domingo, 15 de abril de 2012

Con Wittgenstein, contra Wittgenstein





Con Wittgenstein, contra Wittgenstein





"Porque sólo puede existir duda donde existe una pregunta, 
una pregunta sólo donde existe una respuesta, 
y ésta, sólo donde algo puede ser dicho"

 Ludwig Wittgenstein



Wittgenstein, sí y no.


Porque bien pueden nacer preguntas cuya matriz no posee cimiento alguno en la duda.
Y también existen dudas que no se atreven , no se lanzan a la aventura desventurada de tornarse lisa y llana pregunta.

Tampoco me atrevo a asegurar que las preguntas sólo existan donde existe una respuesta: hay preguntas condenadas al limbo de lo mistérico (e incluso hay, a lo largo de ciertas vidas livianas e imprecisas, muchos momentos regados con interrogantes de tipo “mhistérico”… pero ese es otro tema en el que sería un despropósito poner a bailar al filósofo vienés) que nunca nos obsequian con la gratitud del saber la tremenda valentía de haberlas formulado.

Luego, ni todo lo dicho es respuesta a algo, ni toda respuesta es susceptible de ser dicha/enunciada. Lo decible no siempre concuerda con lo respondible. Y con esto no estoy adhiriendo a ningún tipo de “enigma metafísico”,  sino que me refiero al delicado equilibrio que se  pierde cuando aparece un desfasaje entre lo susceptible de ser dicho, lo posible de ser escuchado, y la voluntad de responder plenamente.    

La palabra no es el único signo a través del cual se despliegan los juegos de preguntas y respuestas. Lo inaudible también es respuesta, o pregunta. El callar, el silencio, el secreto,  la mirada, el gesto  mudo pueden ser signos profundamente interrogativos  y/o modos de responder exiliados de la lengua. 


Si hablar puede llegar a ser sinónimo de entrar semivoluntariamente en las trampas del autoengaño,  no hablar es un modo de resistencia activa a caer en las redes azucaradas de una ficción que se viste a sí misma con las ropas íntimas del error, del embuste, de la actuación insincera que pretende presentarse como justamente lo contrario.
En efecto, a veces se calla para no mentir, pero otras se guarda silencio para no revelar  al otro lo que sería inhóspito por el sólo hecho de ser escuchado.
Y también se calla ante el peligro… o a veces se grita ante éste también (es el alarido un acto del habla, estrictamente hablando?).


"No decir" es asimismo, en ciertas ocasiones, asunto de delicada cortesía,  y al menos es eso lo que gusto caprichosamente de interpretar yo cuando don Ludwig dice en su  célebre “Tractatus”:



“Sobre lo que no se puede hablar, se debe guardar silencio”
(so fucking brillant!)
  

En los taciturnos pasadizos de una mente que transita el juego de sus propias interrogaciones y sus alunadas respuestas, hay demasiado no-dicho en danza. Demasiado signo subrepticio, demasiada indecibilidad borrosa agazapada bajo la marea incesante de las representaciones.


Pese a todo lo anterior, me gusta el Wittgenstein antimetafísico.
Me gusta, también con él y desde él, pensar a la filosofía menos como doctrina y más como actividad “aclarante” del pensar. Filosofar para desembrujar(nos) del error que arrastran ciertas tiranías de nuestro propio pensar. Filosofar para desanudar los propios rizomas y revelar las engañifas de la mente.   
Y sigo estando con Wittgenstein en aquello de que todo lenguaje es ciertamente un juego. Incluso a veces, un curioso y atractivo juego peligroso en el que danzamos con el fuego sagrado de las palabras. Hasta quemarnos.



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