esta loca excepción de las probabilidades que ha sido nacer, estarse vivo -y más aún- gozar de una conciencia de esa vitalidad que nos es dada por única vez ahora y por no sabemos cuánto tiempo más puesto que la vida que late y sabe de su latido es cosa extremadamente frágil e imprevisible.
Claro que, también se puede existir aferrado a las prudencias, los recorridos controlados, las uniformidades, el apego estricto a lo conocido, la norma. Una existencia vivida sin las suelas gastadas y sin grandes ejercicios de excitación sensorial puede dar como resultado, igualmente, una monumental obra de pensamiento, tan grandiosa como una majestuosa flor artificial. Se me ocurre, por ejemplo, la vida, decadencia y muerte de Kant como un espejo en el que mirar este tipo de superproducción del pensar incapaz de darse a la intensidad desordenante de las fluencias vitalistas y sin embargo creadora de un descomunal edificio de ideas… disecadas.
Llegar a ser lo que se es implica, asimismo y por ser una tarea móvil y movilizante, una tolerancia a las variaciones de velocidad. Construirse a sí mismo -dado que consiste en un trabajo de por vida- implica estarse en movimiento. Y ser conciente de que somos y estamos hechos de alegres y conmocionantes movilidades-movimientos-fluencias, y también de tristes zonas de estancamiento.
Pensarse a sí, vivirse a sí mismo, matarse a sí mismo, contravenirse, reflexionarse en dirección inversa a la de la comodidad aprehendida. Sí, porque también es preciso asesinar aquello de uno mismo que ha envenenado, restringido, contraído, desvitalizado lo que se es.
Pensarse a sí mismo es ordenar las representaciones, reordenarlas en nuevos órdenes, e incluso en determinados momentos, atreverse a desordenar lo que ya dimos por representado. Ese pensar sobre sí mismo a veces se hace a ritmo lento, otras sufre fabulosas aceleraciones, e incluso padece del mismo modo aletargamientos cercanos al inmovilismo.
Arriesgo como idea que a cada modo de ordenar el flujo continuo de representaciones le corresponda, por decirlo de algún modo, una “estación” propia del pensamiento: llamaría a esto los "tempi de la individualidad". Así, a veces pensaremos aceleradamente, a un ritmo allegro. Otras el pensar se demora, andante, menos dispuesto a la rápidez y más a una animada serenidad sosegante. Otras veces transitamos letargos existenciales consonantes con un pensar cuyo ritmo oscila entre el adaggio y el larghissimo. Y hasta en ciertas ocasiones puede que nos quedemos tan quietos que casi rozamos el silencio del pensar, que no llega a ser ausencia de éste sino un repliegue hacia una nadeidad que no logra munirse de suficientes signos como para enlazarse en palabras que la relaten. Finalmente me resulta preciso incluir lo que en la tradición búdica y las prácticas orientalistas aparece como un tempo no parido por la rítmica occidental que es aquel propio del cese de la mente, punto de quietud absoluta en el que se detendrían no sólo el pensamiento todo sino el flujo mismo de representaciones. Estado de no-mente, no-acción, no-sujeto, nada sosegante. Quiebre final de las gramáticas en el cual se produciría un completo borramiento evaporante de la condición de ser que deviene página en blanco donde se elimina toda representación. Y hasta quizá deberíamos agregar –como metafórico contrapunto de este último modo de la acción y el pensar que es la no-mente- al grito. Gritar, esa llama quemante que hasta puede escapar incluso a la palabra misma aunque no por ello deja de erguirse como punto cumbre de una representación desesperante, exasperante, tremendamente agitada en su carne viva.
Pensarse a sí mismo es ordenar las representaciones, reordenarlas en nuevos órdenes, e incluso en determinados momentos, atreverse a desordenar lo que ya dimos por representado. Ese pensar sobre sí mismo a veces se hace a ritmo lento, otras sufre fabulosas aceleraciones, e incluso padece del mismo modo aletargamientos cercanos al inmovilismo.
