Diosas de los volcanes
Los antiguos hombres y mujeres de culturas diversas como la griega, romana, polinesia, azteca, araucana asociaban a los volcanes: a) con las moradas de ciertas deidades mitológicas, b) con el lugar de residencia de valiosos espíritus protectores de la comunidad y sus individuos, c) con guardianes de escondidos tesoros d) con sitios en los que se concentraban las fuerzas inmanejables del inframundo. De mis tiempos vividos en regiones del sur argentino marcadas por las creencias de la cultura mapuche, recuerdo que en esas tierras los relatores orales llamaban ngen-winkul al espíritu poderosísimo que dominaba los volcanes y cerros. Entre los Incas se consideraba que el volcán Pasochoa era el guardián del " botín de oro" que habría pertenecido a Atahualpa. En la zona del Pacífico, de acuerdo con lo relatado por Westervelt (tal vez el más reconocido recolector de mitos y leyendas hawaianos) existían fuertes similitudes en los contenidos y significados dados al fuego y los volcanes, sea que se trate de los mitos neozelandeses, de relatos de Samoa, de Tahiti o de Fiji. Para los hawaianos, es Pele la diosa de los volcanes quien rivaliza con Poliahu, diosa de la nieve del “Mauna Kea”, el segundo volcán más alto de las islas Hawai y de una hermosura sin igual. La rivalidad mitológica entre estas dos diosas se debe al hecho de que convivían en una misma geografía el ardor fáustico del fuego y temperaturas extremadamente bajas que han hecho que existieran glaciares desde el cráter hasta las faldas del volcán. El calor enardecedor y el frío más intenso peleaban por metaforizar la condición femenina volcánica, vaya idea… Por su parte, mis bien amados maoríes, en tierra Aotearoa, poseen los volcanes de Rotorua, con sus docenas de lagos y activos géiseres. Incluso el actual Parque de Tongariro pone en total evidencia que los volcanes son considerados sagrados por las tradiciones de este pueblo. Así, desde los mitos polinesios en lengua Maorí encontramos a Mafuike, diosa del fuego vinculada a los elementos ígneos y las formaciones de islas a través de estallidos volcánicos (es representada a través de la imagen de una mujer de edad). Mafuike es también, en algunos relatos, la hermana menor de la diosa de la muerte. Para los “Bowditch Islanders” (en las “Tokelau Islands”) la leyenda agrega el dato no desestimable de que la diosa del fuego Mafuike era ciega. Imaginaba entonces, esta cadena de representaciones femeninas asociadas al volcán: lo explosivo, la creación de islas, la muerte, la ceguera. Caray! Vaya combinación!
Pero tirando un poco más de la cuerda mitológica, me gustaría resaltar las características de los dioses prehispánicos, que no son tanto seres de poder ilimitado, sino muchas veces encarnaciones de las fuerzas de la naturaleza, con apariencia y personalidad humana. Los teóricos de estas mitologías americanistas prefieren, con buen tacto y no por mera sutileza idiomática, traducir el concepto prehispanico de "Téotl" no como dios, sino como como “señor”. En este contexto debe entenderse el relato de Chantico-Cuauhxólotl.
¿Quién es Chantico? Pues se trata de la diosa del los volcanes y del fuego, y señora protectora de los preciados tesoros personales. Según el Códice Ríos (un manuscrito anónimo del siglo XVI) la diosa Chantico era la deidad femenina del fuego. Cabe aclarar que en náhualt, Chantico-Cuauhxólotl significa “la que mora en la casa”, aunque habrá que entender acá el concepto de “casa” no como mera domesticidad, no sólo como hogar, sino también como habitación, como morada, residencia, tierra, pues el prefijo “Chantli” está aquí indicando una fuerte conexión física y psicológica con el habitar y en modo alguno está limitado a lo que hoy entendemos como casa=privado=doméstico. Chantico también era llamada “Señora del Reino de los Muertos” o Mictlantecuhtli, al ser asociada con lo oculto en las entrañas de la tierra. Ella, con su rostro rojinegro, su ponzoñosa serpiente carmín enroscada al cuello, y las no menos venenosas y afiladas púas de sus cactus, velaba por mantener encendidos los fuegos del corazón, mantener el calor del hogar y honrar los volcanes. Sí, esta diosa a la que se le atribuía el don de cuidar nada menos que las pasiones del alma, es también, una diosa volcánica. Esposa del fuego, era símbolo del todas las formas de calor y también, de la luz brillante. En la cultura azteca era adorada en las alturas y bellezas de la cumbre del cerro Tepeyac, a cuyos pies la cultura hispano-conquistadora emplazó luego el culto a la virgen de Guadalupe (vaya paradoja, esto de haber adorado en las alturas del alma y la geografía a la diosa pasional del fuego, y luego “pasar-bajar” -aculturación mediante- al rebajamiento que representa el culto de una virgen, simbolizando con ello el triunfo del ascetismo corporal y el resentimiento moral cristiano). En las coloridas representaciones pictóricas prehispánicas de Chantico, esta diosa de corazón fueguino puede verse de perfil, como dando un paso hacia delante, con sus manos hacia el frente, el rostro altivo, y una nube vaporosa de rayos detrás de sí. -Si -pensé para mis adentros- Me gusta Chantico…
Y me pregunté, ahora sí más pertrechada de imágenes e ideas sugerentes: qué estamos mirando cuando miramos la “sopa” hirviente de un volcán, qué relato de dioses nos ronda con su magma ígneo, cuántos relatos desconocemos sobre este sublime fenómeno natural, qué historias quieren ser escuchadas en sus ruidos telúricos, qué potencias buscan conmovernos cuando ponemos nuestras fatigadas pisadas en sus laderas, qué estremecimientos quieren ser oídos, cuántas cóleras amenazan con irrumpir en sus repentinos enojos, y qué voluptuosos peligros moran en esa geomorfología otrora “habitación” de diosas y dioses desmesuradamente. No quiero en modo alguno antropomorfizar la idea de la naturaleza. No creo en esas infantiles versiones de los “enojos” de Gea cuando el Tsunami, no creo en ningún espíritu castigante de los daños humanos a la corteza buscando vengarse con terremotos y huracanes. No creo en ningún tipo de espiritualización del planeta. Nada de eso me parece ni sensato ni muy cuerdo, aunque abunde malamente.
Pero sí parece posible apuntar a establecer una relacionalidad simbólica, lúdicamente simbólica, entre lo femenino y los volcanes, apoyada en el juego de ideas que pueden aportar bellamente los antiguos relatos, los mitos como configuradores de la subjetividad, y la experiencia sensible.
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Imagen: Chantico-Cuauhxólotl
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