lunes, 21 de diciembre de 2009

El sentido del amor: dar significado, exigir juramento…





El sentido del amor:

dar significado, exigir juramento…




"Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos,
ciegos que ven,
ciegos que, viendo, no ven."

José Saramago




No basta con que dos se dispongan de mutuo acuerdo a entregarse a los goces de Eros. En las cuestiones erótico-amatorias algo del pacto que alli se va tejiendo siempre parece ir “por más”…

En principio veamos la cuestión del sentido y significado que el amante “espera” sea otorgado por su amado.

El pacto de amor requiere que ambos partícipes concuerden en el sentido de “eso” de la “cosa” en que están involucrados. Pero como bien podemos anticipar, tal coincidencia de sentidos entre amante-amado no siempre acontece.

En principio, suponiendo que la mejor situación posible sería la de que ambos compartieran el sentido del pacto erótico en que se han implicado, tampoco esa “significacion unificada” ideal entre amado-amante pone un punto final y feliz a eso de sellar un pacto. Muy por el contrario: aún cuando ambos amantes se entreguen auténticamente por igual en la relación de amor, dijimos, siempre “se va por más”. El amor es también un animal omnívoro…

Iremos intercalando aquí algunas ideas de Jean-Luc Marion al respecto (Marion, Jean-Luc. El fenómeno erótico – Seis meditaciones. Ediciones literales, El cuenco de plata. Buenos Aires, 2005. Trad. Silvio Mattoni).



“La significación del otro se da por el contrario sin que nunca se vuelva una cosa disponible, sino en la medida que accede a abandonarse, en la medida en que se da cuando puede no darse. El otro se da diciendo que se da, como si se diera, y en tanto que puede no darse. El otro no puede dar su significación por sí mismo más que diciéndome, con palabras o en silencio, “aquí estoy yo, tu significación” no sólo en el tiempo, sino por un tiempo que me fija –por ende un tiempo sin demora, sin restricción ni límites asignables. La significación sólo se impone si se da sin prever que sea recogida, por lo tanto se da entregándose sin condición ni devolución ni prescripción. “¡Aquí estoy!” sólo le brinda una significación a mi intuición erótica atreviéndose a querer darse sin reservas, sin retorno –para siempre.”



Como podemos notar, el sentido y significación que se produce ante el implicamiento erótico-amoroso entre dos seres nunca es algo que se encuentre al alcance de la mano. El “sentido” que le atribuimos a un lazo erótico jamás es algo que está allí, disponible. Más bien podríamos decir que eso de “qué quiere decir para ti estar aquí gozando de este amor”, esa expectativa de sentido, puede tomar al menos cuatro modos de expresividad diferentes todos correspondientes a los esquemas tradicionales del amor:


1- El amante y el amado coinciden en dar un sentido-significado común a la experiencia erótico-amorosa que están vivenciando. En este caso estamos ante lo que Marion llama “significación unificada” (ya la analizaremos más a fondo, pues en verdad, pese a que suena como la opción más prometedora de felicidad, se las trae en términos de exigencias morales y de efectos de ilusionismo…).

2- El amado queda desbordado por la expectativa que el amante le precipita ante ese requerimiento o interrogación explícita o implícita acerca del sentido que tendría para él/ella dicha experiencia erótico-amorosa. El amado responde con la perplejidad, y el silencio. Se queda mudo, sin palabras. Como sea, queda claro que el sentido y significación que el amante esperaba oir no “vuelve” de boca del amado, no se produce esa expectativa de coincidencia en la significación.

3- El amado miente. Esto es, juega el juego de la inautenticidad conveniente. Dicho de otra forma: “dice” compartir la significación común con el amante, pero no es así. Digamos que se trata de un acto de engaño: el amado ajusta “medios a fines”. El amado no quiere renunciar a los beneficios de esa experiencia (llamese beneficios a tener buen sexo, sentirse acompañado, obtener bienes materiales, tolerar mejor la soledad, etc.) pero no quiere ser franco y decirle al/la amante que no comparte su sentido-significación dada a la experiencia pues supone anticipadamente (y tal vez, correctamente) que su amante se retiraría de la experiencia, perdiendo así el amado esos “beneficios” que tal relación le produce. Hay un cálculo de costo-beneficio en este “mentir” una significación compartida inexistente. El engaño de mentir un sentido que no es cierto hacia el amante, haciendole sentir a este último que se está compartiendo un significado común para la experiencia erótico-amorosa no suele tener buen final, aunque puede perdurar en el tiempo por un largo período dependiendo de “las artes de encantamiento” que el amado posea para mantener al amante en situación de ilusion compartida ficticia.

4- El amado es honesto y expresa que no comparte una significación común con el amante. Pese a ser una opción vivida de un modo más o menos doloroso por el expectante amante que aguardaba por esa ilusionante “significación unificadora”, generalmente en esta configuración hay una disyunción por la que optar: o resulta intolerable que el otro “no me ame ya-ahora-concidentemente” y la experienca se disuelve; o bien el amante decide esperar, dar un tiempo al amado para que tal vez pueda entregarse a ese sentido compartido que aún no siente dando paso a la “significación esperanzada” ("no me ama –aún- pero ya lo hará con el tiempo”). El amante se vuelve un “Ser de la fe”. Cree en un milagro de amor a futuro. Apuesta a construir lo que no se ha dado espontáneamente. Desde ya, nada garantiza que tal fe en la futura significación amorosa compartida se vaya a producir, siendo que si efectivamente nunca se produjera, el amante vivirá ese tiempo esperanzado de la espera como un tiempo perdido que no tardará en ser reprochado resentidamente al amado que no pudo entonces ofrecer nunca ese sentido por el que tanto apostó el amante creyente.




Como se puede observar, alcanzar ese “significación unificada” es casi, casi, una rareza estadística. Sucede. Sí, afortunadamente!!!! Pero no encontramos “a la vuelta de la esquina” a ese ser con quien arrojarnos en común a las miles de Eros con un sentido amoroso común, proyectivo, mutuamente compartido y potenciador. Y también discutiremos más sobre el final de este post las diferencias de pensar en una “significación unificada” propia de los modos tradicionales de concebir el amor, o qué sucede cuando se producen dos “significaciones autónomas cruzadas” que rompen los esquemas clásicos de entender la relación entre amantes.


Ahora sigamos la ruta propuesta por Marion, y veamos que acontece en caso de que, efectivamente, los dioses favorezcan los dados de la tirada erótica y –por Zeuz!!!- ambos egos acuerden en el significado erótico-amoroso:



“El otro no solamente debe entonces decirme “¡Aquí estoy!” en el momento, también debe prometerlo para todo momento venidero. No debe decirme la significación, debe prometérmela. La significación, la única que le permite a mi intuición que haga aparecer el fenómeno del otro para mí, surge como un juramento –o sigue faltando.”


Dijimos en el inicio de este post: nunca nada es suficiente en el amor. Siempre quien ama va por más…

Teníamos (rareza estadística mediante) el casi milagro erótico-neuroquímico-psíquico-existencial de que un otro y un yo (o digamos, dos egos) se entreguen en forma maravillosa y mágicamente en común a significar de igual modo una experiencia amatoria. Deberíamos darnos por satisfechos con tal magnificencia de los sentidos, con tal chance de potenciarse desde las spinozianas pasiones alegres… pero no. Queremos un poco más. Siempre. El amor es un fenómeno que no escapa a las regla de ambición. Más…

Entonces deseamos no solamente que nos deseeen, sino tambien que el otro decodifique la expectativa de sentido de lo que estamos viviendo de manera similar.

