Watching the River Flow
(so wu-wei...)
(so wu-wei...)
Gabi Romano
...y simplemente
miraré el río correr.
miraré el río correr.
En
tiempos juveniles me causaba una indescriptible sensación placentera
irme a la Costanera Norte, ese raro borde urbano del barroso Río de la
Plata, y sentarme cerca de las piedras con un libro amable a mano simplemente a
mirar el río correr.
Hoy estoy lejos de ese río, muy lejos, pero llevo grabadas bajo la piel aquellas juveniles sensaciones contemplativas. Allí leía, estudiaba incluso, o simplemente miraba el horizonte mezclarse en agua, cielo y destellos. Digamos que técnicamente hablando lo que tenía era más bien una "sensación de horizonte". Y en esto la geografía ayudaba: aquellas aguas no me mostraban jamás su otra orilla puesto que estaba sentada mirando al río más ancho del mundo. Esa sensación de horizonte intermediada por el rioplatense elemento líquido no tenía nada de experiencia mística pero sí de práctica contemplativa. Me serenaba, me extasiaba, me inducía a imaginar futuros sin forma pero lumínicos, me esperanzaba, me ponía en contacto con cierta indescifrable voluntad de poder.
Hoy no soy esa ni estoy allí, aprecio las siluetas de otro río: el Hennops me regala la visión de su calma o me intimida con su caudaloso torrente violento en la estación lluviosa en este sur de Africa. Pero los ríos siguen fluyendo en mis adentros. Soy, de algún modo ese mismo río porteño, y este otro sudafricano, y el larguísimo Chao Phraya que baja desde las montañas hasta el golfo de Tailandia... y muchos otros más. Heracliteanamente diría, soy a la vez ese mismo y no-mismo río una y otra vez.
Tantos años después de aquel hábito meditativo a orillas de aquellas aguas, -generalmente mansas y a veces algo locas- que dibujaron buena parte de mi identidad, sigo sintiendo/pensando que las metáforas de lo líquido son extraordinarias para describir no sólo los estados de ánimo sino incluso las subjetividades mismas.
Quizá la cualidad de fluir sea la que más me atrapa, la que mejor me sienta, la que más me gusta indagar. Al agua me acerco con preguntas calladas y nunca me defrauda en sus también calladas respuestas. El agua me resulta oracular.
Las cuestiones líquidas y su devenires explican bellamente ciertos estados generales de la materia, y particularmente algunos claves para comprender nuestra humana materia. Por poner un básico y sencillo ejemplo, es curioso que sólo el agua que fluye se mantenga clara mientras que la estancada se enturbia e incluso se pudre, procesos estos en que a veces veo reflejadas la salud o enfermedad de muchas personas. Nada más enfermizo que sentirse detenido, nada más enfervecedor que moverse en o hacia planos que nos gratifican. Pensemos del mismo modo en la versatilidad del agua: sólida, fluyente, nubosa. Asimismo deberíamos considerar, desde este punto de vista, que nuestro propio cuerpo es 70% líquido. Si además tenemos en cuenta que del agua ha surgido esta vida, que en medio de flujos los gametos de los que procedemos se dieron encuentro, y que como inacabados cachorros de la especie humana emergemos a este bizarro mundo unguentados en fluídos varios creo que no hace falta demasiado más para afirmar el rol crucial de la liquidez y sus sinuosidades en nuestras existencias.
En cierta medida nosotros mismos somos, metafóricamente, esos ríos que corren.
Vemos el río y a la vez éste nos permite mirarnos dentro de esa misma y nuestra mirada que lo contempla. Y no se trata de asuntos de Narcisos suicidas cautivados por su propia imagen, puesto que no estoy pensando en mirar hechizantemente el propio reflejo en el espejo que ofrecen las aguas, sino en el efecto contemplativo que dispara la percepción de lo acuático en sí. Quizá, fuera del mito de narciso, haya alguna otra humana razón por la que nos place tanto "ver" un horizonte de agua. Si no se trata entonces del regocijo narcisista de vernos duplicados en su espejo, qué es lo que nos produce esa sosegante sensación anímica al contemplar mares o ríos o lagos? Tal vez ocurra que en esas visiones líquidas y silentes simplemente sintamos por unos minutos que rompemos la distancia con aquel elemento del que provenimos y del que estamos predominantemente hechos, volviendo a él a través de nuestros ojos bien abiertos. Volvemos a ser Uno con lo que nos dió origen. Lógicamente se trata de una ilusión efímera, pero su caracter transitorio no le quita efectividad: mirando el agua nos recordamos hechos de agua. Si entre tantas etiquetas inútiles que nos colgamos (y nos cuelgan) del cuello, pusiéramos más atención a esta etiqueta de origen creo que nos resultaría un recordatorio inteligente y veraz: made in water.
Recordar nuestro estado líquido es a la vez serenante y potenciante.
En el agua nos imaginamos fluir, o tal vez darnos a flotar, o entregarnos a corrientes sin mapa olvidando la tiranía de la voluntad y las exigencias de tener que tomar rutas sólidas. Si de agua somos, el deseo es líquido. Al mismo tiempo el agua calma, mece, pero también tiene la fuerza suficiente para derribar lo que sea. El agua, esa femenina serpiente calladita, lograr infiltrarse suavemente casi por cualquier parte. Ella también es tormenta inundante que todo lo empapa, todo lo desborda. El agua refresca, calma al errante en el desierto, permite que la simiente se olvide de sí y se vuelva raíz, tallo, surgencia de vida. El agua puede erosionar los bordes ásperos, puede volver romo cualquier ángulo. También el agua es gota salina que rueda, conmoviendo al hombre y despertando al poeta. El agua es mutabilísima, y hábil: hace del viento su cómplice y excusa para volverse furia en la ola impiadosa. Metidos en ella nos alivianamos, sobre ella perdemos gravedad, nos olvidamos que somos sujetos de la ley, nos mantenemos a flote. Pero ella es asimismo potencialmente capaz de ahogarnos, hundirnos, sacudirnos hacia la zozobra. Dependiendo de los caprichos de las temperaturas en ella hervimos las crudezas, entibiamos los pies o nos congelamos los huesos. Hielo, témpano, granizo. Pero también deshielo, neblina, cascada. Ella es Hybris, remolino y correntada ciega. Ella es Sophrosyne: fuente y oasis. De allí que la deseemos y le temamos, la invoquemos y la maldigamos, la necesitemos y a la vez tengamos esa sensación de extraño respeto ante su elemento en extremo soberano.
Nuestros regocijos sexuales están marcados por la mezcla de fluencias líquidas varias: besamos amadas bocas ensalivadas, tocamos pieles que se deshacen en sudores, nos mojamos de deseo para hacer saber al otro que el juego de los sentidos marcha de maravillas, nos desamarramos de nuestro propio puerto físico con un estallido seminal por el que transitoriamente nos nacen alas. El placer es líquido....
Por último, más cerca del campo de lo sutil, los orientales sugieren que ocasionalmente "dejemos las cosas fluir", o más bien, que fluyamos con las cosas. Con menos oposición cartesiana, más disposición deviniente, menos remos y más satisfacción flotando sobre el curso inesperado de los días. A veces uno casi que "debe" dejar que el río vaya corriendo, que la vida siga su propio y extraño flujo. Cierto es que no estamos muy entrenados para este tipo de existir, casi nada en la cotidianeidad gris insta a practicar tal indecente acto de flotación. Sería imposible andar "fluyendo" y pretender correr el subte que se nos escapa, planificar la compra en el supermercado, aguantar la fila en el banco, presentarse a rendir un exámen, entregarle el trabajo just in time al jefe, aprontar a los hijos para que estén a horario en la escuela, llegar a una clase previamente agendada, etcetc. La productividad es cualquier cosa menos fluencia. Pero por suerte en toda vida hay intersticios no productivos donde hacemos nuestro parate, respiramos hondo y nos desalienamos por un rato. Y afortunadamente también la voluntad es educable (o re-educable) sobre todo cuando lo que insiste posee una solidez tal que nos impide ponernos en circulación en una dirección más placentera. Se persiste muchas veces en algo autoinstalando una idea fijista acerca de cumplir determinado objetivo o llegar a alguna meta, lo cual no es ni malo ni bueno en sí. Pero si esa voluntad insistente fuerza puntos imaginarios de llegada que nos cuestan el alto precio de vivir irritados, tensos, frustrados, enojosos, belicosos, enolerizados... qué estamos haciendo? Probablemente olvidarnos de lo líquido, olvidarnos de nuestro propio elemento. O peor aún, en consecuencia con lo antedicho, estancarnos. Pudrirnos. Echarnos a perder. Detenernos en el mismo estúpido punto, aún cansados de empujar con los remos en las manos.
Los objetivos son transitorios. Siempre. Y si bien son ellos los que justifican el hilván de nuestro tránsito hacia algo que nos trascienda como proyecto, no es nada bueno olvidarnos de que tanto esos objetivos como su -probablemente loable- proyecto del que surgen son también transitorios. Nosotros mismos somos un raro tránsito. Entonces, como sea, mirar el río correr...
Quiere decir todo lo hasta aquí expuesto que es mejor no hacer nada? Que es preferible sobrevolar los días en una suerte de debilitamiento inútil y sin sentido? Definitivamente no. Supongo que nuestra faceta procrastinadora bien puede intentar utilizar esto de la fluencia como modo de ser, como estado desafiante a la alienación (del trabajo, de las responsabilidades, de las tradiciones, del sistema productivo, de la moral hipócrita, blablabla). Pero pensar la fluencia como ociocidad ilimitada sinónima de "no-hacer" no sólo sería empobrecer el concepto sino degradarlo. Los antiguos griegos aristócratas no trabajaban, tenían enteras horas diarias de vigilia a su disposición, razón que nos sólo les permitía razonar mejor que nosotros las soluciones a sus problemas en la polis sino desarrollar ideas, técnicas, pensares de tan vasto alcance en tantas áreas que aún hoy seguimos mirándolos en busca de pistas para un mejor vivir.
Fluir es posibilitarse condiciones para un hacer mejor.
La potencia de una acertada fluencia nada tiene de fatiga ni de holgazanería ni de inestabilidad y mucho sí de revitalizante juego placentero. Se fluye para estar en mejor contacto con lo que nos place, para poder detectar primeramente eso que nos place, y para entonces hacer mejor lo que nos da placer. Es fundamental así darse un tiempo para "ver el río correr" y hallar en esa temporalidad sosegada un punto de retorno a sí mismo tal que permita encontrar quehaceres desalienantes.
Se contempla, se flota para re-encauzar sin cauce preciso aquello por lo que nuestro deseo vibra.
Fluir no es un no-hacer, es un seguir haciendo mejor.
O en otras palabras, reconstruir aquella juvenil "sensación de horizonte" de la que hablaba al principio del post.
Dejar ir. Dejarse ir.
Estarse y amarse y cuidarse con quien a uno le plazca, estarse y amar y cuidar lo que a uno le plazca hacer... pero cuidando de no aferrarse a nadie ni a nada. La única real espada de Damocles que pende sobre nuestra cabeza es la de la transitoriedad radical de todo. Fluir es consecuencia de un cierto grado de benéfico desapego.
Dejar partir. Saber partir.
Hacer lugar a que aquello que se nos escurre de las manos sin voluntad de aferramiento, dejar ir lo que ya se esta yendo permitiendo que seres, aconteceres y objetos rompan la línea recta de las expectativas rigidizantes y sencillamente sigan el curso de la vida sin intervenir demasiado arduamente en ello.
Dar movimiento. Moverse.
