miércoles, 16 de diciembre de 2009

Amores Múltiples: aproximaciones a un fenómeno "cruzado"




Amores Múltiples: aproximaciones a un fenómeno "cruzado"






Querer ver a cualquier precio,
querer descifrar los enigmas de la naturaleza,
atreverse a decir la inconfesable verdad de que no hay verdad,
es exponerse,
como el intrépido Edipo,
a ser el más desgraciado de los hombres:
a perder la vista


Friedrich Nietzsche






Qué caracteriza al fenómeno del amor?
Pues sólo puedo ir aportando a este territorio que tan caro me resulta, una suerte de pensar desvalido, algo caótico (y ojalá, caotizante), un pensar múltiple acerca del amor.
Luego de haber dado algún seminario sobre este tema, hablar con colegas, alumnos y amigos del asunto, escucharlo desde el terapéutico y rico oído que aporta la clínica, y fundamentalmente de comenzar a escribir el armazón de lo que será algún día (quizá...) un libro sobre el tema, iré tratando de presentar desde aquí algunos de los ejes que, desde mi perspectivizado parecer post-metafísico y trans-moral, creo que deben componer un recorrido inevitable sobre el tema. Pese a todo lo anterior, y siendo que me instalaré en asuntos de Afrodita y quehaceres de Eros, iré afectuando estas reflexiones escriturales en forma pausada, lenta, con cierto sentido de la palpación. Después de todo, tratándose del amor, siempre se requiere hacer uso de las artes del buen tacto...




El amor, ese desafiante y conmocionante "entre"...

Jean-Luc Marion en “El fenómeno erótico – Seis meditaciones” (Ediciones literales, El cuenco de plata, Buenos Aires, 2005. Trad. Silvio Mattoni. Pp 53-80.) sostiene que:


“El fenómeno amoroso no se constituye a partir del ego que soy; surge por sí mismo al entrecruzamiento en sí entre el amante (yo, que renuncio al estatuto de ego autárquico y aporto mi intuición) y el otro (que impone su significación al oponer su distancia). El fenómeno erótico no sólo aparece como algo común a él y a mí y sin un polo egoico único, sino que sólo aparece en ese entrecruzamiento. Fenómeno cruzado.”



Veamos entonces:

Estamos ante un “ego” (el ego del llamado “amante”) que pierde centro, justamente al cruzarse con un “otro” (ese otro al que llamamos “amado”).

El amor disuelve al Yo, al menos en sus acostumbrados espejismos e ilusiones de control: quien ama deja de controlar, pierde control racional sobre su suceder y su casi entera racionalidad (hasta entonces más o menos monárquica en lo que atañe a la toma de decisiones y a la determinacion casi central que imprime usualmente a los actos volitivos) decae, se empobrece, pierde poderío.

El acto de amar es un fenómeno de cruce: se produce en un “entre”, en un “en-medio”. Pureza borrosa de la bisagra.

J.L. Marion llama a este modo de aparicion y sensacion de amor “fenómeno cruzado”. No somos más "yo" ni "él-ella", sino una zona de borramiento.

Respondería el amor, por este mismo especto aquí descripto, a una cierta “fuzzy set logic” (una “lógica de conjuntos borrosos”)?

Probablemente.


Pensar el amor desde las coordenadas lógicas usuales es completamente estéril (para comprobar esto basta con que alguien trate de “hablar” en términos racionales con un amigo/a enamorado, lo cual resulta una tarea más extenuante y absurda que tratar de convencer a un psicótico de la irrealidad material de sus alucinaciones…).

El amor es, indiscutiblemente un asunto propio de la complejidad. De allí la posibilidad de aplicar algunas ideas y aportes de las teorías que se ocupan de pensar y analizar lo complejo. La complejidad del proceso amatorio es, ciertamente, siempre muy alta, no existiendo chances de aplicar modelos lógico-matemáticos precisos para comprenderlo. Y acordamos casi sin dudar también que el fenómeno amoroso es asimismo un proceso altamente no-lineal, encontrándose alli envueltas definiciones bastante imprecisas y conocimientos no estrictamente definidos cuando no directamente subjetivísimos.


