-Ni necesito ni deseo vuestra
disciplina. En cuanto a mis experiencias, quiero hacerlas yo misma. Es de ellas
y no de vosotros de donde sacaré mi regla de conducta. Quiero vivir mi vida. Me
inspiran horror los esclavos y los lacayos. Detesto a quien domina y me repugna
quien se deja dominar. El que consiente en inclinar la espalda bajo el látigo
no vale más que el que lo azota. Amo el peligro y me seduce lo incierto, lo
imprevisto. Deseo la aventura y me importa un cuerno el éxito. Odio vuestra
sociedad de funcionarios y administrados, millonarios y mendigos. No quiero
adaptarme a vuestras costumbres hipócritas ni a vuestras falsas cortesías.
Quiero vivir mis entusiasmos en medio del aire puro de la libertad. Vuestras
calles trazadas con regla me torturan la mirada, y vuestros edificios uniformes
hacen hervir de impaciencia la sangre de mis venas. Ignoro a donde voy. Y esto
me basta. Sigo derecho mi camino, a tenor de mis caprichos, transformándome sin
cesar, y no quiero ser mañana semejante a como soy hoy. Deambulo y no me dejo
esquilar por la tijera de un comentador único. Soy amoral. Sigo adelante,
eternamente apasionada y ardiente, entregándome al primer hombre que se me
aproxima, al caminante harapiento, pero no al sabio grave y engreído que
quisiera reglamentar la longitud de mis pasos. Ni al doctrinario que quisiera
suministrarme fórmulas o reglas. Yo no soy una intelectual; soy una mujer. Una
mujer que vibra ante los impulsos de la naturaleza y las palabras amorosas.
Odio toda cadena y toda traba, me encanta pasear desnuda dejando acariciar mis
carnes por los rayos del sol voluptuoso. Y, ¡oh anciano!, me importa muy poco
que vuestra sociedad se rompa en mil pedazos con tal que yo pueda vivir mi
vida.
-¿Quién eres tú, muchachita sugestiva
como el misterio y salvaje como el instinto?
-Soy la anarquía.
Émile Armand
Ed. Librería Internacional
París, 1926.
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