viernes, 25 de enero de 2008

La desnudez de lo imposible




Sobre lo imposible… hummm… qué es lo imposible? Por qué algo nace-queda-vira hacia lo imposible? ¿Qué relación ha de existir entre lo posible, lo real y lo imposible?

Este escrito debería haberse titulado de otro modo, no sé, más palabras, u otras, o mejores, o aun, sin palabras.


Lo imposible.
Pienso. Pienso que lo imposible duerme desnudo
sin palabras.


Sí, para ser honesta y concordante con el asunto que me urge, esto no debería titularse sino, textualmente, in-titularse. Carecer de título, no saber de él. Hacer un blanco, un vacío para que advenga. No quiero denominar a esta escritura con palabras posibles, quiero palabras que bailen danzas imposibles, unas que borden genuinamente con hilo invidente un ensayar sobre la imposibilidad. Y un título que vaya adviniendo solo, por sí, o no advenga nunca pues finalmente es un título para un ensayo sobre lo imposible. Incluso debería poder decir sobre lo imposible con un abecedario invisible, con letras no llegadas a la escritura todavía. Debería olvidarme del teclado, de la pantalla, el cursor, la electricidad, mi escritorio, mi cuarto, esta ventana soleada hasta lo inconmensurable, las horas, todo, yo misma olvidarme de mí. Quitar todo lo posible que, sin embargo, posibilita un marco para pensar sobre lo imposible. Debería juntar todos mis posibles, echarles un último vistazo y tirarlo desde este piso 17 hacia la nada, y ahí, sí, auténticamente dejarme arrastrar hacia las no condiciones, las no razones, los no reales entre los que oigo respirar lo imposible. Debería haber podido acercarme a lo imposible como una ciega dichosa que entra en la transparencia de lo inllegado. Abrir un espacio no topológico y desde allí hacerme pensar, casi, sin mí. O con esa que sea mi más imposible mí misma. Debería escribir sobre lo imposible fuera de esta terquedad que alinea al tiempo volviéndolo ordenablemente sucesivo. Desordenar la vulgaridad del tiempo causalizante. Huir de la tirantez arrogante de los transcurrires. Hablar de lo imposible bajo el lenguaje con que se hable en las curvatsuras del tiempo, o deslizarme en una línea vertical que se abra hacia otra dimensión temporal sin dirección, una huída que vuelva ajena al tiempo toda horizontalidad. Pero apenas soy mortal y dispongo de estas pocas prendas de batalla que son las palabras secuenciadas de este mundo, estas etiquetas gastadas, esta demora llamada “escribir”.

Quizás esto que estoy ensayando en mi cabeza hace unos días, unas noches, unas horas, unas vidas, es acerca del deseo de lo imposible, o lo imposible como deseo.

Y quizás no.

Tal vez esto que me araña cálidamente las ideas desde hace una tormenta atrás sea sobre pensar las maldiciones tiránicas de lo real, quizás sea intentar conjurar la dictadura de lo necesario, tal vez sea sobre cómo comprender ese algo de absurdo que siempre tiene la roca que se solidifica en cada vida, esa roca singular que subimos por nuestras cimas cada vez y que nos hace a todos -un poco más, un poco menos- condenados Sísifos.

O tal vez no.

No.

Tal vez sólo intento pensar si lo posible es algo del orden de lo elegible, si hay libertad en lo posible, si elegimos cuando nos movemos en lo posible o simplemente “creemos” elegir (dicho más claramente, si no se trata en el fondo de que nos queremos hacer creer a nosotros mismos que hemos elegido) cuando hablamos de lo posible.


Oh alma mía,
no aspires a la vida inmortal,
pero agota el campo de lo posible.
Píndaro
III Pítica.


¿Qué flores y pestilencias se siembran en el campo de lo posible?
¿Qué nudo indesatable volvió viejos amantes a la imposibilidad y lo posible?

Píndaro está callado.
Mientras, pienso.

Pienso, como si pensar lo imposible fuera posible de pensar.

pienso
en minúsculas

pienso
lo imposible
como dibujo
un desnudo
esperando en la tela
rebalzar
un desnudo
en vigilia de la violencia deseosa del color .





No hay comentarios: