El cuerpo amado en la distancia: un affectio “sin-sentidos”
Adoptados por lo abierto, estarcidos por lo invisible,
nosotros éramos una victoria que no requería jamás fin.
René Char
De “Los primeros instantes”
-Pasionalidad a distancia, distancias en la pasión
Existe una experiencia cuyo aporte es clave para definir formas y tonalidades específicas al fresco que pinta con su color el pincel de la distancia . Se trata de practicar la incercanía de lo amado, de aquello que aún se ama y que sin embargo –por determinadas circunstancias propias de los derroteros vitales de cada ser- se desvanece en la distancia.
Distancia de lo amado.
Distancia del amado.
Distancia en lo amado.
En este modo tan particular que asume el alejamiento, los sentidos son forzados a privarse de la tangibilidad y estimulante cercanía de alguien primordial para nuestros afectos. Y utilizo específicamente la expresión “afecto” (affectio) puesto que pienso en esta noción basculando entre Spinoza y Deleuze. Nos dice este último:
“Un efecto es, en primer lugar, la huella de un cuerpo sobre otro,
el estado de un cuerpo en tanto que padece la acción de otro cuerpo”
el estado de un cuerpo en tanto que padece la acción de otro cuerpo”
Cuando la proximidad se interrumpe y vivimos un distanciamiento físico de ese cuerpo-signo amado, la potencia propia pasa por un proceso de variación intenso.
Esta variación en la potencia que la lejanía nos hace experimentar se produce tanto porque no podemos experienciar sensaciones “en-sobre ese cuerpo” deseado (utilizo en este contexto la palabra “sensaciones” en el sentido de efectos instantáneos que produce el cuerpo amado sobre el propio), sino también porque en forma recíproca la capacidad de afectar físicamente al otro por parte de uno se encuentra en suspenso, interrumpida.
Probablemente pocas cosas cuesten tanto (en el sentido estrictísimo del verbo “costar”: pagar un precios por ello; esforzarse; desvelarnos; causarnos dificultades; e incluso producirnos algún daño) como para salir entero de este modo “amoroso”de la distancia.
Hay quienes se desgarran de dolor, e incluso odian a quien han dicho amar.
Otros se paralizan emocionalmente y se deprimen.
Algunos apelan a una más o menos sutil negación de los efectos “tristes” devenidos de la ausencia.
Muchos, tienden a ubicar a aquel ser amado ahora distante en una suerte de ausencia con efectos idealizantes . El viejo atajo del idealismo por vía de la carencia. Y ya sabemos que el idealismo aumenta en proporción directa a la distancia que nos separa del problema, tal como decía con gran acierto John Galsworthy.
Como sea, distanciarse entristece.
En tanto amamos somos sujetos a la circularidad de la pasión y sus padeceres: nos hallamos, nos encontramos, amamos, nos apasionamos, volamos en la potencia de la alegría, luego nos alejamos, nos volvemos tristes, la vitalidad decae, lo que era amor se vuelve des-encuentro descompositivo… y repetimos el circuito otra vez…
En palabras de Eugenio Trias desde su “Tratado de la pasión" (Mondadori, España, 1998):
“El sujeto se constituye a través del oscuro trabajo de la pasión que se manifiesta en repeticiones. Es lo que Freud denomina “compulsión a la repetición”, que es una instancia que procede con independencia de la conciencia, a modo de un automatismo. Por ello, la pasión es lo que el sujeto padece, es lo que actúa a favor del sujeto y también en su contra. Nos amamos y nos odiamos. Queremos y odiamos. Es decir, sus efectos dependen del interjuego del Eros y la pulsión de muerte. Al preguntarnos ¿En qué se diferencia desde el psicoanálisis, el deseo de la pasión? Podemos decir brevemente, que el deseo es la forma inmediata de manifestarse la pasión. Lo que se nos da en forma de pasión aparece en nosotros bajo el modo de deseo. Es decir, el sujeto deseante es el sujeto pasional, que no ha alcanzado su determinación plena.”
-La lejanía y los amantes estarcidos
Amar es un intenso juego de pieles, de roces, de viscosas superficies profundas. El potente instante del aquí y ahora del que se nutre la afección erótico-amorosa es arrebatado por este modo de la distancia imponiéndose un inexorable y completo alejamiento táctil.
Entonces, como es posible amar en la distancia?
Dicha posibilidad amatoria supone desarrollar al menos, una ilógica tolerancia a la pérdida de experimentación del otro desde los sentidos. La distancia es aquí una rotunda intangibilidad. Definitivamente el otro no-es, fáctica y materialmente hablando. No-está-aquí. Separarse es resignarse (al menos temporalmente) a volvernos invisibles al otro y que el otro adquiera a su vez la consistencia inmaterial de un fantasma. A esto alude precisamente René Char en su poema: quines aman y se distancian quedan "estarcidos por lo invisible". Bellísima metáfora para capturar el "modo" en que la distancia recorta el cuerpo amado y lo baña con el esmalte invisible de una líbido "sin sentidos"...
“No nos veremos” dicen frecuentemente y con amargura los amantes distanciados.
No ver.
No verse.
Terrible prueba para estos seres tan dependientes de la óptica que somos. No poder verse resulta un inmenso desafío para nuestro psiquismo, tan entrenado como está en materia de la mirada y sus soportes.
Nuevamente volvemos a Spinoza y el impacto en el cuerpo: si toda afección está unida a una “imagen de cosa” el hecho de no ver-no tocar-no estar condiciona y transmuta la potencia del afecto. La alegría, la tristeza, el deseo (si bien no dejan de producir afección) quedan reconfiguradas inevitablemente bajo el efecto de la lejanía.
Más aún. Si mirar, ver, percibir tienen como sustancia a la luz, no resulta nada extraño que quienes se aman y deben dejar de verse apelen a explicar su estado anímico con metáforas marcadas por la oscuridad, lo umbrío, lo apagado.
…toda distancia es una suerte de eclipse.
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