sábado, 3 de noviembre de 2012

Otra vida, no otro mundo - Tomás Abraham





Otra vida, no otro mundo
Tomás Abraham





En su último curso, El coraje de la verdad, catorce años después del primero, Foucault le encontrará un compañero de ruta al expulsado sofista: el cínico. No serán la "mántica" del profeta, ni el retiro silencioso del sabio, ni la tékné del educador especializado, las figuras conceptuales de quien camine por el mismo sendero en este periplo final, sino la actitud del desprestigiado cínico. Lo llama "parresiastés", porque la parresía se define por el hablar directo, sin ornamentos, y se produce en una situación en la que quien habla lo hace ante un hombre con poder e investidura que pone en peligro su misma vida. El cínico es el irreverente, el insolente, aquel que le dice a Alejandro que sólo le reconoce el valor de ser opaco, por taparle el sol. El cínico no es el que no cree en nada sino el único que cree. Pero cree en la nada, cree que la vida hay que inventarla desde la nada y no desde un saber, ni desde un idolatrar, ni desde un poder. El poder de la nada, el del rey loco, el Ubú sempiterno que muestra con su risotada la impostura del monarca solemne legitimado por el relato oficial.

El cinismo es la irrupción de lo elemental, del pensamiento crudo, de la palabra gesto. Es aquel que hace de la filosofía un modo de vida, la del caracol, no la de la lechuza que ve de noche cuando todos duermen, sino la del que se arrastra por la tierra con su casa a cuestas.

La existencia misma como problema, el llamado arte de vivir, no es una estética de salón, sino un modo de relacionarse con el prójimo. No es el acto masturbatorio de un Diógenes exhibicionista en la plaza pública, sino el del filósofo que interpela a sus semejantes, aquel que pone en tela de juicio sus pretensiones de saber, quien cuestiona las credenciales del poder.

¿Nihilista? No hay por qué espantarse ante esta palabra dostoievskiana. No se trata de terroristas románticos. No brota de la decadencia de Occidente ni de que el Padre ya no manda en la mesa familiar. Dice Foucault que la inquietud que provoca el nihilismo, como el escepticismo moderno y el cinismo, no es la de que si Dios no existiera todo estaría permitido, sino la de una ética de la verdad. ¿Cuál es la vida que se necesita una vez que la verdad no es necesaria? Si debemos enfrentarnos al “nada es verdadero”, ¿cómo vivir?

Foucault agrega que lo que el cinismo muestra es que para vivir con autenticidad no hace falta mucha verdad, y que cuando nos preocupamos verdaderamente por la verdad, pocas lecciones de vida son necesarias.

En forma paralela a una historia de la filosofía que tiene preocupaciones metafísicas y epistémicas, hay otra que se ocupa de la vida filosófica, de la constitución ética de sí mismo. Otra vida y no otro mundo.

Foucault no nos dejó todo lo que podía decir al respecto del tema de la existencia ya no desde la condición humana como lo habían hecho Kierkegaard, Camus y Sartre, sino desde las tecnologías del yo elaboradas por culturas históricas. Los puntos suspensivos son las huellas de la vida que se va, y el silencio que la muerte produce, esta vez, no está vacío de palabras. Nos dejó los cursos, los artículos y las entrevistas, los seminarios y las relecturas que podemos hacer de sus textos ya clásicos.

En una entrevista en la Universidad de Lovaina en el año 1982, Michel Foucault decía que cuando terminara su historia de la sexualidad, que se había iniciado en la modernidad y que para sorpresa suya lo conducía al mundo griego, le gustaría escribir sobre la guerra. Una genealogía que diera cuenta de la razón por la que una nación les exige a los hombres que mueran por ella.

Esa preocupación, por si a alguien le interesa, ahora puede ser nuestra…




Tomás Abraham 
Fragmento de "La parábola de Michel Foucault"
Publicado originalmente en La Nación - 14/10/2011
http://www.lanacion.com.ar/1414402-la-parabola-de-michel-foucault


Imagen:
Henry Matisse
L´escargot
1952/53 

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