Hay experiencias radicales. Probablemente ascender hasta la boca calórica, magmática y contenida de un volcán activo una vez en la vida, sea una de ellas. Pero, más allá de lo que pueda relatarse vivencialmente de un ascenso a las fauces de la tierra, me preguntaba -inspirada en lo que me relatara mi querida amiga Ale- casi como preguntándole a su estado de ánimo posterior al ascenso y la visión de un volcán activo :
-Querida Ale,
a qué te haz asomado,
verdaderamente,
curioseando la cumbre de un volcán..?
Asomarse a eso que promete irrumpir para recordar que finalmente, toda actividad eruptiva es energía emergente, buscando salir, buscando abrirse paso pese a la advertencia racional de nuestros “mapas de riesgo”.
Erupciones arriesgadas.
Mirar el volcán para dar cuenta del caos y del desorden como prueba de que todo allí, adentro, sigue vivo. Y saber entonces que toda manifestación es posibilidad real de afectación y por eso mismo es sinónimo de vida, incluyendo como parte de lo vivo, incluso, a la fuerza que daña o destruye.
Rostro femenino del mal.
Será que los volcanes recuerdan que somos fuerzas capaces de ejercer fuertes presiones sobre lo que nos rodea, y será que nos evocan de que es capaz lo subterráneo que sigue insistiendo, o cuánto puede arrastrar la tensión de lo irresuelto. Será que anuncian la posibilidad del rompimiento, la violencia que puede llegar a adquirir el derecho a “manifestarse”, a hacerse oír, a imponer la potencia propia sobre la potencia del otro.
Juegos de columpio entre la presión-tensión afectiva.
Asomarse a eso cuya temperatura late, quema, arde como un asomarse a los propios malabares con fuego, a las propias hogueras secretas, a los propios latidos subterráneos. Asomarse a eso que bulle tal como cuchichean por las noches nuestros sueños acallados de espaldas al deber, como hierven nuestras rabias intermitentes, como queman nuestras pasiones más irracionales.
Lenguas de fuego.
Dar cuenta del volcán como si ahí se nos presentara el balance de nuestras historias eruptivas, el recuento de nuestras presentes y/o pasadas peligrosidades volcánicas, el estado contable de las catástrofes que somos capaces de originar, la comparativa de nuestros choques interactivos, o la geomorfología de nuestros desastres “naturales”.
Conteo de los desbordes.
Será que los volcanes anuncian que junto con la expresión de lo más interno aparece la posibilidad del dolor, de la destrucción, de la tragedia, de la peligrosidad que a veces entraña eso de “sacar afuera”, de ponerse en riesgo futuro poniendo en riesgo los equilibrios actuales. Será que los volcanes hablan de lo que es capaz de cambiar abruptamente, amenazantemente.
Boca eruptiva.
Alertas afectivos.
Conservación de las fogosidades.
Intranquilidad latente.
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Fotografía: Cráter del volcán Copahue, patagonia argentina.
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