El olvido y la servidumbre del resentimiento
“Entre las cualidades necesarias para la
magnanimidad, no hay que olvidar el talento para el olvido, consumación del
exceso negativo. Es la condición de posibilidad de toda intersubjetividad,
porque el rencor exigiría la ruptura total, tarde o temprano, con algo. (…) Si
la suma de los displaceres sobrepasa la de los placeres producidos por el
interlocutor ético, simplemente hay que encarar una ruptura. Olvidar
definitivamente. Evitar los parásitos, las interferencias, y desear una
comunicación en un registro claro, de una y otra parte. Olvidar es gastar todo,
saldar la cuenta. Imaginemos, por otra parte, una existencia en que no existiera la capacidad de olvido:
viviríamos permanentemente con el recuerdo de los dolores, las penas, las
tristezas, las tragedias, las impericias, y las sombras más negras. En vez de
eso, simplemente porque hay más satisfacción en el olvido que en el
resentimiento, es preciso desear la paz. Si no se la puede alcanzar, será mejor
la indiferencia total, un olvido, no tal vez de los daños mismos, pero sí de
las personas que los causaron. Esta ascesis es como una catarsis, una
purificación de las cosas pesadas que nos habitan. (…) Durante el tiempo que
dura el autoenvenenamiento, el hombre implicado está incapacitado para la
entrega, encuentra satisfacción en rumiar y permanece estancado. El hombre del
resentimiento macera en su incapacidad de consumar el mal, de expresarlo para
expiarlo. Incuestionablemente el rencor se nutre de la savia masoquista y del
poder que tiene esta pulsión para destruir, masacrar, y malograr los equilibrios
precarios instalados en el cuerpo. En el autoengendramiento de la muerte que
implica este juego con Tánatos, el hombre del rencor es lo contrario del
dispendioso: guarda, conserva, atesora casi ese capital de dolor que lleva
dentro de sí. La venganza diferida que ansía el amargado es signo de pequeñez
por ser signo de debilidad. En efecto, en su proyecto de ser violento el día de
mañana, confiesa su incapacidad de serlo aquí y ahora, inmediatamente. Tal vez
sea en esa certificación más o menos conciente donde encuentra razones suplementarias
para seguir alimentando su resentimiento. Por eso, esta pasión enfermiza remite
a la calidad de esclavo, es el signo distintivo del criado, que elucubra
hipótesis de acción pero es impotente frente a ellas. Revela la posición que
ocupa un sujeto en una escala de fuerzas: allí donde se juegan la obstrucción,
el repliegue, lo negativo, el odio hacia uno mismo y hacia el mundo, el
masoquismo, la autoflagelación. En una palabra, la ausencia de talento para la
entrega, para el derroche.”
Michel Onfray
Fragmento de “Le Sculpture de Soi” - 1993
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