Sobre las bondades naïf de creer en el budismo
La inocencia es más a menudo una felicidad que una virtud.
Anatole France
Parece que vivir por estos pagos me va exponiendo a nuevas visiones y perspectivas que ni yo misma hubiera imaginado tiempo atrás.
Creo que allá como en 1990 empecé a leer sobre budismo. Arranqué con el “Libro tibetano de la Vida y de la Muerte” luego de que Ciorán mencionara en varios lugares de su obra filosófica al budismo de manera bastante respetuosa, él, que ha respetado muy pocos sistemas de ideas. Entre otros, dos temas me bullían en la cabeza por esos años: la muerte y el vacío. Así que era inevitable lanzarme sin tabla ni remos a los escritos de esa religión milenaria. Y para empezar, me enteré que no hay budismo, sino budismos. Cosa que de entrada me complicó la “entendedora”, máxime considerando que era una mera principiante en el tema. Los años pasaron, mi vida también, hasta que logré sistematizar mis encuentros y desencuentros entre budismo, vacuidad, nada, angustia, deseo, casillas vacías, horror vacui, muerte, nihilismo y asociaciones semejantes en un seminario al que llamé, con poca modestia pero muchas ambiciosas ganas de seguir pensando el asunto acompañada por gente interesada en el tema tanto como yo lo estaba: “Filosofía del Vacío”. Promoví durante años ese seminario, cambiando asuntos en el programa, agregando nuevas perspectivas -como las de la cuántica-, quitando otras perspectivas por demasiado obsoletas -al menos para mí- y siempre tratando de meditar sobre la alianza y desalianza entre la nada y el vacío. Hasta aquí esta introductio sobre “cómo llegué, le dí vueltas, y por qué insistí en los asuntos del budismo”.
Tierra de budas, monjes, templos.
Olor a incienso en las calles.
Flores y ofrendas por todas partes.
Árboles sagrados de la buena suerte, habitados por espíritus o leyendas, envueltos en telas de colores a la vuelta de mi casa.
Yo, una atea, en un mundo religioso. Claro -pensaba ingenuamente cuando llegué- al menos ahora voy a poder ver de qué se trata esto de crecer-formarse-subjetivarse-socializarse en una cultura no cristiana, qué interesante!!!
Juro que casi, casi, era un tanto optimista.
Y me quedé tratando de pensar en que por aquí, el viento cambiaría, siguiendo a William Ward cuando decía:
El pesimista se queja del viento;
el optimista espera que cambie;
el realista ajusta las velas.
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