Fluir es no forzar la direccion del viento. El viento es viento y va para donde quiere, mal que les pese a los meteorológos. Ser mejores navegantes: contemplar la dirección de nuestros vientos particulares, modificar la posición de nuestras velas, o quizá resolver parar por un tiempo en algún puerto. "Desensillar hasta que aclare", como decía el sabio gaucho de a caballo que reservaba para otros embates las vanas pretensiones de desafiar temporales imparables. Toda soberbia cae por alguna ladera suicida. En suma, no acceder al piloto automático maníaco y perverso que nos empuja fatalmente a querer cambiar de manera omnipotente el curso que de forma inmanejable a veces toma el flujo de nuestras existencias.
Lo que sigue es un blues de los '70 del poeta Bob Dylan. Me gusta esta versión de Joe Cocker, esa desgajada voz. vagando sobre esta letra, casi como sobrevolando sin demasiados cuidados ni ornamentos sobre el pentagrama, pero con fuerza, sin apelaciones a lo lánguido.
Simplemente a veces la cosa consite en mirar el río correr...
Hoy estoy lejos de ese río, muy lejos, pero llevo grabadas bajo la piel aquellas juveniles sensaciones contemplativas. Allí leía, estudiaba incluso, o simplemente miraba el horizonte mezclarse en agua, cielo y destellos. Digamos que técnicamente hablando lo que tenía era más bien una "sensación de horizonte". Y en esto la geografía ayudaba: aquellas aguas no me mostraban jamás su otra orilla puesto que estaba sentada mirando al río más ancho del mundo. Esa sensación de horizonte intermediada por el rioplatense elemento líquido no tenía nada de experiencia mística pero sí de práctica contemplativa. Me serenaba, me extasiaba, me inducía a imaginar futuros sin forma pero lumínicos, me esperanzaba, me ponía en contacto con cierta indescifrable voluntad de poder.
Hoy no soy esa ni estoy allí, aprecio las siluetas de otro río: el Hennops me regala la visión de su calma o me intimida con su caudaloso torrente violento en la estación lluviosa en este sur de Africa. Pero los ríos siguen fluyendo en mis adentros. Soy, de algún modo ese mismo río porteño, y este otro sudafricano, y el larguísimo Chao Phraya que baja desde las montañas hasta el golfo de Tailandia... y muchos otros más. Heracliteanamente diría, soy a la vez ese mismo y no-mismo río una y otra vez.
Tantos años después de aquel hábito meditativo a orillas de aquellas aguas, -generalmente mansas y a veces algo locas- que dibujaron buena parte de mi identidad, sigo sintiendo/pensando que las metáforas de lo líquido son extraordinarias para describir no sólo los estados de ánimo sino incluso las subjetividades mismas.
Quizá la cualidad de fluir sea la que más me atrapa, la que mejor me sienta, la que más me gusta indagar. Al agua me acerco con preguntas calladas y nunca me defrauda en sus también calladas respuestas. El agua me resulta oracular.
Las cuestiones líquidas y su devenires explican bellamente ciertos estados generales de la materia, y particularmente algunos claves para comprender nuestra humana materia. Por poner un básico y sencillo ejemplo, es curioso que sólo el agua que fluye se mantenga clara mientras que la estancada se enturbia e incluso se pudre, procesos estos en que a veces veo reflejadas la salud o enfermedad de muchas personas. Nada más enfermizo que sentirse detenido, nada más enfervecedor que moverse en o hacia planos que nos gratifican. Pensemos del mismo modo en la versatilidad del agua: sólida, fluyente, nubosa. Asimismo deberíamos considerar, desde este punto de vista, que nuestro propio cuerpo es 70% líquido. Si además tenemos en cuenta que del agua ha surgido esta vida, que en medio de flujos los gametos de los que procedemos se dieron encuentro, y que como inacabados cachorros de la especie humana emergemos a este bizarro mundo unguentados en fluídos varios creo que no hace falta demasiado más para afirmar el rol crucial de la liquidez y sus sinuosidades en nuestras existencias.
En cierta medida nosotros mismos somos, metafóricamente, esos ríos que corren.
Vemos el río y a la vez éste nos permite mirarnos dentro de esa misma y nuestra mirada que lo contempla. Y no se trata de asuntos de Narcisos suicidas cautivados por su propia imagen, puesto que no estoy pensando en mirar hechizantemente el propio reflejo en el espejo que ofrecen las aguas, sino en el efecto contemplativo que dispara la percepción de lo acuático en sí. Quizá, fuera del mito de narciso, haya alguna otra humana razón por la que nos place tanto "ver" un horizonte de agua. Si no se trata entonces del regocijo narcisista de vernos duplicados en su espejo, qué es lo que nos produce esa sosegante sensación anímica al contemplar mares o ríos o lagos? Tal vez ocurra que en esas visiones líquidas y silentes simplemente sintamos por unos minutos que rompemos la distancia con aquel elemento del que provenimos y del que estamos predominantemente hechos, volviendo a él a través de nuestros ojos bien abiertos. Volvemos a ser Uno con lo que nos dió origen. Lógicamente se trata de una ilusión efímera, pero su caracter transitorio no le quita efectividad: mirando el agua nos recordamos hechos de agua. Si entre tantas etiquetas inútiles que nos colgamos (y nos cuelgan) del cuello, pusiéramos más atención a esta etiqueta de origen creo que nos resultaría un recordatorio inteligente y veraz: made in water.
Recordar nuestro estado líquido es a la vez serenante y potenciante.
En el agua nos imaginamos fluir, o tal vez darnos a flotar, o entregarnos a corrientes sin mapa olvidando la tiranía de la voluntad y las exigencias de tener que tomar rutas sólidas. Si de agua somos, el deseo es líquido. Al mismo tiempo el agua calma, mece, pero también tiene la fuerza suficiente para derribar lo que sea. El agua, esa femenina serpiente calladita, lograr infiltrarse suavemente casi por cualquier parte. Ella también es tormenta inundante que todo lo empapa, todo lo desborda. El agua refresca, calma al errante en el desierto, permite que la simiente se olvide de sí y se vuelva raíz, tallo, surgencia de vida. El agua puede erosionar los bordes ásperos, puede volver romo cualquier ángulo. También el agua es gota salina que rueda, conmoviendo al hombre y despertando al poeta. El agua es mutabilísima, y hábil: hace del viento su cómplice y excusa para volverse furia en la ola impiadosa. Metidos en ella nos alivianamos, sobre ella perdemos gravedad, nos olvidamos que somos sujetos de la ley, nos mantenemos a flote. Pero ella es asimismo potencialmente capaz de ahogarnos, hundirnos, sacudirnos hacia la zozobra. Dependiendo de los caprichos de las temperaturas en ella hervimos las crudezas, entibiamos los pies o nos congelamos los huesos. Hielo, témpano, granizo. Pero también deshielo, neblina, cascada. Ella es Hybris, remolino y correntada ciega. Ella es Sophrosyne: fuente y oasis. De allí que la deseemos y le temamos, la invoquemos y la maldigamos, la necesitemos y a la vez tengamos esa sensación de extraño respeto ante su elemento en extremo soberano.
Nuestros regocijos sexuales están marcados por la mezcla de fluencias líquidas varias: besamos amadas bocas ensalivadas, tocamos pieles que se deshacen en sudores, nos mojamos de deseo para hacer saber al otro que el juego de los sentidos marcha de maravillas, nos desamarramos de nuestro propio puerto físico con un estallido seminal por el que transitoriamente nos nacen alas. El placer es líquido....
Por último, más cerca del campo de lo sutil, los orientales sugieren que ocasionalmente "dejemos las cosas fluir", o más bien, que fluyamos con las cosas. Con menos oposición cartesiana, más disposición deviniente, menos remos y más satisfacción flotando sobre el curso inesperado de los días. A veces uno casi que "debe" dejar que el río vaya corriendo, que la vida siga su propio y extraño flujo. Cierto es que no estamos muy entrenados para este tipo de existir, casi nada en la cotidianeidad gris insta a practicar tal indecente acto de flotación. Sería imposible andar "fluyendo" y pretender correr el subte que se nos escapa, planificar la compra en el supermercado, aguantar la fila en el banco, presentarse a rendir un exámen, entregarle el trabajo just in time al jefe, aprontar a los hijos para que estén a horario en la escuela, llegar a una clase previamente agendada, etcetc. La productividad es cualquier cosa menos fluencia. Pero por suerte en toda vida hay intersticios no productivos donde hacemos nuestro parate, respiramos hondo y nos desalienamos por un rato. Y afortunadamente también la voluntad es educable (o re-educable) sobre todo cuando lo que insiste posee una solidez tal que nos impide ponernos en circulación en una dirección más placentera. Se persiste muchas veces en algo autoinstalando una idea fijista acerca de cumplir determinado objetivo o llegar a alguna meta, lo cual no es ni malo ni bueno en sí. Pero si esa voluntad insistente fuerza puntos imaginarios de llegada que nos cuestan el alto precio de vivir irritados, tensos, frustrados, enojosos, belicosos, enolerizados... qué estamos haciendo? Probablemente olvidarnos de lo líquido, olvidarnos de nuestro propio elemento. O peor aún, en consecuencia con lo antedicho, estancarnos. Pudrirnos. Echarnos a perder. Detenernos en el mismo estúpido punto, aún cansados de empujar con los remos en las manos.
Los objetivos son transitorios. Siempre. Y si bien son ellos los que justifican el hilván de nuestro tránsito hacia algo que nos trascienda como proyecto, no es nada bueno olvidarnos de que tanto esos objetivos como su -probablemente loable- proyecto del que surgen son también transitorios. Nosotros mismos somos un raro tránsito. Entonces, como sea, mirar el río correr...
Quiere decir todo lo hasta aquí expuesto que es mejor no hacer nada? Que es preferible sobrevolar los días en una suerte de debilitamiento inútil y sin sentido? Definitivamente no. Supongo que nuestra faceta procrastinadora bien puede intentar utilizar esto de la fluencia como modo de ser, como estado desafiante a la alienación (del trabajo, de las responsabilidades, de las tradiciones, del sistema productivo, de la moral hipócrita, blablabla). Pero pensar la fluencia como ociocidad ilimitada sinónima de "no-hacer" no sólo sería empobrecer el concepto sino degradarlo. Los antiguos griegos aristócratas no trabajaban, tenían enteras horas diarias de vigilia a su disposición, razón que nos sólo les permitía razonar mejor que nosotros las soluciones a sus problemas en la polis sino desarrollar ideas, técnicas, pensares de tan vasto alcance en tantas áreas que aún hoy seguimos mirándolos en busca de pistas para un mejor vivir.
Fluir es posibilitarse condiciones para un hacer mejor.
La potencia de una acertada fluencia nada tiene de fatiga ni de holgazanería ni de inestabilidad y mucho sí de revitalizante juego placentero. Se fluye para estar en mejor contacto con lo que nos place, para poder detectar primeramente eso que nos place, y para entonces hacer mejor lo que nos da placer. Es fundamental así darse un tiempo para "ver el río correr" y hallar en esa temporalidad sosegada un punto de retorno a sí mismo tal que permita encontrar quehaceres desalienantes.
Se contempla, se flota para re-encauzar sin cauce preciso aquello por lo que nuestro deseo vibra.
Fluir no es un no-hacer, es un seguir haciendo mejor.
O en otras palabras, reconstruir aquella juvenil "sensación de horizonte" de la que hablaba al principio del post.
Dejar ir. Dejarse ir.
Estarse y amarse y cuidarse con quien a uno le plazca, estarse y amar y cuidar lo que a uno le plazca hacer... pero cuidando de no aferrarse a nadie ni a nada. La única real espada de Damocles que pende sobre nuestra cabeza es la de la transitoriedad radical de todo. Fluir es consecuencia de un cierto grado de benéfico desapego.