La lógica de conjuntos borrosos podría colaborar a pensar un poco más apropiadamente esta “otra logicidad” que se establece en el amor? Quizá. Volvamos a tal fin al “fenómeno cruzado”, esa zona difusa “entre” que se constituye en el amor:

-Tenemos dos polos egoicos en estado de conmoción, dos yoes que ya no son tales por haber perdido buena parte de sus funciones y funcionalidades que poseían con anterioridad a quedar “atrapados” en esta fenomenalidad amorosa que los atraviesa y los resquebraja como unidades. Ninguno de los involucrados en el amor es "centro" sino que ahora el centro de cada uno no está, no "hay", o dicho de otra forma, en el amor el centro no existe o puede estar en todos lados, en cualquier cosa (literalmente). Cuando se ama, no hay cartesianismo que aguante…

-Los “yoes” en conmoción hacen que los sujetos involucrados deban ser pensados (ambos) no ya como ilusorias unidades sino como conjuntos identitarios cuyos términos definicionales se han vuelto inexactos, imprecisos. En otras palabras, aquello que decía "quién soy, quién era, cómo me comportaba, en qué creía" sufre una fortísima descentración copernicana. Una vez que la intensidad del fenómeno amatorio acaece, estas coordenadas de identidad, de comportamiento, de creencias, entran en un fuerte cuestionamiento casi, completamente involuntario.

-Si una subjetividad “caída” en un fenómeno amoroso es, por lo tanto, menos una unidad que un conjunto nebuloso (o borroso, o “fuzzy set”), las reglas que rigen esos fenómenos amorosos y a los enamorados allí envueltos serán reglas menos lógico-aristotélicas y más reglas difusas (o “fuzzy rules”).

-La llamada “verdad” (y por ende, la “falsedad”) en la que podemos pensar si microscopizamos tales fenómenos de Eros, tal vez deberían ser mejor analizadas a traves de conceptos como “vaguedad” o “borrosidad”. El amor nos lleva a bascular en ese "entre" (entre la verdad y lo falso, entre la imaginación y lo real, entre lo absurdo y lo lógico, entre el sí mismo y el otro, entre el desgobierno de las pasiones y el control de sí, entre la audacia y la conservación) porque estamos ante un modo del sentir que alberga todo lo múltiple a quien se arroje a sus aguas: el que ama es un ser en estado de resbalamiento, es un peregrino, y un rey, también un mendigo, un itinerante, un nómade, un dios, un exiliado, un pájaro, un anciano, un corcél, un niño, un pasajero, un caprichoso, un animal, un fantasma, un fugitivo, un sabio, un loco, un enfermo, un mago.


Entonces, qué queremos decir aquí cuando aludimos a la “borrosidad” en el amor?
Queremos decir con esto que para aquellos capturados en ese “fenómeno de cruce” que es enamorarse, las proposiciones, percepciones y representaciones pueden ser parcialmente y al mismo tiempo verdaderas y falsas. Esta simultaneidad (que pone los pelos de punta a los adoradores de las precisiones veritativas) hace que las disyunciones se vuelvan inclusivas (cuando amamos todo lo que tenga que ver con universo tramado entre el amante y el amado puede ser del orden de "y...y..."). En el amor, lo verdadero y lo falso sucede en forma simultánea: nada es cuestión de absolutos, todo es cuestión de grado.


El enamorado es un ser más rizomatizado que el ser "normal" no capturado por la fenomenología amatoria. Amar des-normaliza. Desde lo antiguos hasta nuestros días aún utilizamos la nítida expresión de "perder la cabeza". El que ama vive esa "extrañeza" de asistir a un cambio intenso, transmutador del mundo y de sí. Vemos otro mundo habitando dentro de este. Amar, altera.