Pero también recordemos que ese “abandonarse” común al amar es ante todo un “dar”. Nos damos al otro en la medida en que el otro asimismo se da. Esta “dación” que se espera sea mutua no es cualquier clase de “darse”: necesitamos del otro que “nos diga” e-fec-ti-va-men-te que se está dando. Queremos su abandonarse, su entrega, pero no nos basta con el registro fantástico que los sentidos puedan aportarnos en ese goce, también deseamos que nos diga, con palabras de diccionario, bajo la forma del lenguaje hablado, que sí, que se está dando. Requerimos así, no solo la “significación unificadora” sino que esa significación sea dicha, sea verbalizada, sea apalabrada.

Y me detengo un poquito en esto de “apalabrada”.

La significación coincidente que espero del amado “debe” ser dicha, puesta en palabras. Pedimos al otro que apalabre –metafóricamente- lo sentido en común. Queremos los signos linguísticos que nos ratifiquen esa “comunidad” de sentido que estamos compartiendo con el amado. Somos animales del lenguaje, tenemos siempre esa hambruna suplementaria por la palabra hablada. Los poetas han llenado versos y versos con este exigente “dímelo…”, y también las cartas de amor, las canciones alusivas a la lírica del amor.

Ahora bien, supongamos que la siguiente tirada de los dioses sigue siendo favorable y que los dones de Afrodita siguen siéndonos ofrecidos. Supongamos que el amado “habla”, “palabrea” lo sentido por sus sentidos y lo hace auténticamente, y además nos ofrece la ratificación desde el lenguaje hablado:

“Heme aquí,
te soy dado
enteramente
al igual que tú te das
y soy yo
exactamente

ese mismo amor que tú esperas
que tú sientes
que tú significas”.



El asunto de las solicitudes no termina, ni poéticamente ni aca.
En esta dación que el amado me ratifica con su decir debe haber, también, una referencia a cierta temporalidad… infantil, casi: me amas y te amo sin demoras, ahora y aquí, pero también me amarás sin restricciones de tiempo, sin calendarios, me amas y me amarás ilimitadamente. Ilusión perenne? Sí. Demanda infantil de amor incondicional? Algo de eso tambien. Desde luego que se trata de una ilusión que toma la forma de una demanda. No es sólo el “dímelo” que destacáramos más arriba, es un tipo de “dímelo”: es “dímelo para siempre”.

Ahora ya no se trata sólo de un poner en signos del habla esa significación de amor común, de “apalabrar” en el sentido de transcribir lo sentido en signos del habla al oído del amante. Ahora estamos frente a un “apalabrar” en otra acepción del mismo verbo: el amante quiere que el amado comprometa su “palabra”, prometa, juramente de algún modo que esto mágico, sublime que es esa significación de amor compartida sea garantizada venideramente en forma indeterminada. El “dímelo por siempre” es solicitado bajo la forma de una promesa.



Paremos acá.
Empecemos a desenmascarar los filos peligrosos de este complejo anudamiento de solicitudes. Para comenzar, digamos que estamos ante una lógica imaginaria jugada en varios planos simultáneos:


-Esperamos que otro ser, otro ego diferente de mí mismo, posea una idéntica decodificación de una experiencia que sensorialmente es vivida desde dos cuerpos también diferentes y por ende, disímiles a la hora de transformar esas sensaciones eróticas y afectivas en representaciones-sentidos-significados. Si lo que significamos es más o menos común, lo es porque compartimos el vasto y a la vez restrictivo universo de los signos linguísticos que también más o menos (léase, desajustadamente) transcriben los sentires en palabras compartidas. De allí a expectar que dos egos diferentes “unifiquen” lo que significa para ellos de manera calcada una experiencia somática y emocional tan intensa como lo son las de tipo erótico-amorosas, estamos un poco lejos. La llamada “significación unificada” es una ilusión de sentido compartida vía la ficción de las palabras y los conceptos.

-Aún suponiendo que tanto amante como amado sientan algo intenso del orden del amor y el erotismo, lo que sí podrán ofrecerse auténticamente son significaciones cruzadas similares, pero nunca únicas, ni comunes, ni acoplables por identidad. Cada ego, entregado en una experiencia que sí les es común (lo no común es lo que se transcribe psíquicamente como representación dada a esa experiencia compartida) aportará la ilusión de la promesa, pero lo juramentado estará siempra basada en dos significaciones co-dependientes diferentes que ambos desean intercambiar, cruzar, intercalar.