Dejar partir. Saber partir.
Hacer lugar a que aquello que se nos escurre de las manos sin voluntad de aferramiento, dejar ir lo que ya se esta yendo permitiendo que seres, aconteceres y objetos rompan la línea recta de las expectativas rigidizantes y sencillamente sigan el curso de la vida sin intervenir demasiado arduamente en ello.
Dar movimiento. Moverse.
Fluir es no forzar la direccion del viento. El viento es viento y va para donde quiere, mal que les pese a los meteorológos. Ser mejores navegantes: contemplar la dirección de nuestros vientos particulares, modificar la posición de nuestras velas, o quizá resolver parar por un tiempo en algún puerto. "Desensillar hasta que aclare", como decía el sabio gaucho de a caballo que reservaba para otros embates las vanas pretensiones de desafiar temporales imparables. Toda soberbia cae por alguna ladera suicida. En suma, no acceder al piloto automático maníaco y perverso que nos empuja fatalmente a querer cambiar de manera omnipotente el curso que de forma inmanejable a veces toma el flujo de nuestras existencias.
Lo que sigue es un blues de los '70 del poeta Bob Dylan. Me gusta esta versión de Joe Cocker, esa desgajada voz. vagando sobre esta letra, casi como sobrevolando sin demasiados cuidados ni ornamentos sobre el pentagrama, pero con fuerza, sin apelaciones a lo lánguido.
Simplemente a veces la cosa consite en mirar el río correr...
Watching the River Flow - Bob Dylan
(versión cantada por Joe Cocker)
What's the matter with me,
Qué es lo que me pasa,
I don't have much to say,
no tengo mucho que decir,
daylight sneakin' through the window
la luz del día furtivamente a travás de la ventana
And I'm still in this all-night cafe.
y yo todavía en este café nocturno.
Walking to and fro beneath the moon
Caminando de un lado a otro a la luz de la luna,
out to where the trucks are rollin' slow,
hacia el lugar donde los camiones están rodando lentamente,
to sit down on this bank of sand
para sentarme en este banco de arena
and watch the river flow.
y ver el río correr.
Wish I was back in the city
Me gustaría estar de vuelta en la ciudad
instead of this old bank of sand,
en vez de en este viejo banco de arena,
with the sun beating down over the chimney tops
con el sol golpeando en lo alto de las chimeneas
and the one I love so close at hand.
y a quien amo al alcance de la mano.
If I had wings and I could fly,
Si tuviera alas y supiera volar,
I know where I would go.
ya sé a dónde iría.
But right now I'll just sit here so contentedly
Pero ahora me sentaré aquí gustosamente
and watch the river flow.
y miraré el río correr.
People disagreeing on all just about everything, yeah,
La gente no está de acuerdo con nada de nada,
makes you stop and all wonder why.
te hace detenerte y preguntarte por qué.
Why only yesterday I saw somebody on the street
Por qué justo ayer vi en la calle a alguien
who just couldn't help but cry.
que no podía evitar llorar.
Oh, this ol' river keeps on rollin', though,
Oh, este viejo río sigue corriendo, aunque,
no matter what gets in the way and which way the wind does blow,
no importe lo que encuentre a su paso o en que dirección sople el viento
and as long as it does I'll just sit here
y mientras lo hace me sentaré aquí
and watch the river flow.
y miraré el río correr.
People disagreeing everywhere you look,
La gente no está de acuerdo por donde mires,
makes you wanna stop and read a book.
te hace sentir ganas de detenerte y leer un libro.
Why only yesterday I saw somebody on the street
Por qué justo ayer vi en la calle a alguien
that was really shook.
que estaba realmente conmocionado.
But this ol' river keeps on rollin', though,
Pero este viejo río sigue corriendo, aunque,
no matter what gets in the way and which way the wind does blow,
no importa lo que encuentre a su paso o en que dirección sople el viento,
and as long as it does I'll just sit here
y mientras lo hace me sentaré aquí
and watch the river flow.
y miraré el río correr.
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