Por esta misma causa, insistimos en decir que quien ama es un auténtico ser rizomático: habita el amor como se habita un pliegue. Y en ese espacio-tiempo de Eros los amantes han de replegarse y tambien "desplegarse". Han de adquirir fuerza y alegría de la fuente de la potencia, pero también sufrir ciertas de-potencias que los llevarán a dormir en los umbrales de la aflicción y la desazón de las pasiones tristes. Quien ama ha de desear transterrarse posesivamente en ese territorio que es la vida-cuerpo del amado y a la vez, por momentos, ha de desear apartarse, reservarse para sí mismo, desterrarse de lo amado lo más desapegadamente posible. Los amantes han de circular por lo estable, lo repetitivo, por la amalgama de sus iterāre y habrán de lidiar al mismo tiempo con el vértigo, la incertidumbre, lo inesperado. Caminan en una cornisa: un lado ofrece la poco fiable pero imprescindible garantía de la "promesa de amor", mientras que el otro lado del abismo los mira la amenaza potencial del averno que abriría en el pecho el posible dolor de la traición y/o el fin del lazo erótico-afectivo. Los que aman siempre han sido -correctamente vistos- como los más acabados funambulistas de la historia de las pasiones, y sobran razones y tragedias para legitimar esta "visión" del amante.

Siempre se trata de cruzamientos, empalmes, concurrencias, "entre", bisagras, intersecciones, superposiciones, convergencias al borde de lo divergente...


El amor, en su borrosidad lógica, nos expone a los avatares de la constante “bivalencia”. En ese inesperado cruce con el otro, en ese "fenómeno cruzado" que impone el enamoramiento nos arrojamos a la vez a inciertas relaciones de conexión o continuidad con lo amado. Al amar, cruzo mi ser-amante con el otro-amado tanto como se entreveran mis flujos, mis líneas de fuerza, mis potencias, mi micromundo. Vaya entrega!!! Y vaya miedo..!!! Y el devenir de esa resultante a la que llamamos "amor" tomará las direcciones imprevistas que adquieren dichas conexiones.


Agreguemos que la métrica del amor nunca se escribe sobre una topología de la linealidad. Tampoco hay nada (absolutamente NADA) que ligue al amor con las trascendencias metafísicas. Esto implica un duro golpe a una de las mayores illusĭo del amor romántico-moral: no hay ninguna raíz en el amor que nos funda a nada eterno... a excepción de nuestras más infantiles creencias. Ni amar es eterno, ni eternizable es nada que provenga o devenga del amor. Esta falsa fundamentación metafísica del amor -que sin embargo aún cobra creyentes día tras día, más que los que malamente acumulan las decadentes religiones...- deja al pensador del amor en una suerte de (feliz y abierta!) horfandad de categorías con las que tratar de elucidarlo: ya no podemos apelar a la eternidad, pero tampoco a la fidelidad moral, ni a la idea de "almas", ni a ninguna de las nociones o ideas con que hasta ahora se habían analizado los asuntos amatorios.

Amar se escribe en y desde las líneas de fuerza de los cuerpos mismos. O mas bien, es como si se tratara de graficar signos en el agua, en una suerte de cuerpo-de-agua cuya materialidad es líquida, inasible, De alli la borrosidad y vaguedad propia con que este fenómeno se vivencia y siente: opera en los cuerpos, pero en su materialidad líquida (diríamos, en las vísceras? en los fluídos? en la sangre?) y en todo caso, atraviesa por completo ese continente a-tópico y ubiquo que es el psiquismo, la líbido, los deseos.

Para quienes lo hemos vivido, sentido y, ahora, tambien pensado, lo múltiple es una categoría indispensable del amor.
Son múltiples las relaciones activas y pasivas que se componen en torno al amar, y estas relaciones (en todos sus distintos niveles e interacciones) son siempre a la vez múltiples creadoras de significaciones para quienes se encuentran vertidos y habitados por esa intensa experiencia del sentir. Y lo que se siente es, indudablemente, tan inmensamente múltiple...


Espero en un proximo post, presentar algunas ideas acerca de cómo pensar desde la perspectiva de la complejidad "cómo significan" la experiencia del amor en forma diferenciada el amante y el amado. Hasta entonces, y mientras tanto, que la pródiga Afrodita los acompañe!

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