-El amor no es un fenómeno que borre la diferencia entre dos seres, incluso hasta cuando esos dos seres se hallan en una “divina” experimentación amatoria intensificante y potentísima común, el sentido que den a lo vivido será singular. Sólo la ilusión de la palabra es lo que hace que esa experiencia nos parezca igualmente significable… y tal vez por esto mismo es que con tanto afán pedimos la verbalización del amor al amado!!! Es nuestro modo ilusorio e inconciente de crear una consistencia de sentido en una experiencia que dos egos siempre vivirán desde la autonomía de sus cuerpos, de sus mentes, de sus fantasmas, de sus historias singularísimas…

-El “dímelo”, esa exigencia de palabra, sutura cualquier diferencia, cualquier espacio de significación disímil que pueda haber entre el sentido que le atribuye a la misma experiencia el amante y el sentido que le atribuye el amado. Si ambos dicen “Te amo”, aparece entonces una designacion válida y obligatoria compartida humanamente que todos acordamos conceptualizar bajo la palabra “Amor”. El lenguaje “conjuga”, nos “cohesiona” con lo que una cultura y una sociedad entiende-impone-legitima como amor. Y el mismo lenguaje nos conjugará y cohesionará micropolíticamente con ese particular ser amado a traves de designaciones comunes. Y lo común me aporta un sentido compartido tranquilizador (“Tú y yo, ambos estamos sintiendo lo mismo”). La palabra tranquiliza vía la eliminación de esas rugosidades incómodas que son, nada más y nada menos, que las diferencias de sentido que el otro vivencia estando en la misma situación. Ese “te amo” borra súbitamente cualquier distancia de sentido que el amante o el amado posean acerca de su decodificación singular de la experiencia. “Te amo” es una verdad, pero es una verdad agradable en la medida que elimine lo diferente de ese “amar” y prepondere las semejanzas de sentido.


Producción de una doble ilusión?
Entre la designación (el “te amo”) y la “cosa” (la experiencia erótico-amorosa) no hay total concordancia. Las palabras son meras convenciones que simplifican los intercambios entre humanos, o los complican cuando nos damos cuenta de que la relación entre las palabra=designatum y las cosas no es unidireccional ni hay certezas en las designaciones ni hay cerrada correspondencia entre lo dicho y el fenómeno a que se alude.
La adaequatio que creemos oir en ese “Te amo” que deseamos sea el de un “te amo tal y como tú me amas a mí” es tan falaz como ciega a las diferencias de sentido. Y eso, señores, es liso y llano bálsamo ilusorio. Deseamos ser amados, pero bajo un patrón de identidad especular, y para creernos que eso sea posible el lenguaje nos viene de maravillas con sus ofrendas de correspondencias de sentido que nunca son tales. La designación “te amo” sólo cubre un muy limitado campo de sentidos compartido que nos resultarán suficiente si lo que queremos es la tranquilidad de un amor en espejo, inauténtico, pero garante de una igualdad de sentimientos y sentidos… ficticios.

El otro nunca se encuentra en condiciones de cubrir con su decir “te amo” el ancho campo de sensaciones, sentidos, deseos, miedos, esperanzas, temores, voluptuosidades, límites y torrentes emocionales que la experiencia erótico-amorosa le produce. En este sentido, ese “decir” del amor, ese “te amo” que a viva voz necesitamos oir del otro no es más que un empobrecimiento que el amado nos ofrecerá si lo comparamos con la magnitud de resonancias que la experiencia en sí misma le produce. Pero dado que somos hijos/as de la ceguera y el sosiego, buscamos y preferimos ese empobreciemiento en el que, al menos por un rato, abrazamos la tranquilidad de una identidad significatoria.