Arriesgo como idea que a cada modo de ordenar el flujo continuo de representaciones le corresponda, por decirlo de algún modo, una “estación” propia del pensamiento: llamaría a esto los "tempi de la individualidad". Así, a veces pensaremos aceleradamente, a un ritmo allegro. Otras el pensar se demora, andante, menos dispuesto a la rápidez y más a una animada serenidad sosegante. Otras veces transitamos letargos existenciales consonantes con un pensar cuyo ritmo oscila entre el adaggio y el larghissimo. Y hasta en ciertas ocasiones puede que nos quedemos tan quietos que casi rozamos el silencio del pensar, que no llega a ser ausencia de éste sino un repliegue hacia una nadeidad que no logra munirse de suficientes signos como para enlazarse en palabras que la relaten. Finalmente me resulta preciso incluir lo que en la tradición búdica y las prácticas orientalistas aparece como un tempo no parido por la rítmica occidental que es aquel propio del cese de la mente, punto de quietud absoluta en el que se detendrían no sólo el pensamiento todo sino el flujo mismo de representaciones. Estado de no-mente, no-acción, no-sujeto, nada sosegante. Quiebre final de las gramáticas en el cual se produciría un completo borramiento evaporante de la condición de ser que deviene página en blanco donde se elimina toda representación. Y hasta quizá deberíamos agregar –como metafórico contrapunto de este último modo de la acción y el pensar que es la no-mente- al grito. Gritar, esa llama quemante que hasta puede escapar incluso a la palabra misma aunque no por ello deja de erguirse como punto cumbre de una representación desesperante, exasperante, tremendamente agitada en su carne viva.
Llegar a ser lo que se es constituye un estarse en movimiento constante y a la vez discontinuo: la vida en su persistente devenir es forzada a dejarse atrapar por las discontinuidades de las formas. El devenir es por definición siempre discurrente, y sólo son nuestros tempi pensantes los que fuerzan a ese devenir a solidificarse en formas individualizantes y representacionales que lo expresen. Vivir y pensar lo vivido. Entrega al devenir y humana necesidad de sujetarse a formatos que relaten lo que nos ha acontecido y acontecerá. Trágica tensión dionisíaco-apolínea en la que se cuece la piel profunda de cada existencia.
Y en todo ello, en medio de todo ello, el cuerpo. El cuerpo y la libertad radical de vivirse autogobernadamente.
El cuerpo propio, un nodo ineludible y absoluto para todo ser, pero a la vez sede de lo inestable y lo relativo. Cuerpo que define lo que cada quien podrá o no podrá hacer de sí, consigo mismo, con los otros, con los objetos, con el mundo. Las afecciones, las pasiones, los deterioros, las fuerzas, los debilitamientos, los entornos, los sufrires, las delicias imprimen alteraciones y efectos a ese movimiento que cada cuerpo puede (o no) realizar. Siempre se tratará de llegar a ser quien se es desde un cuerpo determinado. Cuerpo infinitamente singular y singularizable que será basamento desde el cual partir (y retornar) para practicar esa afirmación construyente de sí. Cada corporalidad (y su consecuente individualidad) constituirá el foco primero y último de esa travesía desmapeada que es trabajarse, elaborarse activamente como ser.
Y en todo ello, en medio de todo ello, el cuerpo. El cuerpo y la libertad radical de vivirse autogobernadamente.
El cuerpo propio, un nodo ineludible y absoluto para todo ser, pero a la vez sede de lo inestable y lo relativo. Cuerpo que define lo que cada quien podrá o no podrá hacer de sí, consigo mismo, con los otros, con los objetos, con el mundo. Las afecciones, las pasiones, los deterioros, las fuerzas, los debilitamientos, los entornos, los sufrires, las delicias imprimen alteraciones y efectos a ese movimiento que cada cuerpo puede (o no) realizar. Siempre se tratará de llegar a ser quien se es desde un cuerpo determinado. Cuerpo infinitamente singular y singularizable que será basamento desde el cual partir (y retornar) para practicar esa afirmación construyente de sí. Cada corporalidad (y su consecuente individualidad) constituirá el foco primero y último de esa travesía desmapeada que es trabajarse, elaborarse activamente como ser.
Para quien quiera, pueda, desee, la poderosa arcilla de la subjetividad siempre estará allí, dispuesta a re-encontrarse con la semilla de sí mismo.
En el camino no sólo hay que hacerle frente a las temporalidades poco uniformes sino a los temporales del devenir.
Y también hay que patear varios traseros, aprender técnicas funambulistas, restarle legitimidad a muchos mandatos tan imbecilizantes como inmovilizantes, amigarse con algunas sombras propias, matar todo lo muerto que carcoma la piel desde adentro… y tener cierta condición cardíaca tolerante con los vértigos. In summa, anarquizarse sabiamente.
Para quien desee llegar a ser lo que se es, el resultado es definitivamente incierto y relativo.
La peripecia sólo promete una certeza embriagadora: en cada aventurero que se entregue a tal empresa se ha de mantener intacto su espíritu libre.
Y en tiempos cuya plaga de mediocridad diezma de a millones, tal certeza libertaria no es menuda cosa..!
Y en tiempos cuya plaga de mediocridad diezma de a millones, tal certeza libertaria no es menuda cosa..!
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