Roberto Juarroz y la gesta inmoral del amor
Gabi Romano
“El amor es
simplemente eso:
la forma del
comienzo tercamente escondida detrás de los finales.”
Roberto Juarroz
Roberto Juarroz, ha sido mucho más que un poeta,
mucho más que un ensayista, mucho más que un sapiente catedrático
universitario, mucho más que un recordado periodista. Fue más bien una rareza
extraordinaria de esas en que el ser de la escritura se desborda de sí mismo al
punto de volverse indiscernible del ser meditativo, evento biográfico sólo
concebible precisamente, por vía de ese excepcional autoanegamiento existencial.
Filopoeta conceptual y preciso, Juarroz representa su propia rara avis en esa nobilísima amalgama de hombre de
letras y pensador sensible.
Con un pie descalzo en su época y el otro rozando el agua correntosa de los tiempos venideros, este escriba nacido en la provincia de Buenos Aires en 1925, rompe las formas de lo amoroso y sus encarcelantes representaciones aceptadas por el status quo para verter la pasión en nuevos moldes, otros moldes desmoldados constantemente por una palabra sintiente ajena a todo pulso que no provenga de las atmósferas de la libertad.
Distante de las simplificaciones tanto como de las toxinas capaces de matar lo que es auténtica gesta de amor, manifestará su desprecio por cualquier forma de mercantilización, por la imbecilidad prepotente de las mediaciones ideológicas de cualquier color y en cualquier terreno, por la mediocridad resentida escondida en ciertas patéticas búsquedas de éxito, e incluso llegará a expresar con claridad indubitable su detestamiento por la política al considerar a ésta como “el mayor enemigo de la poesía”. En virtud de lo anterior, cuán absurdo –y a la vez, qué tremendo contrasentido biográfico y autoral- resulta así el hecho de que Juarroz pretenda ser capitalizado ocasionalmente por algunos detentadores de banderías politiqueras o abrazadores de trincherismos contingentes…
Este descendiente de vascos que abandonara el mundo un 31 de marzo de 1995, ha legado un testimonio pensante que de algún modo fue contra su tiempo. Roberto Juarroz excedió significaciones y sentidos de su época -cierta "mentalidad" diría Duby- creando así un espacio poético singular que resulta a la vez reflexión filosófica de lo porvenir. Poesía y filosofía se entrelazan en una escritura donde la alteridad del sí mismo queda capturada por centros ausentes, donde el pensar no es más que una insistente maniobra de la insensatez, donde vivir sin enmascaramientos es percibirse en perpetuo estado de infracción. Cero cartesianismo, patada en el traste al sujeto trascendente, develamiento de los límites de la escritura que, lejos de alzarse con el trofeo de la certeza, se sabe experiencia impotente de la que sin embargo emergen las potencias de nuevas realidades.
En esta línea que desde el pleno siglo XX Juarroz dibuja como pespunte que ya araña incertidumbres venideras, lo amoroso sólo resultará pasible de ser afirmardo si se lo aborda como experiencia existencial insumisa a los marcos y a las estructuras preasignadas por lo imaginario social. Juarroz desubica así al amor, deshace al amor como reducto moral y/o experiencia cautiva de las formas de la moralidad.
Desubicado, des-hecho, subvertido, el amor es objeto de una implacable sacudida, y al hacerlo, Juarroz lo reinventa en un territorio más allá del mal, más allá de lo razonable, más allá de la Verdad o del Bien o de la belleza. El poeta filósofo pone a bailar al amor en una danza que sólo es concebible más allá de los confines que imponen los ligámenes tradicionales. Y qué bien le sienta al acontecimiento amoroso ese desconfinamiento inmoral en el que todo movimiento se vuelve potencia realizable, toda asfixiante imposibilidad deja de serlo, todo guión social pierde sentido hasta incluso terminar siendo ridículo.
Amores que empiezan cuando las deidades se acaban y sólo se oye atentamente el murmullo de lo que grita humanamente desde la sangre.
“Darlo todo por perdido. Allí comienza lo abierto” dirá en sus poesías verticales. En consecuencia, preguntarse sin rodeos qué es el amor sino la maximización de una apertura a esa inmensa diferencia que es el otro, qué es amar sino un riesgo abismal que invita al arrojo en lo abierto a sabiendas de que ese arrojarse sin red habla a las claras de la rotunda falta de garantías propia de la pasión amorosa?
“Un amor más allá del amor” es tal vez el mejor poema de Roberto Juarroz, o al menos el que mejor se ajusta palabra por palabra, a una experiencia pasional concebida como gesta de la intensidad. Por esto mismo, amores que son gesto de lo inconsistente, gesto de lo bravío, de lo absurdo, lo incierto, y a la vez de lo profundamente inevitable y necesario.
Un amor más allá del amor...
Un amor más allá del amor,
por encima del rito del vínculo,
más allá del juego siniestro
de la soledad y de la compañía.
Un amor que no necesite regreso,
pero tampoco partida.
Un amor no sometido
a los fogonazos de ir y de volver,
de estar despiertos o dormidos,
de llamar o callar.
Un amor para estar juntos
o para no estarlo
pero también para todas las posiciones
intermedias.
Un amor como abrir los ojos.
Y quizá también como cerrarlos.
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