Con Wittgenstein, contra Wittgenstein
"Porque sólo puede existir duda donde existe una pregunta,
una pregunta sólo donde existe una respuesta,
y ésta, sólo donde algo puede ser dicho"
Ludwig Wittgenstein
Wittgenstein, sí y no.
Porque bien pueden nacer preguntas cuya matriz no posee cimiento alguno en la duda.
Y también existen dudas que no se atreven , no se lanzan a la aventura desventurada de tornarse lisa y llana pregunta.
Tampoco me atrevo a asegurar que las preguntas sólo existan donde existe una respuesta: hay preguntas condenadas al limbo de lo mistérico (e incluso hay, a lo largo de ciertas vidas livianas e imprecisas, muchos momentos regados con interrogantes de tipo “mhistérico”… pero ese es otro tema en el que sería un despropósito poner a bailar al filósofo vienés) que nunca nos obsequian con la gratitud del saber la tremenda valentía de haberlas formulado.
Luego, ni todo lo dicho es respuesta a algo, ni toda respuesta es susceptible de ser dicha/enunciada. Lo decible no siempre concuerda con lo respondible. Y con esto no estoy adhiriendo a ningún tipo de “enigma metafísico”, sino que me refiero al delicado equilibrio que se pierde cuando aparece un desfasaje entre lo susceptible de ser dicho, lo posible de ser escuchado, y la voluntad de responder plenamente.
La palabra no es el único signo a través del cual se despliegan los juegos de preguntas y respuestas. Lo inaudible también es respuesta, o pregunta. El callar, el silencio, el secreto, la mirada, el gesto mudo pueden ser signos profundamente interrogativos y/o modos de responder exiliados de la lengua.
Si hablar puede llegar a ser sinónimo de entrar semivoluntariamente en las trampas del autoengaño, no hablar es un modo de resistencia activa a caer en las redes azucaradas de una ficción que se viste a sí misma con las ropas íntimas del error, del embuste, de la actuación insincera que pretende presentarse como justamente lo contrario.
En efecto, a veces se calla para no mentir, pero otras se guarda silencio para no revelar al otro lo que sería inhóspito por el sólo hecho de ser escuchado.
Y también se calla ante el peligro… o a veces se grita ante éste también (es el alarido un acto del habla, estrictamente hablando?).
"No decir" es asimismo, en ciertas ocasiones, asunto de delicada cortesía, y al menos es eso lo que gusto caprichosamente de interpretar yo cuando don Ludwig dice en su célebre “Tractatus”:
Luego, ni todo lo dicho es respuesta a algo, ni toda respuesta es susceptible de ser dicha/enunciada. Lo decible no siempre concuerda con lo respondible. Y con esto no estoy adhiriendo a ningún tipo de “enigma metafísico”, sino que me refiero al delicado equilibrio que se pierde cuando aparece un desfasaje entre lo susceptible de ser dicho, lo posible de ser escuchado, y la voluntad de responder plenamente.
La palabra no es el único signo a través del cual se despliegan los juegos de preguntas y respuestas. Lo inaudible también es respuesta, o pregunta. El callar, el silencio, el secreto, la mirada, el gesto mudo pueden ser signos profundamente interrogativos y/o modos de responder exiliados de la lengua.
Si hablar puede llegar a ser sinónimo de entrar semivoluntariamente en las trampas del autoengaño, no hablar es un modo de resistencia activa a caer en las redes azucaradas de una ficción que se viste a sí misma con las ropas íntimas del error, del embuste, de la actuación insincera que pretende presentarse como justamente lo contrario.
En efecto, a veces se calla para no mentir, pero otras se guarda silencio para no revelar al otro lo que sería inhóspito por el sólo hecho de ser escuchado.
Y también se calla ante el peligro… o a veces se grita ante éste también (es el alarido un acto del habla, estrictamente hablando?).
"No decir" es asimismo, en ciertas ocasiones, asunto de delicada cortesía, y al menos es eso lo que gusto caprichosamente de interpretar yo cuando don Ludwig dice en su célebre “Tractatus”:
“Sobre lo que no se puede hablar, se debe guardar silencio”
(so fucking brillant!)
(so fucking brillant!)
En los taciturnos pasadizos de una mente que transita el juego de sus propias interrogaciones y sus alunadas respuestas, hay demasiado no-dicho en danza. Demasiado signo subrepticio, demasiada indecibilidad borrosa agazapada bajo la marea incesante de las representaciones.
Pese a todo lo anterior, me gusta el Wittgenstein antimetafísico.
Me gusta, también con él y desde él, pensar a la filosofía menos como doctrina y más como actividad “aclarante” del pensar. Filosofar para desembrujar(nos) del error que arrastran ciertas tiranías de nuestro propio pensar. Filosofar para desanudar los propios rizomas y revelar las engañifas de la mente.
Y sigo estando con Wittgenstein en aquello de que todo lenguaje es ciertamente un juego. Incluso a veces, un curioso y atractivo juego peligroso en el que danzamos con el fuego sagrado de las palabras. Hasta quemarnos.
Pese a todo lo anterior, me gusta el Wittgenstein antimetafísico.
Me gusta, también con él y desde él, pensar a la filosofía menos como doctrina y más como actividad “aclarante” del pensar. Filosofar para desembrujar(nos) del error que arrastran ciertas tiranías de nuestro propio pensar. Filosofar para desanudar los propios rizomas y revelar las engañifas de la mente.
Y sigo estando con Wittgenstein en aquello de que todo lenguaje es ciertamente un juego. Incluso a veces, un curioso y atractivo juego peligroso en el que danzamos con el fuego sagrado de las palabras. Hasta quemarnos.
____________________
No hay comentarios:
Publicar un comentario