Los poco audaces –las mayorías…- se ahorran el vértigo de amar de cara a las diferencias y se paralizan de solo pensar por un segundo como sería eso de entregarse a una ética del deseo, un modo de significar estas experiencias intensas de la subjetividad como desafío tal que preserve la distancia y ponga a resgusrdo el valor de la autonomía personal. Prefieren, en cambio, el resentimiento que más tarde o más temprano aperece como consecuencia de vivir en la ilusión, la inautenticidad, y los efectos devastadores de una lógica hecha a medida de ciegos. .


Pero Marion nos abre aca, una otra perspectiva para vivenciar-decodificar el fenómeno erótico sin caer en esta tan poderosa trampa de las ilusiones, la identidad ficticia de sentires y las falsas ideas de significación compartida molarmente entre amante-amado:


“El fenómeno erótico consistirá, en cambio, en la significación única a la que van a adherirse dos intuiciones –porque cada uno de los ego le asegura por juramento al otro una significación única (...) ambos egos se realizan como amantes y hacen que aparezcan mutuamente sus fenómenos respectivos, aunque no por cierto conforme a una lógica imaginaria y unificadora- intercambiando o compartiendo una intuición común- que aboliría la distancia entre ambos, sino asegurándose recíprocamente una significación que viene desde otro lugar –prestándose al juego de un intercambio cruzado de significaciones, consagrando así decididamente la distancia en ellos.”


Quizá, sólo por convención deberíamos conservar la expresión dicotómica “amante-amado” pues desde el planteo de Marion, ambos se realizan como “amantes”, preservando la singularidad de lo que significa para cada uno de ellos ese “sentir amoroso” que no será ni calcado ni coincidente, sino libertariamente propio y transversalizado por la singularidades de cada uno. Habrá un requerimiento de promesa, pero no ya como un juramento que torne estática la experiencia, sino como un potente deseo de hacer perdurar la belleza de lo sentido. Se trata más que de un “prométeme”, de un “extendámoslo”: un deseo vitalista de que esa experiencia de mutua potenciación se amplie y prologue hasta el máximo de sus posibilidades.



Las significaciones que se den a la experiencia erótico-amorosa son siempre producidas desde el deseo, y el deseo es diferencia. Por lo cual, las significaciones que la dación amorosa entre dos seres puedan producirse siempre serán radicalmente diferentes. La mayor expectativa, la mejor de ellas en tal caso, es que tales significaciones se produzcan en el mismo plano de sentido. Ambos sentirán que están nadando en las aguas del amor. Pero cada cual sentirá esas aguas desde la soberana diferencia de su aparato sensorial, decodificará el placer de acuerdo a sus arcaicos mapas psicofísicos ya pre-constituídos, relanzará el deseo de volver a nadar en esas aguas desde disparadores propios que tendrán que ver con sus ansias singulares, su biografía, sus “series complementarias”. Y cada uno nadará con su propio estilo…

Las significaciones del amor son genuinamente diferentes. Dos que se aman, pueden optar por fundar un “creer” común que elimine estos incómodos rebordes en que el otro incomoda con su disimilitud. Como antídoto, invencionarán un registro imaginario tan común como frágil que deberá a su vez sostener un dispositivo de emparejamiento fusional y siempre idéntico a sí mismo para que todo el engranaje ficcional funcione. La otra opción es la que plantea intercambiar esas singulares-diferentes significaciones que cada uno de los amantes “introduce” en la entrega a la dación amatoria, sin eliminar la distancia, sosteniendo el compromiso desde la autonomía como modo de reafirmación de sí mismo, in summa, explorando un amar más real, libre, nutricio, un amar que ignore las exigencias de los que dicen hacer las cosas con “los pies en la tierra, sino un amar como si se tratara de volar de dos. Y me quedo pensando, como aún dándole vueltas a “la cosa” en aquellas palabras de Nietzsche acerca del sentido:


“No buscar el sentido de las cosas sino introducirlo”



Veremos en la próxima reflexión qué sucede con los requerimientos de certeza, la seguridad y el miedo a fallar (o a que el otro falle) en esa entrega amatoria.



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